Vengo de estar en el cine con amigas, hemos visto una película de miedo malísima, pero a Yasmine, una de nosotras, le encanta disfrutar de muertes simuladas en el cine. Accedemos todos a sus necesidades sensacionalistas y entramos ante la gran pantalla a gritar de pavor cada vez que sale el señor que da miedo con su mascarilla de Halloween.
Yousra me pregunta que en qué momento decidimos a hacerle caso. Le sujeto la mano, porque yo con los Talibanes fijo que me encaro, pero el señor de la máscara me parece terrible. Yasmine se lo goza y le da igual el pavor sarcástico que las otras sufrimos. Volvemos en metro a casa, hablando de cortes de pelo y de que a las mujeres siempre nos dicen que ascendemos de rodillas y que Aya quiere cortarse el flequillo pero no tanto como yo, pero que en España no entienden de pelos árabes. Conversaciones poco profundas que nos hacen un bien tremendo. Estar con ellas, es estar en familia.
Caminamos siempre agarradas del brazo, se nota a leguas que somos marroquíes, y a veces nos miran con cara de asco por hablar nuestro idioma nativo y porque no entienden que una de nosotras sea rubia y de ojos verdes, pero no se preocupen, las mujeres árabes miramos mucho peor de vuelta y hacemos rodar por el suelo los prejuicios. Reímos mucho, y muy fuerte, llevamos estupendamente dar el cante. Es juntarnos, y que todo estalle.
Antes de cenar con ellas he estado con una amiga que vuelve agotada de unos rodajes, la abrazo fuerte, su corazón mexicano está de vuelta en España y me alegro. Hablamos del desgaste mental que supone tener buena cara todos los días cuando eso implica que te fotografíen o te graben. También hablamos de que "las mujeres nos olemos todo". Lidia me cuenta sobre sus viajes a Palestina y a Ciudad de Juarez en un programa que ayudaba a mujeres víctimas de violencia de género, me conmueve escucharla. Sus rizos pelirrojos siempre están acompañados de una sonrisa generosa.
Ahora de vuelta a casa, y recibiendo un email de trabajo a la una y cuarta de la madrugada, me pregunto qué significa mantener el equilibrio en esta locura llamada vivir con fuerza. Porque no sé que tan bien lo hago, pero sé que la revolución que me habita se despierta todas las mañanas ansiosa de que yo la acepte. Sin embargo he estado al otro lado de eso, en esos pozos grises en los que todos caemos al menos una vez en la vida. Las y los intensitos, quizás una media de 5 veces.
Vuelvo a casa pensando en la importancia de irnos de los sitios y de las mesas en las que no somos felices y en creer en la posibilidad de construir las nuestras. Supone tanto dolor y tanto trabajo interno reventar la silla que nos han asignado y abrir la puerta que nos han cerrado, que admiro con todas las certezas propias e impropias la valentía que en algún momento encontré o reuní para hacerlo. Hoy creo que es un buen día para pisar a la impostora que me habita.
También pienso en ellas, en todas a las que no puedo nombrar, pero a las que no pienso llamar "las mujeres afganas con las que trabajo para poder evacuar". Están ahí, hablamos, acordamos horas para hablar, nos gastamos bromas, nos contamos nuestras vidas, intentamos simular una normalidad que a ellas les han amputado hace ya un tiempo y que inconscientemente buscan en nosotras. Están ahí, todas las mañanas y todos los días presentes. Generamos vínculos que sólo circunstancias tan excepcionales pueden afianzar en tan poco tiempo. Llego agotada al final del día, pero me siento profundamente afortunada por estar en sus vidas, y porque estén en la mía. Nunca he creído en el sentido de la palabra "hermana” hasta que las he conocido. Pienso en cómo sería que pudiésemos ir al cine a gritar juntas, a hablar de flequillos, de derechos, de hombres o de mujeres.
También pienso en ellas, en todas las mujeres a las que no puedo nombrar [...] intentamos simular una normalidad que a ellas les han amputado hace ya un tiempo y que inconscientemente buscan en nosotras
Han entrado a mi vida, a la de Laura, Magali, Nerea o Nora y no se van. No todas hablamos con las mismas, cada una de nosotras ha construido desde una red grande un círculo más pequeño, y está bien, emocionalmente nos ayuda. N. cuyo caso lleva Magali, tiene más o menos nuestra edad y está al borde de un matrimonio forozoso. Magali no sabía que decirle y nos mandó la captura por el grupo. Aún no tengo respuesta, sé que me iré a dormir con la duda. Mañana hablaré con una ONG que lleva estos casos para ver si conseguimos atajos de evacuación individuales desde Kabul. No es que carezca de respuesta por falta experiencia, lo que pasa es que me sobran ganas de quemarlo todo ante tanta injusticia y aún estoy desarrollando el poder de convertir la rabia y el rechazo que me produce el daño que sufrimos las mujeres en machetazo jurídico contra el patriarcado. Tened paciencia, en unos años no se me pasarán las ganas de quemarlo todo, pero lo disimularé mejor. Espero que en tribunales.
