"La mirada triste, como perdida, nos marcaron al nacer, nos tocó esta vida". Jara, Álex y Miri bailan la canción 'Sueños Rotos' de su artista preferida, la cantante de música urbana Kitty110. No han conseguido el dinero para las entradas de su concierto, como se habían propuesto para celebrar que Jara cumple 15 años. Han tenido que colarse trepando el muro del recinto y verlo desde lejos, pero allí arriba bailando juntas se sienten libres, al menos durante un rato hasta que los gritos del guarda de seguridad las devuelven a su cruda realidad. Las tres tienen que volver al centro de acogida para menores en el que viven. Se han escapado como hacen a menudo para poder ir a fiestas o a pasar el rato en la estación de autobuses donde paran muchos jóvenes del barrio.
La letra de ese estribillo define la esencia de la historia que cuenta la película 'Las Chicas de la Estación' de la directora Juana Macías, que a través de la miradas al vacío y los elocuentes pensamientos de estas tres adolescentes procedentes de familias desestructuradas nos explica cómo es posible que unas crías con toda la vida por delante puedan acabar prostituyéndose. Practicando sexo oral a cambio de 20 euros a hombres adultos en los sórdidos baños de aquella estación. Ellas se sienten "marcadas" desde la cuna, pues nadie las ha cuidado ni protegido como se debe cuidar a la infancia, incondicionalmente. Creen que es un destino del que no pueden escapar, pero acabarán aprendiendo que sí es posible.
DEFICIENCIA SISTÉMICA INVISIBILIZADA
Esta película se basa en un caso real destapado en 2019 de menores tuteladas por los servicios sociales en Mallorca que fueron captadas por proxenetas y traficantes de drogas para ser prostituidas. Pero podría haberse basado en cualquier otro de los múltiples casos que han ido saliendo a la luz a lo largo y ancho de toda la geografía de nuestro Estado en los últimos años: Asturias, País Vasco, Navarra, Murcia, Comunidad Valenciana o Madrid, donde la 'Operación Sana' desarticuló una de las mayores y más crueles redes de explotación sexual de menores que se han conocido en España, donde las víctimas eran enganchadas a la droga, retenidas ilegalmente en "narcopisos" y agredidas sexualmente a menudo por los propios proxenetas; y que acabó con 25 procesados.
Esta película se basa en un caso real destapado en 2019 de menores tuteladas por los servicios sociales en Mallorca que fueron captadas por proxenetas y traficantes de drogas para ser prostituidas
La práctica de acechar los centros de acogida para encontrar chicas vulnerables que ya hayan sufrido abusos y maltrato por parte de su entorno y así resulten más fáciles de reclutar está tan extendida entre los proxenetas que ha sido señalada por el propio Defensor del Pueblo en una investigación abierta en 2022 sobre los abusos sexuales sufridos por los menores que viven en esos centros. Según los datos recabados, la mayoría de las víctimas, un 81,4%, son niñas de entre 14 y 17 años, como las que retrata esta película. La principal conclusión de su informe es que la violencia sexual contra menores a cargo las instituciones públicas, en gran parte perpetrada a cambio de dinero o "regalos" como las flamantes zapatillas Nike que estrena Jara de repente y que sirven para poner en alerta a uno de sus educadores; es un tema que no ha recibido un "tratamiento transparente, ordenado y sistemático"; y además denuncia la "insuficiencia" de los datos recibidos desde las administraciones de las distintas Comunidades Autónomas. Por poner sólo un ejemplo esclarecedor de la falta de diligencia con la que se está abordando lo que es a todas luces una deficiencia sistémica, la Comunidad de Madrid, que cuenta con nada menos que una media anual de 4.000 menores bajo su protección y de ellos más de 1.500 acogidos en su red de centros; envió al Defensor del Pueblo tan solo 21 casos contabilizados en 5 años. Esta escasez de casos contrasta con una investigación periodística publicada por el periódico El País que documentó 69 denuncias por abusos sexuales a menores tutelados por el gobierno madrileño interpuestas sólo en año y medio, entre enero de 2022 y julio de 2023, 59 niñas y 10 niños.
