Ángel salió de Venezuela hace cuatro años a raíz de la violencia desencadenada por su orientación sexual y expresión de género. Es un hombre trans. Huyó hacia Colombia con su hija mayor, pero hace dos años aquellas mismas razones lo obligaron a volver a migrar. Esta vez solo y con destino a Canadá. Este enfermero de 42 años alistó una pequeña mochila con sus medicamentos para el corazón, agua, comida enlatada y suero, y se adentró en la selva del Darién. Conocía los peligros de la travesía, y más para una persona hipertensa y cardiópata, pero no le quedaba otra opción, su pasaporte estaba retenido en Venezuela. Eligió el camino más largo, pero el más seguro en aquel momento. Al llegar al inicio de la ruta en Capurganá pagó los 250 dólares que le pedían –buena parte de su dinero ahorrado–, le colocaron una pulsera y le asignaron un guía, Felipe.
Le habían dicho que la travesía duraba unos cinco días, máximo siete. Estuvo 15. El tercer día, subiendo una de las lomas, su pierna derecha quedó atascada en el barro. Al sacarla, la rodilla le crujió, dejándolo en aquella montaña sin apenas poder caminar. En un intento por ir más liviano de peso, un chico se ofreció a llevar su mochila por 20 dólares. Horas después supo que aquella persona en realidad lo que quería era robarle sus enseres y unos cuantos dólares. Por suerte, llevaba colgado un bolsito en el que tenía sus pertenencias más valiosas y sus medicinas para el corazón. También llevaba guardada en el pantalón la biblia de su madre, el único recuerdo de su vida en Venezuela. Una edición de tapa marrón desgastada que hoy tiene las hojas pegadas y huele a barro. Esa biblia le salvó la vida.
"Andaba con un palo a cada lado y quedaban pocas horas para llegar a Panamá. Había llovido toda la noche y el río estaba casi desbordado, así que nos tocó caminar por las orillas. Pero en un descuido me resbalé. Caí al río". Ángel cuenta que comenzó a nadar, pero que la fuerza del agua lo llevó hacia abajo hasta que, "milagrosamente", la bolsa donde tenía guardada la biblia flotó y le valió de salvavidas. En ese momento, una chica se lanzó más adelante del río y lo agarró. "A pesar de que sí hubo momentos contados donde el resto de personas que hacían el camino me ayudaron, durante la mayor parte de la travesía sentí desprecio por mi expresión de género, abandono y soledad".
A pesar de que sí hubo momentos contados donde el resto de personas que hacían el camino me ayudaron, durante la mayor parte de la travesía sentí desprecio por mi expresión de género, abandono y soledad
Ángel consiguió salir de la selva y llegar a Panamá, donde obtuvo asistencia médica. Con los pocos dólares que le quedaban atravesó Nicaragua, pero en Honduras se quedó sin dinero y se vio obligado a dormir en las calles de Ocotepeque, donde tuvo que cubrir su cabeza con una pañoleta. "Hice eso para sentir menos la discriminación por mi identidad". Logró salir de las calles cuando un señor, que también había hecho esa misma ruta años atrás, lo contrató para trabajar en su casa durante un mes. Ya con algo de dinero ahorrado consiguió llegar a Guatemala, donde la policía lo extorsionó en varias ocasiones. En la frontera con México, una señora que migraba con su hija le dejó los 50 dólares que necesitaba para llegar a Tapachula. Era 18 de noviembre y no podía más. Ese día decidió que su travesía terminaría en aquel lugar.
En Tapachula volvió a dormir en las calles, donde escuchó hablar por primera vez de Casa Frida. "Nunca supe de la existencia de organizaciones de la comunidad LGBTIQ+ en mi país, también porque en ese aspecto todavía es muy cerrado. En aquel momento, lo que yo necesitaba era que me ayudaran con un tratamiento psicológico. Sentía que iba a morir de la depresión". En Casa Frida Ángel encontró el hogar que necesitaba, donde poder sanar todas sus heridas. Le ayudaron con el refugio, sus problemas médicos o el trabajo. Actualmente coordina el área de salud comunitaria del refugio de la organización en Ciudad de México y está en mitad del proceso de reagrupación familiar para traer a su hija pequeña y su madre desde Venezuela. El trayecto lo sensibilizó tanto que decidió dedicar su vida a ayudar a otras personas en su misma situación. "Siento que llegué en el momento preciso y al lugar adecuado".
