El 26 de abril de 1994, hace poco más de 30 años, una multitud llenaba los colegios electorales de Sudáfrica para depositar el voto de la ilusión. El apartheid agonizaba, y un hombre negro, un tipo que había pasado 27 años en la cárcel por su activismo y frontal oposición al régimen segregacionista, se posicionaba como claro favorito en los primeros comicios libres del país. Nelson Mandela arrasó. Al frente del Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés), un partido con un amplio historial de lucha y resistencia a sus espaldas, Mandela obtuvo más de doce millones de votos. El 62% de los sufragios. "En el día de hoy, todos nosotros (…) conferimos esplendor y esperanza a la libertad recién nacida. De la experiencia de una desmesurada catástrofe humana que ha durado demasiado tiempo debe nacer una sociedad de la que toda la Humanidad se sienta orgullosa", dijo Mandela en su discurso de toma de posesión unos días después.
El apartheid fue un sistema de segregación racial que comenzó en Sudáfrica en 1948 y se mantuvo en vigor hasta 1991. La amplia mayoría del país, ciudadanos negros de diferentes etnias, fue marginada, repudiada y maltratada sistemáticamente. Entre otras muchas prohibiciones, no tenían derecho al voto, no podían usar los mismos transportes que los blancos ni tampoco casarse con ellos. También eran obligados a asistir a centros educativos de peor nivel y debían vivir en barrios apartados. El ANC prometió acabar con todo ello e impulsar medidas encaminadas a conseguir una igualdad real entre todos los ciudadanos sudafricanos, sin importar su color o procedencia social. Así, y bajo estas premisas, ha ido repitiendo sucesivamente el éxito de las elecciones de 1994 hasta las celebradas el pasado año. En 2024, el candidato Cyril Ramaphosa perdió la mayoría por primera vez y tuvo que formar un gobierno de coalición con otra decena de agrupaciones entre las que se encuentra la DA (Alianza Democrática por sus siglas en inglés), el principal grupo de la oposición y al que muchos ciudadanos conocen como el partido de los blancos. Su líder, John Henry Steenhuisen, es actualmente ministro de Agricultura.
¿Por qué tantos votantes han retirado su apoyo al partido con el que derrotaron al apartheid? ¿Qué ha pasado en estos 30 años de gobierno del ANC? La percepción de muchos sudafricanos es que las medidas para cerrar la brecha entre blancos y negros han sido insuficientes, o tardan mucho en ser efectivas o, simplemente, han resultado inexistentes. No en vano, Sudáfrica lidera el coeficiente de Gini, el índice más fiable para medir la desigualdad dentro de las naciones. En una escala donde el 0 corresponde a la perfecta igualdad (es decir, todos los ciudadanos de un estado tienen exactamente los mismos ingresos) y el 100 a la perfecta desigualdad (una persona tiene todo el dinero y los recursos y los demás, nada), el país marca un 63. Aquí, el 10% de la población, blancos en su inmensa mayoría, ostenta el 80% de la riqueza. El 90% restante de los habitantes, compuesto por negros y coloured (mestizos), lleva demasiado tiempo conformándose con las migajas. Aquí, casi la mitad de la población adulta vive bajo el umbral de la pobreza.
El 10% de la población, blancos en su inmensa mayoría, ostenta el 80% de la riqueza. El 90% restante de los habitantes, compuesto por negros y coloured (mestizos), lleva demasiado tiempo conformándose con las migajas
"Nosotros sentimos que el apartheid no ha acabado todavía", dice Nobuhle Nobuzana, una mujer negra de 41 años cuya historia es la cara más visible de la desigualdad. Ella saca adelante a los suyos vendiendo su cuerpo. Vino al mundo en una ciudad pequeña en el seno de una familia monoparental: su madre se ocupó sola de ella y de sus tres hermanos, y comenzó a prostituirse incluso antes de saber lo que eso significaba. Ella lo cuenta así: "En mi casa no había recursos ni para las matrículas del colegio, ni para los uniformes ni para los libros. Yo dejé de estudiar muy pronto y, para ganar dinero, comencé a acostarme con hombres mayores". Nobhule narra una vida que la llevó a su primer embarazo con 15 años, a contagiarse de una enfermedad de transmisión sexual por la que se medicará hasta los últimos días de su vida, a ver morir a su hermana mayor de Sida cuando apenas contaba los 36 años. Porque en Sudáfrica, donde casi ocho millones de personas conviven con el VIH, también son los pobres los que sufren estas cifras con más virulencia.
