"En un matrimonio nadie quiere sexo todo el tiempo. A veces se cede, como se cede en otras cosas. Igual no te apetece, pero bueno, ¿vas a meter en la cárcel a todos los hombres de 60 años?". Este el argumento que esgrime la hermana pequeña de Íñigo Gorosmendi, hombre que acaba de ser denunciado por su esposa Miren Torres por "violación continuada" durante prácticamente los treinta años que llevan casados; para diferenciarle de lo que ella considera auténticos agresores sexuales, que vendrían a ser los "marroquíes pobres" que asaltan en grupo a chicas en portales, citando textualmente su impecable ejercicio de concentración de mayor número de prejuicios machistas, racistas y clasistas en el menor número de palabras posible. Su hermano mayor no puede ser un violador porque es un entrañable "aitona" (abuelo en euskera) y marido corriente, de comportamiento y hábitos similares al resto de maridos y abuelos de su generación. Sin querer está afirmando que él, a diferencia de los inmigrantes desarraigados y en riesgo de exclusión social, no necesita violar a nadie para practicar sexo porque es un hombre casado, con recursos económicos, integrado y respetado socialmente. Siempre habrá momentos en los que una esposa cederá aunque no le apetezca si es sensata y no quiere que su marido salga a buscar fuera lo que necesita, ¿no? Y si no fuese así puede permitirse pagar por ese sexo, comprar el consentimiento sexual de las mujeres que necesitan venderlo como medio de sustento económico, o simplemente serle infiel con otra mujer que sí se sienta atraída por su capital literal y social. Ese diálogo de la serie 'Querer', dirigida por la cineasta Alauda Ruiz de Azúa y recién estrenada por la plataforma Movistar+, que debe estar causando auténticos movimientos sísmicos en todas las familias tradicionales burguesas que se hayan atrevido a verla, sintetiza sin que apenas seamos conscientes la cuestión clave y más incómoda que plantea su guión: existe un nivel de violencia sexual mínimo e inherente a la vida matrimonial que hasta ahora se ha considerado culturalmente aceptable, que ni los hombres que la ejercen y ni siquiera las mujeres que la sufren reconocen como tal.
Existe un nivel de violencia sexual mínimo e inherente a la vida matrimonial que hasta ahora se ha considerado culturalmente aceptable, que ni los hombres que la ejercen y ni siquiera las mujeres que la sufren reconocen como tal
Si nuestras abuelas y madres nos han relatado sus "noches de bodas" como un trance temido y doloroso que había que pasar sin cuestionárselo como quien sufre una gripe, si tantas mujeres que se casaron con su primer novio nos han confesado mientras intentaban ahogar una risa nerviosa que no saben qué es un orgasmo, si las cuentas de los embarazos y partos de tantas de ellas nos revelan que no se solía respetar lo que se conoce como "cuarentena" del posparto, el período mínimo de tiempo durante el cual no se recomienda mantener relaciones sexuales porque el cuerpo de la mujer todavía no ha vuelto a su estado previo y puede resultarle doloroso o peligroso para su recuperación por el mayor riesgo de infecciones o lesiones; si una gran parte describe el sexo como un deber conyugal aunque sólo sea los fines de semana y fiestas de guardar… quizá vaya siendo hora de debatir en serio sobre la posibilidad de que todos nuestros padres y abuelos hayan incurrido en "violencia sexual en el seno del matrimonio" aunque no quepa denunciarles a todos ni todas sus formas puedan considerarse delitos punibles. Que no se pueda tipificar en el Código Penal no hace que deje de ser violencia. El elefante en la habitación de matrimonio, y en el comedor familiar, está claro, aunque no todos hayan delinquido… ¿todos nuestros padres y abuelos han violado a nuestras madres y abuelas? ¿Ser un marido normal de cierta edad conlleva una alta probabilidad de haber sido o estar siendo un agresor sexual? "Ama, estáis casados" es la respuesta inmediata que le da Aitor a su madre cuando ella le explica que ha denunciado a su padre porque la ha estado violando repetidamente durante años. Él también está respondiendo a esa pregunta incómoda de manera implícita.
