Un lugar para resistir

  • Suscríbete

Secciones

  • El MentideroOpiniones desde la disonancia
  • HistoricidiosUna memoria para el relato silenciado
  • ÁgoraPolítica y economía
  • KawsayCrisis ecológica y justicia climática
  • Los nadiesHistorias desde los márgenes
  • PópuloMovimientos sociales para cambiar el mundo
  • Primeros planosEntrevistas en profundidad
  • ArtesCultura para la transformación social

Sobre nosotros

  • Quiénes somosY qué hacemos, y cómo lo hacemos
  • Publicar en KamchatkaEnvíanos tus propuestas
  • PublicidadCrece con Kamchatka

Contacto

hola@kamchatka.es

En Kamchatka mantenemos todos los artículos en abierto porque creemos que la información es un derecho universal, pero necesitamos tu apoyo para seguir creciendo. Si puedes, suscríbete desde 5 euros

  • Los nadies
05.11.25

Del genocidio de Darfur a las masacres en Al-Fasher: el racismo árabe que llevó a una limpieza étnica

  • Noor Ammar Lamarty

La guerra en Sudán no empezó en abril de 2023. Ese es el error analítico que permite a la comunidad internacional fingir que asiste a una crisis repentina, trágica, inevitable. Pero lo que hoy vemos -ciudades quemadas, hambruna provocada, violencia sexual convertida en arma de dominación- es la continuación de un guion escrito hace décadas, cuando el Estado sudanés aprendió a clasificar a su población entre quienes merecían protección y quienes podían desaparecer sin que el país se resquebrajara. El mandato de Al-Bashir promovió la muerte como sistema contra los pueblos negros provocando un auténtico exterminio: el Genocidio de Darfur. El conflicto actual es un eco ampliado de lo que sucedió, pero también del legado anglo-egipcio y, todavía más atrás, de la larga historia de esclavitud árabe en la región que convirtió a Sudán en corredor de cuerpos, mercancías y jerarquías raciales.

Para comprender Sudán, hay que volver siempre a Darfur. En 2003, el Estado sudanés y las milicias árabes janjawid diseñaron y ejecutaron un plan sistemático contra las comunidades Fur, Masalit y Zaghawa: aldeas arrasadas, hombres perseguidos y ejecutados, mujeres violadas y marcadas como método de humillación racial, desplazamientos masivos que convirtieron la vida en éxodo permanente. Aquello no fue caos sino política. La actual RSF, lejos de ser un fenómeno espontáneo, es la institucionalización de esas milicias janjawid: la misma ideología, los mismos métodos, solo que ahora financiados y equipados para operar a escala nacional.

Las masacres de El Geneina confirmaron esta continuidad de manera brutal. En cuestión de días, miles de masalit fueron asesinados, muchos de ellos ejecutados en plena calle, otros perseguidos casa por casa. Las mujeres sufrieron violaciones en grupo, secuestros prolongados, marcados con cortes y quemaduras que repetían la lógica esclavista: la piel convertida en documento de propiedad y sometimiento. Niñas y adolescentes fueron arrastradas fuera de sus hogares y retenidas como botín étnico. Columnas enteras de desplazados que intentaban llegar a Chad fueron atacadas en la ruta, como si la huida también fuera delito. No había duda posible: lo que se había ensayado en Darfur se estaba ampliando al resto del país.

Detrás de esta violencia hay un orden racial que Sudán arrastra desde hace siglos. "Árabe" no es en Sudán una descripción cultural: es una categoría política, un estatus de blanquitud aspiracional reforzado por la administración colonial británica y perpetuado por los gobiernos posindependencia. "Negro/africano" es, en cambio, la marca de la vulnerabilidad estructural: lo desechable, lo prescindible, lo que el Estado utiliza o expulsa. Esta lógica racial está imbricada con la historia de la esclavitud árabe en la región: durante siglos, Sudan fue un corredor de captura, transporte y venta de africanos hacia Egipto, el norte del país y la península arábiga. La práctica de marcar cuerpos, de tatuar mujeres esclavizadas, de usar la piel como escritura de dominación, forma parte de una memoria que reaparece hoy en la violencia de la RSF. Las mujeres violadas que describen haber sido marcadas, cortadas, quemadas, están nombrando la actualización de un patrón histórico: la apropiación física como forma de borrar el linaje.

Detrás de esta violencia hay un orden racial que Sudán arrastra desde hace siglos. "Árabe" no es en Sudán una descripción cultural: es una categoría política, un estatus de blanquitud aspiracional reforzado por la administración colonial británica y perpetuado por los gobiernos posindependencia. "Negro/africano" es, en cambio, la marca de la vulnerabilidad estructural

La destrucción actual afecta a toda la población civil. La hambruna no es un accidente sino un arma: se atacan pozos, se saquean mercados, se bloquea la ayuda humanitaria. Más de trece millones de personas desplazadas, cuatro millones convertidas en refugiadas, ciudades enteras sin acceso a agua o electricidad. Los hombres negros son perseguidos como potenciales defensores comunitarios; desaparecen en checkpoints, son ejecutados o reclutados por la fuerza. Los niños son capturados, separados de sus familias, convertidos en portadores o combatientes. La maquinaria del genocidio define roles: los hombres se aniquilan, los niños se instrumentalizan, las mujeres se violan y se marcan para destruir la continuidad cultural de la comunidad. Es un sistema: la violencia se distribuye según la función que se quiere aniquilar.

