Debo reconocer que me sorprendió el contenido político de la película de Barbie, que mis prejuicios me llevaban a predecir que sería más superficial y escueto. Nada más lejos de la realidad. Creo que su excelencia descansa más en la presentación del debate que en su resolución, aunque no debería coger a nadie desprevenido que la producción de Mattel actúe de troyano del consumismo y un capitalismo rosa que ha aprendido a camuflar mejor el patriarcado. Activo la alerta de spoilers y explico por qué sostengo esto.
La película aterriza el conflicto entre la realidad y el deseo promovido por la cultura del consumo -mundo de las ideas que cristaliza en Barbieland-. En este conflicto profundizó la Escuela de Frankfurt, que lo asociaba al vacío existencial, la insatisfacción, la alienación y la desconexión con el verdadero "yo" de las personas, es decir, con su identidad. El planteamiento parte del vacío de una vida en la que solo hay fiesta y diversión.
Esta tensión se manifiesta cuando Barbie piensa en la muerte, lo que se muestra como una herejía para la superfluidad consumista -Greta Thunberg ha tenido la habilidad de estrenarse en TikTok sustituyendo la muerte por las repercusiones ecológicas-. En Barbieland apreciamos un desmedido culto del consumismo capitalista a la juventud y la belleza, a lo tangible y lo cuantificable, a la distracción frente a la reflexión, y al placer superficial e instantáneo, hasta el punto de desconectarnos de los pensamientos negativos y la muerte. Un mundo toki pona, un mundo Mr. Wonderful. Frente a él, la película contrapone las consecuencias y la gestión del capitalismo sobre la salud mental. El anuncio de "Barbie depresión" es un claro ejemplo de esto. Hay algo de Mark Fisher ahí.
En Barbieland apreciamos un desmedido culto del consumismo capitalista a la juventud y la belleza, a lo tangible y lo cuantificable, a la distracción frente a la reflexión, y al placer superficial e instantáneo
Este tipo de pensamientos llevan aparejado en la película un efecto que se presenta como catastrófico: la pérdida de belleza. Barbie deja de poder andar sobre las puntas de los pies, un recurso estilístico para realzar gemelos y glúteos a costa de la comodidad y la agilidad, para tocar el suelo con los talones, una inteligente alegoría de la entrada en contacto con la realidad y el descenso de poder relativo. Siente una profunda vergüenza.
La Barbie rara, que encarna una analogía de Morfeo en Matrix, advierte a la Barbie protagonista de que la espera algo tan terrible como la celulitis y la enfrenta a la decisión de la pastilla azul, evadir el problema, o la pastilla roja, viajar al mundo real para conocerlo, en forma de zapato de tacón o sandalia.
Los grandes males que Barbie debe resolver son los pensamientos negativos, los pies planos y la celulitis. Es decir, en un universo que se nos vende como inclusivo y en el que todas se pueden ver bien representadas -allí se divierten negras, gordas, discapacitadas físicas…-. No hay lugar para la celulitis, que más del 85% de las mujeres presenta en algún momento de su vida, y evitarla motiva la acción de la película.
Pese a que el universo Barbie aspire a representar a todas, lo cierto es que el modelo referente de Barbie, la Barbie original, es blanca, rubia, de ojos verdes y delgada. Las otras Barbies tienen un peso marcadamente inferior en el argumento. Y en cualquier caso difícilmente se corresponden con una muestra aleatoria de mujeres reales: jóvenes, altas, sin granos o verrugas, sin entrecejo, los dientes perfectamente alineados…
En La Bella y la Bestia se cantaba que la belleza está en el interior, pero tal es la fuerza de la ideología hegemónica que el final feliz consistía en que la Bestia se transformase en un apuesto príncipe -y ella era una princesa estereotípica-. La película de Barbie lo deja más libre a la interpretación: durante el desarrollo de la acción evitar la celulitis se muestra como una urgencia y, aunque no se especifica, la reconexión de la protagonista con su dueña del mundo real, da a entender que el final feliz incluye la recuperación de la belleza que preocupaba a Barbie. No le van a pintar la cara, no le van a estropear el peinado… ¿Cómo contribuye esto a la aceptación de las mujeres sobre sus cuerpos?
