Jamie Miller es un chaval de 13 años que saca buenas notas y con talento para el dibujo. No le gustan los deportes y quizá por su físico menudo aparente menos de la edad que tiene. Es imposible no ver aún a un niño cuando lo miramos. Un niño normal, como otro cualquiera. Pero este niño ha matado a Katie Leonard, una compañera de clase, asestándole siete puñaladas. ¿Cómo es posible que a un niño no sólo se le ocurra, sino que sea capaz de matar a otra niña? ¿Qué puede motivar que a una edad tan temprana se llegue a ejercer una violencia tan extrema y sobre todo, qué factores ambientales lo posibilitan? Ese es el verdadero misterio que intenta resolver 'Adolescencia', el drama policial de Netflix con el que la dupla entre el guionista Jack Thorne y el actor Stephen Graham han vuelto a conquistar a crítica y público. El guion de esta miniserie de 4 episodios se aleja de los clichés narrativos del género policiaco, centrados en generar suspense y jugar a descubrir al asesino, y opta por indagar en las causas de este crimen, tanto las personales como las sociales. La trama, que empieza por donde acaban la mayoría de historias de este tipo, por el arresto del principal sospechoso, nos obliga a hacernos preguntas incómodas como sociedad, como familias, como progenitores, como docentes, como "adultos responsables". ¿Pudimos haber hecho algo para evitarlo? ¿Ha sido un fallo del sistema o una consecuencia lógica de su funcionamiento?
El comportamiento y la forma de pensar de este adolescente habla más de las dinámicas del mundo de los adultos que el de los adolescentes y nos deja en evidencia a todos sin excepción. 'Adolescencia' nos muestra, simplemente siguiendo de cerca con la cámara a los pocos personajes implicados directamente en este caso, un retrato de cómo el modo de organización del trabajo y la vida en la era del capitalismo salvaje y digitalizado afecta a la salud mental y al correcto desarrollo humano de los más jóvenes y nos enfrenta a vernos al espejo sin filtros embellecedores como sociedad. Desde las instituciones, que sólo intervienen con todos los recursos a su alcance cuando ya es demasiado tarde; desde los centros escolares, desde los hogares; desde todos los ámbitos, todos sin excepción, somos responsables de proteger y educar a la infancia y adolescencia y algo estamos haciendo muy mal, o dejando de hacer, cuando cada vez es más habitual que ocurran crímenes violentos perpetrados por menores.
'Adolescencia' nos muestra un retrato de cómo el modo de organización del trabajo y la vida en la era del capitalismo salvaje y digitalizado afecta a la salud mental y al correcto desarrollo humano de los más jóvenes y nos enfrenta a vernos al espejo sin filtros embellecedores como sociedad
No es una exageración de la ficción, los creadores de la serie sintieron la necesidad de tratar este tema tras ver cómo las noticias sobre chicos jóvenes apuñalando a chicas jóvenes estaban haciéndose frecuentes en la prensa británica. En España acabamos de vivir un shock similar con el asesinato de la educadora social de 35 años Belén Cortés, estrangulada por dos menores tutelados de 14 y 15 años que, al igual que el protagonista de 'Adolescencia', no procedían de familias desestructuradas o en riesgo de exclusión social. Ya se habían escapado antes sin dificultades del piso de acogida en el que vivían junto a otros jóvenes con problemas de conducta y no era necesario que arremetieran así contra su cuidadora. ¿Por qué decidieron hacerlo entonces? ¿De dónde viene tanto odio, tanto ensañamiento, tal facilidad para arrebatar vidas de niñas y mujeres? Como le gusta decir a Stephen Graham, que también interpreta al padre del niño acusado de asesinato además de coescribir el guion, "hace falta un pueblo entero para criar a un niño", así que el pueblo entero debe rendir cuentas si ese niño se convierte en asesino.