"Yo vivo un infierno diario, hay hombres que se aprovechan de mí, sufro agresiones y cuando estoy en la calle tengo una constante sensación de miedo. Pero es que, en este país, para mujeres como yo las oportunidades de salir adelante dignamente resultan inexistentes", dice. Y su caso dista de ser algo inusual o aislado. Marie (nombre ficticio), otra mujer de 45 años, ha vivido una historia parecida. Nació y vive en Ciudad del Cabo, la meca del turismo sudafricano y la segunda ciudad con más habitantes del país después de Johannesburgo, con más de 4,7 millones de habitantes. Pero ahora no tiene hogar. Habita un pequeño cobertizo que ha levantado en un céntrico parque a base de maderas, cartones, plásticos y otros materiales similares. "Lo que los ciudadanos corrientes dan por sentado, a nosotros nos cuesta un mundo conseguirlo. Para mí, lo peor es que mucha gente tiene hambre. Hay sitios en donde reparten comida, sobre todo entre semana. Pero para muchos es muy difícil. Sí, muy difícil…", cuenta.
Dice Marie que el parque donde vive se llena de ratas por la noche. "Son grandísimas, por el amor de Dios. Casi como seres humanos", bromea. Cuenta también que prefiere los meses de primavera; ni le gusta el frío de julio, cuando Ciudad del Cabo alcanza temperaturas que rozan los cero grados, ni tampoco el abrasador calor del diciembre sudafricano en el que el termómetro se aúpa por encima de los 45 grados. "Hay personas que se portan bien, que nos traen arroz, bolsas de manzana o botellas de agua. Pero también hay gente que protesta, sobre todo la que vive en los alrededores. Se quejan por el humo, así que o cocinamos a las seis de la mañana, o ya cuando cae la noche", explica. Porque, en la segunda ciudad más grande de la segunda mayor economía africana (a Sudáfrica, en la posición 41 mundial, sólo la supera Nigeria en esta lista, que ocupa la 39) había 14.300 personas viviendo sin un techo en 2020, año en el que se publicó un informe realizado por varias organizaciones sobre esta cuestión, aunque la pandemia del COVID y la posterior crisis ha podido dejar muy atrás esta cifra.

VIOLENCIA Y UNA JUVENTUD FRUSTRADA
Las altísimas cifras de desigualdad traen aparejadas otras igual de elevadas de violencia. Sudáfrica tiene un problema de criminalidad, y Ciudad del Cabo es la expresión del síntoma en su máximo exponente. Según las cifras oficiales, desde abril de 2022 a marzo de 2023, la urbe registró 3212 asesinatos. Más aun, la organización independiente World Population Review la coloca en la undécima posición en su listado anual de ciudades más violentas del mundo, donde coloca tres urbes sudafricanas entre las primeras 50 clasificadas. Aquí, en Ciudad del Cabo, se producen cada año más de 66 homicidios por cada 100.000 habitantes. Y son mujeres como Marie, las de las más bajas clases sociales, las que vuelven a poner cara a la estadística. "En las navidades de 2020 asesinaron a mi hijo. Estaba en una fiesta y le dispararon. Lo vi desangrarse en el hospital. Tenía sólo 23 años. Yo tengo cinco niños y dos niñas, pero ese era el que estaba conmigo, el que se preocupaba por mí", cuenta.
