Lo sucedido con Jennifer Hermoso y Luis Rubiales durante la entrega de medallas del mundial de fútbol femenino ha trascendido las fronteras de lo meramente deportivo hasta convertirse en una cuestión de índole social que acapara los grandes titulares de los medios de comunicación en todo el mundo.
Lo que en un principio parecía que no tendría continuidad más allá de la efervescencia de las redes sociales fue transmutando con el paso de las horas en una cuestión prioritaria que ha desplazado del debate a una serie de cuestiones que prometían colonizar la actualidad de este caluroso mes de agosto.
Poco se sabe de las negociaciones que PP y PSOE ultiman con el resto de los partidos para conseguir los apoyos parlamentarios en el camino hacia la Moncloa, los detalles más escabrosos de un asesinato con descuartizamiento en Tailandia no suben las audiencias de los programas de la mañana, y lo que es más sorprendente, la gesta mundialista de un grupo de jugadoras, que hace poco más de un lustro estaba peleando por la profesionalización, ha pasado casi desapercibida.
Decía Julio Cortázar que el fútbol tiene una capacidad de ensimismamiento solo comparable con el disfrute de una sabrosa comida y con el placer del buen sexo, pero cabe preguntarse porque la opinión pública ha despertado ahora y no antes. Cuando Luis Rubiales vendió la Superpoca de España a Arabia Saudita a cambio de una suculenta comisión que negociaba con un jugador en activo, o cuando viajó a Nueva York con su pareja a cargo del dinero de la Federación, o cuando la prensa destapó que grabó con un micrófono oculto sus reuniones con el Ministro de Cultura.
A estas alturas casi nadie duda de que el comportamiento de Rubiales es impropio de una figura que no solo representa al fútbol nacional, sino también a la imagen de España en todo el mundo. Besar a una jugadora, agarrarse los testículos en el palco de autoridades y aprovechar una entrevista en la radio para soltar una retahíla de insultos son comportamientos que están muy lejos de lo exigible a un cargo de tamaña responsabilidad.
Si bien la actitud holiganesca del presidente de la Federación resulta cuestionable, no lo es menos la reacción de un gobierno que pasó de puntillas por los escándalos de corrupción y que ahora parece afanado en enarbolar un castigo ejemplarizante. Habrá quien sostenga, y yo lo comparto, que la clase política de este país está más preocupada por el continente que por el contenido y que su respuesta obedece más a corrientes de opinión que al interés por el bienestar del fútbol y de sus futbolistas.
Es una grata noticia que lo acontecido con Jennifer Hermoso y Luis Rubiales haya sacudido los cimientos de una industria tan monolítica como la del fútbol, pero a la vez es preocupante que el terremoto no sucediera cuando la FIFA le vendió un mundial de fútbol a Qatar comprado con sobornos y manchado con la sangre de trabajadores esclavos, o cuando la UEFA permite que las tiranías petroleras del Golfo Pérsico blanqueen con grandes fichajes las violaciones de los derechos humanos. El fútbol está podrido y dirigentes y aficionados nos hemos tapado la nariz. Ojalá este sea el principio del cambio.
Ayúdanos a resistir
En Kamchatka rechazamos frontalmente los discursos de odio que colisionan con los derechos intrínsecos a cualquier ser humano. No todas las ideas son válidas ni respetables cuando se utilizan como un arma arrojadiza contra la convivencia y la igualdad. Aquí solo encontrarás opiniones en consonancia con los principios básicos de una sociedad libre y democrática. Apoya el pensamiento crítico desde 5 euros al mes.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.