Hacer una aproximación a la salud mental desde la externalidad de quien no tiene conocimientos médicos puede resultar un terreno resbaladizo. Quizás sea este el motivo por el que la prensa suele tratar estos temas desde la asimilación de una serie de conceptos que se consideran incuestionables, a pesar de que los fundamentos teóricos de la psiquiatría han permutado diametralmente en las últimas décadas, y a pesar de que cada vez son más las voces autorizadas que plantean un cambio de paradigma en lo referido al bienestar emocional.
Lo que no admite discusión es el deplorable estado de la salud mental en el sistema público. Según un informe del Defensor del Pueblo, España tiene 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de los 18 de la media europea. Una de cada 10 personas mayores de 15 años ha sido diagnosticada con algún problema relacionado con la salud mental, una cifra muy elevada y del todo inasumible por una sanidad pública diezmada de recursos. En algunas comunidades autónomas, la media de espera para una cita supera los 3 meses, circunstancia que hace inviable el seguimiento de tratamientos continuados y que provoca la sustitución de los mismos por un abuso generalizado de fármacos.
11 personas se suicidan cada día y más de 200 lo intentan. España tiene 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de los 18 de la media europea
La consecuencia más dramática de este escenario de abandono institucional son las 11 personas que se suicidan cada día y las más de 200 que lo intentan. Además, el futuro más inmediato no es nada halagüeño, debido al impacto de la pandemia en el bienestar emocional de la población. Un sondeo realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas arroja que el 41,9 por ciento de los encuestados ha tenido problemas de sueño y más de la mitad -el 51,9- manifiesta sentirse "cansado o con pocas energías". Por su parte, el Consejo Nacional de Psicología alerta de que un 40 por ciento de los españoles tienen síntomas de depresión moderados o graves y que el 30 por ciento sufre problemas para controlar la ansiedad. Los insondables mecanismos de la neolengua, siempre dispuestos a modular el discurso público, se han apresurado a acuñar el término "fatiga pandémica", aunque algunos de sus síntomas (problemas en el trabajo, miedo al despido o bajos ingresos) pudieran tener mejor solución más allá de las cuatro paredes de la consulta de un especialista médico.
La psquiatrización del mal vivir.
"Lo que necesitan algunas personas que acuden a mí es un sindicato". Le pregunto a Guillermo Rendueles si se considera un psiquiatra disidente: "En algunas posiciones no sigo los protocolos habituales, así que supongo que sí, pero he trabajado durante muchos años en la sanidad pública sin ningún problema". El nombre de Guillermo se ha repetido de manera continuada durante el proceso de documentación de este reportaje, sobre todo en boca de los pacientes, que le consideran uno de los representantes de un modelo alternativo de atención psiquiátrica, menos biologicista y más centrado en el diálogo y la negociación.
Licenciado en Medicina por la Universidad de Salamanca y doctor por la de Sevilla, inició su trabajo en 1972 en el Hospital de Oviedo. Allí participó en una iniciativa para la transformación de la asistencia a los pacientes psiquiátricos, pero el proyecto se estrelló contra la negativa del régimen franquista. Con la llegada de la democracia siguió imbuido en los movimientos discrepantes, que culminaron con la formación de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, a cuya directiva ha pertenecido durante varios años. Ahora, a pesar de presumir de una edad meritoria para la jubilación, continúa atendiendo pacientes en Gijón, su ciudad natal, y responde a la llamada de este medio justo después de haber recibido a uno de ellos.
Como nos prometen que vivimos en un estado del bienestar se psiquiatriza cualquier problema, como los derivados del mal vivir
"La psiquiatría trata cada vez más cosas, porque su uso se ha extendido a todos los malestares que no caben en otras disciplinas. Como nos prometen que vivimos en un estado del bienestar se psiquiatriza cualquier problema, como los derivados del mal vivir o los provocados por circunstancias laborales, y todo ello sin que la psiquiatría haya inventado nada nuevo durante el último siglo". Apenas han transcurrido unos minutos de conversación y ya ha salido a relucir un término que puede resultar desconocido para el gran público, pero que está en el centro de las críticas de los profesionales y los pacientes combativos con el discurso oficialista. "La psiquiatrización es convertir en psiquiátrico un problema de índole social y darle una solución técnica, como pedir pastillas para remediar un conflicto laboral o porque no puedes dormir debido a que vives en una infravivienda".
