'Cuenca minera, borracha y dinamitera', así la describe Siniestro Total en su tema homónimo. Añade: 'Estamos lobotomizados/ya tenemos cruzaos los cables/somos violentos de cuidado/y maldecimos sólo en bable'; y ya acercándose al final concluye con un (en teoría cómico y en esencia funesto): 'Nos damos todos de hostias/y el que así se muera pierde'. Este es el himno de una generación, la de nuestros padres; una oda a la muerte de los afectos y a la solidaridad que años atrás habían caracterizado a la región, una cínica resignación al caos que mira por encima del hombro a las esperanzas previas, frustradas por décadas de represión sistemática e implacable.
Si hablo de Langreo fuera de Asturias, la mayoría no sabrá siquiera ubicarlo en el mapa (se encuentra aquí). De Cordillera Cantábrica para adentro, se entenderá como sinónimo de decadencia y marginalidad; no del todo sin fundamento, si bien esta imagen, grabada a fuego en el ideario colectivo, es poco más que un reflejo de quienes la inventaron y difundieron, que veían de la misma forma a las "alimañas mineras" y a las "razas inferiores": como objetivos deshumanizados y violentos a masacrar. Así lo expresaría Lisardo Doval (infame general y torturador de la Guardia Civil, conocido por sus brutales métodos de represión durante la Revolución del 34) en su discurso de despedida de la región: "Es lo mismo. Asturias…. Marruecos… No cambia más que el paisaje".
ENTONCES, ¿CUÁL ES LA VERDAD ACTUAL SOBRE LA CUENCIA MINERA?
Las cifras de criminalidad, paro y pobreza han bajado. Pero solo porque partíamos de una base terrible (producto del azote de heroína en los 80), y porque, como suele decirse, muerto el perro, se acabó la rabia. El 24% de los jóvenes (entre 18 y 34 años) asturianos se han ido desde 2008, buscando algo más allá de la nada que dejó la aniquilación de la industria minera. Las personas más brillantes de nuestra generación se han ido, y con ellas su talento, que nutrirá si tienen suerte otras comunidades y que de no tenerla, allí se perderá. El de quienes permanecen no llega a descubrirse, bien porque no tienen las herramientas para cultivarlo, bien porque aun de hacerlo los ojos del mundo se niegan a fijarse en los márgenes, donde la vida empieza, termina, continúa. Por otra parte, las prejubilaciones y las bajas incentivadas con las que partidos y sindicatos corruptos malpagaron el silencio de nuestros padres y nuestra resignación a la incertidumbre sirven para que sigan los hijos teniendo un techo, los chigres abiertos, la sidra corriendo. Todo cierra, menos los bares. Por ahora, porque la certeza de ser la comunidad más envejecida del país más envejecido de Europa, la que tiene la menor tasa de nacimientos y la líder en suicidios, solo puede eludirse durante un determinado periodo de tiempo (la tendencia al alza de todas las problemáticas comentadas al inicio del párrafo atestiguan el fin de la tregua).
Las prejubilaciones y las bajas incentivadas con las que partidos y sindicatos corruptos malpagaron el silencio de nuestros padres y nuestra resignación a la incertidumbre sirven para que sigan los hijos teniendo un techo, los chigres abiertos, la sidra corriendo. Todo cierra, menos los bares
La mía, en palabras de Enrique Gil Calvo, es 'una generación de huérfanos (…): caminante no hay camino, pues el paterno está destruido y hay que abrir otro nuevo al andar'. Experimentamos una crisis del valor de la experiencia previa: la (falsa) realidad en la que vivían nuestras padres terminó con el estallido de la burbuja inmobiliaria, aunque haya quienes la siguen inflando. Pero lo cierto es que la de la cuenca minera asturiana es una historia de esperanza, frustración y resiliencia; una en la que podemos encontrar las claves de nuestra liberación. Una que, por esto mismo, se ha intentado silenciar, desdibujar y olvidar.