EL ORIGEN POLÍTICO DE LA RABIA MASCULINA
La otra gran novedad que diferencia a esta serie del resto de historias sobre investigaciones criminales es que cambia el paradigma habitual de centrarse en el hallazgo del cuerpo de la víctima asesinada y reconstruir sus últimos pasos para descubrir qué la llevó a acabar así. 'Adolescencia' cambia el miedo de bando y de enfoque, pues el peligro no está sólo en que nuestras hijas puedan acabar asesinadas o violadas, sino también en que nuestros hijos acaben siendo asesinos o violadores. Si no empezamos a temer tanto una cosa como la otra no habrá forma efectiva de que logremos prevenir este tipo de crímenes. El hecho de que el guion no gire en torno a la víctima es un poderoso toque de atención: ¿por qué sólo nos asusta que puedan hacer daño a nuestras criaturas y no que estas puedan hacer daño a los demás? ¿No deberíamos estar educando con la vista puesta en dejar de seguir fabricando agresores y no sólo en evitar que nuestras hijas se encuentren con ellos?
Resulta curioso que aunque tantas investigaciones sociológicas hayan demostrado que las habituales imágenes de la violencia y del dominio masculino en los medios de comunicación, y el comportamiento autoritario de los principales líderes de nuestras comunidades; nos enseñan desde pequeños que la violencia es un medio aceptable para la consecución de los fines de los hombres y además la presentan como atractiva, embellecida por un halo de honor y deber masculino; siempre que un chaval perpetra un crimen violento, sobre todo cuando asesinan en apariencia al azar como en el caso de la serie 'Adolescencia', tanto los expertos en criminología como las autoridades a cargo del caso, la familia, la comunidad escolar, la sociedad al completo; tiende a comportarse como si fuera un misterio la razón por la que los chicos pueden llegar a ser tan violentos. A pesar de que la gran mayoría de los chicos no cometerán crímenes violentos que acaben en asesinatos, la verdad que nadie quiere nombrar es que todos los chicos están siendo educados para ser capaces de ser violentos.
A pesar de que la gran mayoría de los chicos no cometerán crímenes violentos que acaben en asesinatos, la verdad que nadie quiere nombrar es que todos los chicos están siendo educados para ser capaces de ser violentos
Cada vez más niñas asumen también el pensamiento patriarcal de desear adquirir poder sobre los demás y de que la violencia es el mejor medio para alcanzarlo. La buena idea (aunque torpemente ejecutada la mayoría de las veces) de dejar de segregar los juguetes y los contenidos culturales para niños y niñas ha servido más para acercar los soldados y las pistolas a las niñas, para ponerlas a ellas a dar balonazos sin sentido y a desear dominar el mundo; que para que ellos se familiaricen con los cuidados y las tareas domésticas. El feminismo neoliberal o "girlboss" no está exento de responsabilidad en ello. 'Adolescencia' no elude meterse en todos los berenjenales incómodos de esta realidad y se atreve a mostrarnos cómo las niñas también han aprendido a hacer "bulliyng" sin despeinarse, dar palizas o usar la terminología machista en aras de mantener su estatus ante las demás compañeras y compañeros.
La aceptación de la toma del poder por la fuerza a la que tantas veces hemos asistido a lo largo de la historia y del prestigio de ese empleo de la fuerza debe ser desterrado de lo privado y de lo público. De hecho, el primer capítulo de 'Adolescencia' nos hace entender fácilmente la brutalidad y falta de proporcionalidad intrínseca a la intervención policial, al mostrarnos a un grupo especial de operaciones peligrosas armado hasta los dientes derribando la puerta de una casa familiar y encañonando al niño sospechoso de asesinato. Hemos visto este tipo de escenas cientos de veces sin inmutarnos en las casas de las familias de presuntos narcos o terroristas por considerarla una intervención legítima, pero verlo contra un ser indefenso y vulnerable como un crío en pijama arrancado de su sueño la deja al descubierto como lo que es ante nuestros ojos: un brutal ejercicio de dominación y violencia. ¿Seguro que no hay otras formas más democráticas y menos traumáticas de prevenir la criminalidad que la inventada por el patriarcado? Un hombre socializado en los mandatos de la masculinidad, y más con una metralleta automática en la mano, siempre es peligroso e indeseable, en cualquiera de los lados de la ley.
