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  • El Mentidero
06.10.25

El continente que administra la muerte: Bosnia, Gaza y la flotilla

  • Noor Ammar Lamarty

Europa es un continente que ha hecho del "Nunca más" una forma de gobierno. La promesa de no repetir el horror se transformó en un sistema de administración del daño: se gestiona la muerte, se regula el dolor, se cronifica la violencia. ¿La II Guerra Mundial lo cambió todo para siempre? Si los aliados, como EE. UU., se congratulan de haber liberado a Alemania de los nazis, la pregunta es si los centroeuropeos lograron liberarse de la violencia de su complicidad en crímenes de lesa humanidad, de guerra y de genocidio. Achille Mbembe escribió que el poder contemporáneo ya no se mide por la capacidad de hacer vivir, sino por la facultad de decidir quién puede morir y bajo qué condiciones. Esa es hoy la definición más precisa del poder europeo: no la soberanía del cuidado, sino la soberanía del abandono.

Si bien la primera jurisprudencia sobre mirar hacia otro lado -política, jurídica y socialmente- se configuró durante el Holocausto, en el que participaron la mayoría de europeos con su silencio, porque la omisión es una forma de comisión, esto mismo volvería a ocurrir menos de cincuenta años más tarde, en el mismo territorio europeo y poco después de la creación, en 1993, de la Unión Europea. Llegó la guerra en la ex Yugoslavia y llegó el genocidio bosnio. Desde Bosnia hasta Gaza, la Unión Europea ha perfeccionado una necropolítica burocrática: una violencia lenta hecha de resoluciones, abstenciones y silencios. En los años noventa, ese silencio sepulcral ante lo que pasaba a varias horas en coche de Berlín o de París volvió a colocar un espejo ante los europeos. "Miren, por favor, sólo miren", clamaba el mundo. Europa -la Unión Europea concretamente, y su epicentro: Francia, Gran Bretaña en su momento y Alemania, por una cuestión de poder y capacidad- no mata directamente, pero deja morir con una precisión técnica y una serenidad jurídica que recuerdan lo que Hannah Arendt llamaba "la banalidad del mal": nadie es responsable, todos cumplen órdenes.

En Srebrenica, en julio de 1995, más de ocho mil hombres y niños musulmanes fueron ejecutados mientras los cascos azules europeos esperaban instrucciones. Europa sabía, veía, podía actuar y eligió la parálisis. Bosnia fue la escena fundacional de la inacción como doctrina. Había ya vídeos en color que llegaban a todas partes del mundo; la televisión retransmitía en directo los campos de concentración, las matanzas y los centros de violación. El horror no se interrumpió: se administró. Desde entonces, cada vez que la historia le exige decisión, Europa responde con un reflejo aprendido: mirar a Estados Unidos. Durante la guerra de Bosnia, durante Irak, durante Gaza, el argumento se repite: "No podemos intervenir sin el liderazgo estadounidense". Esa delegación es su forma más sofisticada de impunidad. Es su amparo más vil y más violento: apuntar a lápiz en la espalda de EE. UU., borrar y volver a escribir sin compromiso, sin decisión, sin integridad, y decir que, después de todo, ellos no podían hacer nada.

En Srebrenica, en julio de 1995, más de ocho mil hombres y niños musulmanes fueron ejecutados mientras los cascos azules europeos esperaban instrucciones. Europa sabía, veía, podía actuar y eligió la parálisis

Arendt habría reconocido ahí la metamorfosis del mal moderno: ya no en la brutalidad, sino en la obediencia. Europa conserva su imagen moral mientras traslada la culpa al otro. Foucault explicó que el poder moderno había pasado de hacer morir a hacer vivir; Mbembe añadió que esa mutación se había invertido: hoy los Estados gobiernan produciendo zonas de muerte. Europa es el ejemplo paradigmático de esa inversión: una biopolítica convertida en necropolítica, un continente que administra el abandono en nombre del orden.