No hace falta haber leído a investigadoras e historiadoras feministas como Gerda Lerner o Carole Pateman para intuir que históricamente las uniones matrimoniales han funcionado como un contrato de intercambio sexual y reproductivo reglado según las normas de cada patriarcado imperante. No todos los buenos maridos acabarán drogando a sus esposas para grabar cómo otros hombres las violan previo pago mientras permanecen dormidas como hizo Dominique Pélicot para vengarse de que su mujer se negase a realizar tríos y otras prácticas sexuales fuera de lo convencional que él le había propuesto. Pero esa violencia sexual exacerbada y humillación premeditada parte de la misma base ideológica que dicta que las mujeres deben cumplir con determinado nivel de satisfacción del deseo sexual de sus maridos aunque este no coincida con el suyo para evitar males mayores. Si los lazos afectivos se someten a jerarquías no estamos hablando de relaciones puramente sentimentales, sino de relaciones de poder. ¿Se puede tratar de querer si se responde a una autoridad?
QUERER SABER
En tan solo cuatro capítulos esta singular miniserie logra desgranar todos los aspectos que convierten una relación conyugal en una vía de sometimiento de la mujer ejercida por el hombre: la maternidad impuesta, la presión para renunciar a la carrera profesional en pos del bienestar de los hijos, la dependencia económica, la ausencia de corresponsabilidad en la crianza, la esclavitud doméstica, el aislamiento social y afectivo, la destrucción de la autoestima, los mecanismos de control psicológico como el chantaje emocional y la "luz de gas". En este ambiente de absoluto desequilibrio de poder, ¿pueden darse las relaciones sexuales realmente libres y voluntarias entre los cónyuges? Esa es la pregunta más importante que esta pionera ficción televisiva nos obliga a hacernos y que apunta a lo esencial: el contexto que permite y fomenta que la violación se perpetre como parte de la rutina cotidiana de una pareja. Nos hace recorrer el camino de todas las violencias previas que desembocan en la sexual y excava hasta el núcleo mismo del problema: la propia concepción tradicional de la familia, con sus jerarquías patriarcales de poder, en la que el padre se erige en cabeza de familia al que se le debe obediencia y pedir permiso antes de tomar cualquier decisión por ser el proveedor único de sustento mientras la mujer debe ocuparse de las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Si la familia nuclear tal como la conocemos no es en sí misma violencia machista es su perfecto caldo de cultivo.
En tan solo cuatro capítulos esta singular miniserie logra desgranar todos los aspectos que convierten una relación conyugal en una vía de sometimiento de la mujer ejercida por el hombre
Aunque no se nos deje asistir a la violencia física sí llegamos a presenciar la psicológica, que es mucha y muy ponzoñosa, llegando nosotros a experimentar como público las mismas dudas sobre su percepción de los hechos que la mujer que está sufriendo esa desacreditación constante de su credibilidad y ese goteo incesante de acusaciones de inestabilidad mental (loca, tarada, exagerada, trastornada, histérica, paranoica…). El interrogatorio para Miren llega mucho antes de su momento de declarar en el juicio como testigo. Las preguntas que escuchamos formular repetidamente a los distintos personajes se dirigen a hacerla dudar de sí misma: ¿Te pegaba, te forzaba o te agarraba? ¿Le decías que no querías? ¿Cómo podía él saber que tú no querías si no se lo decías, si gemías e incluso fingías orgasmos? ¿Tú estás segura de lo que estás haciendo? Una cosa es divorciarse y otra es un linchamiento. ¿Eres consciente de que le arruinarás la vida? ¿No te habrás confundido? Ser una pareja infeliz no es delito. ¿Te estás tomando algo, te han cambiado las pastillas?
Curiosamente, todas las preguntas comprometidas relacionadas con el consentimiento sexual se le hacen a la denunciante de violación. ¿Por qué nunca se las hacen al agresor denunciado? Son muchas las que rondan la mente del espectador, convertido en jurado involuntario de la convivencia familiar de los Gorosmendi Torres. ¿Cómo podía saber él que ella quería si nunca le dijo expresamente que sí quería? ¿Nunca le pareció raro en tres décadas de matrimonio que ella jamás hubiese tomado la iniciativa de acercamiento sexual? ¿Cómo estaba tan seguro de que disfrutaba si su cuerpo permanecía siempre inerte durante los encuentros sexuales? ¿No le importaba acaso que sintiese placer o dolor? ¿Le preguntaba alguna vez para asegurarse de si le estaba gustando lo que hacía o si por el contrario le estaba infligiendo algún daño? ¿Cómo es posible que no le suponga ningún dilema moral, ningún sentimiento de culpa, desear mantener relaciones sexuales con alguien que no desea mantenerlas con usted? ¿Es compatible querer a tu mujer con no preocuparte por si las relaciones sexuales son realmente deseadas por ella? ¿Podía realmente ella negarse sin sufrir sus represalias? ¿Cómo podía excitarse sabiendo que ella cedía por miedo a las consecuencias? ¿O era precisamente el hecho de imponer su voluntad y reducir la de su mujer lo que le excitaba?