España es el segundo país de la Unión Europea, solo por detrás de Portugal, con mayor consumo de psicofármacos. Más de 2 millones de personas toman ansiolíticos a diario, en ocasiones sin una correcta supervisión médica, y aunque se han demostrado resolutivos para el tratamiento de algunos síntomas, los especialistas advierten de que son insuficientes para atajar la raíz del problema. "Los psicofármacos son la mercancía ideal", asegura Guillermo. "Se puede recetar para todo, a pesar de que ninguna investigación ha conseguido demostrar su eficacia, porque no existen indicadores para los trastornos mentales. Cualquier otro malestar se diagnostica con un análisis o una radiografía, pero en psiquiatría se hace por referencias, con una especie de ojo clínico, como un artesano de principios del siglo pasado". Interrumpo a Guillermo para exponerle que sufro un trastorno de la ansiedad y que los fármacos me ayudan a mitigar ciertos malestares. "Te ayudan a dormir y te relajan, pero no consiguen tratar el problema de fondo, porque en el fondo no sabemos cuál es el verdadero problema". Entonces, ¿cuál es la alternativa? "Adolecemos de una incapacidad para gestionar la vida íntima y estamos sumidos en procesos de individualización donde se han abandonado por completo los espacios colectivos. Si tienes un problema en el trabajo prueba a organizarte con los compañeros, en lugar de buscar en la consulta de un psiquiatra ese espacio donde te sientas escuchado".
Guillermo habla de un concepto que resulta extraño para profanos en la materia como yo: abolir la psiquiatría. "Ojalá se pudiera, pero para eso sería necesaria una sociedad mucho más acogedora. Mientras tanto se puede optar por otros mecanismos menos patologizantes".
En este sentido hay varios ejemplos, como el de las casas de crisis en el Reino Unido, que sirven como alternativa a las hospitalizaciones. Las pacientes acuden voluntariamente y son atendidas con terapias no invasivas centradas en el aprendizaje, el diálogo y los cuidados.
En Bélgica dieron un paso más allá al desaconsejar el uso del DSM, el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría que se utiliza para identificar los trastornos mentales. El Consejo Superior de Salud belga considera que las categorías de diagnóstico carecen de validez y fiabilidad y refuerzan la idea de que los problemas de carácter psiquiátrico tienen una causa biomédica, a pesar de que "no existe evidencia científica sobre el origen neurobiológico de ningún trastorno mental".
En el año 2016, Noruega se convirtió en el primer país del mundo donde los centros psiquiátricos tienen la obligación de ofrecer tratamientos alternativos sin fármacos. El objetivo último es cederle cierta autonomía a los pacientes para que se empoderen como protagonistas en el transcurso de su sanación y evitar así las terapias coercitivas y los procesos de judicialización. Los detractores de esta corriente esgrimen que está impulsada por parámetros ideológicos, más que por evidencias científicas, y aseguran que prescindir de los fármacos es contraproducente para la recuperación.
"Lo ideal sería ir reduciendo la medicación al mínimo e incluso a cero, si es posible", apunta Guillermo, que además se posiciona contrario a las terapias donde se anula la autonomía del paciente: "El tratamiento tiene que ser negociado, eso es un principio de la bioética general. Hay que establecer una relación de diálogo y de confianza con el paciente para que se deje ayudar, de la misma forma que se hace con un enfermo de cáncer que no desea tratarse o con un testigo de Jehová que se niega a una transfusión sanguínea. Lo que sucede ahora es que el juez ordena una inyección de neuroléptico rectal todos los meses y si la persona no obedece le envían a la policía. Puede haber alguna excepción, pero en líneas generales, la judicialización de los tratamientos ha sido un desastre”.
Orgullo Loco, los "supervivientes" toman la palabra.
