Mientras escribo esto, en febrero de 2025, la ciudad de Concordia en la provincia argentina de Entre Ríos ha celebrado su aniversario número 193. De estos casi 200 años, Concordia ha vivido 65 de ellos sumergiéndose entre las aguas del río Uruguay.
El río Uruguay, uno de los cursos de agua más importantes de América del Sur, se extiende a lo largo de aproximadamente 1.800 kilómetros desde su origen en la Serra do Mar de Brasil hasta su confluencia con el Río de la Plata en Argentina. Su cuenca abarca más de 365.000 kilómetros cuadrados entre Brasil, Uruguay y Argentina, sustentando el turismo en más de diez diferentes ciudades, la producción de energía mediante la represa Salto Grande y la vida de más de 200.000 personas. Sin embargo, a pesar de todas sus contribuciones al desarrollo, el río representa una amenaza constante. En su tramo inferior (que comienza en Monte Caseros en Argentina y Bella Unión en Uruguay) los caprichos de la geografía y los embates del clima se mezclan para dejar a ambos países a merced de inundaciones que arrasan con hogares, recuerdos y vidas, una y otra vez por hace más de 50 años.
El ingeniero hidráulico y civil Claudio Velazco exploró los riesgos a los que se enfrentan las ciudades ribereñas en su informe de 2021, 'Por qué inunda Concordia'. "Es un río de llanura baja", explica. La suave pendiente del río lo hace propenso a desbordarse cuando aumenta el caudal de agua. Las llanuras de inundación adyacentes al río están diseñadas por la naturaleza para absorber el exceso de agua, ampliando el cauce y reduciendo su altura. Sin embargo, estas áreas también experimentan inundaciones recurrentes, un problema que ha empeorado a medida que el desarrollo urbano avanza sobre ellas. La urbanización disminuye la capacidad del suelo para absorber agua, las actividades de la municipalidad como pavimentación de las calles, conexión a redes cloacales o de agua, a su vez contribuyen a la incapacidad del suelo de hacerle frente a las crecidas. En Concordia, estas planicies están pobladas por viviendas precarias, muchas de las cuales fueron levantadas con materiales reutilizados, como madera y chapa. Casas que, a menudo sin cimientos adecuados y asentadas en el suelo blando que se convierte en barro en cuanto el río comienza a crecer, son arrasadas con cada nuevo desborde; dejando a familias enteras sin un techo bajo el cual dormir, sin su ropa, sin sus muebles. Las calles de los barrios más afectados, como los son Nebel, Vélez Sarsfield, Belgrano Sur y barrio Puerto están hechas de tierra o tienen adoquines deteriorados que desaparecen bajo el caudal durante las inundaciones. Cuando la crecida se retira, lo que queda son charcos con olor a agua estancada y escombros, junto con montañas de barro que tironean de las piernas de quienes caminan sobre ellas. Las casas que aún se mantienen en pie, con techos de chapa corroídos y con las paredes agrietadas, muestran claramente los daños acumulados de años de crecidas recurrentes; ventanas y puertas improvisadas con plásticos, ciclomotores estacionados en los patios y maderas que se pudren con la humedad que queda en el aire. Es la vida que da pelea en medio de un pantano.

Es entonces en Concordia, donde la primera línea de contención del río no son las costas, sino las familias que viven casi en las orillas. En una ciudad donde la pelea se tornó desigual con los años, porque las crecidas del río Uruguay dejaron de ser un fenómeno esporádico para convertirse en una amenaza que reclama cada vez con más hambre más terreno.
