Ermira Murati, más conocida como Orange Girl, me manda su nueva obra: una pintada donde Aleksandar Vucic, primer ministro serbio, y su homónimo kosovar, Albin Kurti, se besan sobre un fondo naranja. Cuando veo esa pintada recuerdo a Aida Corovic, una activista serbia a la que condenaron hace un año por arrojar huevos al mural que homenajea a Ratko Mladic en Belgrado. Mladic, conocido como "el carnicero de los Balcanes", fue el general responsable del genocidio de Srebrenica, pero en esa pintada se puede leer: "General, eterna gratitud a su madre". Aún en Serbia hay quienes consideran al condenado por La Haya como un héroe de guerra. "Tenemos que crear una reacción, llamar la atención sobre lo que está pasando", se lee en el mensaje que la artista me manda junto con su obra.
En los Balcanes hay muchas realidades; depende de dónde estés y quién te la cuente. Lo que sabemos que ocurrió en los noventa dejó unas heridas difíciles de sanar. O eso dicen. De acuerdo con la realidad que nos cuentan, en los Balcanes todos se odian, es un "avispero". Ello responde a las voces que se han escuchado para contar su historia más allá de sus fronteras. Y es que la sangre vende, y la historia se ha escrito a través de las crónicas de guerra de corresponsales que buscaban el reverso más morboso del conflicto. No pretendo quitar valor a lo que aquí ocurrió, más bien todo lo contrario. Croacia, Bosnia y Kosovo sufrieron las más cruentas atrocidades que el ser humano puede cometer y, por supuesto, deben conocerse, como también las diferentes realidades del conflicto. Porque existe una realidad a la que nunca se le dio foco, y a la que me niego a catalogar de periférica, porque sus protagonistas tuvieron la valentía suficiente de gritar desde las grandes capitales que no querían la guerra que les impusieron, sin preocuparse jamás por el riesgo de enfrentar al régimen establecido. Porque, el que se haya tomado la molestia de hablar con quienes vivieron -y viven- en la región sabrán que los actos de resistencia no violenta, en cualquiera de sus formas, ha sido el lenguaje utilizado por la sociedad civil de los Balcanes Occidentales desde los años noventa hasta hoy.
La no violencia se basa en la teoría del consentimiento del poder. El filósofo Gene Sharp fundamenta la acción no violenta en la tesis de que un gobierno o un sistema jerárquico no puede mantener su poder si la población desobedece y desafía sus órdenes.
"TODO EMPEZÓ CON KOSOVO Y TODO TERMINARÁ CON KOSOVO"
La albanóloga Miranda Vickers escribió en uno de sus trabajos: "Todo empezó con Kosovo y todo terminará con Kosovo". La académica hace referencia a la abolición de la Constitución de 1974, por parte de Slobodan Milosevic, como el principio de la desintegración de Yugoslavia. Mediante este texto, Kosovo y Vojvodina fueron considerados "elementos constitutivos completos de la Federación, cuyos partidos y cuerpos estatales poseían representación directa y equitativa", por lo que la provincia podría emerger como un factor independiente dentro de la Federación Yugoslava sin tutela directa de Belgrado, lo que suponía que Kosovo y su población, por ese entonces un 90% albanesa, conseguirían un breve sentimiento de libertad y autonomía tras años de reclamos.
La albanóloga Miranda Vickers escribió en uno de sus trabajos: "Todo empezó con Kosovo y todo terminará con Kosovo". La académica hace referencia a la abolición de la Constitución de 1974, por parte de Slobodan Milosevic, como el principio de la desintegración de Yugoslavia
La abolición de la Constitución del 74 trajo consigo otras medidas que llevaron a Kosovo a una situación de represión continua. Algunos lo vieron venir y se opusieron, como los mineros de Trepça, en el municipio kosovar de Mitrovica, que el 20 de febrero de 1989 se declararon en huelga durante ocho días. Sus demandas no eran sociales sino políticas, entre las que se incluían volver a los principios de la Constitución de 1974, la elección democrática de los líderes de la provincia por parte de la clase trabajadora de Kosovo -no impuestos por Belgrado, como había ocurrido tras la llegada de Milosevic al poder-, y la condena a la política discriminatoria del nuevo presidente, del que consideraban que "se había alejado del camino correcto marcado por el camarada Tito".
