Martha ya no es capaz de concentrarse para leer. Antes le encantaba. Leía cada noche. También ha dejado de disfrutar de escuchar música, que había sido otro de sus grandes placeres. El ruido la perturba. Se fatiga mucho cuando pasea. Sólo le queda tumbarse al aire libre, escuchar el trino de los pájaros. Volver a ver películas que la conmovieron en el pasado. Recitar el final de 'Dublineses' porque para ella ha llegado también el momento de despedirse. Antes de que sea demasiado tarde. Antes de que la vida ya no sólo consista en ir perdiendo la capacidad de gozar de las cosas que le gustaban, sino en sufrir dolores insoportables. A Martha le han diagnosticado un cáncer de cérvix en estadio tres. Lleva un tiempo probando tratamientos experimentales. Cuando su amiga Ingrid acude a visitarla tras enterarse por casualidad de que está enferma, recibe también la fatal noticia de que la inmunoterapia que ha estado recibiendo no ha funcionado como se esperaba y le quedan a lo sumo unos meses de vida. Así empieza 'La habitación de al lado', el último largometraje de Pedro Almodóvar y el primero que rueda en inglés, que le ha valido el León de Oro en el Festival de Venecia. A través del reencuentro entre dos mujeres maduras que hacen juntas un balance de sus vidas, el director manchego nos entrega un contundente pero enternecedor alegato en favor del derecho de las personas con enfermedades incurables o terminales a morir con dignidad y sin agonía.
El director manchego nos entrega un contundente pero enternecedor alegato en favor del derecho de las personas con enfermedades incurables o terminales a morir con dignidad y sin agonía.
BUENA MUERTE EN BUENA COMPAÑÍA
La convaleciente Martha, interpretada por una tan incisiva como vulnerable Tilda Swinton, e Ingrid, a la que da vida una conmovedora Julianne Moore; han perdido el contacto hace años. Ambas comenzaron su carrera como periodistas en la misma redacción de una revista neoyorquina, pero pronto Martha se marchó a recorrer el mundo como reportera de guerra. Ingrid se mudó a París cuando triunfó como escritora. Son muchas cosas las que las separan. Ingrid se encuentra con las amargas noticias de Martha en su momento más dulce, cuando está saboreando los frutos del éxito en su carrera profesional. El sufrimiento y las crueles masacres que Martha ha presenciado en lugares como Bosnia o Bagdad hace que solo pueda compartir gran parte de sus sentimientos con gente que haya visto lo mismo que ella. Tiene una hija con la que no ha logrado conectar, que la culpa de no haber podido conocer a su padre. Ingrid no ha tenido hijos y tiene fobia a la muerte. No hubiera sido capaz de arriesgar su vida como Martha para contar historias. Pero ambas siguen compartiendo más cosas de las que parece. Su empeño en mantener su independencia, su profunda sensibilidad artística. Incluso han llegado a enamorarse del mismo hombre. Y ahora Martha, ante la más desoladora de las soledades, está a punto de compartir con Ingrid lo más íntimo que puede compartirse: la aceptación de que su cuerpo ha llegado a su límite, de que se está retirando de sus funciones vitales poco a poco y es hora de permitirle apagarse. Reconoce ante Ingrid que no le queda nadie más que ella, recién llegada de nuevo a su vida, con quien compartir su tránsito a la muerte. Sus demás amistades le han dado la espalda al enterarse de sus intenciones de abandonar el tratamiento médico y suicidarse antes de que llegue la degradación final.
Tendemos a creer que esta es la decisión más dura que se puede tomar, pero Martha no teme a la muerte. "Estoy preparada para irme. Incluso te diría que impaciente", le dice sin dudar a Ingrid. Lo que le da miedo es sentirse sola, por eso lo único que le pide a su amiga es su compañía. Ella ha conseguido de forma ilegal los fármacos necesarios y no necesita asistencia para tomarlos. Tampoco requiere cuidados porque no pretende llegar a la fase de la enfermedad en la que se encontrará incapacitada para realizar por sí misma actividades básicas como alimentarse o asearse. A pesar de las lagunas y despistes provocados en lo práctico por lo que ella llama su "quimiocerebro", nunca antes se ha sentido tan lúcida y con las ideas tan claras. Sólo necesita saber que alguien estará con ella, la presencia y el cariño de alguien apreciado. Ni siquiera necesita que alguien le sostenga la mano o la vele mientras ocurre, le basta con sentir que alguien está en "la habitación de al lado". Y eso es lo que convierte en revolucionario el guión de Almodóvar, que se atreve a soltar el lastre moral y trágico de la mortalidad y a convertir la llegada de la muerte en un momento ligero, apacible, gozoso. ¿Por qué morirnos no puede parecerse a irnos de vacaciones? ¿Por qué tenemos que irnos intubados en una cama de hospital si podríamos hacerlo riéndonos con Buster Keaton, con carmín en los labios, tomando el sol?
¿Por qué morirnos no puede parecerse a irnos de vacaciones? ¿Por qué tenemos que irnos intubados en una cama de hospital si podríamos hacerlo riéndonos con Buster Keaton, con carmín en los labios, tomando el sol?
LECCIÓN DE VIDA
"¿Por qué nadie nos enseña a reconocer y acompañar un cuerpo que muere?", se preguntaba la escritora Sara Torres en su novela debut 'Lo que hay', que aborda el duelo tras la muerte de su madre después de una década padeciendo cáncer. "Paliativos, la fase final de diez años de cáncer. Una fase sin esperanza ni metáforas de lucha, vencedores y enemigos. Me imagino lo que llega como un período de verdad, de comunicación, de aceptación de lo que hay. Deseo vivirlo con mi madre. Tomarla en brazos, así de pequeña como está ahora, poder cantarle una canción o más bien, un tarareo que la envuelva, que suavice el poco peso del hueso y la rozadura de las sábanas". La protagonista de esa historia llega tarde a los momentos finales de su madre, estaba preparada para acompañarla durante los cuidados paliativos, pero su madre falleció mientras ella volvía desde Barcelona a la casa familiar en Asturias. La pérdida que experimenta no es sólo la de su madre, su ser más querido, sino la de esa despedida que podría haber sido y no fue, la de la experiencia de ser su último sostén, de saber que estuvo cuando más la necesitaba.