UN ESPACIO SEGURO
Casa Frida es un refugio para personas de la comunidad LGBTIQ+ fundado en 2020. "Este proyecto nace por la convicción de luchar, defender la diversidad sexual y hacer visible la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de espacios seguros, especialmente en un contexto de contingencia sanitaria como lo fue la pandemia, en la que muchas personas recibieron violencia por parte de sus familias e incluso algunas fueron expulsada de sus hogares", afirma Lisbeth Suárez, directora del Programa de Protección Integral y Acompañamiento a personas víctimas de violencias o delitos en el centro de Ciudad de México. También trabajan temas de salud, atención médica en situaciones de tratamientos de VIH, salud mental, necesidad de empleo o vivienda.
Según datos del informe Los Rastros de la Violencia por Prejuicio, durante 2022 se registraron 87 muertes violentas de personas LGBTIQ+ en México, por motivos presuntamente relacionados con su orientación sexual, identidad y expresión de género. En el mismo informe se recalca que el documento reporta un subregistro y que la cifra real se aproximaría a las 200. De éstas, 48 corresponden a transfeminicidios de mujeres trans. Todo ello con una alta impunidad. "Nuestra idea es ser y hacer un espacio seguro para la diversidad sexual en el contexto mexicano. Y también en contextos de migraciones causadas por crímenes de odio. De hecho, en la caravana de 2021-2022 la mayoría de las personas que ingresaron en México huían de la violencia por su identidad sexual y de género", apunta Suárez.
Según datos del informe 'Los Rastros de la Violencia por Prejuicio', durante 2022 se registraron 87 muertes violentas de personas LGBTIQ+ en México
La Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA) destaca que 64 Estados miembro de la ONU todavía criminalizan los actos sexuales consensuados entre personas adultas del mismo sexo, siendo en algunos de ellos la pena de muerte como un castigo legalmente prescrito. Amnistía Internacional también añade que más allá de las amenazas legales, la vida de las personas de la comunidad LGBTIQ+ corre peligro en multitud de países, especialmente la de las personas trans: entre 2008 y septiembre de 2022 fueron asesinadas 4.369 personas trans en todo el mundo. América Latina y Caribe fueron las regiones con mayor número de asesinatos registrados. Unas cifras que, según el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, no son exactas: reflejan tan sólo "la punta del iceberg" de toda la violencia y odio que sufren las personas trans.
De hecho, a lo largo de la historia, la comunidad LGBTIQ+ ha enfrentado la intolerancia y discriminación por parte de la sociedad y las autoridades. La homosexualidad, bisexualidad o transexualidad eran vistas como algo anormal incluso por instituciones como la Organización Mundial de la Salud, que hasta 1990 no eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Este progreso marcó un hito importante en la lucha del colectivo.
"El proyecto se llama Casa Frida en homenaje a Frida, una mujer trans de Oaxaca que integraba el grupo de fundadoras. Ella tenía que desplazarse a Ciudad de México por un tema de salud y con la pandemia los servicios se limitaron, por lo que le era difícil el traslado. La situación comenzó a ser cada vez más complicada de sostener. En uno de esos traslados no recibió la atención necesaria y falleció por la discriminación, transfobia y violencia en la falta de protocolos, acompañamientos y la negativa a recibirla en otros espacios", dice Suárez.
HUIR PARA SOBREVIVIR
Bárbara, Brenda y su hijo Dimas, de 10 años, huyeron de Venezuela debido a la lesbofobia y discriminación que sentían. Querían formar una familia y allí era imposible. "Ni siquiera podíamos casarnos ni llevar una vida de pareja", dice Bárbara, que salió del "closet" a los 13 años, un año después de morir su madre. "Quedé a cargo de un tío que se ponía agresivo cada vez que decía que había salido con una mujer". La joven se vio obligada a irse de casa y la relación que mantiene con su familia es cordial, siempre y cuando no mencione nada relacionado con su identidad. "Con mi abuela sí que ha habido un cambio. Ella vive en Nicaragua y cuando fuimos a visitarla me dijo que iba a respetar mi decisión".