El aumento de precipitaciones en la cuenca alta y media del río Uruguay es un fenómeno que ha intensificado las crecidas y los desbordes hacia las ciudades ribereñas. Este patrón, vinculado al cambio climático, no es aislado en Argentina. Comienza, y afecta de igual forma, a países vecinos como lo es Brasil, donde nacen muchos de los afluentes que alimentan al río. Según un estudio del World Weather Attribution publicado en junio de este año, las lluvias extremas en el sur de Brasil han incrementado de forma alarmante en las últimas décadas, en parte debido a la quema de combustibles fósiles, que ha duplicado la probabilidad de tormentas y monzones en el país, aumentado, a su vez, su intensidad hasta en un 9%. Esta cantidad desproporcionada de agua, que superan la capacidad de absorción de los suelos, genera una mayor escorrentía superficial, provocando un incremento rápido y sostenido en los niveles del río, traducido en crecidas más intensas, que vienen a romper con los periodos de sequía que también caracterizan a ciudades ribereñas como Concordia. Allí, donde las tormentas severas también desarrollaron un carácter más recurrente sumado a la urbanización que reduce la capacidad de las planicies para absorber agua, la ciudad tiene paredes ennegrecidas por la humedad que parecen querer conquistar todas las casas. Las proyecciones de precipitación para 2024 tampoco trajeron alivio; a principios de año el Servicio Meteorológico Nacional indicó un aumento de entre un 45% y un 50% de precipitaciones superiores a lo normal en Entre Ríos durante los meses de marzo, abril y mayo. Para Concordia, esas predicciones llegaron en forma de cielos oscuros, lluvias imparables y barrios sumergidos.
Según un estudio del World Weather Attribution publicado en junio de este año, las lluvias extremas en el sur de Brasil han incrementado de forma alarmante en las últimas décadas, en parte debido a la quema de combustibles fósiles, que ha duplicado la probabilidad de tormentas y monzones en el país, aumentado, a su vez, su intensidad hasta en un 9%
Sin embargo, lo que hace verdaderamente diferente a Concordia no es la posibilidad de quedar escondida bajo el oleaje del río como una atlántida moderna; lo que verdaderamente asombra de la ciudad es como luego de décadas de esfuerzos para mitigar el impacto del río en los diferentes barrios, sus habitantes siguen atrapados en un ciclo interminable de desplazamiento, retorno y vulnerabilidad que crece. La razón es aún más descabellada: los ciudadanos inundados de Concordia, no se quieren ir.

"Nosotros compramos la casa en el año 1992", escribe Mariela Lopez en una entrada al Blog 'Crónicas de la inundación' en julio de 2024. La última entrada de ese año, guardada bajo el título 'desarraigo'. "Nos vinimos a vivir inmediatamente porque a la casa había que hacerle arreglos. Ese mismo año nos inundamos. Hace 32 años, esa fue la primera experiencia. Éramos muchísimas familias hace 30 años atrás, era imposible que no recibiéramos ayuda de nación, y sin embargo no la recibimos. Hoy puedo decir que para las familias que estamos hace ya tres décadas acá, y las que están desde antes, nos cuesta mucho irnos. Sobre todo por la cercanía al río, de acá no nos queremos ir".
El Plan de Relocalización Familiar, lanzado en 2015, es un gran ejemplo de estos esfuerzos bien intencionados pero insuficientes que muchos gobiernos realizan en nombre de la resiliencia climática. Proyectos que funcionan, pero que no terminan de abrazar la adaptación no del ambiente al ser humano, sino del ser humano en función de su ambiente. En sus orígenes el programa tenía como objetivo reubicar a las familias que vivían en las márgenes del río, en terrenos más altos y seguros, en desarrollos barriales nuevos como el de Agua Patito con viviendas construidas de material y equipadas con servicios básicos para ofrecerle a las familias la seguridad de un nuevo comienzo; seco, fuera de las planicies y protegido del agua. Marina Peñaloza, entonces Directora Municipal de Vivienda de Concordia, habló con optimismo en 2016 sobre la estrategia de relocalización de la ciudad: en asociación con el gobierno nacional, Concordia comenzó a construir viviendas prefabricadas para albergar a las víctimas de las inundaciones, con las primeras 100 unidades llegando gracias a la empresa Toyota. En ese momento los datos censales priorizaban a las familias en las áreas más vulnerables, mientras que los terrenos que se desocupaban en las costas se transformaban en zonas recreativas como humedales, con la intención de ser inundados naturalmente por el curso del río. Pero, incluso cuando las excavadoras tiraban abajo las casas lastimadas por los golpes del agua, las grietas en la viabilidad del plan no tardaron en mostrarse. Porque desde antes del 2000, el problema de las inundaciones en Concordia no es solo de infraestructura, sino psicológico.
