Habíamos entrado ya en el otoño de 2011 cuando nos preparábamos para dar la bienvenida a la Marcha Popular Indignada -seguida por la Marcha Internacional a Bruselas- en la capital belga. Las condiciones económicas en España eran desoladores. El número de personas en desempleo había pasado la barrera de los 5 millones, el 20,6% de la ciudadanía española estaba en riesgo de pobreza -recordemos que en 2019 este número se encontraba en el 20,7% y se espera que, tras la pandemia, incremente hasta el 22,9%-, la deuda pública española se situó en el 68,5% del PIB y Rajoy anunciaba su conocido paquete de recortes de 65.000 millones de euros: 10.000 millones en educación y sanidad, incremento del IVA, suspensión de la paga extra para los empleados públicos -o, lo que es lo mismo, recortar un 5,7% su salario-, recortes en el subsidio por desempleo o la eliminación de la deducción por la compra de vivienda. Unos recortes que venían precedidos por los 15.000 millones de euros de "ajuste" de Zapatero en sueldos públicos o en pensiones, entre otras cosas.
Pero, ¿qué os voy a contar que no sepáis? Muchos de vosotros habréis sufrido las consecuencias en primera persona.
Ese mismo año es cuando tuve el primer contacto con la renta básica. Ethics and the economy se llamaba la asignatura donde, por primera vez, escuché hablar de ella.
"Un ingreso pagado por el Estado de forma incondicional a toda la población".
Soy plenamente consciente de que a mucha gente, cuando escucha por primera vez esta definición, le entra muchas dudas y se pregunta qué sentido tiene darle un ingreso tanto a quien trabaja remuneradamente como a quien no, tanto a quien ya es asquerosamente rico como a quien vive en la más absoluta pobreza o tanto a quien se "esfuerza" como a quien no.
En primer lugar deberíamos preguntarnos si la renta básica, con sus principios de universalidad, individualidad e incondicionalidad, es una medida justa o no. Durante los últimos años son muchas las personas que han abogado por la renta básica basándose en una evaluación instrumental. Es decir, entendiendo la renta básica como un instrumento capaz de conseguir ciertos objetivos -dar respuesta a la incertidumbre del mercado laboral, mantener cierta paz social o reactivar la economía-. Pero para entender la justicia de la renta básica debemos mirar a la concepción de libertad de la milenaria tradición republicana, donde ser libre es estar exento de pedir permiso para sobrevivir. Por lo que quien no tiene garantizado el derecho a la existencia no es un sujeto de derecho propio, vive a merced de otros y son estas relaciones de dependencia y subalternidad las que hacen de él un sujeto de derecho ajeno.
Para entender la justicia de la renta básica debemos mirar a la concepción de libertad de la milenaria tradición republicana, donde ser libre es estar exento de pedir permiso para sobrevivir
Porque, ¿dónde queda tu libertad si te ves obligado a aceptar un empleo basura de condiciones indignas para no morir de hambre? ¿Dónde queda tu libertad cuando tienes que aguantar esa relación tóxica porque dependes económicamente de tu pareja? ¿Dónde queda tu libertad cuando no tienes tiempo?
La renta básica se perfila como el seguro colectivo de un nuevo contrato social que nos permita no estar al albur de las inestabilidades del mercado laboral o de las turbulencias macroeconómicas. Así como en su día se garantizó el derecho a la salud o el derecho a la educación, toda persona debe tener derecho a contar con los recursos adecuados para poder vivir con dignidad y participar plenamente en la sociedad. Y eso, lamentablemente, no ocurre en la actualidad.
Desde hace más de tres décadas contamos con multitud de programas de rentas mínimas -concebidos como última red del Estado de Bienestar- y, sin embargo, están muy lejos de cumplir el objetivo de garantizar una vida digna para las personas más vulnerables de la sociedad. Aun así, el Gobierno de Pedro Sánchez puso en marcha el Ingreso Mínimo Vital que, si bien al principio la música podía sonar relativamente bien y pese a que defender una postura crítica con un avance siempre sea complicado, ha resultado ser un auténtico fracaso. De las 850.000 familias a las que pretendía dar cobertura -menos de una cuarta parte de la población en riesgo de pobreza- solo ha conseguido llegar a 160.000. Además, tenemos que tener en cuenta que la cuantía para una persona sola equivale al 95% del umbral de pobreza severa y al 64% del umbral de la pobreza. Es decir, que una persona que percibe el Ingreso Mínimo Vital sigue estando en situación de pobreza.
