Julio Anguita, el maestro que nos dejó hace un año, iba diez pasos por delante. Como bien glosó entonces mi admirado Antonio Maíllo, el valor esencial de Julio era el profético, adelantarse a lo que iba a suceder.
Julio Anguita, el maestro que nos dejó hace un año, iba diez pasos por delante. Como bien glosó entonces mi admirado Antonio Maíllo, el valor esencial de Julio era el profético, adelantarse a lo que iba a suceder.
Y muchas y muchos crecimos políticamente escuchando análisis trabajados colectivamente por personas de Izquierda Unida y del Partido Comunista de España y que Julio defendió públicamente sin descanso.
Memorable fue su oposición frontal en septiembre de 1992 en la Fiesta del PCE a la rúbrica del Tratado de Maastricht anunciando la consolidación de una Europa de los Mercaderes a la que le sobraba la cohesión social, que se superponía como una armadura sobre la Constitución y que limitaría en el futuro veleidades como las aprobadas en el artículo 128 de la misma.
Pero, ¿qué se creen estos rojos?
¿Toda la riqueza del país subordinada al interés general?
Para echarle agua al vino de los derechos económicos y sociales venía bien la Unión Europea y en Maastricht se apuntaló la creación del Banco Central Europeo y la futura moneda única, el euro.
No. Julio Anguita no era contrario a la unidad de los pueblos de Europa. De hecho, en su opinión la construcción de Europa "debía consumarse en una unidad política que vaya desde el Atlántico hasta los Urales". De lo que era ferviente enemigo era del capitalismo. Y precisamente por eso, profetizaba que si la construcción de la Unión comenzaba por la moneda única sin que hubiese un proceso previo de armonización e igualación en el ámbito laboral y en el fiscal entre los países de la Unión enriquecidos y los empobrecidos de la periferia, estaba condenada al fracaso.
Porque Europa posee ingentes medios humanos, científicos y tecnológicos que permitirían garantizar el pleno empleo y unos servicios públicos de calidad. Había alternativa y pasaba por poner los recursos económicos al servicio de la mayoría. Pero eso obliga a subordinar los intereses de las élites que, aun siendo una minoría, explotan a la mayoría de la población que está obligada a vender su capacidad de trabajar, a cambio de un salario, en muchas ocasiones en condiciones de máxima precariedad. Articular la Unión Europea según los criterios de estas élites, no podía traer otro resultado que el que hemos sufrido en nuestras propias carnes. No tenemos crisis por escasez de medios sino porque la clase dominante que posee las principales fuerzas productivas y la riqueza de la sociedad, las emplean para acrecentar su fortuna y no para atender las necesidades la mayoría.
Así funciona el sistema capitalista.
No hacía Julio otra cosa que leer en los posos del café algo evidente para quien estudie el funcionamiento del capitalismo y es que sólo tiene como objetivo el máximo beneficio privado
No hacía Julio otra cosa que leer en los posos del café algo evidente para quien estudie el funcionamiento del capitalismo y es que sólo tiene como objetivo el máximo beneficio privado. Al capitalismo no podemos exigirle que nos ofrezca reducción de las desigualdades sociales, cooperación entre los pueblos, protección del medio ambiente, internacionalismo y democracia plena. No está para eso. Su función es acumular la máxima ganancia explotando a los asalariados y los recursos naturales, y su consecuencia natural son las desigualdades.
Y ese proceso de acumulación, maravilloso para la minoría que está en la cúspide, es un desastre para la mayoría de la sociedad. Más de una vez le escucharíais recordar aquello que ha repetido el multimillonario Warren Buffet: "Claro que hay una lucha de clases. Es mi clase la que la está librando… y la estamos ganando".
Y el Tratado de Maastricht no era el principio. Pero marcó un punto de inflexión en esa construcción europea que todavía hoy estamos pagando. Por eso tiene tanto valor que recordemos que Julio Anguita no se plegó a los mensajes de los de siempre que auguran que no entrar por el aro era el caos. ¿Cuántas veces no habremos escuchado en la izquierda eso de escoger el mal menor? Habitualmente cuando nos intentan vender esa máxima, terminamos olvidando que supone escoger el mal.
