La "primavera" Libia
La guerra civil en Libia fue una consecuencia indirecta de las revueltas en varios Estados del Norte de África y Oriente Medio que se etiquetaron bajo la difusa categoría de Primavera Árabe. Esta denominación de acuño occidental trae a la memoria los procesos de democratización en Europa Central y Oriental, donde se combatió a las democracias populares instaladas y apoyadas por la entonces Unión Soviética. El nombre de las revueltas en el mundo árabe parece calcado de la Primavera de Praga de 1968, cuando miles de manifestantes se expresaron en las calles por una mayor apertura en medio de la política de "socialismo con rostro humano" del líder checoslovaco Alexander Dubček. Dos décadas después del fallido levantamiento, Estados que guardaban estrecho alineamiento con Moscú se fueron democratizando. Esa referencia histórica prevaleció cuando se produjeron las revueltas en el mundo árabe musulmán desde 2010. Uno de los antecedentes más importantes y que no siempre fue observado por los análisis y los reportes de medios fue la llamada "Primavera de Teherán", protestas en Irán a raíz de la relección de Mahmmoud Ahmadinejad en 2009 y que terminaron en una fuerte política de represión.
Este panorama daba cuenta de una zona en convulsión donde los pedidos de cambio eran el común denominador y presentaban, en todos los casos, el uso de las nuevas tecnologías de las comunicaciones y de la información, dejando en evidencia cómo escapaban al control de los Estados. En efecto, durante las protestas fue habitual el uso de mensajes de texto para convocar manifestaciones y coordinar acciones para sumar cada vez más adeptos. Las redes sociales y las plataformas de video jugaron un papel clave frente a los intentos estériles de los regímenes para imponer la censura.
A comienzos de 2011, los vientos de cambio llegaron a Libia, donde se presentaron manifestaciones contra el gobierno de Muamar Gadafi en las ciudades de Darna, Misrata, Trípoli y Bengasi. En esta última se produjeron duros choques entre policías y manifestantes cuando fue detenido el activista por los derechos humanos Fethi Tarbel, acusado de propagar el rumor de que se había presentado una conflagración incontrolable en la prisión de Abu Salim, centro de detención de buena parte de los presos políticos. Se trataba, valga aclarar, de un tema sensible en la historia reciente Libia, pues en 1996, unos 1200 detenidos desaparecieron en extrañas circunstancias. Se especula que fueron ejecutados en Abu Salim con trámites sumarios que violan todos los derechos ligados al debido proceso.
La detención de Fethi Tarbel se convirtió en uno de los elementos centrales del levantamiento libio. A raíz de esa información se produjeron llamados a través de Facebook para tomar las calles de Bengasi. Posteriormente, las protestas fueron creciendo y extendiéndose a otras ciudades. Como resulta apenas obvio, los recuerdos por la masacre de 1996 volvieron rápidamente y con ello las reclamaciones pasaron de la simple liberación del activista y el resto de los presos políticos a la salida de Gadafi.
En medio de los choques de ese 19 de febrero de 2011, a dos días de haber iniciado las protestas, 84 personas fueron asesinadas y se especula que cientos de militares corrieron la misma suerte tras negarse a acatar las órdendes de represión. Con ello, el caos se tomó buena parte de las ciudades libias.
Así empezó la guerra civil y poco a poco la postura de Occidente se fue deslizando del reconocimiento a los rebeles al apoyo militar pleno. De forma apresurada se descartó cualquier negociación entre el gobierno y los disidentes, a pesar de algunos llamados a no intervenir y dialogar, como el propuesto por Hugo Chávez, por entonces líder del sur global. La inciativa del presidente venezolano fue aceptada por las autoridades de Trípoli, pero descartado por Europa. Francia y Reino Unido avanzaron en el reconocimiento formal del denominado Consejo Nacional de Transición (agrupación de rebeldes), y por ende, se cerró la puerta a la negociación y se apostó por una guerra en la que se reivindicaba como condición inamovible el cambio de régimen.
Francia y Reino Unido avanzaron en el reconocimiento formal del denominado Consejo Nacional de Transición, y por ende, se cerró la puerta a la negociación y se apostó por una guerra en la que se reivindicaba como condición inamovible el cambio de régimen.
A medida que crecía la presión de los medios de comunicación debido al incremento de muertos, se exigía una respuesta contundente por parte de la llamada comunidad internacional. Dos semanas después del inicio de la guerra, las fuerzas de Gadafi tenían ventaja y según el oficialismo estaban muy cerca de retomar Bengasi, bastión del Consejo Nacional de Transición. De acuerdo con Saïf Al-Islam, hijo del mandatario libio, en 48 horas tendrían de nuevo el control de la capital rebelde. Justo en ese momento, Francia y Reino Unido hicieron presión en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que, cuanto antes, se interviniera de manera directa y se declararse una zona de exclusión aérea sobre Libia con la idea de proteger a los civiles. En contraste, China, Rusia y Alemania (esta última como miembro rotativo del Consejo de Seguridad) se mostraron escépticos.