La lógica que reside detrás de las rentas mínimas es la de ofrecer una ayuda ex post a personas que se encuentren en determinada situación de necesidad y puedan demostrar ante la Administración Pública que son "merecedoras" una prestación. Esto es importante porque para poder acceder a una renta mínima como las actuales debes pasar por un auténtico laberinto burocrático y un control continuo desde el momento en que la solicitas hasta el momento en que dejas de percibirla. Este control, además, es uno de los mejores ejemplos de control invasivo sobre las vidas de las personas beneficiarias, con el alto grado de estigmatización que acarrea. Un estigma que se ve acrecentado, porque para gran parte de la sociedad ser pobre constituye una forma de desviación social. Tanto es así que en el imaginario colectivo se ha asentado la creencia de que salir de la pobreza no solo es posible, sino que además es digno de elogio -¡ay! los discursos meritocráticos- y, por tanto, las personas que perciben asistencia pública han sido catalogadas a lo largo de lo años como débiles, carentes de ambición, perezosas… en definitiva, perdedoras. Además, esta estigmatización también incrementa las ya de por sí altísimas tasas de no-aceptación (non take-up rate) de los programas de rentas mínimas. En Europa, dependiendo del país al que hagamos referencia y por diversas razones, entre el 20% y el 60% de las personas en situación de pobreza no acceden a esta última red del Estado de Bienestar.
Sin embargo, la renta básica transita por un camino totalmente opuesto al de los programas de rentas mínimas. La renta básica actúa ex ante y no una vez las personas han "fracasado". Así, consigue que todas las personas tengamos la existencia material garantizada de entrada por el mero hecho de, tal y como explican Casassas y Raventós, "ser moradores de un mundo cuya riqueza ha sido producida socialmente y conviene repartir sin exclusiones". Esto implica que ninguna persona tenga que pedir permiso -o actuar como "sumisa suplicante" ante la Administración- para poder vivir con dignidad y participar plenamente en la sociedad.
Y es que cuando debatimos sobre la renta básica vamos más allá de nuestras necesidades más básicas. Lógicamente no podemos obviar el debate de conseguir una sociedad más justa, más igualitaria y donde no haya pobreza, pero discutir la renta básica implica hablar de todo lo que podríamos hacer, precisamente, porque lo más básico lo tenemos cubierto. Tener la libertad de decir que "no" a un empleo basura o de romper relaciones tóxicas como decía antes, pero también la libertad de poder poner en marcha proyectos personales o colectivos, de desarrollar nuestra vocación artística o investigadora sin miedo a no tener recursos, de no tener que padecer problemas de salud física o mental por las inseguridades económicas o de poder emanciparnos y tener una garantía para emprender nuestro proyecto vital.
La renta básica, en definitiva, es una herramienta que nos permitiría a todas las personas tener un mínimo de libertad para poder aportar a la sociedad como cada uno mejor sepamos hacerlo
La renta básica, en definitiva, es una herramienta que nos permitiría a todas las personas tener un mínimo de libertad para poder aportar a la sociedad como cada uno mejor sepamos hacerlo, viviendo una vida más tranquila, más feliz y alejada de las inseguridades económicas que nos ahogan día tras día. No podemos hacer frente a las nuevas realidades y a los retos del siglo XXI con políticas del siglo XX que sobradamente han demostrado no cumplir sus objetivos y han dejado caer a mucha gente por los agujeros del sistema. Y para ello es imprescindible que abordemos la modernización de nuestro sistema de protección social y apostemos por uno que, frente a las viejas políticas inspiradas en el asistencialismo, garantice la protección universal de las personas. ¿Te imaginas cómo sería tu vida con una renta básica?
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