Desde hace 13 años, en cada extremo de este pueblo de 2500 habitantes, hay un puesto de vigilancia donde unos tipos armados con uniforme militar azul y el logo de una empresa de seguridad llamada Privilegio controlan todo lo que sucede en las 120 casas, las granjas, la escuela, la iglesia y la cancha de basket que se reparten a la vera de un camino pavimentado de unos 3 kilómetros. La localidad de Sumalo, en el norte de Filipinas, está en un valle tropical que respira el aire puro que escasea en Manila, la capital del país, a solo dos horas de distancia. Junto a cada puesto de vigilancia, un cartel en chapa dice: "Baje la velocidad. Está entrando en propiedad privada de la River Forest Development Corporation".
Mike, un tipo alegre de 49 años, con el pelo tintado de colorado y musculosa blanca, dice que se negó a firmar "un memorándum de entendimiento” con la River Forest. El documento suponía aceptar una compensación mínima en dinero y la promesa de reubicación en otra comunidad, o el desalojo sin más. Mike eligió quedarse en su casa. A la mañana siguiente, una de sus cuatro vacas fue asesinada.
Loida, 40 años, ojos grandes y mirada cansada dice, mientras prepara una torta de arroz junto a su amiga Ani, que los guardias le mataron a sus perros, que los niños ya no juegan en la calle por miedo a "los de azul" y que un día los vigilantes apuntaron con un arma a su hermana, acusándola de promover que la gente no firmara el memorándum. Le pidieron que notificara la extensión de la amenaza al resto de su familia. Loida está segura de que firmar ese memorándum no evita la evicción: "A lo sumo te baja al final de la lista de futuros expulsados".
Rose, 42 años, cuenta que a principios de septiembre de 2022, cuando abrió la puerta de su casa para ir a la granja donde tiene árboles de mango, plantas de piña y patatas, descubrió que había una X gigante pintada en el piso de la entrada: "Por la noche había escuchado un ruido; un vecino los vio, fueron los guardias azules". No fue la única. La familia Litton, propietaria de la River Forest Development Corporation, mandó a su policía privada a marcar otras 52 viviendas. La señal de la X colocaba una diana a todos aquellos que se habían negado a aceptar la oferta de la compañía.
El macabro aviso se concretaría un mes después, cuando llegó una brigada de hombres morrudos en camiones y una topadora. A mazazos demolieron las casas marcadas. La gente salió a tiempo pero todas sus pertenencias quedaron dentro. "Es la familia Litton", dice Rose, mientras la voz se le empieza a quebrar. "No sabemos quiénes son. Aquí nadie los conoce, pero se manejan como si todo esto fuera su gran finca". Al final de aquel día, los guardias vallaron con alambres de púa cada terreno demolido y colgaron de cada cerca un cartel parecido al de la entrada al pueblo: "No traspasar. Casa con título de propiedad. River Forest Development Corporation".
Al final de aquel día, los guardias vallaron con alambres de púa cada terreno demolido y colgaron de cada cerca un cartel parecido al de la entrada al pueblo: "No traspasar. Casa con título de propiedad. River Forest Development Corporation"
Las casas no eran meros ranchos sino la realización del sueño campesino: construidos con el trabajo de su parcela, los chalecitos de Sumalo no tenían agua corriente ni cloaca, pero eran frescos, amplios, con aire acondicionado, internet, televisión por cable, cocina. Sin necesidad de pagar alquiler, ni hipoteca, ni comida: cada uno plantaba en su granja y a veces se organizaban cooperativamente para sembrar y cosechar. Algunos desahuciados se fueron del pueblo, pero la mayoría fueron adoptados por otros vecinos y viven en sus patios traseros en improvisados monoambientes con paredes de cartón, techo de chapa y piso de tierra.