La organización independiente World Population Review coloca a Ciudad del Cabo en la undécima posición en su listado anual de ciudades más violentas del mundo, donde tres urbes sudafricanas están entre las 50 primeras
La mayoría de los incidentes criminales se concentran en determinados suburbios de las grandes ciudades. Khayelitsha en Ciudad del Cabo, Alexandra en Johannesburgo… Son precisamente los habitantes de estos barrios los que más sufren la consecuencia de la violencia, que transciende más cuando afecta a blancos o a turistas. Un ejemplo: en 2023, ciudadano estadounidense alquiló un coche a su llegada al aeropuerto de Ciudad del Cabo y configuró su navegador para ir a Simon’s Town, un conocido destino hotelero. Siguiendo las indicaciones del GPS, el hombre condujo a través de Nyanga, uno de esos lugares bajo la disputa de las bandas donde la violencia es la tónica habitual. Allí, un grupo de encapuchados le robó el automóvil, el dinero, el pasaporte y le disparó en la cara. Por este y otros ataques similares, las autoridades pidieron a Google Maps que eliminara estos puntos de sus rutas, a lo que el gigante tecnológico accedió. La gente con recursos más bajos no puede ni activar sus GPS en los lugares donde vive.
"Nuestros suburbios están llenos de violencia", sentencia Dilshaad Bonteneumer, un chaval de 18 años. Habla, sentado en una de las sillas de un aula que una misión salesiana dedica a crear oportunidades laborales para jóvenes como él, de la dificultad de salir adelante en su barrio, y en Ciudad del Cabo, y en Sudáfrica. Bonteneumer comparte casa con su padre, con sus dos hermanos y con un tío. Su madre, cuenta, abandonó el hogar familiar cuando él tenía 3 años. "Yo he visto cómo disparaban a gente delante de mí. He visto morir a amigos y a conocidos. Pero es que no puedes hacer nada. Cuando naces en determinados lugares de este país, esas son las experiencias que te toca vivir", dice. Y también es aquí, en el hastío y frustración de la juventud, donde se explica parte de la retirada de apoyos al ANC. Muchos jóvenes, para los que el partido de Mandela no goza del aura liberalizadora puesto que no vivieron el yugo del apartheid, culpan a este grupo político de sus oscuras perspectivas de futuro.
Sudáfrica se ha convertido en un lugar terriblemente hostil para la juventud. La tasa de desempleo de personas de entre 18 y 24 años supera el 60%. Y eso en un país con una población nada envejecida: su media de edad es de 28 años. En España, por ejemplo, esa cifra se eleva hasta los 44 años. Esta estadística puede mirarse de otra manera: de los 60 millones de sudafricanos, más del 45% no ha cumplido todavía los 25 años. "Yo no los voto. Necesitamos un cambio. No sé cómo sería antes, pero parece que ahora los políticos del ANC sólo se preocupan por sus intereses personales", acusa Bonteneumer, que culpa de la falta de oportunidades a la gestión del ANC de los últimos tiempos. Porque, aunque el apartheid finalizó en 1994, todavía hay datos que muestran que la brecha entre blancos y negros está lejos de cerrarse. Un ejemplo: el porcentaje de negros que cursan estudios universitarios apenas llega al 5% (por el 20% de los blancos). Para una gran cantidad de gente negra, a menudo habitantes de las zonas rurales y más empobrecidas del país, cursar una carrera universitaria es todavía un lujo inalcanzable.