Hace poco asesinaron a una joven cuyo caso me había llegado la madrugada anterior. 23 años y ahora enterrada, con sus ansias de libertad y sus sueños. La detuvieron en un punto de control y es una hija, amiga y hermana más que nunca volverá a casa. Menuda mierda, pienso. Cuando rozas los pies de la muerte aunque sea al otro lado del mundo, algo en ti se transforma para siempre. Jamás la conciencia había tocado las puertas de mi vida para hacerme tan feliz mientras me enfrento a situaciones tan desgraciadas. Algo en mi siente que "tenemos el deber de la alegría", palabras de Lorca. Imen asiente por videollamada con un "sí, amiga, sí", y a continuación una hablamos sobre un proyecto para WomenByWomen. Porque en esta casa, o cabeza, cuando no tenemos tiempo, nos inventamos nuevas maneras de tener aún menos.
Hace poco asesinaron a una joven cuyo caso me había llegado la madrugada anterior. 23 años y ahora enterrada, con sus ansias de libertad y sus sueños
Nora escribe a la Cruz Roja en Pakistán para ver si pueden alojar a mujeres que están a la espera de la concesión de visado en Islamabad: "No puedo más, pero necesito conseguir 100 euros, a ver si la tía de una amiga quiere donar". La escucho con la serenidad que necesita oír al otro lado del teléfono e intento recoger la entereza que me queda para ser muro sólido de su necesidad. A veces ella es pilar, otras yo el soporte.
No podemos parar y quizás eso es lo que más miedo me da. Que no frenamos, que no respiramos, que avanzamos con un miedo tremendo a estrellarnos, pero que tenemos la profunda convicción de que la única manera de hacerlo es haciéndolo, y que pase lo que tenga que pasar porque hemos venido a hacer que pase y ya no hay vuelta atrás. Hay mucha sabiduría forjada de este camino por el que no sabemos con que zapatos andar.
Puede parecer frívolo, pero hoy me doy cuenta de que me estoy acostumbrando a llorar y acto seguido a reenviar los emails de los nuevos casos para repartir el trabajo, o a llamar para pedir el enésimo favor a compañeros periodistas, abogados, etcétera. Mando un audio diciendo "amor, acabo de terminar de llorar" y continúo. La factura de terapia que va a hacer falta después de esto se infla por horas. Pero está bien, mis lágrimas son transitorias.
He hecho viajes en coche con la angustia de una llamada de S, después de que ella recibiese una llamada de los talibanes a los que había sido vendida. Años de trabajo con personas que te echan a los lobos para protegerse a sí mismos. También recuerdo llegar llorando a un café con Eduardo y Alejandra, después de la detención de F, que fue puesta en libertad 5 horas más tarde. Cuando te dedicas a esto, tu alrededor te abraza de una manera distinta. ¿Es cariño, compasión u orgullo? No lo sé, pero sé que todo se alinea cuando están cerca.
El otro día una periodista maravillosa, Ángeles, me preguntaba en una entrevista si mi entorno cuestiona lo que hago. ¿Lo hacen? me pregunté. Mi madre, que asisitía a la entrevista en tercera persona para ver en qué berenjenales se mete su hija, dijo que cuando lo hacía en el pasado yo me enfadaba. Apenas lo recuerdo. Ella sí. Supongo que en aquellos años me importaba más que cuestionase de quién me enamoraba. Más tarde con un chocolate con churros por delante y después de salir de la bellísima Librería de Mujeres que tan bien cuida Alba, me dijo que dejó de cuestionar mis intereses y pasiones cuando publiqué por primera vez mi artículo sobre prostitución en la prensa local de Tánger. Que en aquel momento supo que no había vuelta atrás. Su hija, destinada a la precariedad periodística o jurídica, se había perdido por la senda de las causas sociales feministas para siempre. Qué paciencia tiene. Qué bonito verme a través de sus ojos.
Ahora que lo pienso, con tranquilidad y distancia, creo que no, que lo único que me preguntan es ¿por qué decidí hacerlo? Y no tanto si sería más feliz haciendo otra cosa. Lo que sí a menudo me pregunto es cómo contarle a mis hijas (las que aún no tengo ) a qué me dedico sin traspaserles en ciernes mi experiencia, que sin duda será muy diferente a la suya. Me dicen por el pinganillo que a ser mami, también se aprende sobre la marcha.