"Creo es muy elogiable que intenten reapropiarse de la gestión de la enfermedad para conseguir más autonomía desde la libertad y sin imposiciones". Guillermo Rendueles se muestra favorable a los colectivos de usuarios y ex usuarios de la psiquiatría que se han organizado para reivindicar otra concepción de la salud mental, inclusiva y respetuosa con los derechos humanos, y donde los pacientes sean protagonistas de su propio relato.
El movimiento Orgullo Loco surgió en los años 90 en Canadá y poco a poco se ha ido extendiendo por todo el mundo hasta desembarcar en España en 2018. El pasado 29 de mayo tuvo lugar la manifestación anual en diferentes ciudades del país, con especial afluencia en las grandes urbes como Madrid, a la que asistió Fátima Masoud, activista, y como ella misma se define: superviviente de la psiquiatría. "En las plantas de salud mental se ingresa involuntariamente a las personas, se les medicaliza forzosamente y se les ata a las camas. Es un sistema violento".

Las acusaciones de Fátima están refrendadas por Juan E. Méndez, abogado y Relator Especial de la ONU para la tortura, en un informe fechado en febrero de 2013 en el que califica los internamientos obligatorios, la falta de consentimiento informado, los tratamientos sin finalidad terapéutica, la denegación de paliativos contra el dolor o las sujeciones mecánicas -atar al paciente a la cama- como "graves violaciones de los derechos humanos" que son constitutivas de tortura "si existe una participación estatal e intención específica".
Le confieso a Fátima mis reservas respecto a ciertos términos de su discurso: ¿Orgullo loco? ¿Acaso estáis orgullosas de padecer una patología? Y ella resopla antes de responder: "Los homosexuales han resignificado los términos marica y bollera y es lo que hacemos nosotras con una palabra con la que se nos ha atacado y estigmatizado".
La conversación comienza siendo un tanto bronca cuando abordamos el mensaje de una pancarta que desfiló durante la manifestación del Orgullo Loco en Madrid, en la que se leía: "La enfermedad es una construcción social". Le pregunto a Fátima si las palpitaciones, las taquicardias, los mareos o los episodios de ceguera que puede sufrir una persona afectada por un trastorno de la ansiedad son una construcción social y, por tanto, carentes de sintomatología física. "Nosotras no negamos el sufrimiento, que por supuesto existe. Lo que decimos es que los determinantes sociales son claves. Si tuviéramos una vivienda y un trabajo digno, si tuviéramos cubiertas las necesidades materiales, seguramente tendríamos mucha menos ansiedad. Vivimos en un sistema capitalista que nos lleva al límite y donde la organización colectiva para luchar por nuestros derechos está muy debilitada".
Si tuviéramos una vivienda y un trabajo digno, si tuviéramos cubiertas las necesidades materiales, seguramente tendríamos mucha menos ansiedad
La teoría que defienden Fátima y sus compañeras no está muy alejada de los análisis sociológicos que inciden en la importancia que tienen las condiciones sociales, económicas y ambientales en nuestra forma de percibir y de ser percibidos por el mundo, y donde el tiempo que nos ha tocado vivir es otro elemento clave que marcará decididamente nuestra singladura vital. "La homosexualidad fue consideraba una enfermedad mental hasta los años 90 y la transexualidad hasta 2017. En el siglo XIX se estableció una patología llamada drapetomania, para los esclavos que se revelaban contra la opresión, y cuyo tratamiento consistía en la aplicación de latigazos. No podemos olvidar que la ciencia y la psiquiatría tienen mucho de ideología y en España está muy marcada por el franquismo y por la influencia de personajes como Vallejo Nájera o López-Ibor".
Fátima habla en segunda persona del plural, haciendo un discurso colectivo, como si de alguna forma tratase de recuperar las palabras que durante décadas les han sido hurtadas a los pacientes de la salud mental. Colectivos como Orgullo Loco reclaman ser los interlocutores de sus propias experiencias y denuncian la usurpación del discurso público por parte de terceros. "La Confederación Salud Mental España es el sujeto político con todos los partidos, pero está formado por familiares, no por pacientes. Las personas psiquiatrizadas no hemos tenido voz y eso debe terminarse. No vamos a parar hasta ser protagonistas de nuestra propia lucha".