El apego al río, es acá una característica definitoria de la vida de muchos habitantes, una que complica la lógica de la reubicación. Para algunas familias, el río es una fuente de identidad y comunidad. Dejarlo atrás se siente como abandonar lo que son, lo que los identifica. Lo cual, aunque contraintuitivo, no es del todo descabellado. La doctora Claudia Schlegel, psicóloga especializada en adaptación climática, sostiene por ejemplo que la inacción frente al clima o el rechazo a nuevas formas de organización por fenómenos climáticos rara vez se debe solo a la ignorancia. Las emociones juegan un papel clave. El miedo puede inmovilizar, mientras que el apego y la identidad pueden impulsar decisiones que parecen irracionales para "los de afuera". De hecho, para muchas familias de Concordia, el tirón de lo familiar, sin importar cuán precario sea, prima sobre la promesa abstracta de seguridad en nuevos barrios desconocidos. Para Mercedes Cásares, vecina del barrio Puerto, su barrio es su familia. "Mi lugar es en la calle Carriego, frente al parque Mitre" cuenta con voz pausada y tranquila. "Es un terreno que compraron mis abuelos. Ellos sufrieron todas las inundaciones, la primera en el año 68 y a partir de ahí, todas las que vinieron. Y luego nosotros, las nuevas generaciones. La primera vez que la sufrimos (la inundación de 2015) con mi marido, dijimos no, no queremos esto para nosotros, y buscamos otras alternativas. Al final las inundaciones nos afectaron tres veces. Vimos la posibilidad de alquilar, de irnos a otro lado, de acceder a las viviendas nuevas, pero no pudimos. Porque económicamente no nos daba. Aca sufrimos perder muebles, arreglar lo que se rompe, pintar. La verdad es que es estresante para todos los que vivimos en las crecientes. Hoy pudimos acceder a una casa del IAPV, pero aún estamos pendientes, porque tengo a mi abuelo, a mi tío, a parte de mi familia que no se quiere ir. Entonces, aunque te vas, siempre estás pendiente de volver, ya sea para ayudar a tus familiares, por más que tengamos nosotros nuestra casa. Mi abuelo no se va de ahí".
Mientras el Servicio Meteorológico Nacional prevé que las lluvias en Entre Ríos seguirán aumentando, y con ellas, la frecuencia de las inundaciones, la reubicación por sí sola, sin abordar los factores humanos detrás de la resistencia, corre el riesgo de convertirse en una tarea inútil.
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La inundación, no te llega, te cae encima. Escribe la profesora Mariana Acosta en una de las entradas del proyecto 'Crónicas de la Inundación', llevado adelante por estudiantes de la Escuela Secundaria N° 23 "República Oriental del Uruguay" de Concordia. El agua brota por los pisos, sale del baño, el bicherío lo sabe y salen espantados de los subsuelos buscando sosiego. El agua no viene sola, viene con barro, olor a creciente que cala las paredes y te deja la señal marcada en la pared para que cuando regreses de nuevo sepas quien manda, no hay cal ni látex que borre esa línea maula del agua en tu casa.
Es así como en una húmeda mañana de noviembre de este año, Mariana Acosta, docente e investigador y Héctor Rivero, politólogo abocado a proyectos ambientales, me reciben con su propia línea maula que casi de forma burlona raja los pisos del Centro de Interpretación Ambiental de Concordia; ubicado a orillas del arroyo Manzores y cerrado dos veces en el último año debido a inundaciones catastróficas: primero a finales de 2023, y luego nuevamente en mayo de 2024, cuando lluvias incesantes obligaron a más de 500 residentes a evacuar la zona. El centro, donde Acosta y Rivero trabajan por la concientización y la educación ambiental, es tanto víctima de las inundaciones, testigo de la tenacidad y ejemplo de los lazos con el río que acá, como en el resto de los 3200 kilómetros de Concordia, existen. "El área está naturalmente pensada para albergar inundaciones", explica Acosta, "yo pienso que se ve más lindo así, rodeado de agua. El problema es que es un edificio no apto para estar acá, la tierra es un relleno y el suelo no está preparado para los movimientos que vienen con la subida del agua. Las baldosas se rajan por ejemplo. Pero de acá no nos queremos ir. Nosotros somos vecinos del barrio, no es lo mismo una persona de río que de montaña. Si sacas al ribereño del río, le sacas su vida. Yo quisiera que construyan un nuevo edificio preparado, pero no que nos reubiquen. No es lo mismo para nosotros trabajar acá que trabajar en el centro, yo no podría hacer esto en el medio de edificios" sostiene Mariana riendo. Su afirmación entonces resalta un punto clave que suele pasarse por alto en la ciencia y acción climática: no solo somos afectados por el clima, somos parte del clima. Lo que comemos, las actividades que realizamos y nuestra identidad están profundamente vinculados al ambiente en el que nos desarrollamos. Solo que en Concordia, esta identidad es un ancla que los ata al lecho del río.

