En el primer artículo de la serie los lastres sociales judeocristianos analizamos el concepto de culpa y en el segundo comentamos la manera en la que las religiones le dan la vuelta a experiencias tan concretas y significativas como el dolor y el sufrimiento. Precisamente, resultaría casi imposible reorientar el desarrollo de la sociedad en torno al sufrimiento como partida sin el paralelo control y demonización del placer, que es lo que trataremos en esta ocasión.
En el artículo anterior empezamos afirmando que el ser humano, como animal, está equipado para identificar y evitar aquello que le causó dolor y buscar, en cambio, todo aquello que le genera placer. Justo al leer esta palabra, "placer", estoy convencida de que te vienen a la mente de manera soterrada los conceptos "pecado", "pecaminoso", "vicios", junto a recuerdos satisfactorios personales —y tal vez, a ráfagas, la imagen de unos labios rojos saboreando un helado de chocolate, bombones, praliné…
—Aquí permíteme un apunte: la comercial asociación placer-chocolate-labios rojos tiene menos de sesenta años y es producto de la reiteración de imágenes y conceptos en publicidad. La asociación placer-pecado, en cambio, es muchísimo más antigua y en ella confluyen mucho más que simplezas repetidas a lo largo de seis décadas. Así que imagina hasta qué punto está implantado en nuestro ser el miedo al placer. Lo mejor de todo, y con ello ya cuentan las religiones, es que no nos percatamos en absoluto de esta manipulación histórica—
Para explicar este fenómeno con el detenimiento que merece, empecemos por lo básico. Entendemos como placer la sensación de plenitud y bienestar que nos genera el abastecimiento de una necesidad física, social y/o psicológica. Y como humanos y seres sociales, nuestro circuito cerebral del placer o circuito mesocorticolímbico se activa especialmente con tres experiencias básicas de supervivencia: comida, sexo y relaciones sociales. Es una grandísima casualidad que estas tres experiencias sean las más controladas y demonizadas por la mayoría de las religiones. ¡Ni que fuera a posta!
Siglo tras siglo, la sociedad va corrompiéndose bajo la creencia de que, sin instrucciones religiosas, lo normal es robar, hacer daño, violar, desear el mal y un largo etcétera
No sé si llegadas a este punto, estarás pensando: "no tiene lógica que las religiones controlen y demonicen el placer a posta. Si fueran un mecanismo de control de masas eficaz, deberían liberarlo y promoverlo, ya que la gente, cuanto más feliz, más idiotizada. Lo decían los romanos ¡pan y circo!". Error y aquí el error tiene una dimensión de 360 grados porque, precisamente, fruto de ese control practicado durante milenios, tendemos a creer hoy en día que la felicidad idiotiza y que el placer nos distrae de las ocupaciones importantes.
Un ser humano sano, que deja que el dolor fluya naturalmente para poder evitar luego las situaciones que lo produjeron y, paralelamente, reconoce y busca el placer de una comida confortante, sexo libremente elegido y deseado, relaciones humanas satisfactorias… es un ser humano fuerte, en todos los sentidos, y es un ser humano que va a aprender muy pronto a cuidar de sí mismo y de su sociedad.
¿Qué ocurre cuando cuidas de ti misma y de tu sociedad? Pues probablemente, por una cuestión de inteligencia adaptativa de animal social, llegues al consabido si todo el mundo está bien, yo estoy bien. Y distribuyas obligaciones, derechos, esfuerzos, descansos, riquezas, tareas, responsabilidades y… ¡Voilà!, contribuyas en la creación de una sociedad que evoluciona acorde a una inteligencia de supervivencia muy básica y eficaz: aquella que promueve el bien común.
¿Qué ocurre con las sociedades que evolucionan hacia el bien común? Bueno, pues, para empezar, resultaría imposible que el poder y los recursos siguieran en las mismas manos y en las mismas familias un siglo y otro y otro y otro, mientras que una gran mayoría muere de hambre. Esas civilizaciones sin sentido, que son la judeocristiana, la musulmana, la hindú… y cualquiera con base religiosa, no tendrían la más mínima cabida si el átomo de la sociedad, que es el individuo, y la molécula, que es la familia, tuvieran experiencias sanas y naturales en torno al sufrimiento y al placer.
En el artículo anterior decíamos que una sociedad que gestiona el sufrimiento como punto de partida y no como una circunstancia transitoria a evitar es una sociedad ansiosa y enferma con tendencia a acumular excedentes. Lo mencionamos sin ahondar en la relación causa-efecto, pero estoy segura de que se entiende perfectamente cuál y cómo es el camino que empieza con el acúmulo enfermizo de excedentes y acaba con monarcas hartos de todo que aún roban a su pueblo hambriento para tener más —monarcas puestos por Dios, que no se nos olvide ningún detalle—.
