El mío no podía ser, otros sí, el mío no. Contienes el aliento y decides enamorarte. A ti no te iba a pasar. Desde adolescente te convences de que cuando lo escojas, a "él", escogerás al "bueno", al menos porque tú eres capaz de ver todo lo bueno que constituye al hombre que tienes en frente. Sobre todo porque crees que todo lo bueno pesa más. Y te enamoras con la premisa genuina de que sabes con quién estás, porque una sólo puede tomar la descalabrada decisión de escoger con quien compartir su vida si piensa que está en el mejor lugar posible, o si construye ese lugar a imagen y semejanza de su proyección sobre lo que significa ser un buen hombre. Eso, o peor; que creamos en la falsa capacidad de pensar que convirtiéndose en "nuestro", novio, pareja o marido, será mejor, aparcará antiguos vicios y filias, cambiará y será "un buen hombre" aun con todos sus defectos. Una se cría viendo Disney y continúa consumiendo Hollywood, y acaba frustrada porque nadie se tiraría de un puente para rescatarla.
Escogemos y deberíamos poder hacerlo sin contrastar pasados, sin someter a quien queremos a una justificación perpetua. Amar es un acto de fe porque lo incontrastable es el futuro. El triple salto mortal de escoger "un buen hombre" o "una buena mujer", (en el pleno sentido de la bondad) se produce porque todas debemos asumir que nuestras verdades inquebrantables puedan caer en saco roto. Y qué doloroso es poner la mano en el fuego y quemarse. Enfrentarse a que un día se abra una puerta sin antecedentes, ni historia, que se relate a sí misma y deje de manifiesto que ese "buen hombre" que escogimos nos ha traicionado.
Escogemos y deberíamos poder hacerlo sin contrastar pasados, sin someter a quien queremos a una justificación perpetua. Amar es un acto de fe porque lo incontrastable es el futuro
La traición de los hombres tiene dos formas de manifestarse. Una, como es en el caso de Giséle Pelicot, por parte de aquel hombre bueno que nos hacía de comer y nos regalaba nuestra bufanda y libro favorito en Navidades. Ese hombre con quien viajaste a lugares remotos y del que te enamoraste tantas veces como crisis tuvisteis (si es que tuvisteis). Ese hombre a quien viste sujetar a tu hija pensando que habías escogido el mejor padre para ella. Ese hombre que te miró desnuda, triste, feliz, enferma y decepcionada durante horas en la cama, en el sofá, en el comedor y te prometió que eras lo más bello e importante de su vida. Ese hombre con quien reías, a menudo. Ese que te hacía creer que habías escogido bien, porque él sí era un "buen hombre". Ese hombre que siempre mostró desprecio hacia la violencia que ejercían otros hombres. Ese hombre que te miraba y parecía arreglarte daños y descosidos. Ese que jamás pensaste que los provocaría a gran escala.
Ese hombre un día decidió que la fantasía de poder y el depredador sexual que le habitaban eran más importantes que tú. Ese hombre que decidió usarte no una, si no 100 veces tomando la premeditada decisión de que era más importante lo que él quería, el morbo del poder sobre tu cuerpo, el morbo sobre tu inconsciencia, el morbo sobre la ausencia de tu voluntad o consentimiento. Ese hombre que quiso ir más lejos, pensó que podía drogarte, violarte y hacer que te violasen. Como si tu no fueses ese cuerpo, como si no lo habitase la mujer con la que había compartido toda su vida. Ese hombre que no paró sus actos ni por vergüenza, ni por pena, ni por miedo a las consecuencias legales. Ese hombre que decidió que le pertenecías, que eras una propiedad privada en cuerpo y psique, un cuerpo cuyo usufructo, uso y desuso poseía también, tanto es así que necesitaba experimentar el poder sobre tí con un juego macabro de todos los otros hombres con los que pactó la violencia. Y no sólo la violencia, el silencio.
El silencio es el pegamento de la fratría. En la que asumen y pactan en silencio, al margen de su edad, su origen, su nacionalidad, el idioma que hablen. Lo que no ponen nunca en tela de juicio es el derecho de las mujeres a existir libres de sus violencias. Pactan la legitimidad de sus decisiones, los unos con los otros. Y todos sin excepción han sido el mismo hombre maravilloso que regalaba la bufanda y el libro, y parecía el hombre bueno que muchas podríamos haber escogido. Sus parejas son mujeres que han decidido no ver, por más que miren. Es una huida hacia delante porque es muy difícil sobrevivir psicológicamente a la realidad de saber que tu marido o tu novio es uno de los violadores de una mujer que yacía drogada inconsciente en una cama por voluntad de su marido y en contra de la suya.
Poco tenemos que decir de estas mujeres, también traicionadas. Debemos estar seguras de que vivir disociadas mientras siguen viviendo con sus parejas es lo que les permite sobrevivir a los delitos que sus parejas han cometido. Son escenarios completamente diferentes ser víctima de una violación que comete tu pareja, en contraposición a ser la pareja del depredador sexual de otra u otras mujeres. La cultura machista que te culpa de tus actos y de los de tu pareja, no te permite asumirte como una mujer al margen de los actos del hombre con el que estás. Porque tu creías que él "era bueno", que es "bueno", y asumir sus atrocidades es una tarea a la que no puedes hacer frente. Muy probablemente ahora no.
Debemos estar seguras de que vivir disociadas mientras siguen viviendo con sus parejas es lo que les permite sobrevivir a los delitos que sus parejas han cometido
Lo complejo es que la disociación también tiene los días contados aún en las circunstancias de más negación. Una mañana fría de invierno no puedes evitar leer los años transcurridos con ese hombre, normal y corriente, (al que le gusta el helado de vainilla y es bastante patoso caminando en el campo), bajo el código de que otras han padecido no sólo sus actos de violencia sexual, si no tu defensa de los mismos o la negación social de la experiencia de las víctimas. Y será entonces cuando comprendas que lo peor de darte cuenta es aceptar que lo que él ha hecho no es tu culpa, y tú eres víctima de la vida que ha creado contigo para defenderse de aquella otra creada para violentar a las mujeres.
Quizás esa fría mañana de invierno, en pleno transcurso del juicio, o dentro de 10 años , comprendamos todas, que no todos (porque muchos se niegan a querer comprender), que donde el silencio es el pacto de los hombres, hablar es el compromiso de las mujeres.
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