Pero Julio no tragó y se puso en el lado de los "perdedores" y de los "gruñones" defendiendo que, si la vía para acceder a la moneda única era la de privatizar las empresas públicas para cumplir los objetivos de déficit, lo pagaríamos carísimo. Y nadie podrá decir hoy que fue rentable para la mayoría social regalar Telefónica, Argentaria o Endesa… o jibarizar el débil Estado Social para cumplir las exigencias de estabilidad o poner las bases de la devaluación salarial, que en la penúltima crisis ha sido el instrumento utilizado para recuperar la rentabilidad del empresariado de este país.
Especial clarividencia la que mostró con el rechazo frontal a la, tan cacareada como falsa, independencia del Banco Central Europeo. Porque claro que este organismo es ajeno a cualquier control democrático, pero es absolutamente servil con los intereses de la banca. Nos ha salido carísimo la opción adoptada. Si durante los últimos 20 años, España hubiera podido acceder en las mismas condiciones que las entidades bancarias a la financiación concesional que les da el BCE, nos habríamos ahorrado 313.000 millones de euros que es, ni más ni menos que el 1,57% del PIB acumulado y supone el 26% de la deuda pública total que tenían las Administraciones Públicas a final de 2019 antes de la pandemia. Ese sería el resultado de haber tenido un coste medio de nuestra deuda del 2,16% en vez del que hemos tenido del 4,01%. Cada año más de 33.000 millones de euros se escapan de las arcas públicas sin que, los que tildaban de visionario a Julio, reconozcan el impacto que para las cuentas públicas tiene que se prohíba al BCE financiar directamente a los países. Pero que no se inquiete nadie. El dinero público "no se ha perdido". Ha pasado a otras manos. En concreto ha enriquecido todavía más a los ejecutivos de las entidades, a los grandes accionistas de las entidades bancarias y a quienes se hacen de oro especulando con la deuda pública.
El problema no es que haya un Banco Central Europeo. El problema es en manos de quién está y al servicio de quién trabaja.
Las crisis, las desigualdades que existen entre las naciones de la UE y, sobre todo, entre las clases sociales, no nacen con la moneda única sino que la han acompañado
Igual ocurre con el euro. El euro puede acelerar las crisis tanto como antes los auges, pero no crea ni unas ni otros. Las crisis, las desigualdades que existen entre las naciones de la UE y, sobre todo, entre las clases sociales, no nacen con la moneda única sino que la han acompañado desde que se creó la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) en los años 50 del pasado siglo, porque son inherentes al capitalismo.
Por eso, debemos tener claro que nuestros problemas no radican en la existencia de una moneda común europea ni, por tanto, la solución se encontrará en abandonarla. Culpar de la actual crisis al euro es tan absurdo como responsabilizar a las viviendas de las burbujas inmobiliarias. Como Julio Anguita denunció repetidamente, jamás tuvo la clase trabajadora soberanía económica con las monedas nacionales. Solemos decir algunos de sus aprendices que cuando el Gobernador del Banco de España devaluaba la peseta, no lo consultaba con los sindicatos de clase y tampoco no nos llamaba a los rojos para preguntar. Jamás tuvo el pueblo soberanía monetaria con la peseta y sigue sin tenerla con el euro.
Porque el problema no es la moneda única. Ni dentro ni fuera del euro hay solución para los trabajadores y las trabajadoras. La solución pasa por superar el capitalismo y sería bueno que hiciésemos pedagogía como Julio, indicando a nuestra gente que no hay atajos. Que este sistema muere de éxito y que las crisis son consecuencia precisamente de eso, del éxito de los procesos de acumulación y que para poder recuperar el aliento y volver a crecer, precisa de la destrucción de parte de lo acumulado y la exacerbación de la precariedad de la clase trabajadora.
Y que superar la situación no pasa por encerrarse en nuestras fronteras. Existe una imperiosa necesidad de unidad de los países y pueblos que componen Europa para la planificación conjunta de sus recursos económicos. Es decir, se impone un frente común con las trabajadoras y los trabajadores de los países de la periferia de Europa. Solo así hay futuro.
Julio Anguita hablaba hace treinta años de lo que ahora estamos sufriendo con una construcción europea que asfixia a la mayoría social. Yo no quiero que, todo lo que clamaba en estos cinco últimos años el maestro, se convierta en profecía.
Organicémonos para que no ocurra. Julio no tiene por qué volver a acertar.
Carlos Sánchez Mato es responsable de elaboración programática de Izquierda Unida y profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid.
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