La organización The Kosovo Oral History recopiló los testimonios de los mineros, entre los que se incluía el de Avdi Uka: "No había otra solución, solo ir a la huelga. No nos permitían hacerlo en la superficie, así que entramos y nos pusimos de acuerdo. No salió el primer turno y tampoco el segundo, llegó el tercero y el cuarto. Se juntaron todos: 1.300 mineros durante ocho días y ocho noches". Los representantes yugoslavos se comprometieron a acceder a las demandas de los huelguistas, pero todo resultó ser un farol: los líderes impuestos por Belgrado en Kosovo no dimitieron, la Constitución del 74 no sería restaurada y la política de Slobodan Milosevic tampoco cambiaría de rumbo. Sin embargo, la acción de los mineros de Trepça fue el inicio del activismo no violento en los Balcanes Occidentales.
Besfort Rrecaj era tan solo un niño de 11 años cuando la represión comenzó. Despidos masivos, separación étnica en las escuelas, cancelación de eventos culturales albaneses, cierre de medios de comunicación y encarcelamiento de periodistas: unos 1.700 trabajadores fueron reemplazados por representantes de las televisiones y radios serbias: "Tenía 11 o 12 años y estuve vendiendo cigarrillos en la calle hasta los 16. Lo hacía porque había que comer, pero era feliz ayudando a mi familia y contribuyendo a la resistencia", cuenta Rrecaj. Ahora es profesor de historia de la Universidad de Pristina y cuenta cómo los trabajadores se negaron a firmar la "Carta de Lealtad", un documento de fidelidad a la República de Serbia y al Partido Socialista que era obligatorio para conservar el empleo. "Decidimos resistir porque estaba en nuestra mentalidad. No nos dimos por vencidos".
Besfort Rrecaj era tan solo un niño de 11 años cuando la represión comenzó. Despidos masivos, separación étnica en las escuelas, cancelación de eventos culturales albaneses, cierre de medios de comunicación y encarcelamiento de periodistas: unos 1.700 trabajadores fueron reemplazados por representantes de las televisiones y radios serbias
Los albano-kosovares crearían su propio sistema educativo y sanitario, ajeno a los centros controlados por Belgrado. El personal sanitario organizó un total de 166 clínicas clandestinas que daban asistencia a las 750.000 personas que se quedaron sin ningún tipo de cobertura sanitaria al negarse a trabajar para el régimen. Estas clínicas paralelas estaban en continuo riesgo de cierre si era localizadas por las fuerzas policiales serbias, de igual manera que sus voluntarios serían detenidos y encarcelados.
Los mismo sucedió con los colegios. Los maestros albaneses fueron despedidos e incluso arrestados por negarse a aceptar el nuevo plan de estudios serbio. Unos 400.000 estudiantes no asistieron a clase hasta enero de 1992, cuando fueron reubicados en las llamadas casas privadas para la enseñanza. "Los albaneses nos quedamos sin instalaciones educativas adecuadas, así que tuvimos que ejecutar un sistema educativo paralelo. Por ejemplo, la Facultad de Derecho impartía sus clases en una casa particular, lo mismo pasó con el resto de facultades y con las escuelas de educación primaria y secundaria", recuerda Besfort Rrecaj. Más de 100.000 estudiantes fueron trasladados permanentemente a 3.200 viviendas particulares, sótanos y garajes que se convirtieron en escuelas improvisadas. Para la primavera de 1992, Kosovo había establecido una estructura educativa y sanitaria independiente: "No confiábamos en el sistema estatal, así que tratamos de encontrar medidas alternativas”, justifica el profesor. "Lo que hicimos fue algo muy notorio y un indicativo de nuestra postura hacia la represión".