El shock de descubrir la invisibilización generalizada de una problemática de tal magnitud fue lo que llevó a la cineasta Juana Macías a querer escribir un guión centrado en las historias de vida de estas niñas que han sufrido la doble desatención de quienes debían protegerlas, tanto la familiar como la institucional.
CÓMO SE FABRICA UNA PUTA
"Me han hecho cosas peores sin pagarme", le responde Jara a una de sus amigas al volver al centro tras una de esas fatídicas tardes en la estación. En esa escena está la clave para entender cómo funciona la puerta de entrada aparentemente voluntaria a la jaula de la explotación sexual de las jóvenes que salen de familias negligentes o abusivas. Como narra la superviviente y activista por la abolición de la prostitución Amelia Tiganus en el capítulo 'Cómo se fabrica a una puta' de su libro 'La revuelta de las putas': "La prostitución fue para mí la ilusión de tener el control de los abusos que había sufrido en la infancia y en la adolescencia. Se repetían una y otra vez, exactamente igual que antes, pero yo me alimentaba con esa ilusión de tener el control sobre la situación y además obtener un beneficio económico". Jara, como Amelia, tuvo que aprender desde muy pequeña a normalizar toda esa violencia para poder sobrevivir al demoledor hecho de que quienes deberían protegerte del más mínimo daño sean quienes te hagan el peor de los daños. Cuando la madre de Jara descubrió que su novio violaba a su hija lo único que hizo para protegerla fue comprarle la píldora del día después para evitar que se quedase embarazada. Desde que le "crecieron las tetas", como cuenta en uno de los emotivos monólogos interiores de la película, se ha acostumbrado a soportar la sexualización constante de los hombres, a los mensajes que la culpan a ella por ponerles "como una moto" o "estar muy crecidita" para su edad. Se convence de que hay algo dentro de ella que hace irrefrenable su deseo sexual y de que ya que no puede huir de ello, puede utilizarlo a su favor.
La incómoda realidad que se nos pone de frente es que el negocio de la prostitución, cuya demanda de consumo es tan elevada en España y está tan aceptada socialmente que a un tercio de la población masculina no le importa admitir que ha pagado alguna vez por sexo, se nutre en gran medida de mujeres y chicas que han sufrido violencia sexual en la niñez o la adolescencia. La idea de convertir en su medio de vida la venta de su consentimiento sexual no es algo que surja en su mente de forma espontánea. La falta de recursos económicos es un catalizador importante pero no explica por sí sola el hecho de que haya tantas chicas que se decanten por esa manera mal llamada fácil de obtener dinero, sino que es necesario el quiebre previo y total de su autoestima y haber experimentado la dependencia emocional de sus abusadores. Es esa soledad apabullante a edades tan tempranas, el no haber sido cuidadas y atendidas cuando más imprescindible es tanto para el desarrollo como persona como para el bienestar emocional, y el haber recibido maltrato y abusos por parte de progenitores, familiares u otras figuras afectivas de referencia lo que las lleva tanto a la búsqueda desesperada de vínculos que las haga sentirse queridas y valoradas como a volver a someterse al mismo tipo de abusos sexuales o maltrato físico con tal de agradar a los demás o construir un sentimiento de pertenencia.
La incómoda realidad que se nos pone de frente es que el negocio de la prostitución, cuya demanda de consumo es tan elevada en España, se nutre en gran medida de mujeres y chicas que han sufrido violencia sexual en la niñez o la adolescencia
Por eso no es casualidad que los proxenetas ronden los entornos de los centros que acogen a menores cuyas familias no han querido o podido hacerse cargo de ellas, porque la extrema vulnerabilidad las convierte en altamente manipulables y no haber conocido el buen trato les impide identificar el maltrato y les prepara para recibir sin quejarse todas las vejaciones y prácticas denigrantes que los que consideran "clientes" a los puteros llaman "servicios". Otra vez en palabras de Amelia Tiganus, son "niñas que cuando llegamos a la pubertad somos las víctimas perfectas para ingresar en el mercado de la explotación sexual".
