Hace unas semanas se publicaba el último anuncio de Gillette, la marca de maquinillas de afeitar para hombres por excelencia, causando gran revuelo entre sus potenciales consumidores. Una ola de indignación erizó el vello facial de cientos de miles de hombres en todo el mundo por lo que consideraban una ofensa contra ellos, al sentir que se les acusa de ser violentos y agresores por naturaleza y que se criminaliza el hecho de nacer varón o ser hombre. Al margen de que es obvio para cualquiera con un mínimo pensamiento crítico, que resulta hipócrita que una compañía que ha hecho negocio hasta el año pasado fomentando los cánones más tradicionales de la masculinidad y cuya idea de hombre a admirar y modelo a seguir eran los futbolistas multimillonarios de marcadísimos abdominales; es de justicia señalar que la visceral reacción de los compradores de sus maquinillas ante el anuncio parece, como mínimo, exagerada. Si nos paramos a analizar este spot con atención, advertiremos una imagen compasiva y redentora de la masculinidad hegemónica.
Sus dos principales mensajes son inequívocos. El primero, que no solo las mujeres, también los hombres son víctimas de la cultura patriarcal, de la educación en roles de género recibida en hogares y escuelas y de los estímulos mediáticos a los que se les somete repetidamente desde niños. Nos fuerza a mirar a esos niños a los ojos y a ponernos en su lugar en el patio del colegio, en el que muchos se enfrentan cada día al acoso escolar por no ser lo suficientemente hombres ("perdedor", "marica", "nenaza" son los habituales insultos, que este anuncio resalta de forma elocuente en una de sus escenas). Por lo tanto, nada más lejos del supuesto determinismo biológico que plantea a los hombres como depredadores por defecto, falacia que se utiliza habitualmente contra la teoría feminista y que ha sido también el principal argumento utilizado en contra de este anuncio.
El segundo mensaje es que hay una forma positiva de reapropiarse de la masculinidad, que un "hombre de verdad" es aquel que trata a las mujeres como a iguales y no como a objetos, que afea a sus amigos los comentarios sexuales y degradantes hacia ellas, que se evalúa ante el espejo con autocrítica, que frena la violencia entre sus compañeros e impide que los hombres se den palizas entre ellos o que los niños abusen de los más débiles. Así que se vuelve a hacer evidente que en ningún momento se puede concluir del visionado de este anuncio que todos los hombres sean malos, agresivos o acosadores; en pantalla aparecen hombres buenos, conciliadores y que valoran a las mujeres, nos presenta la típica respuesta "not all men", aunque más sutil y elegante que aquellas a las que estamos acostumbradas a recibir las mujeres cuando denunciamos comportamientos machistas. En definitiva, donde unos ven un libelo contra la hombría, un "j’accuse" contra el conjunto de los varones; yo descubro una epifanía que pretende reinventar la masculinidad y le da la oportunidad de ser un arma a favor de la justicia universal, contraponiendo una "masculinidad sana” o "nuevas masculinidades" a la "masculinidad tóxica" o "masculinidad patriarcal".
¿Existe una masculinidad que no sea tóxica?
Partimos de la base de que no existe una esencia masculina. El conjunto de capacidades y patrones de comportamiento que se atribuyen al concepto de masculinidad y a su contrario, la feminidad, es una creación simbólica que se trasmite a través de la socialización segregada en roles de género, ya desde recién nacidos. A cada ser humano que llega al mundo le espera una habitación pintada de determinado color, se le escoge un tipo de nombre, prendas de vestir y juguetes según los genitales con los que vaya a nacer; e incluso se le recibe con distintas expresiones de regocijo ("¡vaya princesita, qué linda!", "¡pedazo machote, qué grandullón!"). La gran fortaleza de las identidades masculina y femenina reside en que se nos imponen desde las expectativas de nuestras primeras figuras de apego, principalmente "mamá" y "papá", nuestros primeros modelos de hombre y mujer a seguir; su implantación es persistente porque se trasmite desde los primarios y más fuertes vínculos emocionales que establecemos, lo que contribuye a esa naturalización de los mitos de género.
