Ir al cine a recordar, a dignificar, a volver a empezar. Quién lo diría el 2025 se abre con una obra cinematográfica sobre el precio a pagar por amparar los sistemas injustos, pero sobre a todos los hombres injustos .
Esta película que a priori trata sobre un régimen opresivo político, religioso y misógino como es el que hoy rige la República Islámica de es realmente una película sobre la intimidad de la violencia que se impone cuando se protegen los actos de los hombres y la belicidad de sus construcciones. De aquellos hombres que son o parecen buenos, generosos y comprometidos hasta que una de las piezas de su poder se desestabiliza. Hasta que su poder está en juego.
La película trata de la intimidad que construye una mujer entregada al bienestar de todos excepto al de ella misma, a la incapacidad de educar a las siguientes generaciones en la obediencia desentendida de los valores de justicia y dignidad, porque hoy las mujeres sienten, padecen y piensan, pero sobre todo, no tienen miedo a clamarlo. Esta película trata de todas esas conversaciones pendientes generación a generación que en Irán como en otras partes del mundo se acumulan . Son las conversaciones pendientes entre parejas, entre padres e hijas, madres e hijas. Entre todas aquellas familias que se conocen pero viven desconociéndose para tolerarse. La intimidad entre mujeres, hermanas, amigas que sobresale por el conflicto pero sobre todo por el miedo a desvelar la verdad sobre lo que cada una de nosotras es. Se trata de las conversaciones entre las que se consideran las antagonistas del feminismo cuando de repente las suyas se hacen feministas.
Poco hablamos de la intimidad que se construye sosteniendo los secretos de los hombres que no quieren a las mujeres, que son, casi todos los que silencian a sentencia, declaración o a tortura limpia a las “suyas”. Pero quiénes son las “suyas”. Las mujeres por lo pronto sabemos que al final de todas las partidas no pertenecemos a ningún lugar donde se niega nuestra humanidad.
El patriarcado lo ostentan hombres con poder para maltratar con su silencio, con sus acciones ocultas, o con una falsa entrega hacia quienes los rodean, pero el patriarcado lo sostenemos todas, espalda a espalda, consentimiento a consentimiento, frustración a frustración. ¿Y a dónde se va el dolor de espalda de tantas mujeres que sostienen lo injustificable? ¿Cuál es la alcantarilla de la ansiedad de las mismas? ¿Qué se hace con el miedo cuando el establishment no es algo que esté allí fuera, si no algo que tenemos aquí dentro?
Qué hacemos las mujeres cuando diferenciamos lo correcto de lo incorrecto y aún así miramos en silencio que se suceda la injusticia.¿Qué precio pagamos por las “falsas armonías familiares?. ¿Qué creemos que nos hace diferente a las “otras”? ¿Por qué creemos que otras son más susceptibles de ser traicionadas que nosotras? ¿Por qué creemos que a nosotras no?
Quizás, creamos a menudo que tener cerca a los hombres que sostienen el establishment de la represión nos hace menos susceptibles de padecerlo. La supervivencia de cientos de miles de mujeres en todo el mundo está basada en la incongruencia de lidiar con la violencia silenciosa de formar parte de un sistema que niega a otras por aproximación. Y qué duro, qué duro comprender que el establishment no entiende de vínculo más allá de los opresivos, qué complejo comprender que donde no hay integridad y compasión hacia las demás no la puede haber hacia nosotras. La opresión y el maltrato son igual de personales que políticos.
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