El año 2023 cerró con 58 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas y en lo que llevamos de 2024, otras 33 han protagonizado la misma tragedia. Cada año, unas 200.000 mujeres presentan denuncias por violencia machista. La cifra es alarmante, pero la magnitud real es mucho mayor porque apenas el 20% de las víctimas acuden a los tribunales. La violencia de género, en cualquiera de sus manifestaciones, sigue marcando la actualidad de la crónica negra, y aunque las campañas de sensibilización han contribuido positivamente al rechazo colectivo de las agresiones machistas, los asesinatos continúan siendo un goteo constante que revela la incapacidad de las instituciones para atajar el problema desde la raíz.
El acompañamiento psicológico que necesitan las víctimas es uno de esos grandes déficits donde la política, o mejor dicho, la falta de voluntad de los legisladores, supone el freno en la erradicación de una lacra que atraviesa la geneaología de las mujeres desde el principio de los tiempos. Hablamos con la psicóloga Eugenia Canca sobre cómo un proceso terapéutico efectivo impulsa a las mujeres a romper con el ciclo de la violencia y el maltrato, siempre y cuando el sistema público sea capaz de proveer las herramientas necesarias: "Convertir la salud mental en un artículo de lujo es otro escollo más que tienen que enfrentar las víctimas de la violencia machista".
Pregunta (P): ¿Existe hoy una mayor concienciación con respecto a la violencia machista?
Respuesta (R): Sí, factores sociales y tecnológicos han favorecido a que la visibilidad haya aumentado. Y si a esto le sumamos el impulso del movimiento feminista y las campañas de concienciación, el resultado es un cambio favorable en los últimos años. La violencia machista ha impregnado en la conciencia social, en cómo la entendemos y en cómo la nombramos. Anteriormente, muchos comportamientos que hoy reconocemos como violencia de género se encontraban naturalizados o invisibilizados. Pero, y pese a los avances, persisten todavía escollos en el camino, como sesgos en el sistema judicial o resistencia en algunos sectores sociales, que minimizan o cuestionan el impacto de la violencia machista.
P: ¿Y por qué el número de denuncias es tan bajo?
R: Se trata de un asunto multifactorial, al menos desde una perspectiva psicológica. La denuncia puede romper con la estabilidad que, aunque disfuncional, la víctima ha alcanzado. Esto es particularmente relevante en casos donde la violencia ha derivado en dependencia emocional o económica, ya que la mujer puede experimentar una fuerte ambivalencia entre el deseo de romper el vínculo del miedo y el temor a las consecuencias. Además, la violencia machista se desarrolla a menudo de forma gradual y puede volverse progresivamente más intensa. Este proceso lleva a la normalización del abuso, donde la víctima interioriza que ciertas conductas son "normales" o "merecidas" y no percibe su situación como algo denunciable. Desde el enfoque del aprendizaje, la teoría de la indefensión aprendida sugiere que, tras repetidas experiencias de abuso, la persona puede desarrollar la creencia de que no tiene control sobre su situación y de que cualquier intento de escapar o buscar ayuda es inútil. La presión social, la falta de una red de apoyo y el aislamiento emocional también afectan a la capacidad de decisión y el horizonte de la revictimización frena a menudo el impulso hacia la denuncia. La experiencia de ser cuestionadas, desacreditadas o minimizadas es dolorosa y refuerza la idea de que no serán comprendidas o protegidas adecuadamente, especialmente en un contexto tan intimidante como el judicial.
P: ¿Están las victimas lo suficientemente protegidas? ¿Reciben un correcto acompañamiento psicológico?
R: No. Desde plano psicológico contamos con algunos recursos sólidos, pero enfrentamos importantes limitaciones en la práctica. El sistema VioGén coordina la actuación de las fuerzas de seguridad y los servicios sociales, pero el personal especializado es muy escaso, y por tanto, la capacidad para atender a las víctimas es limitado, sobre todo a las que están en situación de mayor riesgo. La ley reconoce el derecho de las víctimas a recibir atención en el sistema de salud, incluyendo apoyo psicológico en hospitales y centros de salud. Sin embargo, hay una gran demanda y pocos profesionales: apenas seis psicólogos por cada 100.000 habitantes en el sistema público, muy por debajo de la media europea. Esta escasez implica que, aunque las víctimas reciben una atención inicial, la continuidad y la frecuencia de las terapias no son suficientes para un proceso de recuperación efectivo. Queda la opción del sector privado, pero una gran parte de la población no cuenta con los recursos económicos suficientes. Convertir la salud mental en un artículo de lujo es otro escollo más que tienen que enfrentar las mujeres víctimas de violencia machista.
Convertir la salud mental en un artículo de lujo es otro escollo más que tienen que enfrentar las mujeres víctimas de violencia machista
P: ¿En qué consiste su trabajo, cómo es el proceso de acompañamiento psicológico?
