En el segundo artículo de esta serie sobre la aporofobia, reflexionamos en torno a la manera en la que el sistema nos adoctrina desde pequeñas para rechazar al pobre, renegar de la conciencia de clase y sentirnos identificadas con la clase rica a la que no pertenecemos.
A lo largo de este artículo citaremos situaciones y fenómenos relacionados con el asentamiento de la aporofobia en las etapas adolescencia y primera juventud, ambas marcadas por la frase: "Estudia o acabarás en la calle".
Sí, la aporofobia, para las pobres, es un duro padecimiento, incapacitante como una enfermedad: nos hace ignorar completamente los grandes fallos del sistema
¿Recuerdas cómo eras antes de que el sistema grabara en ti el rechazo hacia los pobres? A lo mejor no recuerdas tu curiosidad innata y las preguntas. "¿Mamá, por qué ese señor está tan sucio?", "¿mamá, por qué ese señor duerme en el cajero?", "¿mamá, por qué ese señor tiene la ropa negra y rota?". No sé si tu madre o tu padre te explicaron las desigualdades sociales o se limitaron a hacer la vista gorda, para más adelante, decir en la mesa: "Aquí en España, quien está en la calle, es porque quiere". De igual manera, independientemente de lo que aprendieras de mamá y de papá, recibiste, como todas, ese adoctrinamiento social que nos lleva de la pregunta al miedo atroz. ¿Eras una de esas adolescentes que decía "si me llego a ver sin techo, me suicido"? Aquí he de confesarte que sí fui una de esas adolescentes. De la misma manera en que pensaba "si me veo tan gorda como esa mujer, me suicido", decía o pensaba, "si me veo sin techo, me suicido". La diferencia entre esas dos sentencias enfermizas no está en el trasfondo, por desgracia, si no en la sutileza del diagnóstico: sufría un trastorno alimentario, pero nadie me dijo ni me ha dicho aún que, además, padecía aporofobia. Sí, la aporofobia, para las pobres, es un duro padecimiento, incapacitante como una enfermedad: nos hace ignorar completamente los grandes fallos del sistema. Luchas contigo misma para "no fracasar". Desde pequeña estudias duro. Estudias y trabajas al mismo tiempo. Luego aguantas lo indecible explotada en tus primeros trabajos (lo importante es comer y no fracasar, ya tendré trabajos mejores). Luego sigues siendo explotada, pero te distraes pensando en que tal vez te asciendan o te toque la lotería. Luego no vas a votar porque ¿para qué? o incluso votas a algún partido abiertamente aporofóbico porque "mi madre tenía razón, quien sufre pobreza extrema es porque quiere". Luego te ves delante de tu hija de ocho años, mientras te pregunta "mamá, ¿por qué esa mujer está tan sucia?" y le respondes "estudia y trabaja mucho, para no acabar así".
En la adolescencia y primera juventud interiorizamos las tres funciones principales de las doctrinas aporofóbicas: ocultar los fallos del sistema, usar la pobreza como castigo para quien ose salir del sistema, usar la pobreza como estímulo para que las clases pobres ayuden a sostener políticamente a las que más tienen, eligiendo gobiernos aporofóbicos. El pensamiento subconsciente que justifica esta elección es: "Si el Estado odia a los pobres, me presionará para que no caiga en la pobreza extrema. Si el Estado se acerca a los pobres, en cambio, nos empobrecerá a todos". Estamos en una sociedad monoteísta y paternalista y sí, no sé si lo reconoces en ti, pero, una vez muerto Dios, el Estado es papá.
Me pregunto si llegadas a este punto, piensas que esto es especialmente notorio en las sociedades latinas, pero de Francia para arriba… Bueno, échale un vistazo a China. Te lo digo porque es quien va a marcar tendencia en las próximas décadas y no parece haber partidos políticos en el culo de Europa que nos inviten a aproximarnos a Suecia.
Está en nuestras manos cambiar este "Si me llego a ver sin techo, me suicido" por "Quiero ayudar a mejorar el sistema, para no verme sin techo". El "Estudia y trabaja mucho para no acabar sin techo" por "Estudia la manera de desmantelar el sistema que permite la pobreza. Y trabaja en ello". El "En España quien está en la calle es porque quiere" por "En España hay gente en la calle por conveniencia del Estado".
Si seguimos dejando la formación de nuestras niñas y adolescentes al amañado azar y a la buenaventura del adoctrinamiento psicosocial imperante, nos encontraremos de manera perenne con lo que tenemos hoy: quinceañeras perdidas en una sociedad estudiadamente cruel, que se tropiezan con la figura del Ché Guevara, revolucionario fallido del otro lado del charco, levantan el puño y se quedan allí, ya perpetuamente, sin darles a Tage Earlander o a Olof Palme la mínima oportunidad de entrar en sus vidas.
Si seguimos dejando la formación de nuestras niñas y adolescentes a lo que venga, continuaremos quejándonos de una izquierda que no nos representa y perdiendo derechos conforme se aleja la generación de nuestras abuelas.
Si seguimos dejando la formación de nuestras niñas y adolescentes a su propia capacidad para emprender el cambio, porque son el futuro y ellas nos salvarán de lo que somos nosotras, continuaremos tendiendo a los extremos y tensando el débil hilo que sostiene a la democracia.
Dice Adela Cortina en su libro: "El discurso asimétrico expresa ausencia de reconocimiento, siendo así que el reconocimiento mutuo es la clave de una vida social justa (…) El reconocimiento recíproco de las personas como interlocutoras válidas es, pues, la clave de cualquier discurso que se pretenda racional. Los discursos del odio quiebran objetivamente esa intersubjetividad humana que, como decía Hanna Arendt, nunca debería ser señalada".
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