El pasado día 15 de junio, el Parlamento de Hungría aprobó todo un paquete legislativo que prohibía la “promoción de la sexualidad y la reasignación de género”. Entre las polémicas medidas están la prohibición de talleres educacionales que aborden la homosexualidad en los colegios, anuncios publicitarios donde se muestren relaciones de tipo amoroso entre personas del mismo sexo e incluso abre una batalla cultural contra películas o series en las que aparezcan personajes o relaciones homosexuales.
El mismo día en que se aprobaba esta ley, Hungría se enfrentaba a Portugal en la Eurocopa. Comenzaba el terremoto futbolístico. Péter Gulácsi, portero de la selección húngara, posteaba en sus redes sociales un mensaje crítico al Gobierno: “Todos tienen derecho a la igualdad. Así como todo niño tiene derecho a crecer en una familia feliz, se forme esa familia con cualquier número de personas, de cualquier género, de cualquier color o de cualquier religión. ¡Apoyo a las familias arcoíris!, hablemos contra el odio, seamos más receptivos y más abiertos”.
Y la polémica saltó a la frontera alemana: otro portero, el capitán de la selección germana Manuel Neuer, lució un brazalete arcoíris durante los partidos de la primera fase. UEFA abrió una investigación para aclarar por qué no había llevado el brazalete oficial de la competición y todo quedó en nada. Hasta que se puso fecha y lugar al enfrentamiento entre las dos selecciones, Alemania y Hungría, 23 de junio, 21:00, Allianz Arena, un estadio emblemático que -al igual que otros muchos estadios europeos, como San Mamés- utiliza su iluminación exterior para alumbrar diferentes causas. Y en esta ocasión, la Deutscher Fussball-Bund (Federación Alemana de Fútbol) tenía claro el motivo: anunció la proyección de la bandera arcoíris en el enfrentamiento de su selección contra la del país que pretendía pisotear los derechos LGTB.
UEFA negó la petición de la DFB, amparándose en su neutralidad política y religiosa, y estallaron las protestas de clubes, un sector de los aficionados y la práctica totalidad de la sociedad europea. Posicionar a Hungría como el ofendido ante la protesta por una ley que vulnera los derechos de sus ciudadanos y ataca al colectivo LGTB no se asumió como una decisión especialmente neutral.
Posicionar a Hungría como el ofendido ante la protesta por una ley que vulnera los derechos de sus ciudadanos y ataca al colectivo LGTB no se asumió como una decisión especialmente neutral
La Eurocopa de 2021 es la edición más politizada hasta la fecha. Protestas frente al racismo y la homofobia, que se unen a las anteriores contra el machismo en el fútbol pregonadas por FIFA, y que asumen el código de valores éticos de los organismos internacional y europeo que rigen el fútbol. Los lemas de esta edición son el RESPECT y el EQUALGAME, ¿han de quedarse solo en lemas? ¿Se está promoviendo un cambio real en el fútbol cuando se frenan las campañas de inclusión? ¿Dónde queda la visibilidad cuando se habla del negocio? ¿Por qué los futbolistas guardan silencio cuando se ataca la libertad de sus hinchas?
EL CAMBIO SOCIAL
El fútbol, masculino y heterosexual por tradición, se ha visto envuelto en una revolución social en los últimos años a la que no ha sabido entrar en velocidad. La expansión del fútbol femenino, las protestas antirracistas de la liga inglesa por el bloqueo a los entrenadores BAME (Black, asian and minority ethnies) en la Premier League y ahora la puesta en escena del apoyo al colectivo LGTB empiezan a cuestionar la hegemonía del aficionado que lleva más de un siglo en un entorno machista cerrado, con grupos ultras neonazis llenando gradas de toda Europa y en el que los futbolistas que no son blancos son insultados, y si no son heterosexuales, silenciados. El fútbol tradicional muere y algunos se resisten a dar la bienvenida al nuevo.
El caso de la homofobia en el fútbol, negada hasta el extremo, es especialmente significativo. Hay 265 millones de futbolistas en el mundo y el número de ellos que ha dado el paso de salir del armario es insignificante. Albin Ekdal, futbolista de la Sampdoria que ha denunciado en varias ocasiones la homofobia en el fútbol, se preguntaba apenas hace unos meses: “¿Qué clase de sociedad somos si un chico joven no puede seguir su sueño de convertirse en futbolista por su orientación sexual?”