Habla en segunda persona del plural, sí, pero en algunas formas delata un sufrimiento padecido en carne propia. Al otro lado del teléfono oigo cómo bebe agua a un ritmo que aumenta a medida que su relato se vuelve más visceral. Desde las tripas insiste en hacer hincapié en "los abusos" que se perpetran en las unidades de internamiento psiquiátrico y desgrana la rutina de las personas que están privadas de libertad por un diagnóstico médico. "No hacen nada durante todo el día. Les tienen en la cama, medicados y atados. Con suerte el psiquiatra pasa a verles 15 minutos".
En Orgullo Loco Madrid han creado una página web donde usuarios de la salud mental denuncian los abusos que han sufrido durante los internamientos forzosos. Especialmente alarmantes son los testimonios de los pacientes de la planta infanto-juvenil del Hospital General Universitario de Ciudad Real, que aseguran haber sido víctimas de todo tipo de prácticas contrarias a los derechos humanos y a la bioética médica. "Son niños y niñas, algunos de 10 años, a los que se encierra en una habitación y se les ata a la cama. ¿Cuál es el criterio sanitario que justifica este tipo de medidas?", se pregunta Fátima.
Andreas, una muerte por "mala praxis".
"Fuimos varias veces a urgencias porque tenía una fuerte amigdalitis y porque empezó a oír ruidos en su cabeza". Aitana es la hermana de Andreas Fernández, una joven de 26 años que falleció el 24 de abril de 2017 en una cama del Hospital Universitario Central de Asturias, donde había ingresado 4 días antes. La causa de la muerte fue una meningitis linfocitaria que derivó en una miocarditis, patologías para las que no recibió tratamiento alguno porque Andreas fue derivada a la unidad psiquiátrica. Aquellos "ruidos en la cabeza", provocados por la meningoencefalitis, y el antecedente genético de una madre diagnosticada de esquizofrenia fueron motivos suficientes para trasladar su caso a salud mental. "Ella había ido una temporada al psicológico por problemas de ansiedad, como otra mucha gente, pero nada más", asegura Aitana.
Andreas pasó 75 horas atada y sedada, sin posibilidad de que sus familiares pudieran visitarla
Andreas pasó 75 horas atada y sedada, sin posibilidad de que sus familiares pudieran visitarla. "Al ser un ingreso involuntario, la doctora me dijo que la tutela era del hospital". Cuando Aitana pudo finalmente ver a su hermana habían transcurrido 4 dias y el trágico final era ya irreversible. "Creo que me dejaron entrar para despedirme, porque ellos ya sabían que se iba a morir. Estaba pálida y con mucha fiebre. Les supliqué que la llevaran a la UCI y su respuesta fue: "Tu hermana es joven, tendrá que luchar". Pero su cuerpo llegó pasó el Rubicón y ahora es Aitana quien está inmersa en otra batalla, la judicial, para dilucidar responsabilidades.
Los forenses del juzgado emitieron un informe donde declararon que no hubo mala praxis por parte de los 7 médicos denunciados por la familia, pero 50 facultativos y profesionales sanitarios elaboraron de forma voluntaria un documento alternativo con unas conclusiones diametralmente opuestas.
La causa continúa judicializada en el Tribunal Constitucional con un recurso por violación de derechos humanos y de libertades, mientras que la doctora Beatriz Camporro, máxima responsable del caso de Andreas, fue ascendida poco después a jefa del servicio de urgencias y el por entonces director del hospital, Pablo Fernández, es hoy Consejero de Sanidad del Principado de Asturias. "Quiero creer que todo lo que estamos pasando, el sufrimiento emocional al que estamos siendo sometidos, no será en vano y se hará justicia".
Le pregunto a Aitana si cree que su hermana es una víctima de la psiquiatría: "Yo no puedo categorizar de esa forma. Mi hermana fue víctima de una mala praxis médica. De lo que estoy segura es que si no existieran esos protocolos psiquiátricos de ingresos involuntarios, sujeción mecánica y aislamiento de los familiares, mi hermana hoy estaría aquí", concluye.
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