"No entiendo por qué me detuvieron por ayudar a la Revolución, si la Revolución la hicieron ellos". Lo dijo Cándido Díaz Castro, mi abuelo, detenido con 24 años por la Guardia Civil y condenado a 8 por auxiliar con munición a los fugaos. Y esa es precisamente la cuestión. Hubo quienes hicieron lo que hicieron para no morir en silencio de silicosis y de hambre, dejándose la juventud en las fábricas y la piel de las manos en la tabla de lavar. Otros, para llenarse los bolsillos con la miseria de aquellos a los que se lo arrebataban todo, (o para proteger los intereses sus explotadores y los de sus semejantes), construyendo imperios sobre sus huesos. La violencia empezó mucho antes de que los mineros tomasen las armas, y sigue lacerando y doliendo todavía hoy, en todas partes. La Revolución la hicieron ellos. Como todo lo que siguió.
Por último, añadir que no es la minería lo que reivindico, sino a los mineros; no como colectivo mistificado sino como conjunto de individuos que compartieron experiencias vitales y una causa común aplicable a la totalidad de la clase obrera. Unos a los que ahora se los señala como culpables de la crisis que afronta la zona, por lo copioso de sus sueldos y prejubilaciones; como si estas fueran algo más que pan para hoy y hambre para mañana, como si el colectivo no hubiera peleado con uñas y dientes para evitar el fin de la minería, como si de todas formas no debieran aspirar todos los colectivos a semejante dignidad.
Aclarada la terminología, podemos comenzar. Y lo haremos como hay que hacerlo: por el principio.
ANTECEDENTES
Las cuencas mineras del valle del Nalón y del Caudal (también, aunque en menor medida, del Narcea) han sido fundamentales en el proceso de industrialización asturiano, por lo que el declive en el nivel de vida en esta región puede entenderse como el fracaso del mismo a nivel nacional, por motivos que veremos más adelante.
La primera licencia de la historia de la minería de carbón en España fue otorgada por el rey Felipe II, el 11 de septiembre de 1593, y no es hasta finales del siglo XVIII que Jovellanos, con su Informe sobre el beneficio del carbón piedra y la utilidad de su comercio, sienta las bases de la infraestructura minera asturiana (una que no cambiaría mucho desde este planteamiento inicial y que la lastraría enormemente): libertad para la explotación de las minas, mejora de los transportes y construcción de una carretera "carbonera" entre Langreo y Gijón.
Sin embargo, la explotación sistemática de carbón asturiano no comienza hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Hasta entonces los mineros habían sido "obreros mixtos", medio agricultores, medio mineros, que alternaban el trabajo de la mina con el del campo; y las explotaciones, más bien destinadas al autoabastecimiento, eran llevadas a cabo en pequeños chamizos. Sin embargo, la inauguración del Ferrocarril de Langreo (que conectaba el concejo con la costa de Gijón permitiendo el desplazamiento de los materiales para su exportación) y la deriva hacia el proteccionismo de Cánovas en 1891, que impulsó el paso de la empresa familiar a la sociedad anónima (también los obreros pasarían a constituirse en asociaciones para hacer valer sus demandas), la producción hullera aumentó; así como la demanda de una mano de obra afincada junto a las minas. Esta nueva organización dio lugar a un obrero proletario dedicado por entero a la minería, proveniente de todas las partes de la geografía española y que aunaba también a mujeres (se estima que ya en 1901 había en torno a mil mujeres trabajando en la explotación hullera, cuyas enfermedades no eran reconocidas y cobraban una suma notablemente inferior a la de sus camaradas varones, lo que resultaba extremadamente atractivo para las empresas; su derecho a la igualdad de condiciones en la mina no sería reconocido hasta 1992), y que no dejaría de presionar para conseguir mejores salarios y condiciones laborales. De todas las empresas forjadas a partir de las condiciones previamente descritas, solo una de ellas (Duro Felguera, nacida como siderúrgica) sobrevive a día de hoy y ha desempeñado un importante papel en el auge y caída de la industria, y en la relación entre los mineros y la causa obrera.
