Se ha ido Julio Anguita y, con él, se muere el líder indiscutible del comunismo español. La figura referente que inspiró a muchos a involucrarse en política, entrar a militar al Partido Comunista de España (PCE) y sus variantes en los distintos territorios del Estado, o en Izquierda Unida (IU). Todos los comunistas del Estado, tengamos carné o no en la actualidad, nos sentimos huérfanos ante el vacío que deja.
Su presencia circunspecta, su seriedad carismática y su distancia de toda pose e histrionismo son insustituibles. Esa elegancia de quien es un ser humano esencial, consciente de su papel histórico y político, de la responsabilidad moral asociada a su liderazgo, de quien no quiere ser el centro del debate sino un medio para la transformación social de los suyos, pero con los suyos, tiene un difícil relevo. Anguita consiguió lo que pocos líderes comunistas han logrado, ser respetado tanto por seguidores como por adversarios políticos. Quizás porque Anguita personificó, como nadie, la indisolubilidad de la ética y la política. Algo tan poco frecuente en la política actual, sea en el Estado español, sea en el resto del mundo. Julio Anguita nos mostraba, con más hechos que palabras, que detrás de todo proyecto político, detrás de todo programa, hay un conjunto de ideas que remiten a cómo una sociedad tiene que organizarse y cómo la riqueza debe repartirse. Y optar por pensar en individual o en colectivo conecta con valores éticos profundos, tan ausentes del accionar cotidiano, público y privado, de muchos que incluso se atreven a autodenominarse anticapitalistas, de izquierdas o comunistas. Anguita era nuestro espejo, ese que con su comportamiento nos mostraba el cinismo de quienes disocian discurso y praxis. Vivir con el anticapitalismo en la boca, pero con el capitalismo en la mente. El mismo cinismo de quienes lo alabarán en su muerte, pero lo despreciaron o ridiculizaron en vida porque, como él mismo dijo, su ejemplo era incómodo para quienes se escudan en el mantra de “todos los políticos son iguales”.
Anguita consiguió lo que pocos líderes comunistas han logrado, ser respetado tanto por seguidores como por adversarios políticos
Y, no, Anguita no era igual que todos los políticos. Su pensamiento, comunista, cristiano, republicano, anarquista y, sobre todo, libre e insobornable, fue precursor y rompió moldes. En tiempos en que detectamos un comunismo conservador que mira más a las esencias del pasado quizás por miedo al presente y al futuro, es bueno recordar que Anguita vio siempre más allá, sin dejar de ser un “clásico”, como él se definió para distinguirse de los oportunistas “renovadores” que, bajo un discurso de modernización de las ideas, escondían la voluntad de medrar en las instituciones del sistema. El pensamiento de Anguita, que algunos tildaron despectivamente de “quijotesco”, mostró antes que nadie los peligros de la Europa del capital. Denunció la hipocresía del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), al que seguía votando mayoritariamente la clase obrera, incluso aquella que admiraba a Anguita y le daba la razón, bajo el pretexto del “voto útil”. Anguita tenía razón, sí, pero la inercia, el miedo o la mediocridad, quién sabe en qué medida y combinación, lo convertían en un líder más valorado que votado. Pese haber conseguido llevar a IU a sus máximos históricos electorales en 1996, a dos escaños de los 23 que obtuvo el PCE en 1979, la sociedad española fue cicatera con un líder que ofrecía honradez en tiempos de corrupción. Un líder que supo alertar sin caer en la condescendencia y que responsabilizaba también al pueblo de sus decisiones, porque Julio hablaba claro, sin medias tintas. Una manera muy alejada de esa izquierda que hoy no se atreve a criticar a los sectores lumpen de la clase obrera o dice tener gustos populares para tapar su complejo de culpa por no venir de abajo. Esos que nos quieren vender que lo mejor para ser de izquierda es demostrar que te pareces a lo que supuestamente es el pueblo sin cuestionar si ese pueblo está alienado por el sistema capitalista, por no decir sin entender que el papel de un liderazgo político no es simplemente reflejar la supuesta voluntad o gustos de las masas sino servir para su emancipación. La diferencia entre la política márketing que detestaba Julio y la política como proyecto humano colectivo para la propia liberación, tal y como la entendía él.
Una manera muy alejada de esa izquierda que hoy no se atreve a criticar a los sectores lumpen de la clase obrera o dice tener gustos populares para tapar su complejo de culpa por no venir de abajo
Como no podía ser de otra manera, tratándose de un dirigente comunista, hubo momentos en que tuvo oposición dentro del partido, y no sólo de los sectores más reformistas. La crítica es parte consustancial de la tradición comunista, aunque algunos prefieran hacer caricaturas sobre el dogmatismo, el pensamiento monolítico y un supuesto acriticismo de la cultura comunista. Nada más lejos de la realidad, otra cosa es que no siempre se haya resuelto de la mejor manera. En todo caso, la existencia de inquisidores de la fe comunista que empañan proyectos colectivos con sus trayectorias personales nunca podrá opacar los grandes principios e ideas que mueven a los revolucionarios. Esos valores compartidos que guían el hilo rojo de la lucha de clases, común a todos los que nos identificamos con las luchas de nuestros camaradas en cualquier momento histórico y cualquier parte del mundo. Esos ejemplos remotos o contemporáneos, a veces contradictorios, sí, pero que son legados que nos marcan el camino más allá de todo sectarismo.
