Las noches electorales me hacen recordar a los camiones de mudanza. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de esos tipos fornidos que acarrean mesas y sofás y cajas precintadas de familias a las que tal vez no han visto nunca. Empezar una vida nueva exige una mudanza. Abandonar una vieja vida exige una mudanza. Todos los cambios importantes empiezan y terminan con una torre de muebles y electrodomésticos apilados frente a un portal mientras un empleado de Mudanzas Paco abre las compuertas de una furgoneta aparcada en doble fila. Y la política no iba a ser menos. Que se lo pregunten al alcalde saliente de la ciudad Tal o al nuevo concejal de Obras Públicas de la ciudad Cual. Una vez termina la purpurina de la campaña y se verifican los resultados, las elecciones no son más que un descomunal ajetreo de servidores públicos que cambian a la vez de domicilio.
La mudanza es el rostro más invisible del cambio político. Los aspirantes reclaman el voto en horario de máxima audiencia y saborean la gloria de los mítines, el aplauso entusiasta de sus correligionarios, los himnos y las banderas. Luego llegan la luz y los taquígrafos del recuento de votos, los bailes de escaños, los quesitos multicolores de la estadística. Todo es espectáculo y sorpresas como una gala eurovisiva o como una noche de premios Óscar. Más tarde, asistimos expectantes a los pactos de despacho y butaca encuerada, a los apretones de manos y por fin a las ceremonias de investidura. Solo entonces, cuando se apagan las luces y las cámaras ya no prestan atención, los candidatos derrotados empaquetan sus enseres, retiran del despacho consistorial el retrato del marido o de la hija y entregan algunos papeles comprometidos a la trituradora. El ciclo de la vida.
Echo un vistazo al nuevo mapa político y pienso en todos esos alcaldes, concejales, diputados y asesores que están a punto de pasar a mejor vida. Miro a Madrid y pienso en el trajín de la mudanza. El equipo de Carmena ha manejado una campaña sonriente y optimista, casi de libro de autoayuda. Sin embargo, sus peores presagios han terminado por imponerse y el tridente PP-C’s-Vox se ha llevado el gato al agua. Es precisamente en Madrid donde se había constatado el divorcio entre las dos almas de Podemos y esa división ha pasado factura al buque insignia de los ayuntamientos del cambio ©. Hay quien culpa a la candidatura de Madrid en Pie y acusa a Sánchez Mato de movilizar un voto inútil y regalado a la derecha. Otros atribuyen la caída a la resaca de la Operación Chamartín o al abandono del extrarradio. La cuestión es que a lo largo de la jornada de ayer pudimos constatar que la participación crecía en los barrios pudientes mientras que se estancaba en los feudos obreros. Va a ser memorable la mudanza al despacho de la alcaldía de un personaje como Martínez Almeida. Basta recordar que su nombramiento está en las manos de un nostálgico falangista como Ortega-Smith. Madrid, qué bien resistes, mamita mía.
Miro a Barcelona y también huele a mudanza. Ernest Maragall se ha impuesto a la candidatura de Barcelona en Comú por menos de cinco mil votos y Ada Colau deja escapar el bastón de mando. Sin embargo, el mapa barcelonés resulta mucho más endiablado de lo que pudiera parecer en un primer vistazo y los juegos de mayorías abren las puertas a gobiernos multicolores, apoyos esporádicos, acuerdos de investidura y demás zarandajas poselectorales. A los diez concejales de ERC y los diez de los comunes hay que sumar en el tablero los ocho del PSC, los seis de Manuel Valls, los cinco de Junts per Catalunya y los dos del PP. El de Colau era el otro amuleto de los consistorios del cambio y ahora queda en manos de las alianzas y de las matemáticas. Los comunes resucitan el espíritu del viejo tripartito PSC-ERC-ICV y llaman a formar una entente de progreso. La lista de Elsa Artadi, sin embargo, reclama un frente por la República catalana que avive la inercia exhausta de procés. Como mar de fondo, suena el ruido de sables por la hegemonía dentro del bloque independentista.