La serie no nos responde a todas estas preguntas pero es el hecho de propiciar que surjan su gran virtud. Nos obliga a tener esta conversación pendiente sobre el consentimiento sexual dentro de las parejas. ¿"Te quiero" significa que tienes que querer siempre, en todo momento y todo lugar? ¿En qué momento el "sí, quiero" inicial a la convivencia en pareja se puede tomar como una fuente inagotable de "síes" que no hace falta siquiera que sean pronunciados, en un contrato a perpetuidad de intercambio sexual?
PODER CAMBIAR
No vamos a presenciar nunca los hechos constituvos de maltrato denunciados, pues es una decisión consciente de los guionistas (la propia directora junto a Eduard Solá y Júlia de Paz) no mostrar en cámara escenas de agresiones físicas o sexuales tanto para no caer en el habitual sensacionalismo y espectacularización de la violencia en los que suelen incurrir este tipo de dramas judiciales, como para evitar la retraumatización de las posibles víctimas y potenciales denunciantes de violencia machista y sexual que se encuentren entre el público. Es de agradecer este tipo de sensibilidad y conciencia feminista tanto por su potencia pedagógica, que sin duda puede ayudar a muchas mujeres a identificar a sus agresores como tales; como por su excelente resultado a nivel formal, que ha permitido construir un retrato complejo y pormenorizado de cómo funciona en la práctica este tipo de maltrato prolongado en el tiempo ejercido dentro de la pareja y que a menudo se aleja de la idea preconcebida que tenemos de él de imposición de la fuerza física.
Mención aparte merece el capítulo del juicio, que destaca, además de por el rigor y veracidad con el que se ha representado la vista, por ser una clase magistral sobre cómo opera y se ramifica la violencia machista en múltiples formas de violencia que se complementan y retroalimentan entre ellas. La estructura narrativa del guión es sorprendente y arriesgada, prescinde de los flashbacks y de la cronología clásica de los hechos. Nos vamos enterando de lo ocurrido a través de los cruces de conversaciones, encuentros y llamadas entre los distintos personajes y sobre todo sus silencios y la expresión corporal de emociones como la ira y el miedo, que tal como llega a decir Miren Torres en su declaración durante el juicio es invisible, pero gracias a la magistral interpretación gestual de la actriz Nagore Aramburu se hace muy palpable.
También se ralentiza o se acelera el tiempo y se juega con los distintos géneros narrativos. El primer capítulo narra la jornada completa en la que Miren pone la denuncia, al estilo de una película de acción trepidante que podría perfectamente haber sido un capítulo de la serie '24' por su manejo de la ilusión de tiempo real y la experiencia de inmersión en los hechos al hacernos asistir a los mismos siempre desde el punto de vista de Miren, a la que la cámara sigue de cerca todo el rato. El segundo capítulo se centra en la semana posterior a la denuncia en la que Miren empieza a buscar trabajo para poder garantizar su subsistencia. Siguiendo el estilo de un drama familiar intimista nos muestra como Íñigo presiona a sus hijos con la intención de que consigan convencer a su mujer de que retire la denuncia. Durante esos días, ambas partes intentan recabar testimonios entre sus familiares y amigos que puedan apoyar su versión de los hechos de cara a la posible celebración de un juicio. El tercer capítulo es un apabullante y meticuloso thriller judicial que condensa las pocas horas de duración del juicio, con un salto temporal de tres años después de la interposición de la denuncia. Tras la frialdad y tensión con la que transcurre la vista, en el último capítulo terminan aflorando todas las emociones contenidas tanto tiempo por todos los personajes, siendo lo más cerca del melodrama que este guion llega a situarse, y regalándonos momentos tanto de auténtico terror como de desarmante ternura y hasta esperanza en el futuro. Es en este capítulo final, en el que se desvela el resultado de la sentencia y las reacciones de cada personaje a la misma durante la semana posterior a recibirla, donde el arco narrativo de todos los integrantes de la familia se completa de forma que su evolución, llena de contradicciones y matices en todo momento, alcanza la excelencia. El nivel de profundidad y complejidad psicológica que los guionistas logran desarrollar en apenas cuatro capítulos es de matrícula de honor.