La Primera Guerra Mundial supuso la llamada "era dorada" del carbón asturiano. Sin embargo, estas condiciones favorables no fueron aprovechadas debidamente. En lugar de mejorar las comunicaciones entre concejos, o reducir el número de trabajadores o su jornada invirtiendo en maquinaria, se incrementó la demanda a través de más contrataciones; todo ello con un alto coste humano dada la peligrosidad inherente a las explotaciones, las pésimas condiciones en las que faenaban los mineros y la falta de interés de los empresarios por invertir en sus trabajadores. A fin de cuentas, si unos morían, habría otros esperando a ser contratados.
Se ha especulado mucho en las últimas décadas acerca de cual fue el último clavo en el ataúd de la minería asturiana. Para la mayoría, fue la entrada de España en la entonces Comunidad Económica Europea, que protegía (como ahora) los intereses de los grandes monopolios, diametralmente opuestos a los de la clase trabajadora. Y es cierto. Pero también lo es que la industria tenía los minutos contados desde el momento en que todo el capital se concentró en manos codiciosas a las que no importaba mancharse con la sangre de hombres, mujeres y niños que no conocieron nada más que las galerías, las vetas de carbón y la promesa de un futuro igual de negro. Prueba de ello es que la minería en Asturias solo ha sido rentable cuando se cobraba vidas: bien durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, bien sirviéndose de mano de obra esclava en campos de trabajo durante la posguerra.
La minería en Asturias solo ha sido rentable cuando se cobraba vidas: bien durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, bien sirviéndose de mano de obra esclava en campos de trabajo durante la posguerra
REVOLUCIÓN D´OCHOBRE, LA CUESTIÓN DE LA REPÚBLICA, GUERRA CIVIL Y REPRESIÓN
Hay quienes se empeñan en ver la Revolución de octubre de 1934 como un estallido de violencia desmedida e imprevisible, muestra de la progresiva polarización de la sociedad. Lo que es una absoluta babayada. La Revolución fue una respuesta proporcionada de la clase obrera a décadas de condiciones inhumanas de trabajo, de hambruna y de miseria, que había tenido numerosos antecedentes.
La lucha obrera, durante la primera década del siglo XX, estuvo marcada por la intransigencia de los patrones, que condujo al fracaso de las huelgas de los portuarios de Gijón y los trabajadores de la Fábrica de Mieres. En 1910, la necesidad de afiliarse contra las empresas lleva a la fundación tanto de la CNT como del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (que al año siguiente se integraría en la UGT). Ya a principios de 1911, el SOMA consiguió la readmisión de 34 trabajadores despedidos por faltar al trabajo el 1 de mayo; aquel triunfo insufló ánimos a los mineros e hizo crecer la afiliación. Antes de que terminase el año, tan solo un mes tras el fin de la segunda, el SOMA se uniría a una nueva huelga revolucionaria convocada a nivel estatal por la CNT, que denunciaba la innecesaridad y la crueldad de la guerra de Marruecos y la dura represión de una huelga de carreteros en Bilbao.
En agosto de 1912, la Duro Felguera detuvo la producción ante la negativa de la empresa de atender las demandas salariales de sus trabajadores. La huelga duró casi medio año y finalizó con la primera derrota obrera de la década, causada por la división interna y rencillas entre el sindicato y la CNT (ambos, por otro lado, agotados por la actividad revolucionaria reciente). Esta derrota será el preludio de otra huelga de importantísima relevancia histórica, precisamente por su impacto en la Revolución de octubre de 1934, y que tuvo lugar el año anterior.
Entre estas dos huelgas tienen lugar las de ferroviarios y mineros en 1916, la solidificación de Duro Felguera como mayor empresa carbonera a nivel nacional durante el año 1920, la huelga revolucionaria de 1917 (cuya violenta represión condujo a muchos mineros a tener que refugiarse en las montañas, negro presagio de lo que acontecería tras 1934 y 1936) y la instauración de la Segunda República, el 14 de abril de 1931; una que si bien supuso sin duda una mejora con respecto al régimen anterior, no tardó en defraudar a la clase trabajadora asturiana.
La Segunda República trajo consigo en sus primeros años numerosos avances entre los que se encontraban la reforma agraria, la laicización del Estado, la lucha por la erradicación del analfabetismo, y, por fin, el voto femenino. Pero el problema de la república era similar al de las minas asturianas: sus posibilidades de explotación, si bien se llevaron a cabo, eran limitadas desde el punto de partida.