Dios se adueña de las cualidades beneficiosas naturales en el ser humano y nos entrega un mundo caótico, formado por personas que hace miles de años dejaron de creer en sí mismas.
Ahora vamos a ver qué pasa con una sociedad que parte del control y la demonización del placer. Simplificaremos tomando como base las tres experiencias placenteras por excelencia: comida, sexo y relaciones sociales. Antes de enumerarlas, haremos una parada para recordar que nuestros circuitos del placer están conectados a otras áreas del cerebro. Este fenómeno nos lleva a relacionar el placer con recuerdos, asociaciones cognitivas, carga simbólica, etc… lo que acaba generando modificaciones en nuestra conducta y en nuestras creencias.
Comida
En las civilizaciones con base religiosa, como es el caso de nuestra civilización judeocristiana, la comida no es un recurso que debamos conocer y encontrar para experimentar plenitud. No, por el contrario; es un regalo de Dios. De entrada, no merecemos comer ni arcilla, pero Dios, que es buena gente, llena nuestra mesa de alimentos y debemos rendirle pleitesía cada vez que nos sentamos a ingerir individualmente o en familia. Aquí entiende el peso de bendecir la mesa un siglo y otro y otro y otro y otro. Todo lo que hay encima de la mesa no es fruto de tu esfuerzo, de tu buen hacer, de tus relaciones con el vecindario, de que cuides bien el huerto y de mil explicaciones más que además te llevan a reconocer lo bien que has hecho las cosas. ¡Nada de eso! Lo que tienes delante es regalo de Dios y, como tal, has de agradecérselo a Dios. Si osas pensar que mereces esa comida por habértela procurado por tus propios medios y los de tu comunidad, caes en el pecado capital de la soberbia. Si además vuelves a llenar el plato, quédate con el mal regusto de haber caído en la gula. A partir de ahí, del simple hecho de no ser merecedora de lo que comes, ni mucho menos reconocer la autogestión de tus alimentos, todo es un suma y sigue hasta llegar a la pura disociación y negar incluso, ya no el placer de comer, sino la propia necesidad de hacerlo. "No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa?" Mateo 6:25. "Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre éste, ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación". Juan 6:27. "Deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación". Pedro 2:2. "Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor". Deuteronomio 8:3. Esta es mi favorita: "¡Anda, come tu pan con alegría! ¡Bebe tu vino con buen ánimo, que Dios ya se ha agradado de tus obras!" Eclesiastés 9:7. "Dios ya se ha agradado de tus obras". Quien dice Dios, después de más de 2000 años con la misma cultura en vena, pero desapegadas ya de libros sagrados y misas, dice jefe, padre, novio, el tío del pueblo a quien tengo que demostrar que he prosperado y un largo etcétera de figuras y expectativas ajenas. La cultura judeocristiana nos adoctrina en la aprobación simbólica y nos despega de los placeres básicos que, sin aprobación, sin permiso, sin justificaciones… no merecemos. ¿Qué hay detrás del placer de comer? puro y sano placer de sabernos vivas, reconocer nuestra capacidad de conseguir alimento y disfrutar nuestra participación en una sociedad a la que cuidamos y que nos cuida. Eso tan simple, tan necesario en la madurez de nuestra conciencia individual y social, no existe en nuestras mesas.
Sexo
Con las graves consecuencias de controlar y demonizar el placer del sexo podemos escribir no uno ni dos, sino cien artículos. Esto es solo un apartado, así que resumiré todo lo que pueda. Empezamos con la demonización del acto sexual y de autoconocimiento elemental: la masturbación que, dentro de una sociedad sana, sería entendido como un acto de autocuidado más, igual que la ducha, el cepillado de dientes, el sueño… y como todo acto de autocuidado, podría mostrarnos desvíos de conductas o sufrimientos mentales que tratar a tiempo. En una sociedad sana, no solo se hablaría de la masturbación de manera natural y pedagógica, sino que prestaríamos atención a quien dice que se masturba viendo cosas desagradables o pensando en cosas desagradables como violaciones, asesinatos, perturbación de bebés… ¡Pero no estamos en una sociedad sana! Estamos en una sociedad que ha pasado de mandarnos al infierno por masturbarnos a decir "en mi mente y en mi cama mando yo. Todo lo que imagine está bien", "El porno es ficción" o "Mientras se consienta, todo en el sexo vale". ¿Cómo es posible ese cambio en tan pocos años? Es posible porque no se trata de un cambio profundo, ni mucho menos. Hemos cambiado de collar, no de perro. La demonización del placer sexual nos lleva a la desnaturalización del sexo y la desnaturalización del sexo nos lleva a lo que sea: desde sadomasoquismo hasta el simple y radical hecho de "follar sin ganas". El sexo deja de ser un placer que conocer, explorar y disfrutar en toda su extensión para convertirse en pecado y luego, desnaturalizado, en mercancía. Por supuesto, una sociedad que demoniza las relaciones sexuales libremente elegidas, corta de raíz alianzas muy fuertes entre parejas del mismo sexo y entre parejas heterosexuales capaces de crear su propio destino. Pasamos del sexo como fuerte vínculo de conocimiento y de unión a la heterosexualidad impuesta y dispuesta por Dios, para someter o procrear y rapidito. Esta aberración ha coartado el desarrollo individual y social de cientos de generaciones y nos afecta, hoy en día, mucho más de lo que podamos imaginar.