Lejos de plantear como una carga insoportable el acompañamiento de una persona moribunda que ha decidido voluntaria y conscientemente finalizar su vida, Pedro Almodóvar nos presenta ese trance como una oportunidad de comprender de verdad qué es vivir, en qué consiste realmente vivir bien, el bienestar, aportando luz a ese punto ciego para la mayoría que es el paso a la muerte, del que normalmente solemos huir despavoridos por miedo o por prejuicios sociales aprendidos. Ingrid supera su pánico a la muerte y acaba dándose cuenta, tras el shock inicial, de que debe estar agradecida a Martha por concederle el privilegio de acompañarla en sus últimos días, ser testigo de sus últimas voluntades, regalarle sus últimas impresiones y reflexiones antes de morir. ¿Cuántas conversaciones importantes que no serían posibles en otra etapa de nuestras vidas, cuántas observaciones imposibles en otras circunstancias nos perdemos por escapar a lo inevitable, por no afrontar nuestra mortalidad?
Martha ha hecho partícipe a Ingrid de una experiencia extraordinaria y escasa, pues apenas nos relacionamos con personas que saben que van a morir en breve. Presenciar el final consciente de una vida nos prepara para vivir de forma más plena, más generosa, más agradecida. Aceptando altruistamente la petición de Martha, Ingrid también recibe valiosos aprendizajes, como que reconocer la vulnerabilidad no es sinónimo de victimismo, que se puede "sufrir sin hacer sentir culpables a los demás", que si existe la medida del valor de una vida está en la solidez y resistencia de los vínculos que forjamos. Que una amistad puede ser más "para toda la vida" que un matrimonio o que la maternidad. Que no se puede vivir sin darle espacio a nuestra mortalidad.
Almodóvar le da a la muerte, parafraseando a Virginia Woolf, una habitación propia, un lugar propio, porque la forma en que morimos, también es parte esencial de nuestra vida. No se trata de ser fatalista, al contrario, nuestras decisiones cuentan hasta el último momento y pueden cambiarlo todo, sobre todo la huella que dejamos en los demás. Cohabitar con la muerte es una vía para aprender a vivir mejor. "Hay muchos modos de vivir dentro de una tragedia. Quiero vivir con la misma alegría y gratitud que Martha", le confiesa Ingrid a su ex marido, que también fue amante de su amiga.
EL PRIVILEGIO DE MORIR BIEN
En España el acceso a la eutanasia es un derecho regulado desde junio de 2021, convirtiéndose en el cuarto país europeo en legalizarla y en uno de los únicos siete de todo el mundo en los que se permite la libre decisión de los pacientes de enfermedades graves e incurables de poner fin a una vida que no consideran digna de ser vivida. No es baladí que Pedro Almodóvar haya decidido estrenarse en el cine en inglés con esta temática que todavía es tabú en el país de Hollywood, pues la asistencia médica para morir está expresamente prohibida en la mayoría de los Estados y perseguida como homicidio, y es un caballo de batalla política tan instrumentalizado por la ultraderecha como el aborto. El cineasta no ha dudado en dejar claro que impedir el ejercicio de la eutanasia no la hace desaparecer en la práctica, sólo la convierte en un privilegio al alcance sólo de las personas que se lo puedan permitir, como las mujeres ricas que protagonizan su filme. Martha puede alquilar una casa lujosa y cómoda en el campo durante semanas para no levantar sospechas y pagar lo que sea necesario por la pastilla ilegal que necesita, así como acceder a los contactos que le expliquen cómo protegerse jurídicamente. Al igual que Ingrid, que puede acceder a la carísima abogada que impide que acabe en la cárcel por ayudar a su amiga. La mayoría de las personas en Estados Unidos no pueden ni permitirse el tratamiento de una enfermedad como el cáncer, mucho menos dejar de trabajar mientras están enfermos, pues allí no existe sistema público de salud ni de seguridad social.
La pertinencia tanto humana como política de 'La habitación de al lado' es del todo indiscutible. Con este retrato íntimo de una vida que se desvanece quiere poner de relieve que lo que realmente está agonizando es la humanidad al completo, cuya deriva reaccionaria e individualista a nivel mundial la está condenando a la extinción. Frente a la alianza entre el fundamentalismo religioso y la privatización neoliberal, Almodóvar propone compasión, comprensión y compañerismo. La decisión de Martha de poner fin a su vida antes de que esta se vuelva inhabitable para ella es en realidad un testamento vitalista que va más allá de reivindicar una muerte digna y liberada de tabúes, sino que nos anima a reclamar vidas que valgan la pena ser vividas para todas. No sólo con las necesidades básicas cubiertas, sino universalizando los placeres más elevados. Como las pinturas de Dora Carrington y Edward Hopper o las novelas de William Faulkner o de Sigrid Nunez, coguionista de este Almodóvar decidido con esta adaptación literaria de su obra 'Cuál es tu tormento' a enarbolar la bandera del arte y la cultura como motor de cambio social. Lo que podría parecer una frivolidad ante el colapso de la economía y la crisis climática se vuelve un manifiesto político de máxima urgencia: no debemos esperar a que la muerte nos iguale, la igualdad y la justicia deben ser el fundamento de la vida.
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