Me enorgullece decir que WomenByWomen, que nació en plena pandemia, tiene como oficina una cocina de un piso Arguelles. Quiero recalcarlo porque me han pedido una dirección a la que enviar pastelitos y estoy a una "mijilla" que darla. En esa casa viven una griego-belga, Elisabeth, que nos hace las mejores pastas los días de neurosis y angustia, una portuguesa-belga, Carlota, que cede su habitación cuando tenemos que pasarnos madrugadas trabajando, y una vasca muy belga, que es mi ferviente y consolidada amiga Laura. Laura es la compañera feminista y de corazón que cualquier mujer merece tener a su lado si se dedica al mundo del derecho con perspectiva de género. Somos una balanza que vive desequilibrada, porque no sólo llegamos corriendo a todo en la vida, hasta a nosotras mismas, si no porque nos hemos recogido de subsuelos muy profundos que sólo nosotras comprendemos por haber vivido juntas esta catástrofe humanitaria mujeres tan valientes y especiales.
Nos reímos mucho cuando nos hablan de equilibrio porque no sabemos qué es eso. Llevamos meses trabajando como mínimo 3 veces a la semana 12 horas diarias, y nuestros fines de semana no están exentos de llamadas, solicitudes de evacuación o gestiones relacionadas con la evacuación de Afganistán. Nuestras navidades han sido redacciones con arreglo al Derecho internacional para escribir, en bonito y jurídico, que nos den una solución real y clara a este enfermizo mirar hacia otro lado en el que nosotras no cabemos. Sin embargo, llegado el momento de las concesiones de citas, de la aprobación de un "recurso de reposición" (algo muy difícil de estimar), o de una llamada de alegría de cualquiera de las mujeres a las que ayudamos todo cobra color y sentido y Magali me dice "ha valido la pena tía, lo que hacemos importa".
Llevamos meses trabajando como mínimo 3 veces a la semana 12 horas diarias, y nuestros fines de semana no están exentos de llamadas, solicitudes de evacuación o gestiones relacionadas con la evacuación de Afganistán
He llegado a la conclusión de que el equilibrio es una batalla que se gana y que se pierde todos los días. Que lo único importante es que en algún momento, cuando dejas el móvil y te desabrochas el sujetador, sepas que estás en el lugar correcto . Con el paso de los meses he conocido la importancia de tener a alguien que sea brújula, velero y destino, para que te recuerde que, aunque no todo vaya bien, todo va a salir bien.
Escribo esto para contar que no sé que va a ocurrir los próximos meses. Me da miedo hablar más de lo que debería, y a veces aguanto la respiración para no hacerlo. Sin embargo quiero deciros que Wahida Amiri fue detenida junto a otras compañeras. Ella, activista feminista en las calles de Kabul, es considerada un peligro para la sociedad de la opresión que algunos quieren construir. No podemos seguir callando ante este apartheid de género impuesto. Callar no ha funcionado. No funciona.
Tengo miedo cuando no llegan los mensajes de whatssap con el doble check, tengo miedo cuando las llaman los bárbaros para localizarlas, porque los talibanes controlan los pasaportes que nosotras requerimos para solicitar un visado a un país colindante y la posterior evacuación. Tengo miedo y está bien, porque sólo se puede vivir esto con un pánico terrible a que cualquiera de ellas acabe muerta. Esta es la realidad, el odio impreso en las armas de los fanáticos y sus ganas de mancharse las manos con la sangre de mujeres inocentes. Tengo miedo porque eso es lo único que deberíamos tener, miedo. Nos debería dar miedo vivir en un mundo en el que se permite el sufrimiento de tantas personas. Nos debería espantar el abandono en pleno siglo XXI de una catástrofe humanitaria de semejante calibre.
Nos debería dar miedo vivir en un mundo en el que se permite el sufrimiento de tantas personas. Nos debería espantar el abandono en pleno siglo XXI de una catástrofe humanitaria de semejante calibre
Está bien, acepto mi miedo. Lo estoy transitando agarrándome a mí misma, porque creo que eso es lo último que perdemos y lo único que jamás deberíamos abandonar. Estoy aprendiendo a entender esta profesión que he inventado con el fin de encajar en algún lado. La inadaptada que me habita está feliz, la frustrada por no seguir esquemas está escandalizada. Andar por este camino lleno de icebergs igual de dramáticos que los del Titanic es una carrera en marcha atrás. Nunca sabes con qué te vas a dar porque nunca sabes que hay detrás.
A S., W, M, L, T, I, N, tengo ganas de abrazarlas, de abrir baúles con telarañas en los que habita el amor que tanto desean vivir, las que aún no han podido, las que dejaron historias a medias, las que no tienen la posibilidad de que ninguna piedra atisbe su ventana ni ningún mensaje llegue a su teléfono, porque en eso se mide la vida y la muerte. La guerra amputa lo más bonito que tenemos todos: una intangible línea de ilusión.