En el caso de Brenda, su familia sí la ha aceptado, tanto a ella como a Bárbara. Sin embargo, sus amistades no. "Incluso me insultaban por redes sociales cuando subíamos fotos juntas". Ambas consideran que le están dando una buena crianza a Dimas, aunque son conscientes de que otras personas piensan que no son una "familia normal". "Nosotras le decimos a él que debe saber que nuestra relación es considerada como un pecado". Decidieron cruzar la selva del Darién, donde duraron dos días. Tenían miedo por lo que se podían encontrar, especialmente por Dimas, pero él lo vivió como una aventura. En Guatemala no querían pedir refugio porque, al no estar casadas, separaban a Brenda y Dimas de Bárbara. "En una plaza un chico se acercó y nos dijo que había un refugio para personas de la comunidad LGBTIQ+". El lugar, Asociación Lambda, les ofreció un techo y les facilitó un documento donde constaba que eran familia, pero que sólo servía en aquel país. Así que al llegar a México, en Tuxtla, la capital del departamento de Chiapas, vendieron golosinas y durmieron en una carpa fuera de la estación de autobuses. Hasta que descubrieron Casa Frida. La pareja busca llegar a Estados Unidos para establecerse, formar una familia y tener otro bebé sin enfrentar la violencia diaria por ser ellas mismas.
En 2012, Leo y su pareja fueron violadas por un grupo de mareros en su casa de San Pedro Sula, en Honduras. La razón: ser lesbianas. Vivían con la hija de Leo, que en aquel entonces tenía tres años. Unos días más tarde, durante la noche, el mismo grupo volvió y les disparó desde fuera de la casa. "Mi pareja resultó herida con cuatro impactos de bala en la pierna. Nos escondimos y llamamos a la policía. Había más de 70 impactos de bala en la casa". Leo cuenta que tuvieron que dejarlo todo y marcharse a Ceiba, en el norte del país, donde intentaron empezar una nueva vida. Pero allí también comenzaron las amenazas, los seguimientos y las agresiones. La pareja de Leo, que es una mujer trans, decidió salir del país para rebajar la situación de amenaza. Y cuando todo parecía haber cambiado, Leo recibió la llamada de una madre del colegio. "Se había enterado de que un marero pretendía violar a mi niña de 13 años. Ese fue motivo suficiente para marcharnos del país. Conmigo pueden hacer lo que quieran, pero no con mi hija".
Leo y su hija llegaron hace seis meses al refugio de Casa Frida en Tapachula, donde las están ayudando a tramitar la residencia. La idea es reunirse con su pareja en el norte de México. Aunque ya salió de aquella situación de violencia, confiesa que tiene miedo de dejar el espacio. "El otro día me subí a un taxi en el edificio de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados y el conductor comenzó a decirme que acá mataban a los hondureños, que somos todos mareros. Entré en pánico porque vi que iba bebido. Comencé a temblar. Agarré a la niña con fuerza. Acabó diciéndome que había tenido suerte, que le había caído bien".
A sus 26 años, Jhony había sufrido toda la vida las agresiones de su hermano. El 14 de noviembre de 2021 lo violó. Ese mismo día decidió abandonar Nicaragua. Sin el apoyo de su familia, a la que no podía contar nada por miedo a las represalias del hermano y que lo maltrataba por su expresión y orientación sexual, trabajó durante unos meses para ahorrar y salir de allí. "Cuando ocurrió la violación estuve ingresado en el hospital durante 16 días sin poder ir al baño. Mi familia no fue a visitarme. Además, iba a presentar mi tesis de final de carrera en trabajo social y perdí la oportunidad".
A sus 26 años, Jhony había sufrido toda la vida las agresiones de su hermano. El 14 de noviembre de 2021 lo violó. Ese mismo día decidió abandonar Nicaragua
Jhony hizo el trayecto solo, enfrentando cada día las extorsiones de la policía. "Sólo podía comer una vez al día, no me daba para más". Al llegar a Tapachula buscó organizaciones LGBTIQ+ y encontró Casa Frida, donde pudo comenzar a sanar todo el daño sufrido y volver a construirse. También tiene la ilusión de revalidar sus estudios, ampliarlos y trabajar con organizaciones sociales. "Salir de mi zona de confort me ha hecho una persona resiliente, capaz de afrontar situaciones que nunca había imaginado que fueran a ocurrir".
Itzanami es una mujer trans bisexual nacida en el estado mexicano de Guanajuato. Durante seis años sufrió los maltratos de su expareja, que intentó asesinarla hace unos meses en lo que ella llama el "evento". Aquello hizo que Itzanami se atreviera a denunciarlo ante la policía, que se lo llevó mientras ella iba camino del hospital. Allí, otros dos agentes fueron a visitarla diciéndole que tenía que poner una segunda denuncia y que la iban a llamar del juzgado. No la llamaron. Dos días más tarde, su agresor comenzó a acosarla. En la Fiscalía le dijeron que su caso estaba en trámite. "El juez desestimó la detención porque los policías cambiaron todos los hechos".