Las mujeres son, al mismo tiempo, objetivo central y columna vertebral de la supervivencia. Sufren violaciones en grupo, secuestros prolongados, embarazos forzados, marcas en la piel, mutilaciones, golpes dirigidos al vientre para provocar abortos. Pero también sostienen aquello que el Estado desea destruir: la comunidad. Son ellas quienes organizan rutas de evacuación, quienes documentan crímenes que luego llegan a la ONU, quienes montan cocinas comunitarias en campos de desplazados, quienes negocian treguas locales, quienes mantienen escuelas improvisadas cuando todo lo demás colapsa. La guerra se escribe en sus cuerpos y la resistencia también, porque desde ese lejano 2003 hasta ahora, muchas prefieren someterse a la violencia sexual deplazándose a recoger leña o agua porque saben que la opción de que lo hagan sus hijos o maridos desembocaría en su asesinato.

Nada de esto puede entenderse sin el mapa internacional que sostiene la guerra. Sudán no se desangra solo, la masacre en El-Fashir no es una consecuencia nacional del conflicto: se desangra porque hay actores que han encontrado en su destrucción una oportunidad económica y geopolítica. La RSF no existiría tal como es sin la financiación y el apoyo logístico de Emiratos Árabes Unidos, que durante años ha comprado oro sudanés —mucho de él extraído ilegalmente de áreas controladas por la milicia— y ha permitido que ese oro entre en mercados globales disfrazado de exportación legítima. El oro es el pulmón económico del conflicto: financia armas, milicias y redes transnacionales. Egipto, por su parte, ha sostenido al SAF por razones de seguridad regional y control fronterizo, convirtiendo la guerra en un tablero donde cada actor apuesta por su cliente militar. Rusia, a través del Grupo Wagner (ahora fraccionado), ha operado en las minas de Darfur y Kordofán, intercambiando armas por recursos. La península arábiga mira Sudán como un espacio de influencia y mano de obra; Europa lo observa con el cálculo frío de los flujos migratorios; y Estados Unidos se mantiene en la condena verbal. Lo que está claro es que la intervención armada por motivos humanitarios ya no parece una opción para ninguno de estos últimos dos actores internacionales.

La RSF no existiría tal como es sin la financiación y el apoyo logístico de Emiratos Árabes Unidos, que durante años ha comprado oro sudanés —mucho de él extraído ilegalmente de áreas controladas por la milicia— y ha permitido que ese oro entre en mercados globales disfrazado de exportación legítima. El oro es el pulmón económico del conflicto: financia armas, milicias y redes transnacionales

La comunidad internacional fracasa en Sudán porque sigue describiendo un genocidio como un "conflicto", porque teme enfrentarse a Emiratos, porque necesita el oro que fluye del Sahel y porque prefiere una narrativa de caos africano antes que reconocer su propia complicidad. Sudán es incómodo: expone la violencia racial árabe, la indiferencia europea, la hipocresía occidental, los intereses económicos que atraviesan la región y las promesas vacías de la ONU, que no ha logrado ni establecer corredores humanitarios estables ni impedir la caída de ciudades enteras bajo control de una milicia genocida.

Y, sin embargo, la responsabilidad también nos toca a quienes escribimos desde los márgenes. Las identidades moras, árabes-africanas, mixtas, diaspóricas, reconocen en Sudán un espejo en el que se reflejan las jerarquías que conocemos: quién es considerado plenamente humano y quién no; quién puede ser tocado, violado, marcado sin que eso altere el orden del mundo. La guerra de Sudán revela la gramática profunda del poder racial global: la vida negra sigue siendo la vida más barata.

Lo que ocurre hoy en Sudán no es un conflicto entre dos generales. Es la continuación de un genocidio racial que hunde sus raíces en la historia larga de la esclavitud árabe, en el colonialismo anglo-egipcio, en las políticas de arabización, en la militarización de la identidad, en las redes internacionales que financian la violencia. Y la responsabilidad moral de decirlo con claridad, sin eufemismos, sin miedo, es nuestra.

Ayúdanos a resistir

Millones de personas en todo el mundo están condenadas a sobrevivir en los márgenes del relato, silenciadas por los grandes medios de comunicación. En Kamchatka queremos ser altavoz de aquellos que han sido hurtados de la voz y la palabra. Suscríbete desde 5 euros y ayúdanos a contar sus historias.

Deja un comentario Cancelar la respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.

Articulos relacionados

Thibault Lefébure
Los nadies
13.07.22

Adictas a las drogas: la enésima encrucijada de las mujeres en Afganistán

  • Núria Vilà
  • Thibault Lefébure
Los nadies
04.04.24

Abusos, maltratos, discriminación y odio, ¿por qué migran las personas de la comunidad LGBTIQ+ en América Latina?

  • Julia Molins
  • Marta Saiz
Los nadies
13.03.24

La ruta de los Balcanes y el odio de Europa

  • Marta Moreno Guerrero

Ayúdanos a resistir

Suscríbete
Suscríbete a Kamchatka.es

Suscríbete a
nuestra newsletter

Un lugar para resistir

  • Sobre nosotros
  • Ayúdanos a resistir
  • Publicar en Kamchatka
  • Publicidad
  • Aviso legal
  • Política de cookies
  • Política de privacidad

Kamchatka © 2021 | Web by Boira.Studio