La película tampoco rehúye abordar la causa originaria de que haya menores en prostitución, y es la existencia de tanto hombres de todos los extractos sociales dispuestos a pagar por ello. Desde trabajadores que llevan anillo de casado e incluso pulseras de abalorios infantiles que seguramente le haya regalado una hija por su cumpleaños, que se acercan furtivamente a los baños de la estación para que les hagan una felación rápida y barata en el rato entre la salida de la jornada laboral y la hora de recogida de las actividades extraescolares; hasta los ricos que organizan perversas y caras orgías en su chalets para poder someter a niñas y niños a torturas y perversiones durante horas. La cultura de la violación y la pederastia que erotiza la indefensión y la sumisión es la raíz del problema y es transversal e inherente a la construcción hegemónica de la masculinidad. La explotación sexual de menores es su cara más brutal pero no es la primera ni la única. De hecho, en la película nos muestran otras situaciones preocupantes que llegan mucho antes, como los chavales que empiezan a meter mano y a desnudar a Jara aprovechando que esta se ha quedado dormida.
TRATAR A LAS NIÑAS COMO A NIÑAS
Aunque han visto y vivido demasiadas cosas que unas niñas de su edad no deberían haber visto ni vivido nunca, la cámara de Juana Macías no nos deja perder de vista que Jara, Álex y Miri no son ni más ni menos que eso, niñas con aspiraciones sencillas como que las lleven a jugar a la bolera o que sus madres las llamen para preguntarles cómo están. Niñas que todavía necesitan que las pegatinas fluorescentes de lunas y estrellas pegadas en el techo de su habitación no permitan que oscurezca del todo para poder conciliar el sueño. Los encuadres de 'Las chicas de la estación' tratan a estas niñas con toda la delicadeza y ternura que se les ha negado en la vida. No veremos sexualización ni exhibición innecesaria de sus cuerpos, no se erotizará en ningún momento la violencia y todas las agresiones sexuales que sufren sucederán fuera de campo.
La bonita amistad entre las tres, su día a día en el centro preocupándose por los más pequeños que van llegando como les hubiera gustado que se preocupasen por ellas a su edad, sus aficiones como el baloncesto o el baile, sus planes de futuro… son el alma del guión. Mostrarnos su inocencia y su entusiasmo, sus momentos de total despreocupación y auténtico disfrute, como cuando se bañan juntas en el mar o cuando se están divirtiendo en la feria, nos recuerda que son niñas como todas las demás y es la mejor forma de hacernos ver lo abyecto e inadmisible que es que no puedan comportarse como tales todo el tiempo, que se las haya deshumanizado para convertirlas en mercancía y objeto sexual.
Estamos ante un guión que huye de exponer lo obvio y que busca hacernos ver lo que no se encuentra a simple vista: entender las causas de que sea tan fácil que los proxenetas y puteros entren en contacto con las menores y puedan ejercer su influencia sin que aparentemente los tutores públicos puedan impedirlo. Ellas se escapan a menudo porque sienten que no pertenecen a ese lugar, están buscando un lugar que sentir como propio que no saben dónde está, vagan sin rumbo porque no tienen el norte del cariño de sus seres queridos. 'Las chicas de la estación' también nos habla de la falta de recursos de las centros de acogida, donde cada vez hay más masificación de menores de todas las edades y cada vez menos personal que además sufre la precarización y la temporalidad de los contratos, lo que dificulta que se generen vínculos estables de confianza con los menores tutelados que ayuden a prevenir situaciones de peligro como la prostitución o la drogadicción. También se apunta la escasez de acogimientos familiares, una práctica poco habitual en España y que se ha rebelado en otros países como la mejor forma de reintegrar a los menores en riesgo de exclusión social por ser el modo más aproximado de darles esa atención individualizada y los lazos afectivos que necesitan. A pesar de que se sigan todos los protocolos o se eleven los informes pertinentes, todo el esfuerzo que puedan hacer los monitores por educar y estar pendientes de las niñas no puede sustituir al amor y el calor de un hogar. Al final Jara dejará de esperar que su madre cambie y descubrirá que es posible que una familia de acogida le transmita el cariño y la preocupación desinteresada que jamás antes había llegado a sentir, y conseguirá que la lleven a ella y a su hermano a la bolera sin tener que pagar un peaje con su cuerpo.
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