Pero no todo son mudanzas. También están los que se quedan. Los que no se van ni con agua hirviendo. Los que a partir de mañana tal vez remodelen el salón y renueven la tapicería, pero en cualquier caso respirarán aliviados al saber que han esquivado la amenaza de desahucio. Con esa actitud afrontan la legislatura, por ejemplo, los tres alcaldes del PNV. Ni Bilbao, ni Donostia ni Gasteiz parecen inclinadas a cambiar de dueño y apuestan por dar continuidad al dúplex de gobierno que forman los jeltzales con el PSE. También Kichi resiste en Cádiz y acaricia la mayoría absoluta. La suma gaditana de Adelante Andalucía y PSOE duplica en concejales a la suma de PP y Ciudadanos. Joan Ribó es otro de los supervivientes en València. Compromís se mantiene como primera fuerza con diez concejales y se suma a los siete del PSOE para imponerse por un edil a la alianza trifachita. Cae, sin embargo, la izquierda maña de Pedro Santisteve y las derechas suman mayoría en Zaragoza pese a la victoria del PSOE. El partido de Pedro Sánchez también gana en Sevilla y Juan Espadas se afianza en la alcaldía ante la caída estrepitosa del PP. La aritmética también desaloja a los populares de los principales consistorios de Galiza, donde el partido de Pablo Casado pierde el ayuntamiento de Ourense.
El nuevo mapa autonómico dibuja ciertos aires de mudanza. Es seguro que Isabel Díaz Ayuso ya está preparando las maletas para instalarse en el despacho presidencial de la Comunidad de Madrid después de que las tres derechas hayan sumado mayoría. A la recién llegada, no obstante, no le conviene encariñarse con el trono. Como muestra, el botón de Cristina Cifuentes, que tuvo que precipitar su mudanza entre másteres dudosos y vídeos de supermercado. Peor fue la mudanza del ex presidente Ignacio González, que cambió el lujo corrupto del caso Lezo por una celda en Soto del Real. Pese a todo, el PSOE sobresale como primera fuerza no solo en la Asamblea de Madrid, sino también en las dos Castillas, Extremadura, Aragón, Canarias, Baleares, Murcia, Asturias y La Rioja. Claro que la suma trifachita, con Vox o sin Vox, sería mayoritaria en Castilla y León y en Murcia. Cantabria queda liderada por el PRC. Navarra da como vencedora a NA+, marca de la coalición formada por UPN, PP y C’s. El gobierno cuatripartito de Uxue Barkos cede la mayoría y la llave de gobierno queda en manos del PSN, que ha sido un aliado tradicional de la derecha navarrista.
Aún hay más. Porque al margen del tetris de pactos municipales y autonómicos, ayer también se dilucidaban las mudanzas europeas. Lo cierto es que la victoria del PSOE parece inapelable. 20 de los 54 europarlamentarios irán a parar al grupo socialista. Le siguen el PP con 12 y C’s con 7. Unidas Podemos arranca 6 escaños y Vox 3. Ahora Repúblicas —marca de ERC, EH Bildu y BNG— se planta con tres asientos en Bruselas mientras que Junts per Catalunya, PdCat y CDC consiguen dos posiciones bajo el paraguas de Lliures per Europa. Por último, la Europa Solidaria del PNV se asegura una plaza. Uno de los alicientes de estos comicios europeos ha tenido que ver con la pelea entre la Junta Electoral Central y la candidatura de Carles Puigdemont. El líder independentista, que ha sido el candidato más votado en Catalunya, no necesita empeñarse en grandes mudanzas ya que Waterloo queda a tiro de piedra de Bruselas. El ex conseller Toni Comín y Oriol Junqueras completan el triplete de represaliados que obtienen una silla en el Parlamento Europeo. Ahora es el momento de agarrar la bolsa de palomitas y arrellanarse en el sofá. El show está a punto de comenzar.
Dicen que en tiempo de crisis no hay que hacer mudanzas, pero en el juego democrático los relevos son inevitables. Unos que nacen y otros morirán, cantaba Julio Iglesias. Cambiar todo para que nada cambie, escribía Lampedusa. Yo solo pienso en toda la gente que va a mudar de vida, de domicilio y de compañeros de trabajo. Pienso en el pobre Vicepresidente que se había encariñado con la mesa de madera de ébano del despacho gubernamental. Pienso en el pobre asesor del alcalde más remoto del municipio más incógnito, que a estas horas está triturando actas y planos urbanísticos igual que un fugitivo borra sus huellas. Acordaos de ellos cuando veáis torres de cajas precintadas en el portal de vuestro ayuntamiento. Recordadlos cuando veáis la furgoneta de Mudanzas Paco aparcada en doble fila. Las obras quedan, las gentes se van. Otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual.
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