La gran fortaleza de las identidades masculina y femenina reside en que se nos imponen desde las expectativas de nuestras primeras figuras de apego, principalmente "mamá" y "papá"
Tal como se aborda en la actualidad, pareciera que la masculinidad y la feminidad no son mucho más que un tipo de personalidad o un estilo de vida, un traje que puede quitarse o ponerse, una tribu urbana a la que pertenecer o algo que pueda adoptarse voluntariamente. Esta forma superficial de entender los roles de género olvida que se trata de una división social inoculada desde el nacimiento que tiene el objetivo de distribuir de forma desigual los recursos y el poder, que es el sostén ideológico del orden patriarcal y legitimador de la relaciones asimétricas entre hombres y mujeres. Los roles de géneros son una losa con la que cargar, un candado sin llave a la libertad de desarrollo de cada ser humano. Aunque muchos de los mandatos de la masculinidad patriarcal están atravesando ahora una crisis de validación social, sus valores fundamentales permanecen intactos porque las estructuras e instituciones sociales construidas en base a la superioridad de lo masculino y la devaluación de lo femenino siguen vigentes. Las "nuevas masculinidades" no dejan de ser versiones descafeinadas del origen patriarcal de la masculinidad, el rostro amable de la dominación masculina.
Aunque concordando absolutamente con la necesidad de que los hombres reflexionen acerca de la causa de sus prejuicios hacia las mujeres y todo aquello que no se considera un "auténtico hombre", de su forma de relacionarse con los demás y el entorno, y sobre todo de que se hagan tanto responsables de sus comportamientos abusivos como compañeros de las mujeres en su lucha por la igualdad; no creo que sea posible una renuncia real a los privilegios de forma individual ni una transformación significativa de lo que supone socialmente ser hombre sin que desaparezca tanto la jerarquía estructural de género como el imaginario que reparte funciones según unas supuestas capacidades e inclinaciones naturales diferenciadas. La propia existencia de un antagonismo y dicotomía entre las categorías sociales de hombre y mujer es perjudicial y un obstáculo insalvable para dicha igualdad.
Toda masculinidad es tóxica porque no existe una forma masculina de actuar, unas prácticas o unas habilidades que sean propiamente masculinas, ni una forma correcta de ser hombre. Lo mismo ocurre con la feminidad. Para erradicar el patriarcado hay que erradicar las categorías de género en las que se fundamenta la división sexual del trabajo y la organización socioeconómica que imputa a las mujeres el ámbito doméstico y familiar y a los hombres el laboral y la esfera pública. Mientras esto no ocurra, nosotras seguiremos ocupando de prestado los espacios masculinos y ellos siendo generosos y colaborando con nosotras en las tareas femeninas. Continuará siendo noticia que un hombre disfrute de la crianza de sus hijos, que un padre baile con su hijo varón ataviados ambos con el vestido una famosa princesa Disney, o que un profesor de educación física sea capaz de rehacer las trenzas despeinadas de una de sus alumnas de infantil.