Con todo, es cierto que para entonces esa no es la principal inquietud de Barbie, y el personaje evoluciona tanto que incluso acepta la muerte como parte de la vida y decide quedarse en el mundo real. En un fragmento del final aparece vistiendo sandalias, con los talones en el suelo, aunque no queda claro el mensaje: ¿refuerza la idea de que está en el mundo real o indica que convive feliz con lo que antes veía como un defecto? Quizás, ambas.
DIALÉCTICA BARBIEANA
Nos acercamos así al núcleo del debate alrededor de Barbie: la cuestión feminista. Tesis, antítesis, síntesis. La trama parte de una Barbieland dominada por mujeres, que copan los puestos de poder mientras que los hombres son meros apéndices, se encuentra con una ofensiva patriarcal que subyuga a las mujeres, y las mujeres organizan una contraofensiva victoriosa que restaura la Constitución de Barbieland, aunque la sociedad ha evolucionado e incorpora aprendizajes de este proceso.
Hay mucho que analizar aquí. En primer lugar, la situación inicial se presenta en toda la trama como lo bueno y deseable, lo que induce a una confusión entre los objetivos del feminismo -con los que cualquiera espectador identifica el argumento- y una sociedad jerárquica que simplemente invierta los roles. Si bien se podría interpretar que se busca simbolizar el planteamiento inicial como matriarcal y la solución final como paritaria, lo cierto es que mantienen la Constitución.
Esta inversión de roles no es total. Al principio, la presión estética sigue siendo especialmente acusada sobre las mujeres -¡Pies planos! ¡Qué vergüenza!- y no se reflejan situaciones de malos tratos sobre los hombres como sí se reflejan a la inversa durante la ofensiva machista. Tiene una explicación lógica: Barbieland no es un universo completo y orgánico, sino el producto de la imaginación de las niñas del mundo real, sometidas a las constricciones del patriarcado.
Quizás por esto mismo, otras inversiones de roles son simples automatismos. Desde el punto de vista del riesgo de accidente laboral y el esfuerzo físico no se suele asociar el puesto de peón de obra a ningún privilegio por sí solo -sí lo son las relaciones de poder que derivan de la división sexual del trabajo-, pero por una cuestión de fuerza -y de roles- lo desempeñan más frecuentemente hombres. En Barbieland se hacen referencias a que ese trabajo lo realizan mujeres. No aparece en cualquier caso como imaginable ni posible un universo que escape al binarismo de género. Ese binarismo da por sentado y se naturaliza. Ni siquiera se cuestiona.
No aparece en cualquier caso como imaginable ni posible un universo que escape al binarismo de género. Ese binarismo da por sentado y se naturaliza. Ni siquiera se cuestiona.
Por otra parte, si bien es cierto que Ken lee libros y habla sobre la existencia de "fundamentos lógicos" del patriarcado, éste aparece como una suerte de relación de poder caprichosa y aislada del esquema de producción, coyunturalmente el capitalista, es decir, desconectada de sus causas. Ruth Handler llega a decir: "Los humanos se inventan cosas como el patriarcado y a Barbie solo para lidiar con lo incómodo que es [ser humano]". Puede encontrarse, eso sí, un vínculo con el régimen de propiedad en la sociedad de clases: cuando los Kens se hacen con el poder toman posesión de las viviendas.
Esta desconexión, presente al menos en el feminismo hegemónico, tiene una consecuencia clara: el sujeto revolucionario y transformador no es la clase trabajadora en su conjunto y ni siquiera las mujeres obreras, sino las mujeres de forma transversal, ya que podría transformarse la cuestión de la mujer por separado del régimen de producción. Aun así, las Barbies aceptan como aliado a Allan, que representa a los hombres desplazados por el férreo modelo de masculinidad patriarcal.
Por otra parte, se insiste en que el sujeto revolucionario es colectivo y las relaciones de poder aparecen como estructurales. De hecho, ni Barbie ni Ken protagonistas tienen ninguna habilidad especial para desempeñar ningún oficio: en la película, frente al relato de la meritocracia, los cambios en las dinámicas de poder operan en un plano ajeno al individuo.
Dos personajes aparecen como desviados de las expectativas que el patriarcado impone sobre ellos: Allan y la Barbie rara. Los dos se ven desplazados tanto bajo la dominación masculina como la femenina inicial. La Barbie rara no sucumbe al lavado de cerebro de la ofensiva patriarcal. Podrían de alguna manera simbolizar lo queer. Ambos acaban integrados en la Barbieland final, una promesa que comparte el capitalismo rosa que, en definitiva, es la línea a la que se pliega la película.