Nuestro sistema político y social de origen patriarcal descansa sobre la idea de que los hombres son inherentemente dominantes e invulnerables, superiores a todo y a todas las personas a las que se considera débiles y dependientes, especialmente a las mujeres, y que están dotados del derecho a dominar y a gobernar a esas personas y a mantener ese dominio a través de diversas formas de control psicológico y violencia. La ideología patriarcal enseña a los niños que los "hombres de verdad" no necesitan expresar sus sentimientos, por lo que hay una conexión directa entre la noción patriarcal de dominación e invulnerabilidad masculina y el bloqueo de las emociones de los niños. Dejan de sentirse cómodos y seguros para expresar lo que sienten porque se les hace ver que eso es propio de personas fallidas. Para adoctrinar a los niños en las reglas del patriarcado, les obligamos a negar sus sentimientos de tristeza, de dolor, de miedo… Sólo es legítimo que expresen el enfado y la rabia, ¿de qué nos extrañamos cuando explotan?
El patriarcado como sistema ha negado a los hombres el acceso al bienestar emocional completo, que no es lo mismo que ser recompensado o poderoso debido a la capacidad que se les concede para ejercer el control sobre los demás. No se puede abordar el dolor que subyace tras la rabia masculina sin reconocer la existencia del patriarcado y sin posicionarnos en contra de las normas políticas opresivas que nos rigen. A menudo se achaca la actual rabia exacerbada de los varones, jóvenes o maduros, a que el movimiento feminista ha ido demasiado lejos en sus pretensiones, pero la causa original de esa rabia es el patriarcado y el feminismo es su verdadera cura. Si el patriarcado fuera realmente gratificante para la vida emocional de los hombres, sus problemas de salud mental, de violencia, de abuso de alcohol y drogas, sus altas tasas de suicidio, todas esa expresiones de malestar tan omnipresentes, no existirían. Esos malestares son anteriores al feminismo y son originados por la exaltación de los rasgos humanos considerados masculinos y la devaluación de los considerados femeninos.
"El patriarcado genera la rabia en los chicos y luego la contiene para su uso posterior, lo que lo convierte en un recurso para explotar más adelante cuando los chicos se conviertan en hombres. Como producto nacional, esta rabia se puede acumular para promover el imperialismo, el odio y la opresión de mujeres y hombres en todo el mundo. Esta rabia es necesaria para que los niños se conviertan en hombres dispuestos a viajar por el mundo para librar guerras sin exigir nunca que se encuentren otras formas de resolver los conflictos", explicó la teórica feminista bell hooks. La rabia de los hombres es políticamente correcta porque es productiva para el sistema y los feminicidios son sólo daños colaterales porque las vidas de las mujeres son consideradas bajas asumibles.

DESESTIGMATIZAR A LOS ADOLESCENTES
"El implacable asalto patriarcal a la autoestima de los adolescentes se ha convertido en una norma aceptada. Hay un grave silencio sobre la tiranía masculina adulta en relación con los adolescentes", señalaba también la escritora y activista feminista bell hooks en el capítulo 'Ser chico' de su libro 'El deseo de cambiar: Hombres, Masculinidad y Amor'. Seguramente los adolescentes sean el grupo social menos querido de todos y sobre el que más consenso hay en que molestan al resto. Cuando un chaval o chavala entre los 11 y los 18 años tiene algún problema de conducta o de salud mental se achaca por defecto a su etapa de desarrollo. "Ya sabes, la ADOLESCENCIA" (siempre pronunciando la palabra con hastío y retíntín). "Habría que prohibir a los adolescentes". "Ojalá nos pudiésemos ahorrar esa etapa". Si tanto se teme a los adolescentes quizá sea precisamente porque a menudo exponen la hipocresía de sus padres y del mundo que les rodea. Y eso es justamente lo que consigue la serie 'Adolescencia'. Nos echa en cara que tanto los padres y madres como el conjunto de la sociedad les abandona emocionalmente, ese abandono está en el origen del enfado de los varones adolescentes, pero a nadie le importa su rabia hasta que deriva en un comportamiento violento disruptivo. Aunque es un adolescente el que comete un crimen no es intención de la serie criminalizar y estigmatizar a la 'Adolescencia', sino todo lo contrario.
