El mar adquiere un significado radicalmente distinto según las circunstancias vitales de una persona. Para algunos de nosotros, el mar es calma y desconexión. Sinónimo de vacaciones, piel salada y un mojito bajo el sol. Para otros, el mar es un obstáculo que superar para optar a una vida digna y segura, un obstáculo que, para muchos, acaba convirtiéndose en verdugo y tumba.
El Mediterráneo es el cementerio de migrantes más grande del mundo, según datos recopilados por el proyecto Missing Migrants, ya son más de 28.000 personas las que han muerto o desaparecido en sus aguas desde 2014. Sin ir más lejos, la madrugada del pasado 14 de junio ocurrió el naufragio más mortífero en lo que va de año: un barco pesquero que transportaba entre 650 y 750 migrantes procedentes de Siria, Egipto y Pakistán naufragó a 76 km de Pylos, una conocida ciudad turística griega. Según la ONG Médicos Sin Fronteras, las víctimas pidieron ayuda a las autoridades, que eran conocedoras de la situación desde 15 horas antes del hundimiento. Sin embargo, únicamente salvaron a un centenar de personas y recuperaron 79 cuerpos, las otras vidas quedaron sepultadas en aguas mediterráneas. Esta tragedia puso en entredicho -una vez más- las políticas migratorias de la Unión Europea y de Grecia al no haber empleado más tiempo, esfuerzo y recursos en impedir una catástrofe que pudo ser evitable.

Es difícil confiar en la guardia costera de países gobernados por partidos que impulsan duras políticas contra la inmigración, como los griegos de Nueva Democracia. Por ello, las iniciativas civiles se encargan de realizar el trabajo que corresponde a las Instituciones y es la solidaridad de la gente quien termina salvando vidas. La ONG Salvamento Marítimo Humanitario (SMH) es uno de los muchos ejemplos. Su barco, Aita Mari, un antiguo atunero restaurado, ha realizado ya diez misiones, rescatando a un total de 1070 personas y asistiendo a 402 en alta mar. Su última intervención fue en la zona SAR (Busca y Rescate) de Italia, cerca de Lampedusa, el mismo lugar donde el pasado 9 de agosto murieron 41 personas al hundirse la barca en la que llevaban 5 días navegando. El Aita Mari interceptó 6 pateras que transportaban 294 personas, pudo albergar a 172 -55 de ellas menores no acompañados- y las otras 122 fueron recogidas por las autoridades italianas.
La ONG Salvamento Marítimo Humanitario y su barco, Aita Mari, un antiguo atunero restaurado, ha realizado ya diez misiones, rescatando a un total de 1070 personas y asistiendo a 402 en alta mar
El equipo del Aita Mari está formado por 14 personas: ocho miembros de la tripulación oficial, dos marineros en prácticas y cuatro voluntarios. Laura (32) y Elna (26), ambas enfermeras, sienten un gran interés por el ámbito de la cooperación internacional y encontraron su oportunidad en el salvamento humanitario. Doro (45), jefe de máquinas, se unió a la tripulación porque Simón (35), el capitán, se lo propuso cuando se conocieron en la escuela de pesca. Él solía trabajar en las Islas Baleares, en yates particulares, pero decidió cambiar de aires: "El valor humano del trabajo está antes que el dinero. Creo que la labor humanitaria que hacemos aquí llena más la cuenta corriente de la cabeza", explica con una sonrisa.
ORGANIZACIÓN: LA CLAVE DE LA VICTORIA
En el barco, cada persona es muy consciente de su horario, faena y turnos. Cuando hay embarcaciones a la deriva cada minuto es crucial y la coordinación resulta imprescindible. Vane, engrasadora, es la encargada de meter y sacar del agua las RHIB -lanchas motorizadas- bautizadas como Neska y Donosti. Durante la maniobra, los marineros de la tripulación aseguran los cabos y sujetan cada lancha con dos cuerdas para encararlas correctamente. Las enfermeras se preparan para recibir a los migrantes. No hay tiempo que perder. Oscar P. (48), segundo oficial, sube a la Neska junto a Oscar N. (46), marinero en prácticas que se encargará de comunicarse con los supervivientes. Marc (25), patrón y marinero, conduce la Donosti; Santi (25), marinero, se coloca en la proa para hablar con los refugiados -mezclando el francés y el inglés- y hacerles llegar los chalecos salvavidas. Rafa (32), voluntario, se encuentra a babor de Marc y se encarga de comunicarse con Simón y Ramón (32), segundo oficial. El resto del equipo recibe a los migrantes en el barco. Las enfermeras, Laura y Elna, les realizan un chequeo general.