La ofensiva patriarcal en Barbieland parece una alegoría clara de la ofensiva reaccionaria de los sectores masculinistas y de ultraderecha, organizada, especialmente en redes sociales, contra la pérdida de control sobre las mujeres, la pérdida de voz en aspectos relacionados con la sexualidad, la cancelación y la reprensión de conductas machistas o el rechazo amoroso y sexual.
La revolución feminista utiliza precisamente el rechazo afectivo y los celos como vía para generar confrontación entre los hombres, si bien es cierto que una respuesta patriarcal más fiel a la realidad habría sido responsabilizar a la mujer, llamarla puta, acosarla, violentarla.
Durante el patriarcado estricto en Barbieland, Barbie sufre malos tratos y violencia por parte de Ken. Quizás la película se quede escasa a la hora de transmitir su gravedad, pero veo acertado que no se enmarcase en un espíritu punitivista ni revanchista y encontrase la solución en modificar la estructura social. Barbie llega a decir que, a pesar de eso, no quiere hacer daño a Ken, pero al mismo tiempo Barbie concluye declarando no estar enamorada de Ken, reforzando su independencia.
La trama incide poco en cómo el patriarcado disciplina y limita sus posibilidades también a los hombres, pese a su posición de poder. En el mundo real, Ken se siente satisfecho, y toda la presión estética recae sobre Barbie, solo ella siente violencia. Más allá de Allan, la única referencia a las constricciones patriarcales aparece tras la revolución feminista: "Gracias a las Barbies yo también puedo descansar de ese peso existencial tremendo".
En sintonía con esto, tras el triunfo revolucionario, Ken le dice a Barbie que su vida tiene sentido a través de la mirada de ella, y Barbie le responde que debe descubrir quién es él, o sea, los hombres dejan de ser meros apéndices de ellas y deben entender que tienen valor propio. Pero al mismo tiempo le piden a la Presidenta un puesto en el Tribunal Supremo y ella les concede acceder al circuito bajo de la Judicatura. El mundo deseable sigue siendo binario, aparentemente dominado por mujeres y, como se explicó anteriormente, reproduce a la vez elementos patriarcales.
Y aquí hay que señalar algo: que Barbieland pertenezca a las mujeres no es en realidad una cuestión de feminismo o no, sino de que son juguetes dirigidos a niñas y, por lo tanto, las muñecas protagonistas, en las que se proyectan a sí mismas, son mujeres. De hecho, esto no solo no va contra la dominación masculina, sino que parte de ella: el propósito empresarial de incorporar personajes complementarios masculinos, que satisfagan las necesidades de las niñas cuando fantasean con diálogos e historias para las Barbies, se debe a que uno de los roles asociados a la feminidad es la preocupación por los temas afectivos. Las figuras de acción para niños no funcionan así -no por ello son mejores-. Dato curioso: el nombre de Barbie hace referencia a la hija de su creadora, Bárbara, y el de Ken a su hijo Kenneth, o sea, a dos hermanos.
El propósito empresarial de incorporar personajes complementarios masculinos, que satisfagan las necesidades de las niñas cuando fantasean con diálogos e historias para las Barbies, se debe a que uno de los roles asociados a la feminidad es la preocupación por los temas afectivos. Las figuras de acción para niños no funcionan así
SIGUE EL DINERO: PATRIARCADO Y CAPITAL
Barbieland es un mundo aspiracional y se aleja de la realidad capitalista, lo cual redunda en incumplir la promesa de reflejar a todas las niñas. A lo sumo podría proyectarlas. La precariedad no tiene cabida en Barbieland. Todas disponen de espaciosas mansiones. El armario de las Barbies no se concibe desde la lógica de su utilidad, sino la de la moda, y denota una forma de proyectarse socialmente: conformación de la identidad, estatus, felicidad a través del consumo.
Sasha, único personaje que realiza una crítica a Barbie que subsume los estereotipos de exacerbada feminidad en el capitalismo y en la "glorificación del consumismo rampante", pasa de vestir ropa ancha y oscura a conectar con el mundo Barbie y sucumbir al rosa. La trama devuelve a Sasha, que escapaba a ese culto a la feminidad, al redil de los bloques de género y la cultura de consumo promovida por Barbie, algo que toma la forma de final feliz.
