No hay esperanza de cambio sin análisis. Y todo análisis ha de empezar desgranando conceptos hasta cuestionar lo básico, aquello que creemos cierto, inamovible, parte de nuestras vidas como el aire que respiramos.
Decía Susan Wright que una ideología hegemónica se percibe como realidad, sin alternativas posibles imaginables. Para que este fenómeno pueda existir y perpetuarse, la ideología, en retroalimentación constante con la cultura, toma arraigo a través de conceptos, creencias y perspectivas que engloban todos los ámbitos de desarrollo individual y social de las personas.
¿Qué ocurre cuando estos conceptos, creencias y perspectivas se tambalean, no por análisis sino en el contexto de una crisis de valores?
La fuerte crisis de valores de las últimas décadas puede ser el caldo de cultivo ideal para una nueva era en la que los poderes fácticos vuelvan a salir fortalecidos y la riqueza siga en las mismas manos, como ha sucedido históricamente. No olvidemos que el capitalismo llegó para cubrir la crisis de valores de la Edad Media, igual que el cristianismo suplió la crisis de valores de la decadente Roma, dando como resultado, en ambos casos, una renovación táctica del control de masas.
¿Qué va a acontecer en los próximos años? Al igual que los cristianos hicieron en Roma, ¿los antivacunas quemarán laboratorios y libros y nos devolverán a un estadio en el que cualquier expresión de la ciencia sea demonizada como ha sido demonizada históricamente la naturaleza del cuerpo humano? Tal vez este planteamiento pueda resultarte exagerado. Pero llegadas a este punto, recuerda: sin análisis profundo de los conceptos, creencias y perspectivas hegemónicos, lo único que cambia es el collar que luce el perro. Sin un cambio de paradigma consensuado, humanista y racional, la sociedad del futuro puede parecerse a cualquier cosa.
Para poner mi granito de arena en este análisis, propongo una serie de artículos que cuestionan desde la opinión crítica algunos lastres sociales. Todos se engloban dentro de lo que conocemos como civilización o cultura judeocristiana. Quiero aclarar que no hay ninguna intención de fondo al respecto. La cultura judeocristiana no me despierta ningún afán destructivo. Solo pienso que es crucial analizarla y librarnos de las cargas que nos impiden crecer como personas y como sociedad.
Así, la primera parte de esta serie de artículos está centrada en el concepto de culpa.
LA CULPA PARA ECLIPSAR A LA RESPONSABILIDAD
La culpa es un concepto con el que, personalmente, lidio desde que soy pequeña. Jamás he entendido la utilidad de este término más allá de hacer sentir mal a las personas y bloquearlas. Y si lo piensas con detenimiento, no parece contar con ninguna otra función.
Observa la reacción de una niña o de un niño cuando le dices, por ejemplo: "Hemos llegado tarde por tu culpa". Ahora cambia la frase por "Tienes parte de la responsabilidad de que hayamos llegado tarde". Sí, en el segundo caso, la responsabilidad rara vez es completa; se trata de un concepto lógico que podemos descomponer y entender con facilidad. En el ejemplo que acabamos de usar: "Yo tengo la responsabilidad de enseñarte a vestirte sola y a colaborar para que podamos salir a tiempo. Tú tienes la responsabilidad de vestirte sola, tal y como te he enseñado y colaborar. Y, por supuesto, tienes la responsabilidad de decidir este camino en lugar de ponerte a jugar o esconderte". ¿Qué nos soluciona aquí el concepto culpa? ¡ECO! ¡No nos soluciona nada!
Como sabemos, el concepto culpa tiene su origen en la cultura sumeria y el diseño estratégico del pecado original para bloquear el desarrollo individual, las decisiones individuales y las transferencias entre clases sociales. No sé si te estarás preguntando la relación entre una idea y la otra. Espero que no. Pero hay algo muy simple que subyace en el diseño del pecado original como base de las estructuras de pensamiento: si soy fruto del pecado y soy culpable ya por el mero hecho de existir, ¿qué más da lo que haga? Decidir, en este contexto, se convierte en un acto de resistencia. Recuerda que el contexto no es un entorno que te educa en la responsabilidad y en la capacidad de crecer y de crear. Estamos hablando de una sociedad que te enseña a rezar por tus pecados desde que tienes tres o cuatro años. Poca broma con esto.