EN PRIMERA PERSONA
Los refugiados proceden de Mali, Costa de Marfil, Senegal, Gambia y Burkina Faso. De este último país es Zacarías, de 31 años, y que ha dedicado cinco meses a cruzar el norte de África hasta llegar a Túnez, desde donde embarcó 2 días antes de encontrarse con el buque de salvamento marítimo. Quiere ir a Italia para trabajar y enviar dinero a su mujer y a sus dos hijos. "Es muy muy difícil llegar hasta aquí", asegura Moubarak, otro de los rescatados. Salió de Burkina Faso y cruzó Níger, Argelia y Túnez hasta acabar cerca de Lampedusa. "No tenemos trabajo, no tenemos nada. No podemos estar sin comer. Hemos pasado mucho miedo en el mar. No se veía nada, solo agua, y no sabíamos donde íbamos a llegar".
Los migrantes africanos tardan entre uno y tres años en llegar a Túnez, en un viaje largo y lleno de dificultades: "La policía en Túnez molesta mucho, no quiere que estemos allí y tratan de impedir que lleguemos a Europa". La crueldad de las autoridades tunecinas es de sobra conocida: el pasado mes de julio, se viralizó el caso de Fati (30) y su hija Marie, de 6 años, que fueron halladas muertas en el desierto entre Túnez y Libia. La policía estatal las había expulsado, dejándolas a merced del clima árido y de unas temperaturas superiores a los 50 grados, sin refugio ni agua.

Moubarak tardó 2 años y 4 meses en llegar a Túnez. Su objetivo, como el de la mayoría de las personas que arriesgan su vida en el mar, es la esperanza de encontrar un futuro mejor para enviar dinero a su familia. "Quiero trabajar, puedo hacer cualquier trabajo", repite con determinación. Sus padres, su mujer y sus dos hijos llevan mucho tiempo sin saber nada de él. Moubarak afronta a solas un destino incierto.
Moubarak tardó 2 años y 4 meses en llegar a Túnez. Su objetivo, como el de la mayoría de las personas que arriesgan su vida en el mar, es la esperanza de encontrar un futuro mejor para enviar dinero a su familia
El antiguo atunero alberga ahora a 186 personas y las colas que se forman durante el reparto de comida son tan largas que rodean la cubierta. Hay una tabla de horarios para que todos los refugiados puedan cargar los móviles y contactar con sus seres queridos. Los miembros del equipo de rescate duermen poco. La comunicación es complicada, pero mezclando el español con algo de inglés, francés e italiano advierten a los migrantes sobre el complicado futuro que les espera en Europa. Ellos se muestran agradecidos y esperanzados: "¡Bon appetit!", repiten cuando reciben el rancho.

SILENCIOS ADMINISTRATIVOS, SANCIONES Y BARCOS BUITRE
Las instituciones no facilitan las labores humanitarias, más bien lo contrario. Los recursos de las ONG son limitados y las autoridades entorpecen su trabajo: "Ya estamos otra vez con lo de siempre", resopla el capitán después de contactar con la Guardia Costera italiana. "O no van o llegan tarde y entonces suceden las desgracias", cuenta Simón. El Aita Mari recibe permiso para desembarcar en el puerto de Salerno, pero tiene que esperar tres días, lo que supone un aumento del desgaste físico y mental. Además, tras la inspección del barco fueron denunciados por la policía italiana y acusados de un supuesto incumplimiento del reglamento de seguridad marítima. Para la tripulación no es más que otra artimaña de las autoridades para espantar la presencia de los barcos de rescate. "Es un intento de criminalizar la ayuda humanitaria", asegura la ONG en un comunicado.
Tras la inspección del barco fueron denunciados por la policía italiana y acusados de un supuesto incumplimiento del reglamento de seguridad marítima. Para la tripulación no es más que otra artimaña de las autoridades para espantar la presencia de los barcos de rescate
Sin embargo, las autoridades no son los únicos responsables de los desastres que ocurren en esta zona del mundo. "Muchos barcos omiten el auxilio de las embarcaciones de migrantes", denuncia Simón. "Hay un tratado internacional que obliga a rescatar a personas en el mar cuando la situación lo requiere, pero se limitan a avisar a las autoridades a efectos de notificación, con coordenadas y datos de la patera localizada". Por ende, existe un vacío legal por el cual respetan la ley, pero no ayudan a las víctimas. El Aita Mari no es la única embarcación presente en la zona de rescate. Varios pesqueros esperan a que finalicen las labores de auxilio para llevarse los motores de las pateras. La única manera en la que participan de la situación es sacando rédito económico.