Cuando los desahuciados atraviesan los alambres de púa y entran a su granja para recolectar lo sembrado, la policía privada los graba, los detiene y la corporación los denuncia por invasión de la propiedad. Para la River Forest estas no son casas ni granjas, sino terrenos: dentro de unos años, cuando logren que nadie más viva allí, transformarán los bosques tropicales, las praderas voluptuosas plagadas de árboles de mangos y plantaciones de piña, en una de las nuevas ciudades que construirá Filipinas. Se rumorea en el pueblo que lo primero que harán será un gran centro comercial.
LOS LITTON Y EL CRECIMIENTO DE FILIPINAS: RIQUEZA PARA UNOS POCOS
George Litton, hijo de un diplomático irlandés y una inmigrante china de familia comerciante, nació en Singapur en 1895 y heredó de su padre, que murió en 1906, unas 2,4 millones de libras esterlinas con las que abrió una fábrica textil. Cuando George Litton murió en 1978, la familia ya era vanguardia en el mundo de las telas filipinas y formaba parte del 2 % de la población que poseía el 40 % del territorio nacional. Hoy, después de las reformas agrarias, el 1 % de los filipinos se queda la quinta parte de lo que el país produce.
En la década de 1970, los Litton dejaron las telas y se transformaron en una compañía de bienes raíces: el oficio de los actuales herederos de George. Se especializaron en el "desarrollo urbano". En 1997 demolieron un edificio de viviendas para hacer el Liberty Center, un centro comercial en Manila. En 2015, en las afueras, inauguraron el Mandala Park, otro centro comercial con algunos restaurantes veganos. Según dicen en su web, en ese emprendimiento "han recalibrado su enfoque", porque se trata de "un desarrollo sostenible que promueve un estilo de vida saludable y comunitario".
Los Litton saben que el desarrollo inmobiliario seguirá siendo rentable por mucho tiempo. La economía filipina crece al 7 % anual y hace que Manila se multiplique de manera exponencial. Para 2050 se calcula que la capital tendrá más de 40 millones de habitantes: tres veces más que hoy. Al mismo tiempo, la ciudad se está hundiendo: para ese año se estima que la costa estará bajo el mar. Frente a eso, el real estate avanza sin prisa pero sin pausa sobre territorios rurales, mientras, en simultáneo, presionan a los campesinos para que migrar a las ciudades.
Para 2050 se calcula que Manila tendrá más de 40 millones de habitantes: tres veces más que hoy. Al mismo tiempo, la ciudad se está hundiendo: para ese año se estima que la costa estará bajo el mar
Filipinas está conformada por 7107 islas, la mitad de su población reside en ciudades y la otra, en el campo, pero la mayoría de la comida que se consume en las urbes es importada. Le compran 1 billón de dólares al año de trigo a Estados Unidos. El país depende sobre todo del área de servicios, el 60 % del Producto Interno Bruto (PIB) se reparte entre turismo, finanzas y tecnología de la información. En segundo lugar de los servicios que exporta: la plata que envían los filipinos al exterior. A pesar de estar rodeados de una vasta vegetación nunca se desarrolló ni la industria ni la agricultura, que es sobre todo de pequeña escala y sin tecnificación, porque la reforma agraria nunca se propuso redistribuir los medios de producción.
España colonizó Filipinas, pero hoy casi nadie sabe español. A diferencia de las colonias americanas, aquí no se impuso la obligación de hablarlo, solo lo adoptaron las élites. Las familias que colaboraron con las autoridades coloniales españolas y estadounidenses se adueñaron de todo y todavía hoy conservan el control oligárquico del suelo y dominan la esfera política. En cambio, los agricultores y pescadores son los dos grupos de trabajadores más pobres, casi un tercio de ellos viven por debajo del umbral de la pobreza, en comparación con el promedio nacional de alrededor de uno de cada cinco.