El miedo y la impunidad la llevaron a buscar refugio, donde pudo reanudar el tratamiento hormonal que su agresor le había prohibido. "Dejar la terapia hormonal fue adoptar de nuevo esa máscara, esa otra personalidad para complacer a los demás. Fue horrible sentir de nuevo los cambios hormonales, ver crecer la barba, mi espalda, mis hombros y experimentar la disforia. Yo me siento y soy mujer". Ahora, Itzanami está buscando trabajo. En sus experiencias anteriores la obligaban a vestir de hombre y le hablaban con pronombres con los que no se identificaba. Espera no volver a pasar por todo eso. "Si la situación sigue igual y mi agresor vuelve a aparecer, tendré que pedir asilo en otro país".
Cuando Oliver descubrió su deseo hacia mujeres y hombres era tan solo un niño. No tenía referentes ni sabía porque surgían aquellos sentimientos. Intuía que "moralmente no estaban bien", así que los escondió durante 15 años. "Más que descubrir, lo que ocurre es que uno acepta lo que es". Durante el encierro por la pandemia, tenía 21 años y vivía en casa de sus padres. Y por redes sociales comenzó a tener más información sobre qué era ser bisexual, mientras ponía atención a los comentarios despectivos que su familia hacía cuando aparecía por la televisión un personaje de la comunidad LGTBIQ+. Aun con todo, decidió salir del armario. "Mis amigos sí que lo aceptaron, pero mi familia no, especialmente mi madre. Ella me obligó a ir a un psicólogo para hacer una 'terapia de conversión' y me llevaba a la iglesia". Una noche, Oliver la encontró rezando en su cama mientras dormía, pidiéndole a Dios que lo volviera heterosexual. Para el joven, pasar tiempo fuera de casa era lo mejor para su salud mental. Dentro, tenía que fingir ser alguien que no era. "Me encanta llevar joyas, aretes, pulseras… pero nunca me las podía poner delante de ella. No me miraba hasta que no me las quitaba".
La madre le dijo que esas eran sus reglas y que, si no las aceptaba, se fuera a vivir a otro lugar. Y así fue. "Agarré mis joyas, algo de ropa y salí de casa". Encontró Casa Frida a través de Facebook y esa misma noche llamó al interfono y explicó su caso. "Haber salido de casa de mis padres fue una de las mejores decisiones que he tomado en toda mi vida".
En el refugio Casa Frida las personas comparten habitación con otras compañeras y compañeros. Es el caso de Quetzalli, de 21 años y natural del estado mexicano de Jalisco. Hace dos años regresó a casa de sus padres, donde se sintió limitada a la hora de vestir y expresarse. Su manera de ser ella misma era salir a la calle, maquillada y con su ropa. "Un día mi padre me vio. No tuvo el valor de decirme nada y llamó a mi hermana para que ella me trasladara su decisión de echarme de casa". Sin saber hacia dónde ir, Quetzalli pidió ayuda a una conocida, que la mandó a un refugio en Ciudad de México para personas en situación de calle. Pero allí no se sintió segura, la mayoría eran hombres. Como Oliver, encontró Casa Frida por redes sociales y llamó para explicar su caso. "Enseguida fueron a recogerme". En el refugio, Quetzalli encontró trabajo como teleoperadora y un lugar para vivir.
Para Quetzalli, Oliver, Itzanami, Jhony, Leo, Brenda, Bárbara, Ángel y tantas otras personas que huyen por delitos de odio relacionados con su identidad sexual y de género, encontrar refugios y espacios seguros ha sido primordial en su camino. No sólo por la protección de saber que allí pueden ser quienes son, sino por el apoyo psicosocial, de salud y de recuperación de una confianza perdida.
Ayúdanos a resistir
Millones de personas en todo el mundo están condenadas a sobrevivir en los márgenes del relato, silenciadas por los grandes medios de comunicación que están al servicio de las oligarquías financieras. En Kamchatka queremos ser altavoz de aquellos que han sido hurtados de la voz y la palabra. Suscríbete desde 5 euros al mes y ayúdanos a contar su historia.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.