El problema de la república era similar al de las minas asturianas: sus posibilidades de explotación, si bien se llevaron a cabo, eran limitadas desde el punto de partida
9 de junio de 1933. Firmado por 'Marujo', el siguiente artículo en el CNT nº 162: "El conflicto ha sido provocado por unos cálculos mezquinos a sabiendas de que se iba a jugar con el hambre de los trabajadores. La Duro Felguera ha presentado la crisis económica de la industria con el propósito de arrancar al Estado una subvención, pero sabía muy bien que para saciar sus ansias era necesario que el pueblo pasara hambre, creando el malestar para que surgieran las protestas y la intervención de las autoridades solucionando el conflicto y ver satisfechos sus apetitos".
Los trabajadores de Duro Felguera declaran la huelga, esta vez por la reducción de su semana laboral y por la jubilación forzosa (despido) de 30 compañeros con una bajísima retribución. Contaron con el apoyo de la CNT, pero no del SOMA ni del gobierno (la izquierda en el poder, limpia y letrada, que no se rompía las uñas ni se las llenaba de hulla), lo que en adición a la dura represión de los huelguistas solidificó la deriva en La Felguera hacia el anarquismo. Este suceso supuso el agotamiento de la vía parlamentaria para alcanzar un cambio duradero. La lucha armada se reveló como el único camino posible.
Por eso la llegada de 3 ministros de la CEDA al gobierno derechista de Lerroux, que se proponía echar atrás los progresos alcanzados en el bienio reformista (en el contexto del innegable auge del fascismo en Europa, con la toma del poder de los nazis en Alemania, la reciente masacre de socialistas en Austria), no pilló desprevenidas ni desarmadas a las cuencas mineras.
En marzo de 1934, socialistas y anarcosindicalistas firman el pacto de Alianza Obrera, que unía las sindicales CNT, UGT y Federación Socialista Asturiana bajo la consigna UHP (Unión de Hermanos Proletarios). Los comunistas terminarían por integrarse a finales de septiembre, tras ser testigos de su capacidad revolucionaria. Los revolucionarios, que tenían preparado un arsenal bélico desde su enfrentamiento directo el 9 de septiembre con la CEDA en Covadonga, atienden a la llamada a las armas a las 10 de la noche del día 4 de octubre de 1934.
A nivel local, la revuelta fue todo un éxito. Se logró tomar los cuarteles de la Guardia Civil de Mieres y Sama (con la ayuda de refuerzos de La Felguera), los ayuntamientos de ambas localidades (respectivas capitales de las cuencas del Caudal y del Nalón) y otros edificios de importancia, como la fábrica de Duro Felguera o la Iglesia. Esta victoria permitió el envío de hombres y armamentos para auxiliar a otros frentes, como el de Gijón. En Oviedo, la capital de provincia, se tomó el ayuntamiento el día 6, el día 7 la estación de ferrocarril, el 8 el cuartel de la Guardia Civil y al siguiente la Fábrica de Armas. La insurrección en todo el territorio duró 18 días. Quizá hubiera durado más de no ser por las bombas, arrojadas por los hombres que solo un par de años después cerrarían su puño de hierro sobre España, a la que afirmarían amar mientras masacraban a sus gentes (empezando por los mal llamados mártires de Carbayín).
Con todo y pese a su derrota, no puedo dejar de destacar lo único, lo extraordinario de este suceso en toda su complejidad; que logró vencer las rencillas de las siglas y hacer realidad la ilusión de un proyecto revolucionario, cuya intensidad se siente todavía hoy en nuestra historia colectiva.
