En el primer artículo de esta serie sobre la aporofobia, presentamos el concepto, acuñado por la filósofa Adela Cortina, y reflexionamos acerca de la pobreza, no como circunstancia sino como identidad de clase. Trajimos a colación la expresión "Nuevos ricos" que ejemplifica a la perfección el clasismo estructural de nuestra sociedad, la conciencia de clase de quienes están arriba, frente al rechazo de los de abajo a tomar esa misma conciencia de clase.
Existe la falsa creencia de que si los pobres tomáramos conciencia de clase, extenderíamos y perpetuaríamos la pobreza
Existe la falsa creencia de que si los pobres tomáramos conciencia de clase, extenderíamos y perpetuaríamos la pobreza. Esta creencia, implícita en el repudio hacia las llamadas ideologías de izquierda, sigue dando por hecho que la estructura social es inamovible y la única oportunidad de salir de la pobreza es odiarla, individualmente: "trabajar duro para escapar de ella y cumplir tus sueños".
Para que nos entendamos: nos cuesta más analizar el sistema y decidirnos a cambiarlo, desde la conciencia de clase, que enarbolar toda suerte de fantasías en torno al individualismo. Los libros de autoayuda para "aprender a hacer dinero", "hacerse rico", "tener éxito" son las novelas de caballería del SXXI.
Estos libros se publican a centenares cada año, con la celeridad con la que salen las tostadas, plagados de afirmaciones como "Si no eres millonario es porque no quieres", "Conéctate con el dinero", "Abandona la mente pobre y aprende a tener una mente rica", "Piensa como rico y serás rico"… Estos mensajes, que se sustentan en la aporofobia, desdibujan el sistema, disocian nuestra identidad y la fragmentan en un ser subconsciente - fruto de una estructura desigual que nos proponemos ignorar -, y un ser imaginario que trabajamos desde el individualismo, en algunos casos votando incluso en contra de las políticas sociales o medidas que le dan oportunidades a la clase de la que renegamos - Este fenómeno fue muy sonado en USA, con inmigrantes asentados votando por Trump, y en Reino Unido, con este mismo perfil de votante apostando por el Brexit. En España, no obstante, este fenómeno también tiene una clara representación que nos ha llevado, entre otros retrocesos, al deterioro de la sanidad pública - . Si unimos estas realidades con la literatura de autoayuda dirigida hacia los pobres con aporofobia, tenemos un pensamiento latente similar al que sigue: "Total, pronto dejaré de tener mente pobre, me conectaré con el dinero y conseguiré mis sueños. No tiene sentido que vote por políticas sociales que amparan a los vagos que quieren seguir siendo pobres".
Llegadas a este punto, cabe preguntarse, ¿cómo es posible que cueste tanto hacerles entender a tantas personas adultas que la pobreza es un problema estructural, no individual? ¿Cómo es posible que no caiga por su propio peso el hecho de que la conciencia de clase nos permita tomar parte del problema en primera persona y solucionarlo? ¡Pues porque desde pequeñas se nos ha adoctrinado para que lo enfoquemos desde la individualidad y la aporofobia!
Antes de continuar con esta línea argumental, traeré este fragmento del libro Aporofobia de Adela Cortina:
"La leyenda de que los seres humanos se conducen por una racionalidad maximizadora, empeñada en lograr el máximo beneficio a toda costa, está desacreditada. Es mucho más racional buscar la cooperación que el conflicto, conseguir aliados que generar adversarios. Por eso, las personas y organizaciones prudentes enfocan sus empresas y negocios como juegos cooperativos, en los que no aspiran a obtener el máximo beneficio, caiga quien caiga, sino que están dispuestos a contentarse con la segunda o tercera opción más deseable para todos".
Cortina añade después unas palabras que para mí son la clave: "El individualismo egoísta es un invento sin sustento, que cumple una misión ideológica".
Y aquí volvemos a tomar la línea de argumentación, con una premisa muy simple: para materializarse, toda ideología necesita impregnar todos los aspectos del desarrollo individual y social de las personas. De esta manera, con el paso de los siglos, llega a ser entendida como la única realidad posible - todo lo demás es utopía - .