Si los chicos se enfadan y se sientan frente a un ordenador todo el día, sin hablar, sin relacionarse, parece que a nadie le importa. Mientras no molesten ni den problemas, el comportamiento antisocial resulta aceptable. Los padres de Jamie nunca subieron a su habitación a preguntarle por qué salía tan poco a la calle a juntarse con su amigos, si se sentía sólo o necesitaba hablar de algo que le preocupase. Le compraron el ordenador que les pidió y nunca entraron a comprobar si lo estaba usando con responsabilidad, ni se preocuparon por conocer sus nuevos intereses o por intentar compartir sus aficiones. Sólo su madre le ordenaba apagar la luz cuando ya se había hecho de noche, para que no se le pegasen las sábanas a la mañana siguiente.
La zona fronteriza entre la niñez y la juventud es la más sensible porque en ella los chicos están experimentando una serie de emociones nuevas para ellos y por lo tanto fuera del control que se les exige, como el enamoramiento o la melancolía, lo que les hace sentirse más temerosos de no estar a la altura de los estándares de la masculinidad patriarcal. La ira es el escondite perfecto para todas esas emociones y miedos reprimidos. Es innegable que en casi todas las situaciones donde hay chicos que han cometido asesinatos, descubrirnos narrativas de rabia que describen las realidades emocionales antes de que sucedan. Es importante destacar que esta ira se expresa en un amplio espectro de clases sociales, etnias y circunstancias familiares. 'Adolescencia' nos sirve para recordar que los chicos violentos de las "honradas familias blancas" están tan alienados emocionalmente como los chicos procedentes de barrios marginales.
La zona fronteriza entre la niñez y la juventud es la más sensible porque en ella los chicos están experimentando una serie de emociones nuevas, como el enamoramiento o la melancolía, lo que les hace sentirse más temerosos de no estar a la altura de los estándares de la masculinidad patriarcal
Otra herida subyacente común en las historias de los chicos que matan es el vínculo fallido con su figura paterna, el referente primario de la masculinidad. A lo largo de 'Adolescencia' se hace patente que Jamie idolatra a su padre y lo mucho que le perturba que se ponga en duda su correcto ejercicio de la paternidad. Lo escoge a él como "adulto responsable" durante el proceso de detención y durante la exploración psicológica una y otra vez se cierra en banda a contarle a la psicóloga nada que pueda menoscabar significativamente su idoneidad como figura paterna. Sin embargo la serie termina desgranando cómo las expectativas de su padre con respecto a su hombría le han causado dolor desde siempre, y sobre todo la vergüenza de su padre al no ser capaz de satisfacerlas.
Por mucho que los adultos se quejen del "mal genio" de los chicos adolescentes, la mayoría de ellos se sienten más cómodos ante un adolescente furioso que ante uno que esté abrumado por el dolor y no pueda dejar de llorar. Para muestra el botón de que el padre de Jamie sea incapaz de abrazarle en todo el primer capítulo en el que se produce su detención y durante el cuál su hijo se hace pis encima, llora e hipa desconsoladamente y expresa sin filtros su pena y su pánico. Por eso los chicos aprenden a disimular la tristeza con ira, cuanto más preocupado está el chico, más intensa es la máscara de la indiferencia. Para no incomodar al resto de hombres, sean su padre o sus amigos, y tener que ponerles en la tesitura de mostrar cercanía física y pronunciar palabras tiernas de consuelo. Para no obligarles a hacer "cosas de mujeres". Cerrarse emocionalmente es la mejor defensa cuando se debe negar el deseo de conexión y la necesidad de cariño, por considerarse una flaqueza femenina.
Las feministas somos tan críticas con el ideal de feminidad como con el ideal de masculinidad, pues no es posible alcanzarlos por la mayoría de mujeres ni de hombres y ello socava su autoestima. En el caso de los hombres la incapacidad de llegar al grado adecuado de hombría es otra fuente de frustración y rabia. Poder contar con la conexión real con sus padres sería una forma saludable de desmontar esa decepción, pero ni chicos ni hombres se dan espacio para llorar ni bajar la guardia entre ellos. El final de 'Adolescencia' supone la reparación, aunque sólo simbólica, de ese vínculo truncado entre padre e hijo.
