Hoy, cuando las calles de los suburbios vuelven a arder, me gustaría hablar de los "cero-uno".
Aunque sea un acontecimiento del pasado y, sin embargo, esté muy presente estos días en Mantes o Vénissieux.
Aunque todavía me duela un poco.
Eran los años 60 y 70. El crecimiento económico estaba en pleno apogeo, los salarios se disparaban y la industria necesitaba mano de obra. La patronal exigió una política de inmigración masiva, que debía consagrarse en la Planificación francesa. Así pues, el VI Plan y el VII Plan optaron por esta solución para reducir el aumento de los sueldos. Renault, Peugeot, Citroën, Talbot… todas las grandes empresas del sector automovilístico recorrieron el Magreb para contratar trabajadores.
Renault, Peugeot, Citroën, Talbot… todas las grandes empresas del sector automovilístico recorrieron el Magreb para contratar trabajadores
Cuando empecé en el periodismo hice el seguimiento de las grandes huelgas de la industria automotriz de 1982 y 1983. Por las noches, en las fábricas ocupadas, todos me contaban la misma historia: la empresa automovilística llegaba al pueblo, montaba casas prefabricadas en una esquina y plantaba césped delante de ellas, con un camino de grava que las unía. Y los jóvenes iban de cabeza. Tenían entre 18 y 20 años. Soñaban con salir de su agujero, soñaban con la canción 'Salut les copains', con música y con chicas. Y con un futuro distinto al que les esperaba en los campos rocosos de un pueblucho sofocante.
Cuando llegaban, les medían y les pesaban. Les miraban los dientes, separándoles los labios con el pulgar y el índice. Los jóvenes sabían que era una técnica que usaban con los caballos y no les gustaba, pero querían irse de allí. Me dijeron que también les miraban las manos: si las tenían demasiado limpias o lisas eran rechazados. Por eso, al salir, se lo decían al siguiente que, antes de entrar, se hería las manos con gravilla hasta que sangraban. Finalmente, les preguntaban su fecha de nacimiento. Por lo general no había registro civil en el pueblo. Solo sabían el año. Lo decían tímidamente. "Pero, ¿qué día?", insistía el médico, pero ellos repetían el año. Entonces el médico, cansado, le decía a la secretaria: "Vale, apúntalo como cero-uno/cero-uno". El 1 de enero del año indicado. Sus papeles llevarían siempre esa fecha de nacimiento.
Si queremos saber dónde están los suburbios que arden estos días, solo hay que averiguar cuántos de los abuelos de quienes les prenden fuego son "cero-uno".
Cuando llegaron a Francia fueron alojados en barrios de chabolas, donde los niños se hacían pis encima por la noche, porque ir al baño significaba salir al barro con las ratas. Después, cuando los barrios de chabolas fueron arrasados, los trasladaron a los albergues de Sonacotra. Los crearon en aquella época, lejos del centro de la ciudad, porque tras la guerra de Argelia, estas poblaciones se consideraban "peligrosas". Luego, en las ciudades, también estaban lejos de todo. Así me lo contaron. Les hicieron trabajar en Flins, Mantes, Berliet y Vénissieux. La situación era mejor en Renault. En Peugeot, Citroën y Talbot el racismo estaba institucionalizado. Tenían que llevar regalos al capataz cuando volvían de las vacaciones. Y la humillación era la norma.
Si queremos saber dónde están los suburbios que arden estos días, solo hay que averiguar cuántos de los abuelos de quienes les pegan fuego son "cero-uno"
Akka Ghazi, líder de la CGT en la Citroën de Aulnay, me contó su historia en 1983. Era un coronel del ejército que había huido de Marruecos por razones políticas. No era un "cero-uno", pero como tenía fama de intelectual, sus superiores le obligaban a subirse a una máquina, delante de todos, y a tocar la flauta para ellos. En 1982 se pusieron en huelga, a pesar de la CGT "blanca". Se la llamó la "primavera de la dignidad". En 1984 fueron despedidos con expedientes de regulación de empleo que afectaron a miles de personas. Todo ello en nombre de la "modernización" de la que alardeaba el gobierno de Laurent Fabius. Por lo general, los "cero-uno" no volvieron a encontrar trabajo. Se quedaron su vivienda social y han perdido el estatus frente a sus hijos.
Recuerdo que en 1994, durante las huelgas contra el CIP, "bandas de alborotadores" lo destruyeron todo en la plaza Bellecour de Lyon. "Bandas de alborotadores", así fue el titular de la TF1 durante semenas en su telediario de las 20:00h. Como reportero del diario Libération, me propuse averiguar quiénes eran esos "alborotadores". Tuve que dejar que los antidisturbios me apalearan varias veces y tuve que pelearme con algunos de los "grandes" alborotadores para que los jóvenes me aceptaran. Pero, al final, me pude unir a una banda y seguirlos durante varios días.
A veces tenía problemas porque ellos corrían rápido, rompían escaparates... y yo era mayor. Pero por la noche, en lo alto de las oscuras escaleras de Vénissieux, mientras fumaban canutos, me hablaban en voz baja. Excepto uno, que se hacía llamar Rachid para encajar. En realidad, era de origen normando y se llamaba André. Estos seis chicos y dos chicas eran chavales simpáticos, pero tenían una rabia en el estómago que no sabían analizar. Una de las primeras cosas que me dijeron fue: "Somos hijos de cero-uno". Lo decían con desprecio hacia sus padres, que ni siquiera sabían su fecha de nacimiento. Pero, a la vez, les tenían mucho respeto. El peor de los alborotadores me dijo: "Nunca me atrevería a fumar delante de mi padre". Tenían un deseo inconsciente de vengar el exilio y los sueños humillados de sus padres.
Estos seis chicos y dos chicas eran chavales simpáticos, pero tenían una rabia en el estómago que no sabían analizar
Les leí el artículo antes de lanzarlo. No estaban de acuerdo con algunas cosas, pero no se sintieron traicionados, así que lo publiqué. De los ocho miembros de la banda, dos murieron. Otros dos fueron a prisión y tuvieron una vida problemática hasta que se casaron. Las dos chicas, quizás a raíz de mi reportaje, se hicieron periodistas y se dedican a la radio en el Magreb. No tengo noticias del resto. Puede que también tengan hijos, que ahora toman las calles por la noche con una rabia que no quieren analizar. Porque por la noche, quizá, todavía está en el aire esa vieja historia: las casas prefabricadas en el pueblo, los sueños de música y chicas, la gravilla y el gesto del pulgar y el índice para ver los dientes.
En mi artículo de 1994 sobre los "alborotadores", también señalé que eran hijos de "cero-uno". Cuando se lo leí se avergonzaron un poco y me pidieron que lo quitara. Al final me dijeron: "No, déjalo. Es importante". Así que, no sé por qué, pero hoy vuelvo a repetirlo.
Traducción del francés por Vanessa Meseguer.
Ayúdanos a resistir
En Kamchatka rechazamos frontalmente los discursos de odio que colisionan con los derechos intrínsecos a cualquier ser humano. No todos las ideas son válidas ni respetables cuando se utilizan como un arma arrojadiza contra la convivencia y la igualdad. Aquí solo encontrarás opiniones en consonancia con los principios básicos de una sociedad libre y democrática. Apoya el pensamiento crítico desde 5 euros al mes.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.