Los agricultores y pescadores son los dos grupos de trabajadores más pobres, casi un tercio de ellos viven por debajo del umbral de la pobreza, en comparación con el promedio nacional de alrededor de uno de cada cinco
Pese a todo, el país atraviesa un crecimiento poblacional que ha servido a las autoridades para planificar un modelo depredador de desarrollo urbano. Así lo explica el estudio de Palafox, que trabaja con el Gobierno: "En 2050 la población de Filipinas aumentará a 148 millones (30 millones más que hoy), necesitaríamos planificar y desarrollar cien nuevas ciudades para entonces. De lo contrario, las existentes estarán tan congestionadas como Manila hoy". Es un "fenómeno mundial. Según las Naciones Unidas, para 2050, dos tercios de la población mundial vivirán en áreas urbanas". En la web del Ministerio de Desarrollo Urbano de Filipinas se dicen cosas semejantes. Por ejemplo, hablan del objetivo de "hacer espacio", para que exista "un continuum campo-ciudad".
William, 55 años, tiene una ferretería en la ruta 301 y no reside en Sumalo, pero una de las casas de la comunidad es de su mujer y van a pasar allí los fines de semana. Dice que cuando sus suegros llegaron, como parte de un programa de reforma agraria nacional, ni ellos ni ninguno de los otros habitantes originales de esta tierra tramitaron el título de propiedad "porque la mayoría eran analfabetos y porque para registrar una vivienda hay que asesorarse legalmente, desplazarse a la ciudad; todas esas cosas que no pasaban por la cabeza de nadie". Los papeles son un problema, además, porque las comunicaciones judiciales les llegan en inglés y los campesinos no las entienden. Sumalo se creó oficialmente como Bangalay en 1953 y es la prueba de que aquí había una comunidad viviendo en tierras fiscales. En 1979 la corporación RCA, de los Litton, compró las 214 hectáreas de tierra —todo el pueblo— pagando una suma insignificante al Gobierno del fallecido dictador Ferdinand Marcos, como si nadie viviera en el lugar. En las escrituras todo este territorio es un "baldío no apto para la agricultura".
LAS REFORMAS AGRARIAS: CAMBIAR TODO PARA QUE NADIE CAMBIE
Cuando en Filipinas hablan de reforma agraria, hablan en plural. Hubo varias. Parches. No implementaciones. En 1988 se creó el Programa Integral de Reforma Agraria (CARP) que prometía ser uno de los programas de redistribución de tierras más grandes de la historia de la humanidad. El lema era que nadie podía poseer más de 5 hectáreas. Hoy existe una agencia con rango ministerial para ocuparse del tema. Las reformas agrarias han redistribuido unas 6 millones de hectáreas entre 3 millones de personas. No es poco, es el 70% de lo que se buscaba. El problema es que el objetivo nunca fue revertir la desigualdad, sino contrarrestar el crecimiento del comunismo en el país. En las últimas décadas el Gobierno filipino ha llevado a cabo operaciones militares contra grupos como el Nuevo Ejército del Pueblo (NPA), asociado con el Partido Comunista de Filipinas (CPP). Al día de hoy existe, financiado por el Parlamento, un grupo de tareas anticomunistas que detiene y asesina activistas.
Las reformas agrarias de Filipinas las hicieron desde arriba dictadores conservadores. Gatopardismo puro: cambiar todo para que nada cambie. Por cada avance, hubo un retroceso. Por ejemplo, siete años después de aprobar la gran reforma, en 1995, el Estado anunció el establecimiento de una Zona Económica Especial en Bataan, comprendiendo Sumalo, que permitiría el uso de este territorio con fines industriales. Es decir, sacaba estas tierras del lote de las que entraban en la reforma y la redistribución: si no son agrarias no son reformables. Esto dio inicio a una larga batalla legal entre los Litton y los campesinos. En 2007 la Corte Suprema falló a favor de la familia, que aprovechó y profundizó el avance presentando más de 50 casos penales contra líderes campesinos, desde cargos menores, como robar un ramo de frutas maduras, hasta otras más graves, como secuestro y posesión ilegal de armas de fuego.