La guerra te quita comida, derechos, futuro, pero sobre todo te arranca la posibilidad de imaginarte amando, te desdibuja el amor que te habita. Cuando tu mayor preocupación es sobrevivir dejas de saber qué es vivir. Por eso M me pregunta si estoy enamorada, le noto unas fervientes ganas de imaginarse fuera de la cárcel, como Yasmine, mi amiga reportera con ilusión y gritos de mi vida amorosa. Ambas coinciden en una curiosidad ingenua y bonita sobre lo que yo siento. Hay un hilo verde de esperanza que nos une a todas las mujeres que hemos crecido con el tabú de escoger. Conversaciones prohibidas por siglos para mujeres a las que se les amputó el peso y la importancia de sus sentimientos. Me las imagino pudiendo escoger, de maneras tan diferentes, con criterios tan diversos. Y pudiendo responder a esas preguntas que nos hacen naufragar y sentirnos humanas y vulnerables al reconocer que queremos mucho, que amamos fuerte, y que el amor sostiene la vida.
La guerra te quita comida, derechos, futuro, pero sobre todo te arranca la posibilidad de imaginarte amando, te desdibuja el amor que te habita
Ojalá supiesen que el amor está hecho del mismo material en todas nosotras. Ojalá supiese M que tiene el mismo ímpetu que Ayalga. Ojalá Yasmine B. supiese que N y ella tienen un historia de vida parecida. Ojalá Cayetana se reconociese en la misma fuerza que tiene L en plena manifestación por las calles de Kabul. Ojalá Laia conociese a Nargis y viesen la una en la otra ese temple tan bonito que comparten. Ojalá Aida conociese a T, que también soñaba con ser médico. Ojalá Kamelia y S, ambas politólogas, hablando desde esa lealtad que tanto las caracteriza . Ojalá Aura conociendo a Fereshta. Ojalá Noor hablando de multiculturalidad con I, que también es mestiza y periodista.
Miro a Carmen trabajando en su proyecto Mujeres en la sombra, para dar voz a las mujeres a través del audiovisual, y me emociona la confianza generada. Me conmueve que haya decidido que esto también es suyo, porque aunque en todas nosotras hay sombras, otras viven en ellas. Entre pausa y sustancias cancerígenas escucho música pop española que mi amiga Cayetana, la gallega, dice no soportar mientras me corta mi nuevo queso favorito. Ayalga, la asturiana, me dice que "estamos vivas, que no es poco", y Anna, la mallorquina está siempre dispuesta a hacer patatas bravas mientras me lee a Mary Daly. Fátima, que cuando me abraza me sostiene. Y mi abuela, que me dice que todo lo bueno que doy vuelve, aunque sea en otras formas, aunque un día ella no pueda verlo.
Ojalá sepáis que esto trasciende fronteras, dilemas y choques culturales, porque hay algo que une intrínsecamente a mujeres de todo el mundo.
Ojalá, allá donde haya que hacer extensivos los derechos a todas las mujeres y hombres, podamos hablar de la importancia de amar, de decidir a quién amar o de equivocarnos amando. Las mujeres en Afganistán, Irak, España, Noruega, Perú o Thailandia merecen vivir, no sólo sobrevivir. Merecen la oportunidad de crecer en su viaje emocional, de encontrarse con el amor de su vida para luego darse cuenta de que quizás no lo es, merecen reunirse en torno a una mesa para contarse que están enamoradas o queriendo amar, en lugar calcular el número de desaparecidas o de asesinadas. Merecen llorar por el cortante dolor que te atraviesa cuando te rompen el corazón, porque eso es amar, aprender a irte de donde no te cuidan.
Merecen que la vida no pase por encima de sus desengaños, confusiones y frustraciones. Merecen no conformarse con un enfermizo matrimonio concertado. Que la vida no se reduzca a la desgracia de ser las siguientes de una lista de mujeres libres que quieren hacer desaparecer.
Ya no soy capaz de verlas sin desearles la libertad más grande. No la que las aleje del burka o de una detención. Me refiero a la libertad de sentir, de encontrarse consigo mismas, de darse a sí mismas todo lo que la vida les tiene deparado. No creo en destinos que condenen al dolor que provoca la injusticia.
Y con respecto a nosotras. Compañeras, amigas y mujeres que confluyeron en este camino lleno de miedos y de valentía, estudiantes de este escaparate teñido de violeta llamado un mundo justo y feminista, agradecemos todos los días estar donde estamos y caminar hacia donde vamos. No hay heroínas que habiten los cuerpos de las mujeres que trabajamos poniendo un grano de arena en construir un mundo más justo. Hay personas que con sus contradicciones, miedos, historias, fuerzas y valor se lanzan al vacío con mucha fe. Tenemos fe en el derecho a vivir, a vivir en libertad. Y ese motor de cambio no tiene frenos.
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