La OTAN y la instrumentalización de "la responsabilidad de proteger"
La entrada de la OTAN en escena se produjo por iniciativa franco británica. Valga recordar que, bajo el liderazgo de Nicolás Sarkozy, Francia se alejó de la postura sostenida por Jacques Chirac durante sus dos mandatos, en las que ejerció de contrapeso al intervencionismo de Estados Unidos. En 2003, durante la polémica previa a la intervención en Irak, París y Berlín fueron enérgicos contradictores de Washington, y en el caso francés, rechazaron votar a favor de una operación militar en el Consejo de Seguridad.
Con la llegada de Sarkozy se pretendió un papel más activo en la OTAN, con lo cual no solo tomó distancia de su antecesor, sino de lo que había sido una política de poco involucramiento mantenida desde 1966. En ese entonces, Charles de Gaulle, contrario a la ultilización de la OTAN como plataforma de influencia desmedida de los Estados Unidos, se había retirado del mando militar dejando solamente la membresía con el fin de evitar el asilamiento. Sin embargo, por decisión de Sarkozy, París se reintegró en el comando armado conjunto en 2009, dos años antes de la operación militar en Libia que estrenó el aparatoso liderazgo francés en la OTAN.
Así se impuso la postura franco británica de intervenir apelando al principio de la "responsabilidad de proteger", que había sido producto de la evolución del concepto de "seguridad humana". Esta había surgido a mediados de los 90 liderada por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, y el ex ministro de exteriores canadiense, Lloyd Axworthy, para sustituir la seguridad basada en la disuasión nuclear, en manos de las grandes potencias, por una noción centrada en los individuos.
No obstante, la postura intervecionista de París y Londres causó controversia al menos por tres razones. En primer lugar, porque la declaración de la exclusión aérea era entendida como el paso previo a una intervención militar y se recordaban los fracasos de Afganistán e Irak. Ambas operaciones habían conducido a una espiral de violencia y en el caso de Irak revivieron tensiones entre las comunidades musulmanas sunnitas y chiitas, con la activación de una confrontación bélica que se exentió a Siria y Yemen. En segundo lugar, no era entendible porqué justo cuando Gadafi estaba a punto de retomar el control de Bengasi se acordaban las condiciones para una intervención. Parecía evidente el deseo de los gobiernos de David Cameron y Nicolás Sarkozy por sacar del panorama a lider libio. Y en tercer lugar, la adopción de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad que, además de la zona de exclusión aérea, ordenaba la protección de civiles según la doctrina de la "responsabilidad de proteger" volvía a poner en evidencia el carácter selectivo con el que buena parte de los Estados occidentales defiende los derechos humanos. Para la fecha habían sido varios los pedidos a Naciones Unidas en el Consejo de Seguridad para la protección de la población palestina sometida a todo tipo de vejámenes por parte de Tel Aviv, pero que siempre han sido bloqueados por el veto Washington. Para la fecha en que se acordó la Resolución 1973, Arabia Saudita, aliada de varias naciones occidentales, había entregado apoyo militar a Bahréin para reprimir las protestas pro democráticas de la mayoría chií, violando sistemáticamente los derechos humanos, pero sin que hubiese sido criticado -o siquiera advertido- internacionalmente.
Para la fecha habían sido varios los pedidos a Naciones Unidas en el Consejo de Seguridad para la protección de la población palestina sometida a todo tipo de vejámenes por parte de Tel Aviv, pero que siempre han sido bloqueados por el veto de Washington
Más adelante y como se analizará, por el vacío de poder en Libia, Riad dispondría de amplio margen de maniobra para financiar la guerra en Irak y atacar a Yemen, en concreto a la población chiita, sin ninguna condena por parte de la comunidad internacional ni despliegues para la protección de la población civil como la evocada para el caso libio. Parecía que la violencia contra la comunidad chiita no era capaz de despertar ninguna tipo de solidaridad.
Luego de siete meses de ataques indiscriminados que terminaron con la muerte de miles de civiles, una cifra que aun es objeto de discusión, la OTAN reivindicó el éxito de una operación a la que insistentemente calificaba de carácter humanitario. En la guerra pudieron haber muerto unas 30 mil personas y todavía no han sido investigados la mayor parte de los crímenes de guerra. El caso recuerda al horror de las torturas a las que fueron sometidos los prisioneros acusados de terrorismo en los centros de Abu Ghraib, en Irak, y Guantánamo, en Cuba (bajo ocupación estadounidense). Desmond Tutu pidió que George Bush y Tony Blair fueran sometidos a la Corte Penal Internacional por estos hechos. Sin embargo, al igual que con los crímenes de guerra cometidos en Libia, es muy poco probable que suceda.