Toda la vida que se gesta alrededor del arroyo Manzores, que desemboca en el río Uruguay, demuestra un poco el dinamismo de la ciudad, su dicotomía entre la naturaleza y la urbanización que parecen tirar de Concordia hacia lados opuestos. "Esta parte de Nebel está en una zona de relleno, a solo metros de la boca del río", cuenta Rivero. "Cuando el río sube, lo inunda todo: las casas, los caminos e incluso instalaciones como la nuestra." Y aún así, explican, los esfuerzos para mitigar los riesgos de la inundación chocan con la resistencia de la gente a abandonar. Porque, como señala Rivero, "La gente vivió en estas áreas durante generaciones. Incluso cuando las casas claramente no son seguras, se adaptan en lugar de mudarse." Hoy, las hileras de casitas bajas que bordean el centro se refuerzan con primeros pisos en proceso de construcción, con el olor típico de la cal húmeda, con la pintura descascarada en los marcos de las ventanas, con las baldosas de la entrada manchadas con huellas de barro. Hoy las hileras de casitas bajitas están mejoradas a pulmón para resistir las aguas crecientes de una forma que les permita quedarse, adaptarse.
El apego a los barrios propensos a inundaciones está profundamente arraigado en la historia de Concordia, acá en las venas corre más el agua del río que otra cosa. Barrio Puerto fue, durante mucho tiempo, el centro de la identidad de la ciudad. Hoy incluso cuando los desafíos económicos y la infraestructura envejecida agravan su vulnerabilidad, el barrio sigue perteneciéndole a la gente. "Muchas casas acá están en mal estado", dice Acosta. "Pero para los residentes, estas son sus casas, sus tierras. Mudarse no es irse a un lugar más seguro sino abandonarlas, dejar atrás su historia. Acá les puede tomar hasta cinco generaciones para que las familias se adapten completamente a nuevas ubicaciones luego de haber sido desplazadas. Para el ribereño, otra cosa no le sirve". Mientras tanto, las tasas de ansiedad, depresión e incluso suicidio aumentan, según comentan desde la Subsecretaria de Ambiente, entre aquellos que luchan por adaptarse a la pérdida de sus hogares y las tensiones del desplazamiento. Sobre todo en los adultos mayores, abuelos y padres cuyas vidas se desarrollaron en las orillas del río; nadando los días de calor, pescando los fines de semana, con las reposeras bajo el brazo y las ojotas llenas de la arena de playa Nebel. Personas, cuya vida se construyó con el agua y ahora se enfrentan a la idea de poder ser tapadas por ella.