Las fachadas de los edificios que pueblan la capital kosovar están llenos de antenas parabólicas. El profesor las señala desde su despacho: "Compramos antenas parabólicas para poder ver canales europeos: BBC, Deutsche Welle,… simplemente ignoramos todas las estaciones de televisión que estaban bajo el control del régimen". A día de hoy, esas antenas están inservibles, pero los ciudadanos han decidido mantenerlas en sus casas como símbolo de la resistencia pacífica que organizaron a lo largo de los años noventa.
INTENTANDO EVITAR LA GUERRA: "LO HICIMOS TARDE".
Las tensiones étnica y los antagonismos comenzaron a intensificarse a partir de 1980. Si bien es cierto que Eslovenia fue la primera Federación en lograr la independencia tras la Guerra de los Diez Días, la brevedad del conflicto no dio lugar a la creación de una resistencia pacífica como tal, pero pronosticaría la suerte que se avecinaba en el resto de repúblicas.
La activista Vesna Teršelič nació en Luibliana, aunque es conocida por organizar la campaña anti guerra para frenar lo que más tarde resultó inevitable. "Iniciamos las acciones el 4 julio de 1991, lo que significa que lo hicimos demasiado tarde", lamenta.
El movimiento anti guerra croata lanzó la revista Arkin, donde en su primera edición exponía: "Nosotros, ciudadanos de nuestras repúblicas, ciudadanos de Europa y del mundo, rechazamos resueltamente la violencia y la guerra. Nos comunicaremos y cooperaremos independientemente de las diferencias en los puntos de vista políticos y de las relaciones futuras entre las repúblicas. Cada uno por su cuenta y todos juntos enfrentaremos a quienes imponen la guerra como la única solución que queda a nuestros problemas".
Croacia declaró su independencia el mismo día que Eslovenia, pero mientras que la retirada de Eslovenia de la Federación Yugoslava fue comparativamente incruenta, no ocurrió lo mismo con Croacia. La minoría serbia rechazó la autoridad del recién proclamado Estado croata, alegando el derecho a permanecer en Yugoslavia. Con la ayuda del JNA (Ejército Popular Yugoslavo) declararon la independencia de un tercio del territorio croata, bautizado como Eslovenia Oriental y ordenando la expulsión de los ciudadanos no serbios en una violenta campaña de limpieza étnica.
Jadranka Pejaković Hlede vivía por entonces en Prijedor (Bosnia y Herzegovina). Al recibir noticias de lo que pasaba en Croacia se puso manos a la obra. Tenía 13 años y quería evitar la guerra. Y lo intentó. Junto con sus amigos comenzó a recolectar firmas para acabar con el conflicto. "Las firmas por la paz fueron una utopía y es muy gracioso cuando recuerdo la fe que teníamos. Era un trabajo, una misión". La joven reunió 11.586 rúbricas en apenas cuatro días. Su trabajo llegó a oídos de la prensa y desembocó en el escenario del conocido estadio de Zetra de Sarajevo, ahora Pabellón Olímpico Juan Antonio Samaranch, donde la joven hizo un llamamiento "a todas las personas y a todos los niños del país a unirse en esta lucha por la paz".
Jadranka Pejaković Hlede vivía por entonces en Prijedor (Bosnia y Herzegovina). Al recibir noticias de lo que pasaba en Croacia se puso manos a la obra. Tenía 13 años y quería evitar la guerra. Y lo intentó. Junto con sus amigos comenzó a recolectar firmas para acabar con el conflicto. La joven reunió 11.586 rúbricas en apenas cuatro días
Las protestas contra la guerra fueron una respuesta a la desaparición paulatina del espacio cultural con el que muchos yugoslavos se habían identificado, y una expresión de una identidad pan-yugoslava que comenzó a desvanecerse a principio de los noventa. Pejaković, hija de un matrimonio mixto, la norma en la Bosnia de entonces, recuerda como su padre le dijo emocionado: "Cuando alguien te pregunte, di que eres serbia". Fue en ese momento cuando aprendió "lo que significa la palabra nacionalidad".