EMPLEO, INMIGRACIÓN Y XENOFOBIA
Pero los jóvenes negros no son los únicos que sufren las oportunidades de un mercado laboral varado. Las cifras de acceso al trabajo en adultos muestran una realidad similar. Para la minoría blanca, la tasa de desempleo se sitúa en el 7%. En cambio, para la población en general, esta estadística se dispara hasta más del 33%. Algunos organismos afirman que es la más alta del mundo por encima incluso de naciones como Brasil, Kosovo o Cisjordania. Como recogieron diversos medios, tanto naciones como internacionales, un informe de Naciones Unidas realizado en 2023 describía la situación como una "bomba de tiempo". Duma Gqubule, un analista financiero que ha asesorado al gobierno del ANC, calculaba entonces que el producto interior bruto de Sudáfrica necesitaría crecer un 6% anual para comenzar a crear puestos de trabajo tan sólo para las 700.000 personas que ingresan a la fuerza laboral cada año. Y de 1994 hasta 2024, el incremento promedio apenas ha llegado al 2,5% al año.
Con todo, algunos de los países que rodean Sudáfrica tiene problemas económicos más graves. Malawi o Mozambique son dos de las naciones más pobres del mundo, y Zimbabue vivió bajo una férrea dictadura durante tres décadas que promovió una diáspora masiva. Todo ello ha provocado que en Sudáfrica vivan cuatro millones de migrantes, según el censo del gobierno local, que llegaron en busca de las oportunidades que no encontraban en sus lugares de origen contagiados por la ideología panafricanista de la que siempre bandera Nelson Mandela, actitud que han reproducido los dirigentes del ANC que le han sucedido. La ONU estima, además, que el estado acoge a unos 250.000 refugiados. Y, en este contexto, se han sucedido los ataques a extranjeros, a menudo impulsados por partidos ultraderechistas o, en los últimos años, también por redes sociales. No en vano, desde las elecciones de 1994 hasta mayo de 2024, se han producido 669 muertes por agresiones xenófobas. Son casi dos al mes.

"Llegué a Sudáfrica en avión cuando abrieron la frontera tras la pandemia de Covid, en 2020. Tuve que escapar de Kampala porque mi situación se puso fea", cuenta John (nombre ficticio), un hombre de Uganda de 30 años que huyó de su ciudad natal debido a su homosexualidad. Sudáfrica es uno de los pocos lugares del continente que recoge la persecución por género u orientación sexual como causa para pedir refugio. Pero en Ciudad del Cabo, su lugar de acogida, John no encontró facilidades o unas instituciones dispuestas a ayudarle. Lo que halló fueron trabas, empleos muy mal remunerados, procesos para regular su situación que se eternizan. "Trabajé dos años como camarero y, cuando ahorré algo, unos 8.000 rands (alrededor de 420 euros) cambié los bares, donde llegaba a pasar hasta 18 horas seguidas, por el set de maquillaje, que es a lo que me dedico, lo que realmente sé hacer", dice el joven. Y añade: "No puedo volver. Recuerdo que el 16 de noviembre de 2022 llamé a mi madre para decirle que era gay y que no iba a regresar a casa. Ella me respondió que si pretendía verla en un ataúd".
Como retornar a su casa no es una opción (Uganda, además, aprobó en 2023 una de las leyes homófobas más severas del mundo, que incluye cadena perpetua para los condenados por mantener relaciones con personas del mismo sexo), John solicitó asilo en Sudáfrica, pero tras un sinfín de reuniones y papeles compulsados, la respuesta ha sido negativa. "Me dijeron que no parezco suficientemente homosexual. Y sin regularizar mi situación no me dan permiso de trabajo, por ejemplo. La impresión es que en Sudáfrica no soy aceptado. Mi sueño es dejar este lugar por un sitio más amable para vivir", concluye. El asesor legal Eugene Van Rooyen, que trabaja con refugiados y migrantes, agrega: "Los que son más jóvenes intentan pedir el visado de estudiante, pero son procesos lentos y costosos. Por ello, sobre todo entre los refugiados de la comunidad LGTBI, muchos terminan haciendo trabajo sexual".