La trampa de la masculinidad
Según los estudios académicos sobre la construcción de la condición masculina, como los desarrollados por el psicoterapeuta Luis Bonino, el modelo predominante de masculinidad, esa brújula aspiracional que marca el norte de la acción de los hombres, se basa en cuatro ejes básicos de pensamiento. El primero de ellos es la autosuficiencia prestigiosa, que consiste en que un hombre debe valerse por sí mismo y "hacerse a sí mismo", no sólo debe ser independiente sino demostrar que lo es y que no necesita depender de nadie; y el segundo es la belicosidad heroica, que es la creencia que promueve la figura de héroe, o guerrero/soldado valeroso, o su versión "light" del deportista; establece una visión de la vida como reto a superar y del mundo como campo de batalla, fomentando la forma de relacionarse con el resto de hombres en términos de competición y con las mujeres de dominio y conquista, que impone la inhibición del miedo y las emociones y la resistencia ante el dolor y el sufrimiento, así como legitima el uso de la violencia como instrumento eventual. Estos dos primeros conjuntos de valores de la masculinidad generan el imperativo de que un hombre debe ser por fuerza exitoso, acumular logros y hazañas sin ayuda, ocupar puestos de liderazgo y destacar por encima de los demás. En consecuencia, se convierten en un potente generador de ansiedad en los hombres, que se ven en la tesitura de demostrar permanentemente que "están a la altura", de "mantener el tipo", de "echarle huevos". La vulnerabilidad y la interdependencia están prohibidas, dos características intrínsecas al ser humano, lo que convierte a la masculinidad en una ficción irrealizable, y por lo tanto, en una fuente constante de frustración y rabia.
Desde la cuna se les inculca a los niños que tienen el deber de demostrar su fuerza y el derecho a todo lo que puedan conseguir ejerciéndola. Lo que se hayan ganado, es suyo. La masculinidad tiene trampa, viene con las cartas marcadas, pues promete a todos los hombres un dominio por derecho al que la gran mayoría de ellos no podrá acceder, impone unos estándares imposibles de cumplir de por sí. Entonces, si no prosperan, si no ganan, si no vencen, ¿no son hombres? Por fuerza un jubilado o un parado, que no puede cumplir con su rol de proveedor, o cualquier hombre que pida ayuda (aunque solo sean indicaciones para encontrar un lugar al que se dirige), es menos hombre. Ya no digamos un hombre que llore, que admita que no puede o no sabe hacer algo, que abrace y bese a sus amigos en lugar de darles fuertes palmadas en la espalda y apretones descoyuntadores de manos. Casi todos están condenados de antemano a no ser nunca "lo bastante hombres".
En la propia definición de la masculinidad se encuentra la desigualdad de derechos a favor de los hombres, su apropiación del espacio público y la relegación de las mujeres al hogar
La tercera creencia viene a solucionar el desequilibrio entre ese afán de dominio y la posición subordinada a otros hombres con que la mayor parte deberá conformarse a lo largo de su vida: es el respeto a la jerarquía, la disciplina y la obediencia a la misma y a sus referentes simbólicos tales como la patria o las instituciones. La pertenencia al grupo de pares masculinos es la necesidad constante, ser admitido en el club basta aunque no se forme parte de las autoridades del mismo. Los ritos de iniciación, como las novatadas en el ejército y los colegios mayores, con su correspondiente demostración de resistencia a las humillaciones y de capacidad de humillar y someter a los que vengan detrás, beben de esta matriz de la masculinidad. La última pero casi la más importante, muy conectada con la anterior creencia base, es la superioridad sobre las mujeres y por supuesto sobre los varones "menos masculinos" (lo que en Forocoches llaman "betas" en contraposición a los "machos alfa") y la diferenciación de ellos. Es decir, ser hombre es básicamente no ser mujer ni "poco hombre", y hacer lo contrario a ambos. Supone no tener ninguna de las características que la cultura atribuye a quienes se consideran inferiores, débiles y menos importantes: mujeres, infancia, personas LGTBI… Lo masculino implica en sí mismo la devaluación de lo femenino y prescribe la heterosexualidad como rasgo intrínseco, por lo tanto está en la raíz del machismo, la misoginia y la lgtbifobia. Se evidencia una vez más que en la propia definición de la masculinidad se encuentra la desigualdad de derechos a favor de los hombres, su apropiación del espacio público y la relegación de las mujeres al hogar.