Así, la culpa se va arrastrando, sibilina, junto a la dichosa serpiente y a las clases sociales favorecidas por este imaginario colectivo, hasta la antigua Roma. Y sí, aquí cabe preguntar, ¿por qué narices la sociedad romana toma la culpa como uno de los pilares de su ordenamiento jurídico? Evidentemente porque favorece a la perpetuación de la esclavitud. Aquí ponte en esta situación: "Un esclavo es responsable de asesinar al patricio que lo tiene explotado". ¿Cabe en este fenómeno una responsabilidad absoluta? En una sociedad educada en la responsabilidad como base de nuestras decisiones tendríamos: un esclavo sin posibilidad de decidir sobre su vida y, por tanto, sin responsabilidad aparente. Ergo, la única manera de darle responsabilidad y dignidad a ese esclavo es liberarlo. Sin embargo, ¿puede ser culpable ese esclavo? ¡Y tanto que sí! Puede ser culpable de la muerte del patricio, por supuesto, culpable por osar defenderse, culpable por pensar en la libertad como destino de su paupérrima alma, culpable por existir, culpable por observar el amanecer que no merece, culpable de experimentar cualquier tipo de gozo y de ahí… todos los toppings que quieras ponerle: la culpabilidad es como un helado gigante que puedes aderezar con todo lo que desees. Miles de años después de la caída de Roma, seguimos basando nuestro sistema de derecho en la culpa, eclipsando con ello el concepto responsabilidad. Y no importa lo confuso que resulte todo con la culpa de por medio: a los poderes facticos les interesa. ¿El Rey Emérito es culpable de fraude fiscal? ¡Y yo qué sé! ¿Es responsable de dicho Fraude? Aquí la respuesta puede cambiar y puede dar lugar a un posterior análisis que tampoco interesa. Como este pequeño ejemplo, tenemos miles. La culpa, además, actúa como uno de los más efectivos bloqueantes psicosociales. Tengamos presente que llega al ámbito jurídico después de arraigarse culturalmente como un elemento pasivo, rígido, sin lugar a la corrección ni al cambio. ¿Qué tenemos que hacer para salvar a la culpa? ¿Cuántos años de penitencia nos libran de ella? ¿Cuántos Padres Nuestros? En el momento en el que dejamos de ser culpables, si acaso ese momento existiera, ¿ganamos algún tipo de capacidad, de habilidad o de valor? La culpa eclipsa una responsabilidad activa, estimulante y básica para evolucionar y cambiar. "Soy responsable de haber tratado mal a mi hermana y mía es la responsabilidad de actuar mejor". La culpa invalida conceptualmente mi capacidad humana de erigirme como posible protagonista de mi propio cambio.
¿Qué sería la pobreza de recursos económicos sin la culpa por haber gastado, haber comido, haber gozado del cuidado de la huerta mientras otras personas no tienen ni eso? Sin embargo, ¿al que roba, le soluciona algo o le afecta en algo ser culpable de haber robado? ¿Cómo cambiaría su actitud y su autoconcepto cuando, en lugar de culpable, fuera responsable de haber robado?
La culpa, además, proyecta sobre nosotras mismas la crueldad y los despropósitos de otras personas. ¿Cómo se silenciarían las violaciones y las palizas sin el concepto de la culpa? Si no existiera la culpa, ¿qué cosa nos ayudaría a enterrar los abusos sexuales intrafamiliares y los abusos sexuales a menores, en general? ¿De qué se alimentarían muchas de las obsesiones humanas y trastornos mentales?
Sin el concepto de la culpa, tampoco tendrían sentido los rezos a ningún Dios, varón, que nos perdone por ser culpables, ni los bautizos, ni las comuniones, ni los cabezazos contra el muro de las lamentaciones, ni las limpiezas con arena… pero ese es otro asunto y, como se ha expresado desde un principio, para nada estos artículos tratan de manifestar rechazo explícito a ninguna cultura ni religión en concreto.
En el próximo artículo de esta serie, analizaremos el foco en el dolor y en el sufrimiento.
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