Esa negligencia emocional, esa dejación de funciones de los adultos, sienta las bases para la insensibilidad que ayuda a los chicos a soportar el aislamiento y la falta de vínculos afectivos con los demás. Las erupciones de ira de los chicos se consideran muy a menudo naturales, son explicadas por la antigua justificación del mal comportamiento de los adolescentes. "Los chicos son así", "son cosas de chicos". Pero esa rabia es fruto directo de la negación del resto de sus emociones, de la falta de acompañamiento de las mismas por parte de los adultos a su cargo, y de su socialización de género. Hace falta que nos impliquemos como "adultos responsables" mucho antes de que vengan a detener a nuestros hijos. Y sobre todo que entendamos que, parafraseando la proporción 20/80 que la manosfera se ha inventado con respecto a las relaciones entre hombres y mujeres, a la que hace referencia esta serie, y que significa que el 80% de las mujeres sólo se siente atraída por el 20% considerado superior de los hombres; la masculinidad patriarcal tiene el 80% de influencia en el ejercicio de la violencia por parte de los adolescentes y estar atravesando la etapa de inestabilidad que es la adolescencia sólo el 20%.

HABLARLES A LOS CHICOS
El feminismo y cualquier otro movimiento político y social que persiga la igualdad y la justicia social no puede permitirse ignorar a los niños y a los chicos jóvenes, porque los hombres poderosos que manejan el cotarro del patriarcado capitalista no lo hacen. De hecho centran todos sus esfuerzos en generar contenidos y productos culturales y de entretenimiento que les atraigan y ayuden así a consolidar en su forma de pensar su doctrina de dominación y explotación de los considerados seres inferiores (mujeres, hombres no masculinos, hombres no heterosexuales, infancia y tercera edad, personas dependientes, personas no blancas, personas pobres, personas gordas, personas enfermas, seres vivos no humanos…), y de competición con los considerados iguales por la acumulación de poder, recursos, riqueza y comodidades. Primero la literatura infantil y los juguetes, después los deportes y los juegos de mesa y de rol, después las sagas de novelas juveniles y las series y películas junto a los videojuegos, y finalmente los influencers en las redes sociales y la pornografía a un clic de las mismas rematan la tarea de deshumanizar a nuestros hijos convirtiéndoles en máquinas de someter y ganar (y eventualmente matar) para conseguir sus objetivos. Porque para deshumanizar a los demás primero hay que eliminar su humanidad interior, su capacidad de ponerse en su lugar y ser comprensivos y compasivos. No nacen sin ella, se la vamos extirpando a medida que crecen.
Nos guste o no, a menudo los padres y madres y los centros educativos, tal como descubre 'Adolescencia', somos colaboradores necesarios de la cultura patriarcal imperante en los medios de comunicación y las relaciones sociales. De forma consciente o no, cuando no nos esforzamos activamente por ofrecerles alternativas fuera de los estereotipos del patriarcado, si no les educamos desde sus primeros pasos con el objetivo de contraprogramar la ideología del patriarcado, desde el ejemplo de nuestros propios hábitos y comportamiento cotidiano, desde la empatía y el trato afectuoso y cercano, desde la concepción de que todos los seres que habitamos el planeta somos igual de importantes y además interdependientes, porque nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir y sobre todo para tener calidad de vida; les estamos dejando abandonados a los pies de los profetas de la misoginia y el darwinismo social.