El mensaje es que se muestran esas críticas, las más razonadas de toda la película, para despreciarlas y anularlas. Es como decirle a Sasha que sí, que todo eso está muy bien, pero que deje que las niñas sean felices jugando con las Barbies sin cuestionar sus implicaciones. Lo que parece una transgresión en realidad es un alarde de robustez del aparto ideológico capitalista, hasta el punto de que no teme a difundir críticas a sus lógicas porque se sabe capaz de conseguir que por muy razonadas que resulten no van a germinar ni resultar en ninguna acción política.
Tanto es así, que en la película solo Barbieland se muestra como un mundo transformable. El mundo real es inamovible, inabordable, lo establecido. Incluso las humanas del mundo real se implican en hacer la revolución en Barbieland, pero nadie proyecta hacer lo propio en el mundo real.
Tanto es así, que la película, producida por Mattel -la corporación detrás de Barbie-, presenta a sus directivos como un cuadro formado únicamente por hombres machistas que utilizan la causa feminista hacia la galería -crítica al pinkwashing capitalista- y que priman el beneficio económico sobre el compromiso social, y recoge que la creadora de Barbie evadió impuestos. Y esto no compromete la venta de Barbies, sino que fomenta el interés por la película y asegura el éxito comercial. Vivimos en el capítulo 15 millones de méritos de Black Mirror.
Tanto es así, que el estreno cinematográfico ha generado a su alrededor un fenómeno social de culto al pensamiento positivo Mr. Wonderful y ensalzamiento de la feminidad e hiperfeminidad que rompe con el espíritu crítico que se le presume. Muchos espectadores acuden vestidos de rosa y apelan a un mundo de plástico en el que todo es fantástico y en el que el ideal de mujer perfecta se cumple. Se incorporan -no problematizan- a un universo Barbie que trata a la mujer de manera infantil e idiotizada o, en palabras de Sasha, como un "bombón cabezahueca".
¿Cuál es el propósito de Mattel con esta película? Si algo es obvio es que la propiedad de los medios de producción, en este caso de producción cinematográfica, condiciona la libertad de expresión y el resultado final. Aunque en ella se recaben críticas, está claro que va a acabar defendiendo a las Barbies, esté su defensa motivada o no.
La película no oculta sus pretensiones de reenganchar a las nuevas generaciones, ya que quizás estén sustituyendo a las muñecas por los juegos de la tablet de sus padres -en el diálogo de Barbie con Sasha y sus compañeras, éstas muestras una pérdida de interés-.
Y, efectivamente, está resultando un éxito. Se renueva la imagen de aquello que se problematizaba: las Barbies como puerta de entrada para las niñas, a muy temprana edad, a una feminidad que dirige la presión estética en su contra y a la configuración de una ideología liberal y consumista (maquillaje, vestidos…). Por cierto, las figuras para niños también suelen trasladarles mensajes relacionados con la dominación, la violencia, el poder y el desentendimiento de los cuidados, y hay quien obvia esta parte de la crítica, presumiéndose como un hecho neutral, estándar, apolítico.
Se renueva la imagen de aquello que se problematizaba: las Barbies como puerta de entrada para las niñas, a muy temprana edad, a una feminidad que dirige la presión estética en su contra y a la configuración de una ideología liberal y consumista
Un recurso que utiliza la película para renovar esa imagen es apelar a una realidad histórica de las Barbies: Ruth Handler las diseña en los años 50, en un contexto de incipiente incorporación de la mujer al trabajo, en contraposición a las muñecas bebés que solo permitían a las niñas -entre ellas su hija- proyectarse como madres mientras los niños jugaban con bomberos, con el objetivo de que se imaginasen como mujeres autónomas, con capacidad de consumo y en puestos acomodados de la cadena de producción capitalista. Según la película, "poderosas".