Aunque si hablamos de casos exitosos, en esta ciudad también los hay. La reubicación que se llevó a cabo cerca del puente Alvear, donde aproximadamente 20 familias fueron trasladadas y sus antiguos hogares demolidos para permitir la recuperación natural del terreno han sido parcialmente satisfactorio, según comentan desde el centro. Sin embargo, sin un seguimiento constante, estas áreas corren el riesgo de ser repobladas. "Siempre existe la posibilidad de que la gente regrese", reconoce Rivero. "Y una vez que lo hacen, es solo cuestión de tiempo antes de que el ciclo comience de nuevo". "Porque no basta con mover a la gente y demoler los viejos barrios", interrumpe Acosta. "Necesitamos un plan de adaptación frente al momento de la inundación, más allá de las pequeñas acciones, para asegurar que las personas realmente puedan reconstruir sus vidas. Pero tenemos que romper este ciclo de destrucción y reocupación. Eso requiere no solo una mejor planificación, sino entender a las personas que viven acá y trabajar con ellas para que el cambio sea duradero". Es así como Mariana muestra el secreto que necesita Concordia, entender que la adaptación en el contexto de las inundaciones no es una batalla contra las aguas del río, sino una reconciliación con esa fuerza que ata a las personas a lo se sienten como hogar. Porque en esta ciudad, a casi 500 kilómetros de Buenos Aires, ubicada frente a la ciudad uruguaya de Salto y cuyos talones se encuentran clavados al lecho del río, los desafíos de reubicación van más allá de los obstáculos logísticos e infraestructurales para incluir dimensiones profundamente psicológicas y culturales. Problema que destaca María Constanza Montoreano, la Subsecretaria de Medio Ambiente y Desarrollo Urbano de Concordia, al señalar como la reubicación, también detallada en el Plan de Acción Climática 2021-2030, ha sido recibida con una amplia resistencia por parte de las comunidades afectadas, muchas de las cuales regresan a las zonas propensas a inundaciones a pesar de los esfuerzos repetidos para moverlas.

"Las familias son reubicadas en áreas alejadas del río, a veces en las afueras de Concordia", explicó Montoreano. "Pero para aquellos que han vivido junto al río durante generaciones, mudarse es un trastorno cultural y emocional. A menudo se sienten desconectados de su forma de vida, de sus comunidades y de su sentido de identidad. Mucha gente no termina de entender, no puede hacer el duelo, pero lo primero que tenemos que hacer es sacar a toda la gente de la cota 14, y después de la cota 17 y de la 18, porque el río va a seguir subiendo. Pero si cada vez que una familia es trasladada, otra vuelve a lo que queda de su casa, incluso si tienen que rehacer su vida en casillas de madera, esto no va a terminar nunca".
Necesitamos un plan de adaptación frente al momento de la inundación, más allá de las pequeñas acciones, para asegurar que las personas realmente puedan reconstruir sus vidas. Pero tenemos que romper este ciclo de destrucción y reocupación. Eso requiere no solo una mejor planificación, sino entender a las personas que viven acá y trabajar con ellas para que el cambio sea duradero
Pero si hablamos de adaptación climática, no se trata solo de dónde viven; se trata de cómo viven. Para estas familias, el río es una fuente de pertenencia. Si tienen que volver y dormir entre toldos, casillas de tirantes de madera, sobre las chapas, lo hacen. Muchos vuelven a lugares donde no hay servicio de cloacas o incluso comienzan a hacer basurales a cielo abierto. "Después enfrentamos un doble problema al ver que con las lluvias tenemos afluentes cloacales en medio de los pies de niños, vemos que flota la basura entre medio de las mascotas, que se estanca en las puertas de las casas". Montoreano describe claramente el patrón recurrente: las familias reubicadas en zonas más seguras a menudo luchan por integrarse en sus nuevos barrios. Y al fallar, vuelven al lugar que los vio dar sus primeros pasos, y que próximamente verá a sus hijos dar sus primeras brazadas en condiciones de aún mayor precariedad. "Te voy a contar de mi experiencia desde que tuve conciencia de la creciente", cuenta Sandra mediante un audio donde se escuchan sus perros de fondo. "Me acuerdo que en el año 83 la creciente nos sacó dos veces de mi casa. Con Romina (su hija) bebé en ese momento. A los 12 metros como mucho nos sacaba la creciente. Ahora en la última (2015) que fue la más grande, no sé mirá si no llegó a los 16 metros y pico. Acá en el barrio carretera la cruz no nos sacó. Antes yo vivía más cerca. Perdes todo, en esas épocas nos llevaban a cualquier lado. Desde el gobierno siempre nos llevan a donde quieren, no tenemos lugar a donde ir que sea para nosotros. Desde la creación de la defensa de nuestro padre Andrés, que tuvo esa lucecita para hacer la defensa, se benefició a mucha gente. Capáz a mucha gente no, pero a nosotros sí. Nosotros nos fuimos de nuestro barrio, porque nos dieron una vivienda más arriba, pero a los diez años mi familia volvió, porque no nos podíamos quedar lejos. Yo pienso que si la creciente nos vuelve a sacar, yo me vuelvo a mi lugar de nacimiento".