El 20 de octubre, en la ciudad costera de Sirte, una turba envalentonada por la acción previa de la OTAN linchó a Muammar Gadafi sin que hubiese un juicio de por medio y para regocijo de la mayoría de lideres occidentales. Sin ninguna alusión a la forma en la que fue asesinado, el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, celebró la muerte del líder africano: "Libia cierra uno de los capítulos más oscuros de su historia y pasa la página". Sin embargo, lo peor estaba por ocurrir.
Post intervención: el descenso de Libia y del Sahel a los infiernos
Gadafi construyó un proyecto de Estado laico, socialista y cercano al panarabismo. Arribó al poder a finales de los 60 cuando todavía estaba en vigencia la unión del mundo árabe bajo liderazgo del dirigente egipcio Gamal Abdel Nasser. Como es bien sabido aquel proyecto jamás prosperó y cada una de las naciones árabes se concentró en sus procesos internos. A mediados de los 70, Gadafi sobrevivió a un intento de golpe de Estado y una década después, Libia fue bombardeada por órdenes de Ronald Reagan como represalia a un atentado contra una discoteca en Berlín, cuya responsabilidad fue atribuida a Trípoli.
El coronel gobernó el país con mano de hierro, en especial desde los 2000, combatiendo sin tregua al fundamentalismo islámico, principal amenaza para su proyecto. Trípoli renunció al desarrollo de armas de destrucción masiva a cambio del levantamiento de sanciones, lo que derivó en su inserción efectiva en el sistema internacional hasta febrero de 2011, cuando Occidente capitalizó la guerra civil en Libia para sacar del mapa político a Gadafi.
Poco antes de la caída del líder libio, el mariscal Jalifa Haftar regresó de un largo exilio para combatir a unas debilitadas tropas oficialistas y, claro está, con el apoyo efusivo de Estados Unidos, que buscaba un gobernante en Trípoli susceptible a su influencia. Libia es un Estado clave en la geopolítica global, pues sus reservas de petróleo son las más grandes del África y su producción diaria llegó a rozar los 1,7 millones de barriles. El cálculo era ubicar a Haftar en el poder, sin embargo, como suele ocurrir en los escenarios posteriores a largos mandatos en el poder (Irak, Costa de Marfil, Afganistán, Sudán), el país se sumió en el caos entre algunos grupos de clara orientación islámica y otros afectos al mariscal. De esta manera, a partir de 2014, estalló la segunda guerra civil que tiene sumido al país en un proyecto de estado sin ninguna capacidad para garantizar el control o la estabilidad. Ni siquiera durante la pandemia se dieron treguas y los llamados a la calma de la comunidad internacional se han hecho en medio de la apatía. Es decir, el contraste entre el interés de 2011 y el de los últimos años es apabullante y se observa que poco interesa una Libia roída por la guerra y, en consecuencia, cuya capacidad de producción petrolera está seriamente atrofiada.
Como suele ocurrir en los escenarios posteriores a largos mandatos en el poder (Irak, Costa de Marfil, Afganistán, Sudán), el país se sumió en el caos entre algunos grupos de clara orientación islámica, y otros afectos al mariscal
Actualmente el país está divido entre el Gobierno de Unidad Nacional (GUN), que congrega a buena parte de milicias que pelearon contra Gadafi y controlan Trípoli, además de gozar del reconocimiento de Naciones Unidas, y del otro lado aparecen grupos leales a Haftar, cuya fortaleza está en el oriente del territorio. A este enfrentamiento hay que sumar el de tuaregs contra toubous en el sur del país. Los segundos han llegado en los últimos años provenientes de Chad y Níger, por lo que los primeros los han acusado de colonizar su territorio. Sin embargo, desde 2019 ambos pactaron la no agresión y decidieron unirse al GUN para luchar contra Haftar.
Hacia el fututo se cree que la única salida para la estabilización de Libia son las elecciones. A pesar de reiterados intentos por convocarlas no ha sido posible, por falta de garantías, seguridad y acuerdos políticos entre los dos bandos que se acusan mutuamente de intentos de fraude. Más grave aún ha sido el efecto del caos libio sobre la región del Sahel, la franja que comparten Senegal, Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad y Sudán.
La salida de Gadafi permitió a varios grupos provenientes del Oriente Medio expandirse por toda la zona. A medida que la ofensiva de Rusia, Estados Unidos, Arabia Saudí, Turquía, Francia y Reino Unido se recrudecía en territorio sirio, llegaban combatientes o armas a la zona del Sahel, concretamente a varios grupos como Boko Haram, el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental (Muyao), Ansar Dine o Al Qaeda en el Magreb Islámico, que ha jurado lealtad al Estado Islámico, moribundo en Oriente Próximo, pero aún letal en la franja del Sahel. A diferencia del Oriente Medio, las estructuras estatales son débiles y la zona no tiene ninguna visibilidad internacional, a pesar de ser comprobadamente la más vulnerable al extremismo islámico.
