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  • El Mentidero
13.10.25

26 años del caso Wanninkhof: la lección que aún no hemos aprendido

  • Fran Bragado

Hay fechas que no se olvidan (y no se deben olvidar) porque marcan un antes y un después en la conciencia colectiva de un país. El 9 de octubre de 1999, el nombre de Rocío Wanninkhof, una joven de 19 años de Mijas, quedó grabado para siempre en la historia negra de España. Aquel crimen no solo segó una vida, sino que abrió una herida que aún supura: la del error judicial, la del juicio mediático, y la de una sociedad que aprendió -a un precio demasiado alto- lo que significa la pena de telediario.

UNA DESAPARICIÓN QUE MARCÓ LA COSTA DEL SOL

Era un sábado cualquiera en La Cala de Mijas. Rocío, alegre, deportista y querida por todos, salió de casa sin saber que aquella noche sería la última. Al día siguiente, su ausencia encendió todas las alarmas. La Guardia Civil organizó una búsqueda masiva; vecinos, familiares y voluntarios rastrearon cada rincón del municipio. El caso, en pocas horas, se había convertido en un asunto nacional.

Durante semanas, la Costa del Sol vivió en vilo. Los informativos abrían con el rostro sonriente de Rocío, las televisiones desplazaban unidades móviles, y la presión mediática crecía con la misma intensidad que la angustia. El 2 de noviembre, más de tres semanas después de su desaparición, un grupo de operarios halló su cadáver entre Marbella y San Pedro de Alcántara, cerca del restaurante 'El Rodeito'. Estaba desnuda, apuñalada, quemada. La brutalidad del crimen alimentó la indignación pública. España quería un culpable, y lo quería ya.

LA TORMENTA PERFECTA: UNA SOCIEDAD EN BUSCA DE CULPABLES

Fue entonces cuando el foco se dirigió hacia Dolores Vázquez, la expareja sentimental de la madre de Rocío, Alicia Hornos. Vázquez era una mujer reservada, de carácter fuerte, británica de adopción y con una vida discreta en Mijas. No encajaba en el molde de "vecina simpática" que los medios esperaban. Y en un país que aún no entendía del todo la homosexualidad femenina, esa diferencia se convirtió en su condena.

Sin pruebas concluyentes, sin testigos directos, con un jurado popular influido por la marea emocional, Dolores Vázquez fue declarada culpable del asesinato. La sentencia llegó en septiembre de 2001: 15 años y un día de prisión. La sociedad respiró, convencida de que la justicia había hecho su trabajo. Pero lo que había sucedido era todo lo contrario: se había cometido uno de los mayores errores judiciales de la historia reciente de España.

Vázquez era una mujer reservada, de carácter fuerte, británica de adopción y con una vida discreta en Mijas. No encajaba en el molde de "vecina simpática" que los medios esperaban. Y en un país que aún no entendía del todo la homosexualidad femenina, esa diferencia se convirtió en su condena

LA MAQUINARIA MEDIÁTICA: CUANDO EL TELEDIARIO DICTA SENTENCIA

A Dolores Vázquez no la condenó un juez. La condenó la cámara.
Durante el entierro de Rocío, un programa de televisión congeló un fotograma: Vázquez miraba con gesto serio a Alicia Hornos. En pantalla, aquel instante se interpretó como una mirada de odio. Y bastó eso para convertirla en el rostro del mal. El resto lo hicieron los platós, las tertulias y las portadas, que convirtieron un proceso judicial en un espectáculo. 

El caso Wanninkhof fue el epítome de la "pena de telediario”: el linchamiento mediático de una persona antes incluso de que existiera una prueba sólida. El juicio se convirtió en una telenovela judicial en la que la presunción de inocencia se evaporó entre audiencias, titulares y conjeturas.

EL GIRO INESPERADO: LA VERDAD TENÍA OTRO NOMBRE

Tres años después, el 14 de agosto de 2003, la historia dio un giro brutal. La joven Sonia Carabantes, de 17 años, desapareció en Coín, a pocos kilómetros de Mijas. Su cuerpo fue hallado días después. Pero lo que cambió todo fue un dato científico: el ADN encontrado en una colilla en el escenario del crimen coincidía con el del asesino de Rocío Wanninkhof.

El autor tenía nombre: Tony Alexander King, un británico con un historial de agresiones sexuales en Londres, refugiado en la Costa del Sol. Había matado a Rocío en 1999 y a Sonia en 2003. Lo confesó. Lo condenaron.

Mientras tanto, Dolores Vázquez, que había pasado 17 meses entre rejas, salía en libertad con la dignidad intacta pero con la vida destrozada. Nunca fue indemnizada. Nunca recibió una disculpa pública proporcional al daño sufrido.

Dolores Vázquez, que había pasado 17 meses entre rejas, salía en libertad con la dignidad intacta pero con la vida destrozada. Nunca fue indemnizada. Nunca recibió una disculpa pública proporcional al daño sufrido

UNA LECCIÓN QUE SIGUE PENDIENTE

Hoy, 26 años después, el caso Wanninkhof sigue siendo una lección amarga sobre la fragilidad de la justicia y el poder corrosivo de los medios cuando abandonan su función crítica para abrazar el espectáculo. Fue un espejo que devolvió a España una imagen incómoda: la de una sociedad dispuesta a sacrificar la duda razonable en nombre del morbo y de la audiencia.

En los manuales de periodismo, el caso Wanninkhof se estudia como advertencia. Pero en la calle, el recuerdo de Dolores Vázquez sigue vivo como símbolo de lo que no debe volver a ocurrir. Porque más allá del crimen, de las pruebas y de los titulares, lo que se rompió aquel otoño de 1999 fue la confianza en la verdad.

Han pasado 26 años, pero la pregunta sigue flotando:
¿Aprendimos realmente algo?

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