Ser hombre o ser humano
Es cierto que socialmente la masculinidad favorece a los varones como conjunto social, les otorga una posición social de privilegio con respecto al conjunto de mujeres, pero también les causa muchos problemas personales al actuar como una rígida camisa de fuerza sobre ellos como individuos. Muchos de los malestares y patologías psicosociales que sufren los hombres se derivan de la propia socialización masculina, que ciñe y limita su desarrollo vital, su forma de sentir y pensar, y genera una percepción excluyente de la realidad. La masculinidad mutila facetas enteras de la condición humana, implica en sí misma un déficit de humanidad y empatía y acaba constituyendo un factor de riesgo para la salud y la vida de propios y ajenos.
Un documental realizado por la directora y activista feminista Jennifer Siebel, 'The Mask You Live In' (2015), analiza el impacto negativo que el concepto de masculinidad tiene en los hombres estadounidenses, sobre todo los más jóvenes, y apunta a que la epidemia de acoso escolar en las aulas, tiroteos indiscriminados en los centros educativos, de violaciones en los campus universitarios, o la propia violencia de género, es un efecto directo de los valores asociados al rol masculino. Reflexiona de una forma en la que es imposible no sentirse interpelado sobre el modelo de crianza que marca distancia emocional con los niños, hasta el punto de prohibirles llorar y tener miedo, y sobreprotege a las niñas; sobre la ausencia de figuras paternas cuidadoras; sobre la hipermasculinización e hiperfeminización de la representación cultural (arquetipos de películas, series, vídeos musicales…); la normalización e insensibilización ante la violencia física y sexual que provoca la elevada exposición desde edades cada vez más tempranas a los videojuegos y a la pornografía gratuita en Internet, las dinámicas de bulliyng en las escuelas, la escalada de agresividad en la competición deportiva, etc. La tesis principal de este trabajo documental es que la masculinidad es una máscara que oculta, moldea y constriñe al ser humano que está tras ella, y le impide una verdadera conexión emocional con el resto de personas y, al igual que la feminidad obstaculiza a las mujeres vivir experiencias como el liderazgo o el éxito profesional, a los hombres les deshumaniza y les mutila experiencias como las amistades íntimas y recíprocas con otros hombres y con las mujeres o la paternidad vincular.
Al establecer su relación con los demás desde una perspectiva de dominio, la masculinidad limita la capacidad de amar y de cuidar (incluso de cuidarse a sí mismos en términos de salud y autoprotección, puesto que al encumbrar la valentía se termina incurriendo en la excesiva temeridad), de expresar todas las emociones asociadas a lo femenino como la ternura, les encierra en el miedo anulante a parecer "calzonazos" o "blandengues", y les inculca todo tipo de inseguridades y complejos constantes relacionados con la apariencia de virilidad. "En el instituto me sentía marginado por mis compañeros porque no quería participar en peleas, no le veía el sentido a follar sin condón o a ligar con incontables chicas, y tampoco me interesaba emborracharme hasta perder el sentido", explica uno de los elocuentes testimonios recogidos en el documental. "Se reían de mí por ser el más bajito y pequeño. Mi padre me daba consejos de cómo devolver los golpes y me enseñaba a aguantarlos. Me decía que ante todo no me chivase. Nunca me enseñó que estaba mal la forma en que mis compañeros me trataban ni jamás se preocupó por decirme que no merecía que se riesen de mí", cuenta otro chico.
Los estudios teóricos sobre la masculinidad de los teóricos como Bonino también concluyen que la masculinidad hegemónica es una factor de riesgo para la vida propia y ajena, porque propicia muchas enfermedades y trastornos como la depresión, que acaban en muerte prematura o suicidio debido a un infradiagnóstico derivado del imperativo masculino de invulnerabilidad, así como daños a las personas por abuso de poder y naturalización de la violencia, haciendo especial hincapié en la violencia sexual y de género. Por lo tanto, atacar a la masculinidad no equivale a ir en contra de los hombres, sino a ir a favor de ellos como seres humanos. Significa destapar toda la humanidad que se esconde tras la máscara, y señalar que que la masculinidad será lo mejor para el patriarcado, el sistema, pero no es “lo mejor para el hombre” como persona. Ni siquiera la nueva masculinidad que anuncia Gillette.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.