Relaciones Sociales
De manera natural, como seres humanos y, por tanto, seres sociales, sentimos placer cuando ayudamos a un miembro de nuestra comunidad, cuando abrazamos a alguien, cuando reímos con alguien, cuando comemos, jugamos o descansamos en familia… el placer en todas estas actividades refuerza nuestra sensación de pertenencia a la comunidad y mejora nuestras probabilidades de sobrevivir. Además, el placer en las relaciones sociales nos convierte de manera natural en individuos que ponen los cuidados en el centro a la hora de interactuar con las demás personas. Esto es: "Me genera placer cuidarte y me genera placer que me cuides". Se trata de inteligencia básica de supervivencia, no es otra cosa. ¿Cómo se las arreglan las religiones para desactivar esta inteligencia básica de supervivencia? La civilización judeocristiana, que es la que nos preocupa y ocupa en estos momentos, para empezar, pone en el centro de las relaciones a la Iglesia. Las personas se relacionan entre ellas como creyentes: festejan con bautizo el nacimiento de cada criatura, acuden a misa regularmente para ser adoctrinadas en el tipo de relaciones que han de establecer entre ellas y celebran en comunidad religiosa cada paso importante de sus vidas: infancia, adolescencia, uniones afectivas… El placer de hacer el bien a nuestras semejantes se sustituye por mandato de Dios, que dice que debemos hacer el bien. Esto es: un acto natural placentero nuestro que nos refuerza como humanas, pasa a ser propiedad de Dios. El placer del abrazo o de estrecharnos las manos se convierte en simbología religiosa de paz y amor. Estos gestos humanos tan reconfortantes se practican activamente dentro de los templos y en ceremonias religiosas. ¿Por qué? Por dos motivos fundamentales: para anclar la práctica religiosa a sensaciones profundamente agradables y, al mismo tiempo, para que esos abrazos y apretones de manos nos traigan el recuerdo de la práctica cuando los demos en nuestras vidas de manera espontánea. Sobre todo, el placer natural de cuidar y ser cuidadas deja de ser un placer humano para convertirse en un estadio religioso propio de buenos creyentes. Todo esto insistiendo en que tú, como humana o humano, de manera natural, no cuentas con esas habilidades sociales de inteligencia básica de supervivencia, sino que te las tiene que enseñar Dios porque, de entrada, tú eres un pecado con patas. Sí, es como quien te vende agua del río embotellada alegando que inventó el agua y que el agua pura es la suya.
La repetición durante siglos de que la naturaleza humana es mala/pecaminosa y los comportamientos sociales sanos, propios de tener un poco de inteligencia de supervivencia, son fruto de la conexión divina, acaba convirtiéndonos en aprendices de monstruos.
Siglo tras siglo, la sociedad va corrompiéndose bajo la creencia de que, sin instrucciones religiosas, lo normal es robar, hacer daño, violar, desear el mal y un largo etcétera que acaba en nuestros días con la desidia o la depresión como estados generalizados y aquel runrún constante: "Si es que somos un cáncer para el planeta", "Si es que el ser humano es lo peor". Siglo tras siglo, pasamos de ser seres humanos plenos, con habilidades sociales innatas orientadas hacia el bien común, a creer ciegamente que "para sobrevivir hay que desarrollar maldad, que si haces el bien se aprovechan de ti". Si acaso existe el bien es en la Iglesia, en los hombres y mujeres abnegados que dejan atrás sus pecados para acercarse a Dios.
Finalmente, Dios se adueña de las cualidades beneficiosas naturales en el ser humano: capacidad de entrega, cuidados, bondad como evolución de la inteligencia social. Y nos entrega un mundo caótico, formado por personas que hace miles de años dejaron de creer en sí mismas.
En el próximo artículo hablaremos del enaltecimiento del silencio.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.