Vamos a concluir esta serie de tres artículos con los últimos tres ámbitos que tendremos en cuenta para analizar el mercado de explotación sexual y reproductiva.
Ámbito Económico
Sin duda, uno de los ejes económicos más brutales del capitalismo patriarcal es la explotación de mujeres para sexo y reproducción. De hecho, el patriarcado, en sí mismo, es la explotación integral y normalizada de mujeres, como dijimos en el primer artículo de esta serie: el alquiler literal de mujeres a cambio de dinero es solo un paso más que se ha dado en todas las civilizaciones patriarcales.
Actualmente la explotación de mujeres genera más ganancias que cualquier otro negocio. Como dice la periodista, escritora y activista argentina Florencia Etcheves: «50 kilos de mujer son mucho más rentables que 50 kilos de cocaína», haciendo referencia a la cantidad de veces que puedes explotar a una mujer a lo largo de su vida útil. Tanto en el mercado de vientres como en la prostitución, la vida útil de una mujer supera con creces la rentabilidad de cualquier otro animal o producto.
Ámbito Psicosocial
Estamos en uno de los momentos históricos más peligrosos para la proliferación de injusticias en nombre de las libertades individuales, la tolerancia y los derechos. Como decíamos en el segundo artículo de esta serie: no hay ningún interés por parte de los gobiernos en facilitarnos herramientas que generen pensamiento crítico. Al revés: nos retiran esas herramientas. Ya no solo se retira la filosofía del currículum académico sino que se subvencionan y visibilizan de manera excepcional las corrientes posmodernas que cambian por completo el mapa de la realidad. Así, tenemos a una señora llamada Judith Butler, por ejemplo, que en nombre del feminismo y de la filosofía, defiende la existencia de 112 géneros y la creencia de que el género no es un constructo social que haya generado el patriarcado para oprimir a las mujeres y aumentar la agresividad, el aislamiento y la competitividad en los hombres sino poco menos que se trata de un fenómeno metafísico originado en el interior de cada persona. Todo esto, unido a un sentido individual cada vez más fuerte y a la invisibilización constante del contexto social e histórico, da como resultado creencias falaces que proliferan como las cucarachas: "puedes conseguir lo que te propongas si realmente te esfuerzas" (a tomar por saco el sistema de desigualdades y jerarquías que hace que el 90% de personas que nacen pobres, mueran pobres y el 90% de personas que nacen ricas, mueran ricas, con independencia de lo que hagan, qué va, eso no ocurre. Lo que pasa es que los ricos se esfuerzan y los pobres no, pero tú eres especial, eres un pobre que quiere esforzarse y conseguirás entonces lo que te propongas); "Cada persona tiene las armas necesarias para cambiar su vida" (claro que sí, guapi, tú no te preocupes por los 300 eurazos mensuales que nos roba el Estado a las autónomas en España, por ejemplo, que si te lo propones, conseguirás pagar eso y todo lo que te propongas porque lo tienes todo para cambiar tu vida. No pienses como una fracasada y no te inventes trabas sociales que no existen, tú fluye); "si quieres vender tu riñón, deberías tener libertad para hacerlo" (de los creadores de "todo está en tu mente", llega: no existe un sistema de desigualdades que facilita la vulneración de derechos de los hombres pobres para beneficiar a los hombres ricos y vulnera los derechos de todas las mujeres, no; lo que ocurre es que existen pobres con derecho a vender sus riñones y mujeres con derecho a alquilar sus coños y sus úteros); "los gays también tienen derecho a ser padres y negar esto es homofobia. Los discapacitados y los feos también tienen derecho a tener sexo" (No, mira, nadie tiene derecho a ser padre ni madre. Ni nadie tiene derecho a tener sexo con otra persona, no importa que seas un horco o te falten los dos brazos; la paternidad, la maternidad, así como el sexo con otro ser humano son deseos, no derechos. Como decíamos en el segundo artículo de esta serie: nadie baja puestos en la pirámide de Maslow por no ser padre o madre o por no tener sexo con otra persona. Sin embargo, si usan tu cuerpo como si fuera una cosa al servicio de otra persona sí bajas puestos en la pirámide de Maslow porque, ¡adivina! Te están explotando).
Ámbito de las luchas sociales e identidades políticas
Gracias a la maravillosa feminista Judith Butler, que no es nada falaz ni misógina, la realidad mujer como identidad política está desapareciendo y con ella el sujeto del feminismo. Cualquiera que diga que es mujer, es mujer, no podemos seguir defendiendo que las mujeres seamos las hembras humanas socializadas en el patriarcado porque se nos acusa de transfobia. En nombre del individualismo y la libertad de elección se borran luchas sociales históricas y emergen pseudo luchas dedicadas a sacar fobias hasta debajo de las piedras para continuar defendiendo los privilegios masculinos: los hombres que dicen ser mujeres, están más oprimides que las mujeres, vosotras sois cisprivilegiadas; no habléis de explotación reproductiva que eso es transfobia y homofobia (pobres hombres que son mujeres sin útero y pobres homosexuales que no pueden parir y necesitan alquilar a una mujer con útero); decir explotación sexual es putofobia (claro que sí, cada día en el mundo no mueren miles de mujeres prostituidas a manos de puteros y proxenetas, no; mueren asesinadas por feministas putófobas que hablan de la explotación sexual); negarle a un hombre la posibilidad de definirse mujer es transfobia (y gracias a la pseudo lucha social que defiende que los hombres puedan definirse mujeres sin presentar ningún tipo de informe, tener en cuenta ningún tipo de contexto, ni cambiar nada de su cuerpo, ahora mismo, en México, Chile, Perú y EEUU, entre otros, hay violadores en cárceles de mujeres, maltratadores fuera del protocolo de violencia de género y pederastas sacándoles fotos a las niñas en los baños públicos de mujeres. Y para rematar, hablar de ello también es transfobia). Con todo este potaje de pseudo luchas, no es extraño que también emerjan colectivos de hombres que se sienten maltratados por la ley de violencia de género, colectivos de hombres que creen que el mundo se va a acabar por culpa del feminismo y colectivos de hombres, como los Incels, que defienden su derecho a violar a las mujeres que no quieran tener sexo con ellos.
Por otro lado, tenemos luchas sociales históricas que se pasan la interseccionalidad por el filtro de sus cojones y, desde esa óptica, teóricamente más avanzada, vuelven a considerar al feminismo, como siempre ha pasado, una lucha menor o supeditada a otra: "no puedes ser feminista si comes animales. Primero está la liberación de los animales, después la de las mujeres"; "no puedes ser feminista si no eres comunista. Primero está la lucha de clases, después la de las mujeres"; "no puedes ser feminista si no eres ecologista; primero está salvar al planeta, después está la lucha de las mujeres". Así que el SXXI es esa encantadora época en la que veganos, comunistas y ecologistas se reúnen en los burdeles para hablar de salvar el mundo mientras se follan en grupo a embarazadas de seis meses y compran críos de cuatro en cuatro a mujeres de la india.
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