La psicóloga encargada de valorar a Jaime Miller, que debe hacer un informe tanto sobre su salud mental como de su nivel de comprensión de los actos cometidos, le pregunta por el carácter de su padre y de su abuelo, los referentes primarios de masculinidad, y por cómo se relacionan con el sexo opuesto. Le hace esas preguntas porque la masculinidad patriarcal no se expresa sólo a través de la violencia física o las explosiones de ira. La ausencia constante del padre porque es el que debe mantener a la familia mientras la madre se ocupa de lo doméstico, la distancia emocional por su parte y la falta de muestras físicas de cariño como besos o abrazos, la exigencia de tener que practicar deportes considerados viriles como el fútbol y el boxeo, aunque al hijo ni le gusten ni se le den bien, transmitir sentimiento de vergüenza ante la torpeza y fragilidad física de su hijo… son mensajes que naturalizan los roles de género y que siembran un sentimiento de culpa y vergüenza en los niños por no ser lo suficientemente masculinos. Cuando a un niño se le minusvalora o desprecia por no tener cualidades asociadas a la hombría como la fuerza y por preferir actividades asociadas a la feminidad como las manualidades o el dibujo, no sólo se le enseña a despreciarse a sí mismo, sino también a las mujeres y todo lo considerado femenino. La semilla de la misoginia, y también la de la deshumanización, se planta en la primera infancia, cada vez que un padre o un profesor o cualquier adulto de referencia critica, corrige, se burla o simplemente muestra decepción con un niño porque llore demasiado o sea miedoso o porque prefiera jugar "a las casitas" que darle patadas a un balón; porque, como apuntábamos antes, se enseña que toda necesidad emocional o de cuidados es un defecto y una debilidad en lugar de un rasgo inherente a nuestra condición de seres humanos.
Cuando a un niño se le minusvalora o desprecia por no tener cualidades asociadas a la hombría como la fuerza y por preferir actividades asociadas a la feminidad como las manualidades o el dibujo, no sólo se le enseña a despreciarse a sí mismo, sino también a las mujeres y todo lo considerado femenino
Y no se trata sólo de lo que decimos a los niños directamente sino de lo que hacemos delante de ellos. Si un padre nunca llora ni expresa sus miedos, si no cocina ni abraza ni va a sus tutorías ni friega los wáteres, si ni siquiera tiene amistades femeninas ni muestra admiración por otras mujeres, si sólo ve en televisión retransmisiones de competiciones deportivas protagonizadas por hombres, thrillers de acción y westerns… le está inculcando a su hijo qué es lo correcto y deseable sin decirlo. Las criaturas aprenden por imitación y además desean de forma natural el cariño y la aprobación de sus padres. Acabarán haciendo lo mismo que ellos hagan aunque no se lo ordenen. No sólo los padres autoritarios y agresivos perpetúan el machismo. A Jamie no le hizo falta que su padre le pegase como su abuelo le pegaba a su padre, sólo que se mostrase iracundo y rompiese cosas cuando algo no le salía bien, que fuese callado e incapaz de vincularse afectivamente con él más allá de comprarle lo que necesitaba o llevarle a partidos, y que no estuviese presente cuando más le necesitaba. Como no tenía confianza con él ni para expresar sus preocupaciones ni inseguridades; como aprendió a considerar que el criterio de su madre y su hermana, más accesibles y cariñosas, no era válido por ser mujeres… ese vacío de referentes sanos y cercanos lo llenó con lo que tenía más a mano: Internet.

LA MANOSFERA, LLUEVE SOBRE MOJADO
El día que a Jamie le compraron el ordenador y empezaron a permitir que se encerrase todas las tardes en su cuarto con él no comenzó el problema, sólo se puso la guinda a un pastel que empezó a hornearse desde que vino al mundo. El terreno ya estaba abonado con machismo interiorizado en el hogar y la falta de cariño y presencia de su padre, con el bullying en la escuela por ser de los raritos a los que no les gusta Educación Física, con la violencia ambiental del deporte de base (los padres de sus compañeros se burlaban de él por no saber jugar al fútbol y su padre jamás le defendió ni le dijo nunca que no pasaba nada por no ser futbolista)... Cuando Jamie empezó a consultar en su buscador consejos sobre cómo ligar con las chicas o sobre cómo conseguir un físico más musculoso, porque se sentía feo, torpe, sin talento de ningún tipo; se colocó a un clic de la apología de la misoginia más violenta y fascista. Su propio padre reconoce que al buscar un gimnasio al que apuntarse el algoritmo empezó a recomendarle vídeos de hombres musculados que hablaban de "esa mierda de domar a las mujeres". Pero esas ideas no son novedosas, simplemente confirman que todo lo que ha aprendido antes sobre los mandatos de género era correcto.