Belgrado se convirtió en el epicentro de la resistencia y de las manifestaciones anti Milosevic. Serbios y no serbios salieron a las calles durante más de 10 años para exigir el fin de las hostilidades. Sin embargo, la semilla del movimiento contra la guerra germinó en Pančevo, una pequeña ciudad que forma parte de la provincia de Vojvodina -zona de minoría húngara y que también contaba con un régimen de provincia autónoma hasta la abolición de la Constitución del 74-.
Allí se formó, de manera espontánea, la "Marcha por la paz", en agosto de 1991, encabezada por los sacerdotes de todas las confesiones. Los asistentes arrojaron flores al río Tamiš como símbolo de la paz. Fue Tomisllav Perushiqi, un joven procedente de Vojvodina y residente en Pristina, quien me habló de este acontecimiento desconocido para el gran público: "Mis padres intentaban que la política no entrara en nuestra casa, en nuestra familia. Durante mucho tiempo, hasta que cumplí los 9 o 10 años, ni siquiera sabía cuál era mi nación o mi religión […] Milosevic empezó a movilizar a los más jóvenes para ir al frente y colocó en primera línea a los que procedían de las minorías. La gente no estaba de acuerdo, porque no querían que matasen a sus hijos en una guerra en la que no creían. Y de ahí surgió la "Marcha por Paz".
Tomisllav enfatiza el papel protagonista de las Žene u crnom ("Mujeres de Negro"), un movimiento contra la violencia que trabaja para prevenir y resolver los conflictos a través del diálogo, con la participación de las mujeres en los procesos de construcción de la paz. "Sabemos que la desesperación y el dolor deben transformarse en acción política. Con nuestros cuerpos declaramos nuestra amargura y rechazo contra todos los que quieren y hacen la guerra", afirman en su su Declaración de1996. Cada miércoles, vestidas de negro y en silencio, protestaban en Belgrado contra las Guerras Yugoslavas, circunstancia que les granjeó acusaciones de todo tipo: desde traición hasta proxenetismo. Ellas fueron la primera organización antiguerra de la Balcanes. "Ellas han estado desde el principio y hasta el final”, admira Tomisllav.
Žene u crnom ("Mujeres de Negro") es un movimiento contra la violencia que trabaja para prevenir y resolver los conflictos a través del diálogo, con la participación de las mujeres en los procesos de construcción de la paz.
Goran Miletic, es una de las cabezas de la ONG Civil Right Defenders, uno de las principales organizaciones en defensa de los derechos civiles en Europa. Una vida entera dedicada al activismo no violento que se inició en las plazas de Belgrado en los noventa: "Soy un poco mayor que el resto de activistas que conocerás a día de hoy", bromea divertido en la cafetería del hotel Moskva, en la capital serbia. "Tengo 50 años, aunque no me siento un veterano del movimiento, al contrario de lo que me dicen mis colegas". Fue en Belgrado, a lo largo de 1991 y 1992, donde el movimiento anti guerra se organizó e hizo frente a Slobodan Milosevic. Por ese año, las distintas iniciativas contra la guerra pasaron a ser callejeras; protestas cultural y artísticas dirigidas principalmente hacia el establecimiento político de una variante de "proto-ONG". "Todos éramos parte del movimiento anti Milosevic y contrarios la guerra", recuerda Miletic. En ese escenario coincidieron organizaciones feministas, agrupaciones por la visibilidad queer -ilegal en ese entonces-, activistas por la independencia de Kosovo y representantes de las minorías étnicas. Miletic era una de los líderes del movimiento LGTBIQ+ en Serbia: "Nos ayudamos entre todos y nos aliamos con portavoces de otras agrupaciones".
ANTE LA GUERRA, NUESTRA VOLUNTAD DE RESISTIR
La región se había movilizado. Todo tipo de manifestaciones se sucedieron esos años y los venideros. Se organizaron conciertos por la paz con artistas como Yutel, la banda de rock serbia Bajaga i Instruktori, el cantante bosnio Haris Džinović y la eslovena Regina, entre muchos otros. En 1992, más de 30.000 personas asistieron a la plaza de la República de Belgrado para condenar la participación del gobierno serbio en la guerra de la vecina Bosnia-Herzegovina.