Es así como los esfuerzos por adaptar ciudades ribereñas como Concordia a los impactos cada vez más severos del cambio climático enfrentan un obstáculo que ningún plan técnico ni presupuesto puede abordar por completo: los profundos lazos psicológicos. La imposibilidad, la negligencia o la incapacidad de incorporar esta conexión emocional es la verdadera complicación para la toma de decisiones en todos los niveles (local, nacional e internacional), y es quizás la causa más verdadera de una brecha entre los ambiciosos marcos de los grandes proyectos de adaptación climática y las realidades concretas de su implementación. Por ejemplo, el proyecto ACC Río Uruguay, lanzado en 2021, como una iniciativa binacional entre Argentina y Uruguay para fortalecer la resiliencia en ciudades y ecosistemas costeros del río Uruguay ha tenido un impacto considerablemente pequeño en evitar la crecida del río o la pérdida de los hogares ya existentes. Financiado con 14 millones de dólares por el Fondo de Adaptación de las Naciones Unidas a través del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), el proyecto, próximo a terminar, se enfocó en reducir vulnerabilidades mediante mejoras en infraestructura públicas como la nueva Planta Potabilizadora de Agua en Parque San Carlos, herramientas de planificación y acciones comunitarias. Aunque se ha celebrado como un hito en la cooperación regional para la adaptación climática, Concordia expone de manera contundente las dificultades para traducir estos planes en avances tangibles que incorporen no lo que el dato brinda, sino lo que el contacto humano puede descubrir. En teoría, Concordia debería beneficiarse de las iniciativas del ACC, como el control de la erosión costera, refuerzos estructurales y sistemas para garantizar la seguridad de infraestructuras hídricas clave. Sin embargo, en la práctica, estas medidas han dejado una gran deuda hacia los vecinos ya que de existir, no se conocen créditos para la adaptación de las viviendas preexistentes, siguen existiendo complicaciones y retrasos en el desembolsamiento de los fondos y los seguros contra inundaciones propuestos para pequeños comerciantes no han sido aplicados en los más de 100 comercios que existen desde en centro hacias las afueras de la ciudad.
En paralelo, las autoridades locales, como la Secretaría de Desarrollo de Concordia, describen los esfuerzos de adaptación como fragmentados y reactivos según se consultó a la Municipalidad, la Secretaría de Desarrollo Social y la Secretaría de Planeamiento Urbano. Las familias desplazadas por inundaciones suelen ser reubicadas sólo después de los desastres, mientras que la estrategia general de la ciudad carece de cohesión en los niveles más pequeños. Llama la atención que muchos empleados gubernamentales de la municipalidad consultados desconocen los objetivos o las oportunidades de financiamiento que ofrece el ACC Río Uruguay u otras iniciativas en conjunto con el país vecino. Esta desconexión pone de relieve un problema crítico: los proyectos internacionales y binacionales, por sólidos que sean sus marcos, pueden fracasar sin un compromiso y entendimiento local adecuados. A pesar de los esfuerzos por diseminar conocimiento técnico, restaurar áreas naturales degradadas e integrar perspectivas de género y derechos humanos en la planificación, las brechas para lograr un objetivo resiliente persisten.
Es por estas razones que no puedo dejar de pensar que, como la iniciativa ACC, los planes de reubicación, la ayuda de otras provincias hacia las ciudades costeras, los fondos millonarios que se distribuyen entre tareas científicas y técnicas, y los planos para futuras fortalezas que contengan el río, toda esta ayuda de los que venimos de afuera, de los que pensamos que un río es solo un río, de los que vemos el agua y no nos estremecemos, es la verdadera ignorancia. Porque ignoramos una arista crucial del cambio climático: que nos forma como personas. Y, si no sabemos cómo cada ciudad en este país, en este continente o en este mundo está formada, la mayoría de las veces no podremos dar una ayuda que verdaderamente pueda llamarse resiliencia climática.
Hoy, mientras escribo esto, Concordia celebra su aniversario número 193, de los cuales vivió entre inundaciones. Y es por esto que me pregunto, el resto de años por venir ¿tendrá que vivirlos bajo el agua?
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