DICTADURA: FUGAOS, EL VERANO DE LOS SABOTAJES Y LA HUELGONA
Lo ocurrido en Asturias al ocaso de la Revolución de octubre tiene un nombre: terrorismo de Estado. ¿De qué otra forma puede denominarse lo ocurrido sin faltar a la verdad? Los insurrectos eran asesinados sin juicio y torturados, lo que forzó a muchos de ellos a refugiarse en el monte. Sus familias, muchas ni siquiera politizadas, sufrían destinos similares (las mujeres padecían además violencia sexual y eran vejadas públicamente, su cuerpo usado como arma política contra la masculinidad de los mineros) pues el "apoyo" a la causa era entendido por las autoridades como un acto revolucionario en sí mismo. Con esto se buscaba desmoralizar a los 'fugaos' (figura que se volvería tristemente conocida en las décadas siguientes), y en ocasiones se conseguía hasta tal punto de hacerlos regresar: de este modo fueron muchos los ejecutados, pese a las promesas de absolver a quienes se rindieran. Todos estos métodos tenían un único objetivo: volver al sujeto revolucionario contra su causa, enfrentar a compañeros y engranar en sus mentes la idea de que no hay alternativa al statu quo.
Sin embargo, esta adversidad impuesta sirvió para fortalecer los lazos entre las comunidades mineras: las amistades y relaciones vecinales (de puerta, de calle, de pueblos cercanos) cobraron más peso incluso que los matrimonios, pues de ellos dependía la propia vida. A través de esta fidelidad inquebrantable fue posible, en este momento y hasta el fin de los fugaos entrada ya la década de los 50, que los susodichos pudieran esconderse en ocasiones en sus pueblos de origen durante cortos periodos de tiempo: visitar a sus familias, dormir en los pozos de la mina o en los establos, y pasear tranquilamente por las calles sabiendo que no serían delatados. A los pueblos favorables a la causa republicana durante la Guerra Civil y la posguerra se los denominaba "Pequeñas Rusias", y la totalidad de las cuencas mineras funcionaban como una. Precisamente por ello, fueron el foco de la represión de los años 40.
Los lazos entre las comunidades mineras: las amistades y relaciones vecinales (de puerta, de calle, de pueblos cercanos) cobraron más peso incluso que los matrimonios, pues de ellos dependía la propia vida
El Frente Norte fue de los primeros en caer, ya en el otoño de 1937 (siendo la segunda provincia con mayor número de muertos de la contienda); pero como para tantos otros territorios, la guerra no terminó en Asturias. El franquismo se cebó especialmente con las comarcas de las alimañas mineras, cuya insurrección dos años atrás no había sido olvidada. A fin de cuentas, uno de los enviados a sofocarla fue el propio Franco.
Esta es la segunda etapa dorada del carbón: la de mayor bonanza para la industria y empresas como Duro Felguera, y el de mayor tormento para los trabajadores. Los sucesivos gobiernos franquistas trataron de estimular la producción mediante la concesión de toda clase de ventajas a las empresas mineras. Se militarizó el personal de las minas, se amplió la jornada laboral y se establecieron horas extra sin paga para ayudar a la recuperación de la posguerra. Los mineros habían de picar en unas condiciones de peligrosidad extrema, con duchas heladas en pleno invierno y sin equipamiento adecuado, sabedores de que sobre ellos y sus familias pendía una amenaza de muerte. En muchos casos, la sensación de aprisionamiento era literal: pozos como los del Fondón, en Sama, se convirtieron en campos de trabajos forzados donde los prisioneros habían de "purgar sus pecados a través de la reconstrucción de España". Sus mujeres habían de soportar toda clase de abusos camuflados como medida preventiva para prevenir las fugas, y llevados a cabo, según varios testimonios, no solo con el beneplácito de la Iglesia, sino por parte de algunos de sus miembros.
Durante dos décadas, la hulla asturiana supuso casi tres cuartas partes de la producción nacional. A finales de los 50 se habían superado los 50.000 trabajadores, pero tampoco entonces se aprovechó para diversificar la producción o tratar de renovar y aumentar el tejido industrial de la región.