No me corresponde a mí glosar la figura personal y más íntima de Julio Anguita porque nunca lo traté en persona. Estuvimos cerca pero su carácter y mi prudencia se conjugaron para que no llegáramos a cruzar palabra, aunque sí miradas y la suya, debo decir, era especialmente fulminante. Sólo quiero contar una pequeña anécdota de la última vez que nuestras presencias físicas se cruzaron en el espacio-tiempo. Fue en Vallecas, en septiembre de 2018, en las Fiestas del PCE. Yo me encontraba con mi amiga Homera Rosetti, autora de Panrico, la huelga más larga. Habíamos ido juntas a las fiestas desde Barcelona. Ella para presentar su libro, yo para hablar de la clase obrera. Esa tarde entramos sin dudar a la carpa donde Anguita presentaba un libro con otras compañeras y compañeros. Julio hablaba ante un auditorio lleno a rebosar, el calor era asfixiante y salimos todos un poco agobiados del recinto, me atrevería a decir que Anguita también. Homera y yo nos encontramos con Juan Andrade, el autor de Atraco a la memoria la larga y documentada entrevista a Julio Anguita publicada en forma de libro, y de Tomás Rodríguez Torrellas, editor de Akal, amigo también de Julio. Tomás sabía de mis ganas de saludar a Anguita (mi amiga ya había tenido la suerte de tratarlo y compartir cenas con él) y yo quería que me lo presentara. Quería agradecerle, especialmente, que hubiera elegido el libro que Nega y yo publicamos en Akal, La clase obrera no va al paraíso, para un debate que se había organizado en junio de 2017 con chavales de institutos de toda España. Sí, Julio Anguita, el líder indiscutible del comunismo español, el referente moral de la izquierda transformadora, se tomaba el tiempo en su jubilación para ir a actos de debate con chavales. En este caso, en un instituto cordobés, el IES Maimónides, a propuesta del profesor Rafael Robles que organizó un debate sobre “Globalización y Derechos Humanos”. Un debate en el que cada una de las partes proponía un libro a los alumnos seleccionados de varios institutos de toda España. Julio, para nuestra sorpresa y orgullo, eligió el libro de Nega y mío. Su contrincante, Santiago Navajas, uno de Xavier Sala i Martín Economía liberal. La noche y el día. Era el 2 de junio de 2017 y Julio Anguita dio una lección magistral a todos esos adolescentes. Yo lo seguí desde mi casa en Ciudad de México, maravillada por que ese referente, al que no conocía personalmente más allá de haberlo visto de lejos en alguna fiesta del PCE o en alguna presentación de libro, se hubiera leído nuestro trabajo y lo hubiera considerado digno de recomendación. Pues bien, esa tarde de septiembre de 2018 en Vallecas, ni Tomás ni Juan, pese a la confianza con él, ni mucho menos Homera ni yo, osamos finalmente abordar a Julio tras su charla. Fue tal la cantidad de personas que se abalanzaron sobre él, diciéndole cosas, zarandeándolo, mientras para nosotros era evidente su cara de sofoco y su rictus medio disimulado de agobio ante alguna camarada que lo trataba como si fuera un Messi cualquiera, que optamos por un lánguido “Hola” y poco más. Nunca le pude agradecer en persona ese detalle que para quien se considera una militante de base, como yo, fue uno de los mayores reconocimientos que se puede recibir. Tantas cosas quedan pendientes con su muerte y no sólo pequeños sueños personales como presentar con él y Nega La clase obrera no va al paraíso en Córdoba, sino sobre todo anhelos colectivos…
Una pandemia que sólo se podrá combatir si la humanidad comienza a entender que el interés colectivo debe primar sobre el interés individual y que nadie se puede salvar solo
Por desgracia, el fallecimiento de Julio Anguita se suma al de otros históricos del partido que también nos han dejado estos días: Albert Escofet o Susana López. Caprichos del destino, Julio fue una de las personas que llamó a la familia Escofet para dar su pésame hace apenas unas semanas. Este año 2020 se está llevando a algunos de los mejores y Julio destacaba entre ellos, sin duda. Pero también se está llevando a toda una generación a causa de una pandemia que sólo se podrá combatir si la humanidad comienza a entender que el interés colectivo debe primar sobre el interés individual y que nadie se puede salvar solo. Ni en una pandemia ni en el capitalismo. Para eso, debemos transformar la realidad, retomar la defensa abierta y orgullosa del comunismo como horizonte a construir, para seguir el legado que Julio, Albert y tantos comunistas anónimos, militantes incansables y abnegados, nos han dejado de ejemplo. Ojalá nuestra generación esté a la altura de las circunstancias y pueda cumplir algunos de los sueños compartidos por los parias de la tierra desde tiempos inmemoriales. Se lo debemos a ellos, nos lo debemos a nosotros y a la humanidad entera. Gracias, Julio, por mostrarnos el camino con la consecuencia de tu vida y obra.
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