Y es en este final donde la serie nos confirma que de verdad han trabajado tanto para huir de clichés como para contribuir con su mensaje a prevenir el círculo vicioso de la violencia machista. Sabemos que estamos ante un enfoque verdaderamente feminista porque no se tropieza nunca con la demonización barata de los personajes masculinos ni la bochornosa santificación de los femeninos, y en que su cámara se empeña en enfocar con lupa los detalles aparentemente más banales e insignificantes para descubrirnos que toda discriminación y desigualdad a gran escala tiene su origen microscópico en lo más íntimo e ínfimo de las relaciones familiares. La violencia machista es sociocultural y sistémica pero se sigue reproduciendo en el modelo hegemónico de familia, es una semilla que se sigue plantando dentro de los hogares, no es algo excepcional y exótico que haya llegado de lugares remotos, es nuestra norma cotidiana y no la excepción que la rompe, es nuestro pan de cada día y precisamente su gran peligro sigue radicando en su facilidad para disfrazarse todavía a día de hoy de amor, de protección, de cuidado, de lógica, de sentido común.
Sabemos que estamos ante un enfoque verdaderamente feminista porque no se tropieza nunca con la demonización barata de los personajes masculinos ni la bochornosa santificación de los femeninos
A pesar de encontrarse el machismo en las raíces de nuestra forma de organización social más básica, la institución familiar, este no es intrínseco a nosotros como seres humanos. Esta es otra lección feminista que 'Querer', una serie centrada desde su título en explorar el verdadero significado de la voluntad, no teme abordar: nada en nuestra naturaleza nos obliga a la dominación masculina y la sumisión femenina, aunque cueste, podemos cambiar si de verdad queremos. Se trata de conectar con toda aquella parte de nuestra humanidad que se nos negó, a unas por ser mujeres, a otros por ser hombres.
Miren redescubre su orgullo, deja de sentir vergüenza por su procedencia humilde y va recuperando poco a poco la confianza en sí misma, en todas sus habilidades y capacidades que Íñigo fue desactivando una a una para mantenerla siempre temerosa y escondida bajo su ala supuestamente protectora. Denunciar a su marido no garantiza que se haga justicia ni que este desaparezca de su vida para siempre, pero tal como aprende de su abogada, pase lo que pase "a los agresores hay que ponerles límites". Es algo a lo que no están acostumbrados, a ver limitado su poder hasta el momento ilimitado. Trazar esa línea es el paso necesario para dejar atrás su dependencia económica y emocional, restaurar su dignidad y recuperar su agencia como persona.
Aitor, su hijo mayor, hace el camino inverso, se permite enternecerse y ablandarse, dormir en la misma cama de su hijo, aceptar que puede sentirse asustado y vulnerable y que en lugar de evitarlo hay que acompañarlo, descubre que desea ser un padre flexible y comprensivo en lugar de estricto y distante como lo fue el suyo. Es jugando a las cocinitas a ras de suelo, poniéndose a la altura de su hijo cuando se da cuenta de que quiere y puede ser un padre diferente, que no quiere convivir con el miedo constante en la mirada de su hijo a que él se enfade. Sólo cuidando se aprende a cuidar. Sólo dudando y equivocándose se aprende a ser falible, humilde, a estar dispuesto a aprender de los demás en lugar de ir dando siempre lecciones. A pesar de todos los prejuicios que ha heredado, ser consciente de todos los patrones de agresividad que ha estado repitiendo inconscientemente le posibilitará reducirlos. La educación machista no desaparecerá por arte de magia, seguramente siga aflorando su lado competitivo e iracundo… pero saber identificar cuándo está siendo machista y querer dejar de serlo, decidir pedir perdón a su madre, es su paso necesario, como el de ella fue denunciar. No importa el contenido de la sentencia judicial, lo que haya dictado el juez, Miren ha ganado porque con su ejemplo ha logrado hacer que sus hijos quieran ser mejores hombres y mejores personas. Ella sola ha abierto la posibilidad de cambio. Ha desbrozado un nuevo sendero por el que su nieto podrá avanzar, saltar, caer, perderse y volver a encontrarse sin estar obligado a seguir los pasos de su abuelo.
Ayúdanos a resistir
En Kamchatka creemos en el poder de la cultura como vehículo para la transformación social y el desarrollo del pensamiento crítico. Una herramienta para subvertir realidades complejas y empoderar al espectador como sujeto revolucionario. Suscríbete desde 5 euros al mes y ayúdanos a difundir expresiones artísticas para cambiar el mundo.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.