Por otro lado, la vida continuaba como podía para los fugaos, cuyo número se iba viendo drásticamente reducido. De los estimados 15.000 revolucionarios que se refugiaron en los montes a partir de octubre de 1937, para el fin de la guerra solo quedaba un millar, bien porque habían logrado huir, bien porque habían sido encarcelados o asesinados. La solidificación del régimen hizo que se orquestase un silencioso genocidio que redujo este número a la mitad. Pero estos individuos tenían una causa común, y un compromiso para con las cuencas que se negaban a abandonar. A partir de 1941, organizaciones izquierdistas en la clandestinidad y el exilio (destaca el PCE), se pusieron en contacto con ellos y los armaron, creyendo entonces que la recuperación del territorio mediante la lucha armada era posible. Sin embargo, la falta de apoyos por parte de la comunidad internacional al ocaso de la segunda guerra mundial, de los socialistas (que jamás creyeron en este proyecto revolucionario, si bien auxiliaron económicamente a los ya entonces guerrilleros), el tormento sufrido por sus comunidades y familias y las disidencias entre los fugaos y el PCE condujeron al cese efectivo de su relación y de la actividad revolucionaria en 1948. A partir de entonces el maquis asturiano se vería convertido en una lucha a contrarreloj por la mera supervivencia, corrompida por la presencia de topos de la Guardia Civil entre sus filas (fue esto lo que condujo a la muerte de guerrilleros como Constantino Zapico González, alias Bóger), pero no sin antes sacudir el régimen en el conocido como el verano de los sabotajes.
Durante el verano de 1946, dos meses después de la visita de Franco a las cuencas mineras, el movimiento guerrillero clandestino llevó a cabo una exitosa campaña de sabotajes que afectó a las comunicaciones, las minas, los centros de producción, el tendido ferroviario, los postes telefónicos, y cuyo coste ascendió a millones de pesetas. Estos sucesos han sido deliberadamente silenciados durante décadas, pero no cabe duda de su veracidad y demuestran que ni siquiera ametralladas, explotadas y encarceladas, las cuencas mineras estaban dispuesta a agachar la cabeza.
Esta legítima rabia, que burbujeaba bajo una mal disimulada complacencia, se hizo manifiesta nuevamente a finales de la década de los 50, cuando ni siquiera podía atribuirse a una estimulación externa o a intereses internacionales: pertenecía por entero a los trabajadores. En 1959 el franquismo puso en marcha el llamado "Plan de Estabilización", un conjunto de medidas económicas que tenían por objetivo la "apertura" al mercado internacional: es decir, la mejora de la posición de España en las pugnas internacionales y de sus relaciones con los Estados Unidos para este mismo fin, la aceptación y participación en el juego capitalista, sin el consentimiento (por supuesto) de la clase proletaria. La minería fue una de las industrias más afectadas por el Plan, viéndose el carbón reemplazado por el petróleo como fuente de energía principal.
Esta liberalización de la economía, en adición a la falta de un tejido industrial (consecuencia del desinterés de patrones y de empresas) consolida el modelo de España como "sol y playa", ese mismo que hoy nos condena a la estacionalidad, la precariedad y la falta de expectativas. Es innegable que la minería no podría haber sobrevivido para siempre, pero también que su final fue deliberado para acabar con un sector incómodo y conflictivo. Se cambió el carbón por el gas para producir energía más cara y más contaminante y se privatizaron los beneficios de la minería, mientras sus pérdidas eran sufridas por quienes se jugaban la vida (y a menudo la perdían) bajo tierra. Nunca se trató de una transición, sino de una aniquilación en toda regla.
Es innegable que la minería no podría haber sobrevivido para siempre, pero también que su final fue deliberado para acabar con un sector incómodo y conflictivo
El 6 de abril de 1962 comienza la que hoy conocemos como "La Huelgona", aquella que volvió a poner a Asturias y a sus mineros al frente de la lucha obrera; que llegó a movilizar a 300.000 obreros en toda España, que se prolongó de 6 de abril al 7 de junio y que ni siquiera el aparato represivo del franquismo logró silenciar.