Seguramente Jamie sacó la "brillante idea" de pedirle salir a Katie en un momento de vulnerabilidad, cuando estaba siendo insultada por el resto del alumnado porque se había difundido una foto de su torso desnudo; tras haber entrado en contacto con las teorías de los gurús de la seducción mal llamada científica. Estos rancios seductores ofrecen cursos desde sus perfiles en redes sociales para entrenar a los hombres en el uso de tácticas de manipulación y chantaje emocional que les permitan obtener relaciones sentimentales y sexuales con mujeres. Pero esos métodos coinciden con el hecho de que previamente Jamie no haya observado nunca en sus referentes masculinos cercanos amistades significativas y relaciones igualitarias entre hombres y mujeres, así que es lógico que acabe normalizando que los hombres conciban sus interacciones con las mujeres como instrumentos para un fin y que empiece a aplicar en su vida cotidiana esa concepción utilitarista de las mujeres.
El discurso de la manosfera es coherente con la cultura patriarcal hegemónica, el machismo "sensato" que rige nuestra organización política y social. Jamie sólo necesitaba comprensión y verdadera educación sexoafectiva, que un adulto receptivo se mostrase dispuesto a escucharle y le ayudase a sentirse bien consigo mismo antes de que fuese demasiado tarde. Es un chaval inteligente y con inclinaciones artísticas, que no cumplía los estándares de los estereotipos de género, y que por lo tanto conocía de primera mano lo que se sufre debido a la presión estética y social del patriarcado. Cada vez que abandonamos a su suerte a este tipo de chavales no sólo corremos el riesgo de que acaben siendo activamente machistas e incluso agresores, también perdemos la oportunidad de criar hombres feministas, de acercarnos a los más susceptibles de ser aliados de la lucha por la igualdad entre sexos.
Antes de llegar a ser privilegiados por el sistema o de llegar a ejercer violencia, los niños también son víctimas del patriarcado. Por ejemplo, que permitamos que los menores, aunque sean varones, estén expuestos a consumir pornografía, o que les impongamos un deseo sexual depredador antes de que descubran siquiera su sexualidad, es violencia sexual contra ellos. La sexualización de la infancia afecta a niños y a niñas y hay que proteger a ambos contra ella. En el tercer capítulo se ve cómo Jamie se siente obligado a presumir ante la psicóloga de que ya se "ha enrollado" con varias chicas que le han enseñado sus pechos y le han acariciado el pene, para acto seguido confesar con vergüenza que se lo ha inventado. Que haya crecido pensando que algo está mal en su cuerpo y en su mente porque no desee todavía o le asuste tener sexo a su edad o porque aún no se haya "estrenado" con 13 años es una absoluta barbaridad. Normalizar que los críos tienen que acumular conquistas sexuales a edades tan tempranas y esa naturalización hasta el punto de que se llegue a catalogar como incel a un púber, cuando no están preparados para mantener relaciones sexuales, es también cultura de la pederastia y la violación.
Para proteger y respetar verdaderamente las vidas emocionales de los niños debemos cuestionar abiertamente la cultura patriarcal. Y hasta que esa cultura cambie, debemos crear refugios en las familias y en las escuelas donde los niños puedan aprender a ser quienes son sin verse obligados a adaptarse a los mandatos de género. Todos, niños y niñas, tienen derecho a su plenitud humana y a que no se cercene la mitad de su humanidad para convertirles en HOMBRES Y MUJERES al dictado del patriarcado. Hay que humanizar a los hombres para que conecten con su necesidad de amar y ser amados y se deshagan de la visión prestigiosa de la violencia inherente al concepto de hombría. El feminismo debe ser la idea radical de que todas las personas, también los hombres y no sólo las mujeres, somos seres humanos; y así atacar a la raíz de la fábrica de maltratadores y asesinos que es la cultura patriarcal. Como reconoce la madre de Jamie al final del último capítulo, "nosotros lo hicimos como es" y "estaría bien admitir que pudimos haberlo hecho mejor". En que todo el conjunto de la sociedad reconozca su responsabilidad está el primer paso para que ninguno de nuestros niños acabe siendo un agresor machista. De ello dependen principalmente las vidas futuras, libres y seguras, de nuestras niñas.
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