Lecciones para el futuro
Durante la década de los 90 se avanzó en una doctrina global de defensa de los derechos humanos para la protección de civiles cuando los Estados, por omisión o acción, fuesen responsables o simplemente no tuviesen las capacidades para evitar o detener violaciones masivas. La guerra en Biafra (Nigeria, 1967-1971) sirvió como punto de inflexión, pues llamó la atención sobre los riesgos de defender la soberanía a expensas de los derechos humanos. En este conflicto, iniciado cuando el general Odemegwu Emeka Ojukwu declaró la independencia biafreña por al abandono de las autoridades centrales, alrededor de un millón de personas murieron de inanición ante la mirada impasible de las grandes potencias y del sistema de Naciones Unidas, incapaces de reaccionar.
Cuando el mundo había repetido hasta la saciedad "nunca jamás" por los crímenes cometidos contra judíos, eslavos, gitanos y homosexuales en la Segunda Guerra Mundial y con el temeroso antecedente biafreño, dos tragedias más sacudieron el planeta. En 1994, entre 800 mil y un millón de tutsis fueron asesinados en Ruanda con la complicidad de varias potencias europeas que retiraron sus tropas y evacuaron a sus connacionales justo en los albores del genocidio. La muerte del presidente Juvénal Habyarimana cuando su avión fue derribado por un misil, desencadenó una persecución contra esa población cuando corrió el rumor sobre su posible culpabilidad. Entre abril y junio de 1994 se torturó y asesino de todas las formas posibles a la población tutsi, sin atisbo de reacción internacional.
Un año después, en Srebrenica (Bosnia-Herzegovina), algo similar ocurrió cuando los cacos azules de nacionalidad neerlandesa abandonaron el campo de refugiados musulmanes, permitiendo que paramilitares serbios asesinaron a 8000 personas en el transcurso de varios días. Luego en los Balcanes occidentales, en la moribunda Federación Yugoslava debilitada por su desintegración, gestionada y apoyada por Occidente, la OTAN intervino militarmente apelando a la idea de evitar una "limpieza étnica" en Kosovo. La operación sobrepasó todos los márgenes humanitarios y produjo la muerte de entre 2 mil y 5 mil inocentes y la aniquilación de buena parte de la infraestructura civil serbia.
El patrón se repitió años después en Afganistán con la excusa de la legitima defensa por al atentado terrorista a las Torres Gemelas, y en Irak, con idea de desarmar a Sadam Hussein y el delirante objetivo de "democratizar el Gran Oriente Medio". Libia fue un capítulo más de la forma en que las grandes potencias han buscado mantener el control sobre ciertas zonas cuya relevancia geopolítica por la existencia de recursos resulta inocultable. En contraste, la defensa de los derechos humanos tan invocada en la "responsabilidad de proteger" ha quedado en el pasado como un eslogan esporádico que jamás terminó de trascender por el doble rasero a la hora de defender población civil.
Referencias:
Audoin-Rouzeau, S. y Dumas, H. (2014). "Le génocide des tutsi rwandais vingt ans après". Vingtième Siècle. Revue d’histoire. 2 (122): 3- 16.
BBC Mundo (25 de marzo de 2016). "Cómo ue la masacre de Srebrenica por la que fue condenado por geocidio Radovan Karadzic?" BBC Mundo.
Bensaâd, A. (2012). "Changement social et contestation en Libye". Politique Africaine 1(125): 5- 22.
Blomfleld, A. (30 de marzo de 2011). "Bahrain Hardliners to Put Shia on Trial".
David, C.P, Rioux J.F. (2001) La sécurité humaine, une nouvelle conception des relations internationales Paris : L’Harmattan : 19 – 30.
Davies, N. (25 de abril de 2018). "Combien de victimes dans les guerres des États-Unis post 11 septembre?".
Darame, M. y Lepidi, P. (23 de agosto de 2020). "Il y a cinquante ans au Biafra, l’avènement humanitaire ‘à la française’".
Jeune Afrique (19 de febrero de 2011). "Le bilan des émeutes libyens dépasse les 80 morts selon une ONG, Tripoli coupe l’internet".
Matalon, V. (18 de marzo de 2011). "Libye: l’intervention militaire en questions". Le Monde.
Reuters (28 de febrero de 2011). "Hugo Chavez veut créer une mediation pour la Libye".
Reuters (31 de octubre de 2011). "NATO chief hails end of successful Libya intervention".
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