Aquel día 8 trabajadores fueron despedidos del Pozo Nicolasa, en Mieres, por oponerse a las condiciones de trabajo. Como muestra de apoyo con los compañeros todo el pozo se paralizó, aumentando el número de despidos. Pero la chispa revolucionaria había prendido, y los mineros, se sabe, siempre han sido de mecha corta. 65.000 de ellos abandonaron sus puestos de trabajo; militantes comunistas como Anita Sirgo y Constantina ("Tina") Pérez impedían que los esquiroles entrasen a los pozos montando piquetes y arrojándoles maíz. Los comercios cerraron en solidaridad con los mineros; solidaridad que se extendió por todo el territorio español en formna de huelgas generales cuando aún estaban prohibidas. El tiempo de tener miedo había pasado: nada había que perder, nada que valiera la pena, y mucho que ganar. Lo sabían bien los ministros del franquismo, que hubieron de negociar con los trabajadores por primera y única vez en toda la dictadura; y que se cobraron bien aquella afrenta con deportaciones, torturas y encarcelamientos. Pero para entonces los mineros habían reconquistado su propio espíritu combativo, y habían recordado a España y al mundo entero que la lucha no cesa jamás, ni siquiera cuando se detiene.
CONCLUSIONES: QUÉ FACER GÜEI
Lo que sigue, tristemente, es lo que ya sabemos. La heroína fue introducida en las cuencas mineras, como en tantos otros territorios, por los enemigos de una clase proletaria sin miedo cuyos hijos tenían a los huelguistas por héroes y veían ya cerca el fin de la dictadura. La calle dejó de ser escenario de la lucha beligerante de los trabajadores por una vida mejor, para convertirse en su morgue, cubierta de orines y jeringuillas. Traumas generacionales, heredados de padres a hijos y silenciados durante décadas, fueron sal para una herida que ya sangraba. Lo underground era el suelo que pisaba la generación de la cuenca minera en los 80, y lo peor de todo es que creían que aquello era revolucionario. Les dijeron que la rabia era incompatible con la paz que se acercaba, en lugar del único modo de alcanzarla; que toda violencia era intolerable, menos aquella que se ejercía sobre ellos y les iba arrebatando la identidad, la dignidad y la vida lentamente. No hay futuro, decían. La historia había terminado, o eso intentaron hacernos creer.
La heroína fue introducida en las cuencas mineras, como en tantos otros territorios, por los enemigos de una clase proletaria sin miedo cuyos hijos tenían a los huelguistas por héroes y veían ya cerca el fin de la dictadura. La calle dejó de ser escenario de la lucha beligerante de los trabajadores por una vida mejor, para convertirse en su morgue, cubierta de orines y jeringuillas
Poco pudo hacer aquella generación perdida por salvar lo que quedaba de la minería ya en 2012, pero poco importa. Poco importa que en 1934 la toma de Oviedo durase solo unos días. Poco importa que los fugaos no recuperasen, al estilo de David contra Goliat, la cuenca minera de las manos del franquismo. Todas aquellas personas, con poco más que su propia fuerza de voluntad, lucharon por Asturias y la revolución social, la reivindicaron y la defendieron; porque poco les importaba morir de hambre, en una explosión de grisú o cosidos a balazos por la Guardia Civil. Como mineros, sabían que siente uno cuando lo entierran. Como proletarios, sabían lo que era sobrevivir en tiempo prestado y robado. Fugarse al monte o sitiar Oviedo no se trataba de ganar: constituía la toma por la fuerza del derecho a vivir dignamente o morir en el intento. Ese espíritu, que caracterizó nuestra región y a su clase obrera, es lo que debemos recuperar hoy si queremos honrar debidamente su memoria, y hacer justicia a quienes lucharon por un futuro que nuestra furia todavía hoy puede hacer posible. Ya lo dijo Belarmino Tomás al afirmar: "Nuestra rendición de hoy no será más que un alto en el camino, que nos servirá para corregir nuestros errores y para prepararnos para la próxima batalla, que habrá de terminar en la victoria final de los explotados".
'Cuenca minera, borracha y dinamitera' es la canción que vendrá a la cabeza de la mayoría al pensar en mi tierra. Sin embargo, prefiero quedarme con aquella de la 'Canción Revolucionaria', que dice: Hay una lumbre en Asturias que calienta España entera/y es que allí se ha levantado toda la cuenca minera (…)/Empezaron los mineros y los obreros fabriles/ si siguen los campesinos/ seremos cientos de miles/ (…) bravos mineros/siguen vuestro camino/ los compañeros…
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