Las reformas agrarias de Filipinas las hicieron desde arriba dictadores conservadores. Gatopardismo puro: cambiar todo para que nada cambie. Por cada avance, hubo un retroceso
En 2013 los campesinos de Sumalo, bajo la Organización de Agricultores y Residentes Unidos en Barangay Sumalo (SANAMABASU), presentaron una petición al gobierno, por enésima vez, para que se les reconociera la reforma agraria. En 2019 la Oficina del Presidente (OP), por entonces el temible Rodrigo Duterte, (presidente acusado de violaciones de derechos humanos en su "guerra contra las drogas”) emitió un decreto favorable a los campesinos que en la práctica resultó ser papel mojado.
Desde 2022 gobierna Ferdinand Marcos, hijo del exdictador y heredero político de Duterte. Según la activista Clarissa Mendoza "aunque el nuevo Gobierno intenta gesticular que prioriza a los agricultores locales y quiere lavarle la cara al país, la corrupción es estructural; por ejemplo, quieren cambiar la constitución para permitir que los extranjeros puedan adquirir tierras en Filipinas. El contexto es muy permisivo con el sector privado. En los últimos años, muchas corporaciones han creado falsas acusaciones contra los agricultores". Mendoza, de 32 años, es coordinadora de Katarungan, una sigla que en español significa Secretaría Nacional del Movimiento por la Reforma Agraria y la Justicia Social. Se trata de una ONG que presta servicio jurídico a diversas poblaciones rurales para que puedan acceder a sus derechos territoriales. Katarungan tiene unos 100 casos como estos en todo el país. Por ejemplo, al otro lado de Bataan, donde vive el señor de los cocos.
EL SEÑOR DE LOS COCOS
Ca significa hermano. Aquí todos los hombres son Ca y su apodo. A Nonilon Almacen le dicen Ca Noni. Es alto y delgado, tiene los ojos saltones y la mirada perdida, como quien siempre está pensando en otra cosa. Por lo general, esa otra cosa son cocos. Su tez morena está curtida por 70 años de trabajo duro bajo el sol tropical. Conoce cada árbol de cada una de las 300 hectáreas que posee. "Ese de ahí lo plantó mi tío; el de allá debe tener siglos, lo plantó mi abuelo". Viste unas gastadas botas de goma que protegen sus pies del lodo y el agua mientras se aventura entre los cocoteros. Una camiseta verde lisa, estropeada por el uso y el tiempo, es su fiel compañera en las largas jornadas de trabajo. A pesar de la humedad del 120%, Ca Noni nunca transpira, nunca se agita. No es que esté adaptado, pertenece a esta humedad. Cuando habla, su voz es aguda y enérgica, con el entusiasmo y la energía de alguien que recién empieza y la sabiduría de un líder veterano. A pesar de su edad, se mueve con la agilidad y la precisión de un hombre de 25 años.
Cada mañana, Ca Noni se levanta antes del alba. Mueve las tres vacas que tiene para que pasten en diferentes sitios, se sube a una barca que remonta un río turbio, barroso, exuberante, serpenteante: amazónico. Y desembarca en un camino sin marcar pero que él podría transitar con los ojos cerrados. Noventa minutos después llega a sus cocoteros. Apoya las manos en la cintura y el machete en el piso, y mira hacia arriba para examinar la copa de los árboles. Está evaluando sus cocos.
Cuatro jóvenes corpulentos trabajan para él. Ca Noni reparte la mitad de la ganancia con ellos. A diferencia de algunos recolectores que prefieren esperar a que los cocos caigan, la pandilla de Ca Noni toma el control de la situación. Uno de ellos, de pelo largo, con el torso desnudo, observa cada protuberancia del tronco de la palmera, buscando los puntos de apoyo adecuados para sus manos y sus pies. Con movimientos cuidadosos, agarra una saliente y comienza a ascender, empujándose con los pies mientras busca el siguiente punto de apoyo. Va sujetando su machete. Avanza con determinación, manteniendo un ritmo constante mientras sube hacia la cima. Al llegar a la parte superior, se asegura de tener un buen agarre antes de soltar cualquier punto de apoyo y, con un golpe preciso de su arma blanca, libera los cocos de sus ramas, y los deja caer al suelo con un golpeteo sordo. El resto del equipo carga los cocos en una bolsa hecha con fibra de la propia cáscara exterior, cuelgan dos, una a cada lado del lomo de un caballo blanco y las llevan a un rancho en el que los dejarán secar.