Gaza es su espejo. Allí la muerte se organiza por turnos, por electricidad, por cuotas de agua. El tiempo se ha vuelto un arma: cortes, asedios, bloqueos humanitarios, un sistema de apartheid, treguas que no salvan sino prolongan la agonía. Gaza no es solo una tragedia: es un modelo de gestión necropolítica global. Europa se compadece, pero no se conmueve. Declara empatía, pero sin riesgo. La distancia moral se volvió su frontera interior. Y, sin embargo, en medio de esa anestesia, algo vibró: la flotilla. Ciudadanos europeos que decidieron no aceptar la parálisis como destino y navegar hacia Gaza con ayuda humanitaria. Ese gesto fue una fractura en la gramática del poder: la ciudadanía desafiando la necropolítica del Estado. En un continente que convirtió la empatía en trámite, la flotilla devolvió el cuerpo al riesgo.

Subieron a bordo con una convicción sencilla: si los gobiernos no actúan, lo haremos nosotros. Y Europa los abandonó. Los vio ser interceptados, golpeados, secuestrados en aguas internacionales por Israel. Ninguna sanción, ninguna defensa. Los dejó en manos del mismo poder que dice observar "con preocupación". Pero, ¿qué le preocupa a Europa realmente? ¿Su reflejo o su verdad? ¿No es acaso Israel una caricatura de Europa? ¿No es la honestidad lo que los diferencia? Está claro que, si la dignidad europea la constituyen sus ciudadanos, el proyecto europeísta está denostando su núcleo de composición más importante. Las calles europeas -excepto ciertas excepciones como España o Italia- son cada vez más parecidas a los países que ellos mismos declaran ser dictaduras. ¿Qué diferencia a una Europa que persigue activistas propalestinos de un Irán que persigue a mujeres feministas y jóvenes opositores? ¿Qué la hace mejor que una China que detiene arbitrariamente a "enemigos políticos del Estado"? ¿En qué es mejor Europa? ¿Por qué la Europa que dice sentir tanta culpa por haber permitido la persecución de millones de judíos necesita hoy la aprobación de Estados Unidos, que detiene a migrantes para deportarlos con las misma violencia? ¿Son necesarias las cámaras de gas para que la Unión Europa se consterne lo suficiente para actuar?

¿Qué le preocupa a Europa realmente? ¿Su reflejo o su verdad? ¿No es acaso Israel una caricatura de Europa? ¿No es la honestidad lo que los diferencia? Está claro que, si la dignidad europea la constituyen sus ciudadanos, el proyecto europeísta está denostando su núcleo de composición más importante

No fue Israel quien deshonró a Europa en la actuación vinculada a la flotilla -porque todos sabemos qué esperar de un Estado genocida- fue Europa, al demostrar que prefiere traicionar sus principios antes que incomodar a un aliado. Es Europa la que es capaz de sacrificar a sus ciudadanos más comprometidos a cambio de quedar bien. La flotilla mostró el reverso de la promesa europea. En esos barcos viajaba la versión más pura del proyecto original: la defensa de la vida, la dignidad, la acción civil frente al horror. Y, sin embargo, esos ciudadanos fueron tratados como una molestia, como un error diplomático. En ellos, Europa se vio a sí misma y no soportó el reflejo. El juicio moral individual de cada uno de los tripulantes de esa flotilla es más poderoso que las instituciones que deberían representarlo. Arendt habría hablado de la derrota del pensamiento político.

El "Nunca más" se ha transformado en liturgia. Se pronuncia cada enero para sellar el pasado y tranquilizar la conciencia. Pero ya no significa impedir: significa recordar para no actuar. Walter Benjamin dijo que el progreso arrastra al ángel de la historia hacia adelante mientras las ruinas se amontonan a sus pies. Hoy esas ruinas son cuerpos palestinos, migrantes ahogados en el Mediterráneo, activistas abandonados por sus gobiernos. Europa conmemora su virtud sobre montones de escombros humanos.

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