El fotógrafo Hazir Reka captó para la posteridad uno de los momentos icónicos de las protestas contra la guerra. "Era la primera visita de la Delegación Norteamericana a Kosovo. Los albaneses se sentaron a las puertas del Hotel Grand, donde se esperaba que llegasen los norteamericanos. Yo estaba en el lado de la policía con la cámara para poder captar a los manifestantes", explica Reka desde Pristina, más de 20 años después. "Escuché a los agentes dando la orden para dispersar a los concentrados, ajusté las lentes y capté la aproximación a la multitud, con Faik Rexhipa en el centro del encuadre. No se movió, incluso cuando empezaron a golpearle jamás opuso resistencia; se mantuvo firme y en la misma posición hasta que se lo llevaron a rastras". Gracias al aviso de un buen colega croata, Reka pudo irse de la plaza antes de que la policía serbia se hiciese con los carretes y la foto se convirtió en la imagen de la resistencia albanesa.
Belgrado se iluminó con velas cada noche durante 5 meses frente al edificio presidencial de Serbia. En diciembre de 1991, el Movimiento de Resistencia Civil organizó el "Referéndum contra la guerra" y recogió 55.000 firmas que exigían una solución dialogada al conflicto. Pero de nada sirvió. La guerra estalló en Croacia: 4 años, alrededor de 20.000 muertos y 200.000 desplazados; en Bosnia y Herzegovina: más de 3 años, 100.000 muertos y un millón de desplazados; y en Kosovo: casi dos años, unos 10.000 muertos y 500.000 desplazados. En el libro ilustrado 'Regreso a Kosovo', el artista albano kosovar Gani Jakupi escribió: "Esta Yugoslavia que no sabe que ya ha muerto en el asedio de Sarajevo, en la masacre de Srebrenica, en la barbarie de Vukovar, todo aquello en lo que he creído durante mi vida entera, ya ha desaparecido entre el humo y la sangre derramada".
La guerra estalló en Croacia: 4 años, alrededor de 20.000 muertos y 200.000 desplazados; en Bosnia y Herzegovina: más de 3 años, 100.000 muertos y un millón de desplazados; y en Kosovo: casi dos años, unos 10.000 muertos y 500.000 desplazados
Sin embargo, la acción no violenta no cesó en esos años. Sarajevo se convirtió en la ciudad sitiada por más tiempo en la historia moderna -3 años y 10 meses-, pero los que allí dentro permanecieron no permitieron que esa realidad les apagase; los bosniacos encendieron focos y pusieron la alfombra roja creando el Festival de Cine de Sarajevo. En 1995, más de 15.000 personas, en mitad de una guerra, asistieron a su primera edición. A día de hoy es el mayor festival de cine de la región y uno de los más importantes del continente.
Kosovo ya tenía su propio sistema paralelo, ajeno a Belgrado, y las manifestaciones en contra del régimen se sucedían: madres con barras de pan en mano fueron de Drenica a Pristina y miles de estudiantes terminaron arrestados en las puertas de las universidades. Mujeres de Negro protestó en silencio por Vukovar, por Srebrenica, por Krusha e Madhe. Belgrado se manifestaba, sus calles eran el eco de la oposición a Milosevic. Hubo guerra y hubo resistencia a ella, y el 24 de marzo de 1999, las bombas de la OTAN cayeron sobre Belgrado. Algunos señalan -erróneamente- el bombardeo como el fin de la guerra. No fue así. Las bombas aceleraron la limpieza étnica que ya había empezado en Kosovo. En los días posteriores a los bombardeos, municipios como Krushe e Madhe o Suharekës fueron masacrados.
La estabilidad llegó a través de la -tardía y mala- intervención internacional, pero no el fin de las tensiones. Han pasado 28 años desde el fin de la guerra de Croacia y de Bosnia y Herzegovina, con la firma de los Acuerdos de Dayton, que pondría fin a las masacres en Bosnia, y 23 desde los Acuerdos de Kumanovo, que acabaron con la limpieza étnica en Kosovo.