CORRUPCIÓN
Van Rooyen da también una de las claves de la merma de confianza del ciudadano de a pie en la sociedad que ha creado el ANC: la corrupción presente tanto en los más altos niveles como en cualquier proceso rutinario diario. Dice: "Los migrantes afirman que, a menudo, para acceder a tratamientos médicos en los hospitales, deben pagar pequeños sobornos. Aunque la sanidad sea universal, la realidad es muy diferente". Nobuhle Nobuzana, la mujer obligada a prostituirse desde la adolescencia, se expresa en términos parecidos: "Vivimos un infierno diario con la policía. Hay casos de violación, de sobornos… Si te arrestan un miércoles, no te sueltan hasta el lunes a no ser que les pagues algo de lo que has ganado. Nos dejan las celdas sucias y nos deniegan derechos básicos como el de una llamada telefónica". En este sentido, un estudio publicado en 2021 mostraba que el 57,9% de las trabajadoras sexuales en Sudáfrica habían sido violadas. El 14% de ellas por policías.

En las altas esferas, la situación no es mucho más halagüeña. El ANC ha protagonizado muchos y muy diversos escándalos, que afectan tanto a personas con cargos sin demasiada importancia hasta a los presidentes electos del partido. Quizá, los más sonados hayan sido los referidos a los dos últimos mandamases, Jacob Zuma y Cyril Ramaphosa. El primero, que estuvo al frente del país del 2009 al 2018, cuando renunció a la presidencia del país tras años implicado y mencionado en diferentes casos de corrupción, fue condenado en 2021 a 15 meses de prisión por desacato. Zuma se negó a asistir a varias citaciones judiciales para investigar su implicación en diferentes tramas. Tres años más tarde, en enero del pasado año, el ANC decidió expulsarlo del partido para "proteger y preservar su identidad". En las elecciones de 2024, además, Zuma prestó su apoyo al MK (abreviatura del ala paramilitar del ANC durante los años del apartheid), muy popular entre la etnia zulú y que obtuvo casi el 15% de los sufragios, una fuga de votos vital para que su expartido no revalidara la mayoría absoluta.
Ramaphosa, actual presidente de la república, también se ha visto envuelto en varios escándalos. El más sonado tuvo lugar en 2020, cuando lo acusaron de incumplir el precepto constitucional que prohíbe a los integrantes del gobierno sudafricano desempeñar otras labores profesionales remuneradas. Ramaphosa admitió que se dedicaba a la venta de animales de presa. Lo hizo tras la salida a la luz de un robo millonario (alrededor de medio millón de euros, aunque algunas fuentes señalaron que la cantidad, en realidad, podía rondar los tres millones) en una granja de su propiedad en Phala Phala, en el norte del país. El mandatario dijo entonces que el dinero sustraído provenía de ese negocio, de unos búfalos que había vendido, y no de una operación de lavado de dinero, si bien había fajos de billetes escondidos en uno de los sofás de la finca. Pese a todo, la fiscalía sudafricana retiró todas las acusaciones de corrupción contra Ramaphosa en octubre de 2024, meses después de que se presentara a las elecciones como cabeza del ANC y las ganara, aunque sin mayoría, formando el mencionado gobierno de coalición.
Corrupción, desigualdad, altos niveles de violencia y pobreza que siguen afectando, sobre todo, a la inmensa mayoría negra del país, todavía anclada en el medio rural y que encuentra mucha dificultad para acceder a puestos bien remunerados. "Debemos actuar juntos, como un pueblo unido, para lograr la reconciliación nacional y la construcción de la nación, para adelantar el nacimiento de un nuevo mundo. Que haya justicia para todos. Que haya paz para todos. Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos. Que seamos conscientes de que nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras almas se han liberado para que podamos realizarnos (…). ¡El sol jamás de pondrá sobre un logro humano tan esplendoroso! Que Dios bendiga a África", concluía Mandela en su primer discurso presidencial. Un sueño que se resquebraja gota a gota y que todavía está lejos de convertirse en realidad.
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