La única realidad posible, partiendo de una ideología bien nutrida y extendida durante siglos, afianza el poder en las mismas familias que extorsionan al resto con una desigual repartición de recursos.
Y nosotras, desde pequeñas, bebemos esta realidad. Lo hacemos en el caldo de cultivo aporofóbico de nuestros entornos familiares y en la escuela. Allí los mayores hablan de qué vecino es más pobre, se ríen del vecino barrendero, veneran al vecino que hizo fortuna, insultan al inmigrante, que seguro viene a quitar puestos de trabajo y a pedir ayudas sociales. En la escuela, los niños y las niñas repiten los patrones de casa, compiten entre ellas por llevar marcas caras, socializan a partir de lo que poseen, lo que se han comprado y lo que se van a comprar, admiran a quien viste con ropas limpias y nuevas y se alejan de quien luce rotos en los pantalones. Para afianzar este aprendizaje, el sistema cuenta con una grandísima herramienta pedagógica: los cuentos infantiles.
La leyenda africana de Seetetelané dice: "(…) Un día Seetetelané le preguntó al hombre si le gustaría ser jefe de tribu y poseer toda clase de riquezas, esclavos y animales. El cazador le preguntó si podía proporcionárselos, a lo que Seetetelané rio y con un golpe de su pie abrió el suelo, saliendo de él una gran caravana con todo tipo de bienes, servidores, esclavos y animales". La leyenda oriental 'La joven y el príncipe' nos cuenta la historia de un príncipe que reparte semillas entre las damas de la corte para elegir una esposa honesta. El cuento occidental 'La princesa y el guisante' recalca la creencia de que las princesas son especiales y distintas a las mujeres pobres, tanto así que notan un guisante debajo de seis colchones. Y así tenemos cientos y cientos de cuentos que se leen en todo el mundo y que normalizan de manera pasmosa un sistema clasista en el que existen sin explicación necesaria reyes, príncipes y princesas arriba. Y abajo pobres que han de demostrar que son dignas de la realeza o de las ricas que las elijen, las avergüenzan, las ponen a prueba, las encierran… y hacen con ellas todo lo que les viene en gana. Al final del cuento, si hay suerte, tal vez la pobre se convierta en rica. Los y las esclavas, los y las sirvientas también son una constante en los cuentos infantiles, sin que en ningún momento se le de la capacidad al lector de alimentar un pensamiento crítico capaz de hacerle cuestionar por qué hay un sistema semejante, con reyes, reinas, príncipes, princesas, esclavos, esclavas, sirvientes, sirvientas por defecto.
Volvamos al interrogante que trajimos en el artículo anterior. ¿Cuántas veces de pequeña le preguntaste a tu madre por qué en los cuentos había reyes y mendigos? ¿Cuántas veces, en cambio, le preguntaste "mamá somos ricos o somos pobres"? Lo que se normaliza, jamás se discute ni se replantea. Indagas, si acaso, en el papel que tienes dentro de esa estructura percibida como natural e inamovible: "¿somos ricos o somos pobres?". Ser pobre, para una niña adoctrinada con cuentos infantiles clásicos, es merecer en algún momento la piedad o la admiración de un rico, casarse con un príncipe, esforzarse individualmente para ser rica… odiando de base lo que ya es.
Y es que, nadie quiere ser pobre, y todas, desde pequeñas, entendemos esta "desgracia" como un problema individual que se puede cambiar con esfuerzo, trabajo y/o suerte.
No entendemos la pobreza como identidad, porque la rechazamos y, en cambio, nos proyectamos en la identidad de princesas, reinas y nobles - A esto también nos ayudan los juegos simbólicos y las muñecas con carruajes y galas - .
En los últimos años, familias despiertas y subversivas han borrado de la educación de sus hijas las líneas tradicionales e incluso han inventado sus propios cuentos. El problema aquí es que, de no haber un movimiento global que siga esa línea de manera decidida, nos volverá a pasar lo de siempre. Igual que el poder se queda en las mismas familias, de generación en generación, se quedan los cuentos que convienen, el resto se quema o, lo que es peor, deja de leerse.
En el próximo artículo de esta serie hablaremos de la aporofobia en la adolescencia.
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