R: Cada caso es único y cada mujer tiene unas necesidades específicas. En líneas generales abordamos el impacto emocional con una intervención inmediata que ayuda a reducir el shock y ofrecemos primeros auxilios psicológicos en los centros especializados, priorizando el apoyo emocional y la contención inicial. Evaluamos síntomas como la ansiedad y el estrés postraumático y preparamos a la paciente para el siguiente paso en su proceso de recuperación. Existen multitud de terapias, pero es crucial que el acompañamiento psicológico esté coordinado con los servicios sociales y un sistema judicial efectivo. Hoy en día contamos con más herramientas para erradicar la violencia machista, se puede pasar de víctima a superviviente. Mi mensaje para las mujeres es que lo cuenten; verbalizarlo es el primer paso.
P: La actualidad está marcada por una denuncia interpuesta contra Íñigo Errejón debido a un presunto caso de abuso sexual ocurrido en 2021. A menudo se cuestiona a las víctimas de estos episodios si no denuncian inmediatamente.
R: Pues este cuestionamiento, precisamente, es uno de los factores que provocan la dilación en el tiempo. Imagínese como se sentiría usted si tras sufrir un episodio traumático su comportamiento fuese escudriñado al milímetro. Imagine el miedo, el desamparo, imagine la sensación de sentirse permanentemente juzgado. Usted solo puede imaginarlo, pero esa es la realidad de miles de mujeres. En el asunto específico de las agresiones sexuales, el sistema judicial resulta especialmente farragoso. La víctima tiene que enfrentarse a varias entrevistas, lo que supone revivir el evento traumático, confrontar la credibilidad de su testimonio y someterse a diferentes informes forenses por petición de las partes. La justicia tiene que ser garantista y respetar la presunción de inocencia del acusado, pero las demandantes deberían contar con apoyo psicológico durante todo el proceso judicial. Hay mujeres que denuncian inmediatamente, otros tardan un día, una semana, un mes o cinco años y hay otras que nunca denuncian. En cualquier caso el tiempo no resta veracidad a su testimonio.
P: Algunas incluso mantienen el contacto con el agresor, ¿por qué?
R: Insisto de nuevo en que cada mujer afronta una realidad diferente. Podríamos hablar, por ejemplo, del apego, muy presente en los abusos en la infancia, donde se acaba desarrollando una hipervigilancia ante las emociones de terceros con la que pueden predecir una situación de conflicto, y por tanto, evitarla. También existe el vínculo traumático, el conocido como Síndrome de Estocolmo, que se produce cuando la víctima desarrolla una conexión emocional intensa con el agresor y que se desarrolla como una estrategia inconsciente que el cerebro adopta para intentar reducir el miedo y controlar la situación, buscando de nuevo preservar una sensación de seguridad, aunque sea disfuncional. Por último, no podemos obviar el componente de la socialización. Las mujeres convivimos desde muy temprana edad con el abuso y hemos aprendido a normalizarlo porque así nos han enseñado.
P: ¿Qué le parecen las declaraciones de Íñigo Errejón que ha esgrimido la salud mental como justificación a su comportamiento?
R: No puedo hacer una evaluación profesional de un caso que conozco a través de los medios de comunicación. Dicho esto, este tipo de alegaciones obedecen a una estrategia legal que utiliza la defensa para intentar devaluar la gravedad de los hechos. La cuestión esencial radica en que estos argumentos sean debidamente evaluados y corroborados por peritos.
Las mujeres convivimos desde muy temprana edad con el abuso y hemos aprendido a normalizarlo porque así nos han enseñado
P: Las víctimas están utilizando las redes sociales para testimoniar de forma anónima los abusos que han sufrido. ¿Le parce una herramienta adecuada?
R: Las redes sociales son una herramienta de doble filo. Por un lado, puede ofrecerles un espacio de apoyo y validación donde sientan que no están solas, que son escuchadas y que tienen derecho a expresar su dolor. Esta visibilidad, además, contribuye a reducir el estigma y alienta a otras mujeres a enfrentar sus propias experiencias. Sin embargo, también hay riesgos. Las redes sociales, a menudo, adolecen de empatía y enfrentar los comentarios negativos puede influir negativamente en el estado emocional. Instagram no es un entorno controlado ni protegido y las respuestas de los usuarios son impredecibles. Mi recomendación, si deciden usar las redes sociales, es hacerlo con apoyo terapéutico y en beneficio de su bienestar emocional.
P: ¿Cómo debemos actuar si una mujer nos cuenta que ha sufrido un abuso sexual?
R: Escucharla, pero una escucha activa, es decir, permitir que se exprese a su ritmo sin interrupciones ni presiones. Validar sus emociones hará que se sienta comprendida y la empatía ayudará a establecer una conexión más profunda. Hay que hacerle saber que estamos a su lado, que no está enfrentando la situación sola. Enfatizar en que ella no es responsable de lo sucedido y que sus sentimientos son lícitos. Y por último, informar sin presionar, siempre atendiendo a su estado emocional. No hay que hablar necesariamente de la denuncia legal, si no de los recursos que están a su alcance, como la atención psicológica.
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