La creadora de las Barbies enuncia una frase muy potente al respecto: "Las madres nos quedamos quietas [asumimos mayor carga de trabajo de cuidados y reducimos nuestra actividad] para que nuestras hijas miren hacia atrás y vean lo mucho que han avanzado". Aunque en realidad la maternidad no conduce a una ventaja competitiva de las mujeres sobre los hombres en tanto que con los hijos varones ocurre lo mismo y se promueve incluso más su desarrollo vital, la frase es capaz de imprimir sobre las Barbies una intencionalidad feminista y sobre las madres una tarea histórica y actual de transmisión intergeneracional de los avances de las mujeres, así como de visualizar la forma elemental de dominación patriarcal: la división sexual del trabajo. Además, descarga de culpa a las mujeres -seguro que habéis oído el recurrente argumento de que la culpa del patriarcado la tienen las madres por cómo educan a sus hijos-.
Quizás una clave de la buena acogida de Barbie sea lo liberador que resulta encontrar enfoques más dirigidos a cuestionar la masculinidad que la feminidad, algo que hubiera redundado en culpabilizar a las mujeres del patriarcado. También es cierto que habría tenido más mérito hacer lo propio en una película que persiga promocionar Hot Wheels que en una que busca vender a niñas un producto esencialmente femenino.
La película es capaz de condensar en pocos segundos la jerarquía y la violencia simbólica del patriarcado -los hombres copan el deporte, ocupan los altos mandos empresariales, aparecen impresos en los billetes, o esculpidos en el Monte Rushmore-, pero todo esto no es óbice para que el mismo largometraje juegue un papel precisamente perpetuador de los roles del género. Al fin y al cabo, el objetivo de Mattel es promover las Barbies, una auténtica oda a esos roles.
A lo largo de toda la película se hacen numerosas referencias a que las Barbies son un juguete dirigido a las niñas. Cuando Barbieland es tomada por los Kens y en el mundo real empiezan a venderse figuras de acción de Ken -a las que se atribuye un ímpetu y una vigorosidad que contrasta con el frágil equilibrio del andar en tacones y a las que no se les asocian preocupaciones como la moda o el maquillaje-, el CEO de Mattel se preocupa porque las Barbies debían ser para niñas y los nuevos consumidores eran niños. Es decir, se envía un mensaje velado a niños y a niñas de cuáles son los juguetes con los que deben divertirse.
Pero el propósito de esta película va todavía más lejos. El discurso feminista de Gloria sobre la disonancia cognitiva de exigencias contradictorias del patriarcado sobre las mujeres (santa/puta, cuidados/trabajo, mojigata/buscona…) incluye una frase que puede pasar desapercibida: "Si todo esto también aplica para una muñeca, una representación de una mujer, entonces ya no entiendo nada". Dicho de otro modo, las expectativas que someten a controversia a las mujeres también estaban haciendo lo propio con aquello que se presupone que ya representa esas expectativas, el ideal de mujer perfecta. Pero tal es la disonancia que ni siquiera era posible llegar a un ideal satisfactorio. De alguna forma, los roles de género tan profundamente acentuados en el mundo Barbie empezaban a quedarse anticuados y provocar el rechazo de consumidores críticos. Ya nada les vale.
La película procura atajar esas críticas, dar un puñetazo en la mesa para proclamar que Barbie está preparada para adaptarse a los nuevos tiempos, y reivindica una supuesta posición permanente de vanguardia en la defensa de los avances feministas: si en los años 60 desbancaron a las muñecas bebés que solo permitían proyectarse a las niñas como madres, ahora están preparados para resignificar Barbie como un icono feminista. Por eso el personaje evoluciona, en apariencia.
Paradójicamente, no se observa que Barbieland sufra una gran transformación entre el planteamiento inicial y el resultado final. Más bien, la película es una argucia para que el espectador crítico acepte como feminista aquello que acertaba en identificar como machista, sin apenas un ápice de cambio -o más disparatado aún, traslada que el planteamiento inicial era una situación de dominación femenina-. Esta estrategia de capitalización del feminismo no resulta novedosa: hace años que roles como el de la seducción -ser deseadas-, que relegan a la mujer a la posición de objeto y sitúan al hombre en la de sujeto, se camuflan bajo la etiqueta del "empoderamiento".
En definitiva, la película es toda una demostración de poder ideológico por parte del capital, capaz de crear un éxito taquillero que pone al patriarcado y la cultura consumista -que no el sistema capitalista- en el foco del debate, y atar al mismo tiempo al espectador a la ideología patriarcal y consumista. Es más, también esto se advierte en la película cuando Ken pregunta a un empresario por el patriarcado: "Lo ejercemos bien, solo que lo disimulamos mejor".
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