En estos años de cierta estabilidad, la acción no violenta tampoco ha cesado, pero sí que se ha visto opacada por la intervención internacional sobre el terreno. La SFOR, o Fuerza de Estabilización, pasó a controlar la implementación de los acordado en Dayton (desde 2004 lo hace la EUFOR). Por su parte, la UMNIK se hizo cargo de Kosovo, hasta la autodeclaración de independencia en 2008, aunque sigue presente en el territorio. "Mi última foto [de los conflictos Yugoslavos] la tomé el día de la Independencia de Kosovo. Fue mi forma de terminar ese viaje”, concluye Hazir Reka.
En esos años, el activismo empezó a diversificarse; ya no se centraba en la guerra, sino que había otras causas que empezaron a tomar fuerza. "Milosevic se había ido, lo que significaba que ahora había espacio para todos", explica Miletic desde Belgrado.
UN NUEVO ACTIVISMO MÁS ALLÁ DE LA GUERRA
Desde 2001, Goran Miletic encabeza la organización del Orgullo en Serbia y consiguió que Belgrado fuera en 2022 capital del Orgullo Europeo. "Tenemos que luchar juntos, por la comunidad, las organizaciones y los activistas en los Balcanes Occidentales", exclama.
Ahora, el activismo es regional y se centra en los derechos de los colectivos vulnerables. El nuevo activismo está formado por jóvenes "que no han experimentado la guerra, que piensan en ella, pero solo la conocen por las historias familiares", explica Erëmirë Krasniqi, directoria de The Kosovo Oral History, una asociación que se inició con el fin de grabar diferentes narrativas que contasen ese proceso de construcción tras conflicto. "Conociendo todas las narrativas y rebatiéndolas podremos ver lo que tenemos y a dónde podemos llegar", asegura Krasniqi.
A lo largo de los años se han creado cientos de organizaciones no gubernamentales en la región, cuyos objetivos se han ido adaptando a los tiempos. Adelina Tërshani es la oficial de programas para el empoderamiento económico de las mujeres de la Red de Mujeres Kosovares: "Por supuesto que el pueblo todavía vive con las consecuencias de la guerra, esto necesariamente afecta a todo el movimiento feminista, pero también es el ímpetu para que todas las mujeres se expresen para abordar las injusticias de aquellas que no pueden alzar la voz, dando un ejemplo público de lo que se debe hacer y motivando a todas las mujeres a hablar públicamente sobre cualquier injusticia que les haya sucedido durante y después de la guerra".
Las nuevas narrativas han creado un salto generacional en la acción no violenta. Las formas de expresión han cambiado desde los noventa: "Estamos construyendo una nueva realidad. Necesitamos entrar en ese proceso de reconstrucción del pasado", defiende Kasniqi.
En el centro de Pristina hay un bar llamado Bubble, supone uno de los pocos espacios LGTBIQ+ friendly de la región. Nada más entrar, la ilustración con Aleksandar Vucic y Albin Kurti besándose te da la bienvenida. Junta a ella nos espera su autora, Ermira Murati, conocida como Orange Girl: "Un beso nunca es neutral. Tiene sentido dependiendo del contexto, dónde y por qué se da. La historia tiene un archivo de besos, con momentos de dolor, de esperanza, de hermandad e incluso de traición". Su beso sella la dirección a la que se dirige la acción no violenta en los Balcanes.
Goran Milatic era un joven de 20 años cuando salió a las calles de Belgrado en contra de la guerra, después lideró el movimiento LGTBIQ+ en los Balcanes y ahora dirige el departamento de la organización en defensa de los derechos civiles más grande de Europa: "Somos un región donde queremos que todos se sientan bienvenidos. Siempre hemos sido una sociedad solidaria, independientemente de las fronteras".
Al final, a pesar de lo que siempre se ha contado sobre los Balcanes Occidentales, la realidad que ha sobrevivido es la que crearon sus habitantes y a la que nunca se le dio foco. Porque la guerra acabó, las tensiones poco a poco, generación tras generación, desaparecen, pero la sociedad civil sigue luchando por la realidad que quieren, no la que le imponen. Como dice Erëmirë Krasniqi: "Nosotros hemos trabajado por tener más dignidad de la que nos ha sido dada".
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