Hay 265 millones de futbolistas en el mundo y el número de ellos que ha dado el paso de salir del armario es insignificante
Los motivos por los que un futbolista no habla abiertamente de su orientación van desde el miedo a la pérdida de patrocinadores que no quieren vincular su marca al colectivo LGTB, el rechazo de la hinchada o del propio vestuario. Thomas Meunier, centrocampista del Borussia de Dortmund, lo resumía así en rueda de prensa este mismo martes: "Conozco a jugadores que rechazarían jugar con algunos que hubieran salido del armario. Es espantoso. Estamos en el Siglo XXI. Las ideas medievales ya tuvieron su tiempo. Es lamentable lo que está sucediendo con la UEFA en este momento" y finalizaba: "Desaconsejaría a los futbolistas homosexuales salir del armario porque la gente es estúpida".
SEPARAR EL FÚTBOL DE LA HOMOFOBIA
Sin embargo, el oscurantismo del fútbol de élite masculino tiene su contrapartida en el femenino. Las mismas futbolistas que llegaron para decir que este deporte no es solo de hombres, también rompen moldes frente al fútbol heterosexual. Y lo hacen con normalidad, viviendo y compartiendo su vida con los aficionados a través de redes sociales y declaraciones.
Esta misma semana, Irene Paredes, capitana de la Selección Española de Fútbol, compartía en Instagram las fotos de su boda con Lucía Ybarra, exjugadora de Hockey. El 20 de abril publicaba también la ecografía del que será su primer hijo. En el documental 'Un sueño Real' sobre la transformación del CD Tacón en Real Madrid, la defensa alemana Peter Babett presentaba a su pareja, Ella Massar y hablaba con tranquilidad de su convivencia. Con la misma naturalidad con la que cualquier futbolista hombre nos presenta a su esposa diariamente. El beso entre Pernille Harder y Magda Eriksson tras un partido de la selección sueca en el pasado Mundial de Francia se hizo viral, aplaudido por millones de aficionados y futbolistas que veían cómo su realidad se representaba en un sencillo y habitual gesto. ¿Por qué está el fútbol femenino a años luz del masculino en este aspecto?
Principalmente, porque la masculinidad tóxica está prácticamente ausente en el fútbol femenino. El machismo, la homofobia, incluso el racismo, no tienen cabida en este deporte. Al fútbol femenino le ha costado 20 años ganar en el campo lo que se le quitó en los despachos durante más de un siglo. Y la lucha por conquistar los derechos que le fueron arrebatados por leyes que prohibían a las mujeres la práctica del fútbol por “antinatural”, hace incompatible la discriminación por género, etnia o condición sexual en el entorno deportivo.
La masculinidad tóxica está prácticamente ausente en el fútbol femenino. El machismo, la homofobia, incluso el racismo, no tienen cabida en este deporte
Por otra parte, esa explosión tan reciente del fútbol femenino, trajo consigo la desaparición de ese miedo que tiene el futbolista hombre a la pérdida de patrocinadores o al rechazo de la hinchada. No se puede temer perder aquello que no se conoce. Las marcas que entran ahora a patrocinar a futbolistas o equipos de fútbol femenino lo hacen a sabiendas de la lucha social y los valores que promueven. Los millones de aficionados que conocen el fútbol femenino entran en un entorno seguro en el que sabe que no serán cuestionados ni deben cuestionar.
REFERENTES
El fútbol, un deporte universal que se juega en la aldea más pequeña y en la ciudad más grande del planeta, ha de ser de forma inexcusable un reflejo de la sociedad. Y la sociedad plural está falta de referentes.
El mensaje que debe transmitir el fútbol, como así rezan los códigos éticos de FIFA y UEFA, es el de que cualquier niño o niña, independientemente de su procedencia o condición, puede llegar a ser futbolista de élite. Y ese camino debe afianzarse desde el respeto, la tolerancia y la solidaridad.
Cuando un futbolista gay habla abiertamente de su homosexualidad, no está publicitando su privacidad. Está rompiendo una lanza en favor de todos aquellos niños y niñas homosexuales que viven con miedo al rechazo, y le está dando la esperanza de llegar a la élite en un escenario mejor que el que él encontró. Está construyendo un futuro inclusivo.
Cuando un equipo o federación muestra su apoyo al colectivo a través de la publicación de una bandera arcoíris en redes sociales, se está enfrentando a esa parte de la grada que pretende acotar el fútbol y negar la participación en él a otros hinchas. Recibirán mensajes de odio, amenazas, insultos a sus jugadores, pero demostrarán así su fuerza a favor del cambio. Porque el cambio, por mucho que algunos se nieguen a verlo, es ya imparable. El fútbol ya no es masculino y heterosexual.
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