LAS VOCES DEL AITA MARI
Es difícil saber cómo abordar la crisis migratoria, pero los que están en primera línea tienen mucho que decir. Laura, que tiene experiencia en cooperación y desarrollo, considera que se deberían crear canales seguros y regularizar la situación de los refugiados. "De esta manera formarían parte del tejido fiscal y ayudarían a sostener la economía del país". Critica la necropolítica de la Unión Europea y la externalización del control migratorio de sus fronteras: “Financia países limítrofes para que obstaculicen el paso de las personas o incluso produzcan flagrantes violaciones de derechos humanos, como las devoluciones en caliente que efectúa, por ejemplo, la Guardia Costera libia".
Doro es menos técnico y se limita a decir que la crisis migratoria mundial debería observarse desde un punto de vista humano y no solamente político: "Estas personas huyen de un futuro muy negro y en muchos casos de una muerte casi segura. Por eso se lo juegan todo a una carta, incluso con niños".

Para Simón, la gestión de esta crisis debería empezar por analizar la causa de los procesos migratorios, ya que en la raíz se encuentran los intereses geopolíticos y el cambio climático. Por ende, defiende que la migración se trate como un derecho. Opina que aparte de proporcionar papeles y permisos, los Estados que acogen a los refugiados deberían crear iniciativas y hojas de ruta para la integración de los migrantes a las nuevas sociedades. A su vez, cree que "tiene que haber un trabajo de entendimiento entre las diferentes culturas para combatir el miedo y el rechazo" y apela a una profunda revisión de la xenofobia mediante un ejercicio de empatía con quien abandona su tierra, su casa y su gente para construir una vida parecida a la que muchos de nosotros ya tenemos.
Quienes participan en labores humanitarias están sensibilizados con los movimientos sociales y quieren ser parte activa del cambio. Los que se dedican a esto, dice Simón, "guardan en su memoria personas y vivencias que se quedan grabadas y les enseñan un aprendizaje vital". Para el capitán, la primera persona que se le viene a la mente es una mujer que venía de Libia con 3 hijos que no superaban los 3 años. Estaban cruzando el Mediterráneo en el doble fondo de un bote, una zona peligrosa donde se acumulan gases y pueden producirse quemaduras químicas. Estaban a punto de morir cuando llegó el Aita Mari y Simón no puede olvidar los gritos de los niños. Aquella mujer era profesora de inglés y les contó que huía de los malos tratos de su marido: "De la noche a la mañana dejó todo, cogió a los críos y se fue. Me impactó mucho esa valentía y determinación", explica Simón. "No han decidido dónde y en qué circunstancias nacen. Han tenido mala suerte en la vida y en la repartición de esto que llamamos mundo. Están luchando por conseguir una mísera oportunidad".

Este ha sido el segundo rescate para Doro y se muestra satisfecho con el resultado. "Gracias a la buena coordinación y al buen grupo que tenemos salió todo muy rodado a pesar de los inconvenientes". En la reunión final, la valoración fue realmente positiva y la tripulación aprovecha para apoyarse mutuamente: la gestión de las emociones es otra tarea más.
El equipo de rescate de 14 personas del Aita Mari ha salvado 294 vidas. Y es que, como decía el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, "mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo".
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