Ca Noni supervisa el proceso de secado, asegurándose de que cada coco quede partido a la mitad, con la pulpa expuesta. Se sienta a abrirlos para extraerla. Utilizando una especie de desfibradora improvisada separa la corteza. La pulpa seca es un caucho, parece un pedazo de goma. Con ella se hace aceite, jabones, cosméticos, velas y harina de coco, que se come y que abona la tierra para que crezcan más palmeras y crezcan más cocos.
Ca Noni posee 3 hectáreas de cocoteros y también de bananas y arroz que le tocaron legalmente por el plan de reforma agraria, pero que antes fueron de sus ancestros. Le pregunto si alguna vez hizo la cuenta de cuántos cocos habrá recogido en su vida. Pide un papel y un lapicero. Escribe una multiplicación. 2500 cocos, por 200 árboles, por cincuenta años y afirma: "25 millones. Mi familia y yo hemos recogido 25 millones de cocos de esta finca". Se casó el 14 de enero de 1973, el mismo año en el que se hizo cargo de la finca de cocos familiar. Tiene dos hijos, una hija y nueve nietos. Por la tarde descansa en la casa que Inan, su mujer, y él habían "soñado toda la vida": en la montaña llena de palmeras donde siempre quisieron vivir, en medio de una selva que se extiende hacia la costa del Mar de Filipinas.
Inan mira por uno de los ventanales. Cae un aguacero sobre la selva tupida y sopla una brisa suave, como de ventilador, que hace flamear las cortinas de estampados navideños. La televisión está arriba de un mueble que divide el living por la mitad. De un lado hay una mesa en la que hace un rato ella puso tilapias fritas, plátanos asados y una olla de arroz blanco para almorzar. Ahora hay una canasta repleta de bananas pequeñas encima de una de las mesas. Todo ha sido cultivado por ellos o por sus vecinos en esta montaña. Del otro lado de la estancia hay tres sillones de madera. En el de dos cuerpos Ca Noni se recuesta mirando la tele sin prestar atención al contenido: entrecierra los ojos cuando termina el concurso de karaoke y empieza la telenovela que Inan estaba esperando. Una de las nietas abandona su puesto en el kiosko que está justo en la puerta de la casa para ir al baño; pero cuando vuelve, ojea lo que están dando en la televisión y decide tomarse un descanso. Así que se acurruca en el brazo de su abuela para mirar la novela.
Ca Noni, que parecía descansar plácidamente, se levanta exaltado, como de una pesadilla, va al cuarto a buscar una carpeta que contiene formularios y cartas judiciales. Inan dice que se volvió monotemático, que no para de hablar de esa carpeta. Pero ella también está preocupada. La carpeta contiene edictos judiciales, planos, escrituras, comunicados, fotocopias de leyes… Les dice "no puede ser, esto no puede ser". El Gobierno anuló el título de propiedad de sus tierras, que habían podido obtener gracias a las reformas agrarias. En algún momento, dice Ca Noni, vendrán a expulsarlos, a él y a los cientos de campesinos de sus praderas húmedas, de sus palmeras, de sus cocos.
En la carpeta hay un folleto sobre un plan del Gobierno para estos terrenos. Ca Noni lo mira, se le quiebra la voz cuando lee el título en voz alta, pero cuando termina de decirlo maldice en chabacano. En la carátula de la carpeta se lee que en las 1900 hectáreas de esta selva habrá en algún momento aviones despegando y aterrizando: "Próximamente: aeropuerto".
*Este trabajo forma parte de un proyecto sobre capitalismo clandestino realizado por las organizaciones Vía Campesina, Grupo de Trabajo sobre Tierra y Territorio CIP, Universidad Campesina UNICAM Suri, FIAN y RUIDO Photo.
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